Mons. Olivera | El Espíritu Santo es el «dulce huésped del alma»

23 mayo, 2021

Mons. Olivera | El Espíritu Santo es el «dulce huésped del alma», ilumina, fortalece, invita a amar como Dios, a todos, siempre y primero, la síntesis se desprende de la Homilía compartida en la celebración de la Santa Misa en la vigilia de Pentecostés por el Obispo Castrense de Argentina en la noche del sábado 22 mayo. Celebrada en el Seminario Castrense, San Juan de Capistrano y Santo Cura Brochero, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sin presencia de fieles por estar nuestro país en pandemia, pero transmitida por redes sociales y el canal de YouTube de la Diócesis.  

Presidió la Santa Misa, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina, concelebraron, el Vicario General, Mons. Gustavo Acuña, el Capellán Mayor de GNA, Padre Jorge Massut, el Capellán Mayor de PSA, Padre Rubén Bonacina. Además, el Rector del Seminario Castrense, Padre Daniel Díaz Ramos, el Vicerrector del Seminario, Padre Diego Pereyra y el Capellán Castrense, Ricardo González, el Capellán, Padre Roberto Beldi.

Entre sus primeras palabras compartidas en la Homilía, Mons. Santiago en referencia al especial tiempo que vivimos a raíz de la pandemia, decía, “(…) desde esta burbuja bendita de nuestro Seminario Diocesano, nos unimos con toda nuestra Iglesia Diocesana que, en cada hombre y mujer de nuestras fuerzas peregrina a lo largo y ancho del país, y en el exterior cumpliendo sus numerosas actividades y servicios que nuestra Patria les confía”. Continuando, sobre la vigilia, nos decía, “es importante tener en cuenta que la fiesta de Pentecostés, tanto para la tradición judía como cristiana, está íntimamente unida a la Pascua, es su culminación o coronación”.

Además, Mons. Olivera, nos recordaba, “como varias veces compartí con muchos de ustedes el espíritu de las comunidades primeras tenemos que descubrirlo y poner todas nuestras fuerzas para cumplir ese deseo del Espíritu, por tanto, para imitarlo.  Unidos rezando, así estaban los discípulos de Jesús. Unidos y rezando como hermanos”.

A continuación, compartimos la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina:

Misa de Pentecostés

22 de mayo de 2021

                                      El año pasado como algo inédito celebrábamos la Vigilia de Pentecostés así, por medio de estos nuevos medios de comunión, como son para nosotros YouTube y Facebook.  Nos parece increíble, pero estamos así con esta segunda ola de “violenta y aterradora tormenta” que es esta pandemia.

Quieres lo mejor de nosotros, no nos cabe duda, Señor. La oración y la Eucaristía nos ayudará a renovarnos en este deseo. Y desde aquí, desde esta burbuja bendita de nuestro Seminario Diocesano, nos unimos con toda nuestra Iglesia Diocesana que, en cada hombre y mujer de nuestras fuerzas peregrina a lo largo y ancho del país, y en el exterior cumpliendo sus numerosas actividades y servicios que nuestra Patria les confía.  Desde aquí nos unimos con cada uno y con cada Capellán y cada religiosa que sirve a los miembros de la Iglesia Castrense de Argentina.                               


                                      La narración comienza con una referencia al día de Pentecostés. 50 días después de Pascua. Es importante tener en cuenta que la fiesta de Pentecostés, tanto para la tradición judía como cristiana, está íntimamente unida a la Pascua, es su culminación o coronación. Esto es lo que estamos celebrando.


Pentecostés formaba parte de las tres fiestas de peregrinación a Jerusalén junto con la Pascua y las Tiendas. Más tarde la liturgia judía unió esta fiesta de Pentecostés al recuerdo del don de la Torá o Ley en el Sinaí, llamándola justamente fiesta del «don de la Torá», y durante la misma se leía el relato de la promulgación del decálogo.
Algunos Padres de la Iglesia han sacado como consecuencia de esta relación entre la Pentecostés judía y la cristiana que el Espíritu Santo pasa a ser ahora la Nueva Ley para los cristianos al darles el conocimiento interior de la voluntad de Dios y la capacidad para cumplirla.

  Como dