Mons. Olivera | Con esperanza, podemos y debemos predicar el Evangelio del amor, el Evangelio de la fraternidad, Jesús nos enseñó el camino

22 octubre, 2020

Mons. Olivera | Con esperanza, podemos y debemos predicar el Evangelio del amor, el Evangelio de la fraternidad, Jesús nos enseñó el camino, así lo señala el Obispo Castrense de Argentina en una carta remitida a sus hermanos capellanes en vísperas de la fiesta de San Juan de Capistrano, Patrono universal de los Capellanes Castrenses. Este próximo 23 de octubre, la Santa Iglesia celebra a San Juan de Capistrano, declarado el 10 de febrero de 1984, hace 36 años por San Juan Pablo II, Patrono ante Dios de los Capellanes militares de todas las regiones, sean occidentales como orientales del mundo.

Tras el inicio de la Novena a San Juan de Capistrano el pasado 14 de octubre, el inicio de la semana de Oración por las Vocaciones Sacerdotales Castrenses y la celebración del 4° Aniversario de la Canonización de Brochero, Patrono del Clero Argentino, mañana celebraremos la Fiesta del Patrono de los Capellanes Castrenses. Al respecto, Mons. Olivera decía, “él se entregó verdaderamente en cuerpo y alma al Señor. Nosotros bien sabemos que a Dios no debemos darle solamente algo, sino que debemos darle todo”.

Continuando, el Obispo Castrense de Argentina, afirmaba, “estamos viviendo un tiempo cultural difícil. Todos lo sabemos. Pero también un renovado tiempo para entusiasmarnos en la prédica que Dios posee una palabra para el hombre moderno, para el hombre de hoy”.

Además, Mons. Olivera revela, “con esperanza, podemos y debemos predicar el Evangelio del amor, el Evangelio de la fraternidad. Jesús nos enseñó el camino”. Agregando, “nos enseñó a vivir esa dimensión filial, pero al mismo tiempo nos enseñó a vivir una dimensión fraternal entre nosotros. Somos hermanos.

Pidiendo, “en el hoy de nuestra historia, en nuestra Argentina herida -como rezamos, «Nos sentimos heridos y agobiados»- debemos recuperar nuestra salud espiritual, la concordia, la paz, la justicia en la verdad”. Continuando, nuestro Obispo subrayó, “la paz del corazón solo la da Dios, es un don de su amor. Y la paz social debe fundarse en la justicia, la verdad, la libertad y el perdón, como señala San Juan XXIII en Pacem in terris. Precisamente el Papa Francisco en su última Carta Encíclica Fratelli Tutti nos llama a ser artesanos de la paz”.

Por último, Mons. Santiago Olivera les recordó a nuestros Capellanes, “San Juan de Capistrano responde ante la amenaza al cristianismo y la cultura de su tiempo”. Nosotros, ¿cómo debemos responder?”

Diciendo del Santo, agregó, “aunque él ganó batallas, la más importante fue la victoria de las almas para Dios. A ello, precisamente, es a lo que estamos llamados los capellanes. Que maravilloso poder encarnar esto.

Poder ganar la batalla para que los hombres y mujeres que se nos confían de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas Federales de Seguridad conozcan cada vez más a Jesucristo, vuelvan su mirada a Dios y fortalezcan el vivo deseo de encarnar los valores del Evangelio en sus lugares de trabajo sirviendo a la Patria y teniendo clara conciencia del enorme acto de confianza que la Nación ha puesto en ellos”.

A continuación, compartimos en forma textual carta de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina:

Fiesta de San Juan de Capistrano

Patrono de los Capellanes Castrenses

23 de Octubre de 2020

Prot. 136/2020

Queridos hermanos Capellanes:

Una vez más en nuestra Diócesis Castrense nos encontramos celebrando juntos la Fiesta de San Juan de Capistrano. En palabras de San Juan Pablo II: «Patrono ante Dios de los Capellanes militares de todas las regiones, sean occidentales como orientales del mundo» (10 de febrero de 1984).

Es nuestro Patrono, Patrono universal del clero Castrense. Un hombre de Dios que trabajó por la verdad y la unidad. Él se entregó verdaderamente en cuerpo y alma al Señor. Nosotros bien sabemos que a Dios no debemos darle solamente algo, sino que debemos darle todo. En nuestro Patrono podemos experimentar que esto se hizo real y concreto.

Estamos viviendo un tiempo cultural difícil. Todos lo sabemos. Pero también un renovado tiempo para entusiasmarnos en la prédica que Dios posee una palabra para el hombre moderno, para el hombre de hoy. Dios habita entre nosotros, Él está con nosotros. Esta promesa de Jesús es fuente de consuelo. El anuncio que celebramos cada Navidad, el Emanuel, también recuerda siempre la certeza de que es «Dios con nosotros».

Con esperanza, podemos y debemos predicar el Evangelio del amor, el Evangelio de la fraternidad. Jesús nos enseñó el camino. El Padre Bueno se hace presente en su Hijo. Nos enseñó a vivir esa dimensión filial, pero al mismo tiempo nos enseñó a vivir una dimensión fraternal entre nosotros. Somos hermanos. En el hoy de nuestra historia, en nuestra Argentina herida -como rezamos, «Nos sentimos heridos y agobiados»- debemos recuperar nuestra salud espiritual, la concordia, la paz, la justicia en la verdad. Uno de los anhelos más profundos del corazón humano es el anhelo de la paz. La paz del corazón solo la da Dios, es un don de su amor. Y la paz social debe fundarse en la justicia, la verdad, la libertad y el perdón, como señala San Juan XXIII en Pacem in terris. Precisamente el Papa Francisco en su última Carta Encíclica Fratelli Tutti nos llama a ser artesanos de la paz. Aprovecho esta oportunidad para recomendarles a los capellanes y al pueblo de nuestra querida Diócesis a acercarnos a estas palabras del Papa, a leer y profundizar esta encíclica y a trabajarla para ver cómo podemos hacerla real y concreta en nuestra iglesia particular castrense.

Durante estos meses me he preguntado muchas veces cómo evangelizar nuestra cultura. Como señalé, estamos en un tiempo cultural difícil. ¿Cuáles deben ser nuestros métodos de evangelización? ¿Cómo debe ser nuestro ardor misionero y evangelizador?

San Juan de Capistrano responde ante la amenaza al cristianismo y la cultura de su tiempo. Nosotros, ¿cómo demos responder? El santo se entregó a la reforma espiritual del pueblo cristiano. Lo asistía espiritualmente, confesaba y animaba a su pueblo a una militancia de la fe, a militar la fe. Además, su propia vida despertaba en muchos jóvenes un deseo sincero de seguir a Jesús. Aunque él ganó batallas, la más importante fue la victoria de las almas para Dios. A ello, precisamente, es a lo que estamos llamados los capellanes. Que maravilloso poder encarnar esto. Poder ganar la batalla para que los hombres y mujeres que se nos confían de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas Federales de Seguridad conozcan cada vez más a Jesucristo, vuelvan su mirada a Dios y fortalezcan el vivo deseo de encarnar los valores del Evangelio en sus lugares de trabajo sirviendo a la Patria y teniendo clara conciencia del enorme acto de confianza que la Nación ha puesto en ellos.

El pasado 16 de octubre hemos comenzado la tercera semana de oración por las vocaciones sacerdotales castrenses, coincidiendo con el cuarto aniversario de la canonización del santo argentino, nuestro tan querido Cura Brochero. Hemos transitado también la novena a San Juan de Capistrano. Es importante que los capellanes tengamos este modelo que anima, fortalece y protege.

Es nuestro santo protector para encarnar cada día con valentía y con fe la apasionante aventura de anunciar el Evangelio de Jesús.

Queridos hermanos, les deseo a todos que, bajo el amparo de nuestra Madre, la Virgen Santísima, podamos seguir trabajando por el Reino siguiendo los ejemplos de estos santos sacerdotes, nuestro santo Brochero, patrono del clero argentino, y el patrono universal de los capellanes castrenses, nuestro San Juan de Capistrano.

+Mons. Santiago Olivera

Obispo Castrense de Argentina

 Compartimos nuevamente una breve reseña de nuestro Patrono

Nace en Capistrano, pueblo de los Abruzos, reino de Nápoles, el año 1386. Ingresa en la Orden franciscana a los treinta años. Ocupa dos veces el cargo de vicario general de la Orden. Sucumbe a los estragos de la peste, en Eslovenia, el 23 de octubre de 1456. Ha sido llamado, «El Santo de Europa». En 1453 es un año clave en la Historia Universal y consta como tal en todos los manuales. Los turcos, capitaneados por el Sultán Mahomed II, tras un siglo de ocupación de tierra europea en los Balcanes, conquistan Constantinopla, afianzando así el imperio del Islam en el Asia Menor, sobre las ruinas del Oriente cristiano, y amenazando a toda la cristiandad de Occidente. Se presiente un trágico fin para la catolicidad medieval. Roma y los pueblos tiemblan ante la impotencia de los príncipes cristianos, divididos entre sí. Pero Dios, eterno Señor de la Historia, tiene preparados sus instrumentos: el Soldado, el Pontífice y el Santo. El caudillo húngaro Huniades, el Papa Calixto III, y Juan de Capistrano.

La actividad apostólica de Juan se inicia paralelamente a los principios del siglo XV, el siglo del difícil tránsito entre dos edades tan distintas de la historia humana. Quedaban atrás en su vida las solicitudes por lo terreno, lo falaz. Tomó parte en conjuraciones políticas y, derrotado, había sido hecho prisionero, encerrado en unos sótanos inmundos, de los que creyó imposible salir con vida. Allí, encadenado a un poste, rodeado de ratas, con el agua hasta las rodillas, desengañado, reza a San Francisco y hace voto de entrar en su Orden. El voto le salva, y la ciudad de Perusa, donde cursaba sus estudios de jurisconsulto, es testigo de su conversión total,

Corría el año 1416. Ya franciscano, el de Capistrano se entrega en cuerpo y alma a la reforma espiritual del pueblo cristiano por medio de la predicación popular. Sigue las huellas y las enseñanzas de su hermano en religión, el gran San Bernardino de Siena. Lleva su mismo gorro e invocándole hará sus maravillosas curaciones. Va de pueblo en pueblo, acompañado de cuarenta caballeros, reúne a las multitudes en las plazas, pues no caben en los templos, y llega alguna vez a reunir el número de 20.000 oyentes. Así predica a Jesús, pero más con su figura que con las palabras. Pequeño, enjuto, apenas piel y huesos, vista corta, gesto austero, más a la vez dulce y caritativo, semblante encendido, además sobrio y cálido. Aunque predicaba casi siempre en latín, sus oyentes no daban tiempo al intérprete y pedían a gritos confesión, prometiendo cambiar de vida, encendiendo hogueras con los objetos de sus pecados: dados, naipes, afeites, etc. Su característica era despertar vocaciones religiosas entre la juventud: en Leipzig 120 estudiantes siguen sus huellas, en Cracovia 130.

En veinte años misiona por Alemania, Austria, Hungría, Polonia, Moravia y hasta por Saboya, Borgoña y Flandes. Ésta fue su lenta pero fundamental cooperación al mantenimiento de la unidad católica europea en el siglo XV.

Su gran talento para la diplomacia le permitió unir entre sí a los Príncipes. Recibió importantes misiones de cuatro Papas consecutivos, impugnó la naciente herejía husita, se relacionó con los griegos para tratar su unión con la Iglesia Romana, intervino en contener los perniciosos efectos del cisma de Basilea. Extendió la reforma de los «observantes» por los conventos de toda Europa, fundando muchos de ellos en Alemania.

Mas la ocasión culminante de su vida de «Santo de Europa» fue la Cruzada contra el turco, que empieza a predicar en el año 1453. El Papa Calixto III, español, de la familia Borja, le anima y le concede facultades omnímodas. Los príncipes cristianos no responden al llamamiento del Papa. El Papa nombra al cardenal español Juan de Carvajal su legado en Hungría. El mismo rey de Hungría huye, y tiene que ser Juan de Capistrano quien recluta a los campesinos húngaros para la Cruzada. Llegan a juntar a 7 000 cruzados. Mahomed ataca con 150 000 hombres y 300 cañones. Capistrano ha improvisado unos estandartes con la cruz y las figuras de San Francisco, San Antonio y San Bernardino. Anima a todos a la lucha al conjuro del nombre de Jesús, hace desistir a Huniades de su propósito de huir en retirada. Belgrado está rodeado por los turcos, y, contra toda previsión, los cruzados, animados por Capistrano desde la orilla, con la cruz, obtienen una victoria completa.

A los pocos días Mahomed vuelve al asalto con toda la rabia del león herido. Juan corre por las murallas, cuando la infantería turca escala el foso, y grita a los valientes húngaros que en sus manos está la cristiandad. Alzaba sus brazos a Dios, clamando misericordia por Europa. La derrota del turco fue completa. Más admirable que la victoria en las armas, fue la victoria en los espíritus, que obtuvo Juan, convirtiendo a los cruzados en novicios. El mensaje de San Juan de Capistrano quedaba escrito para siempre.

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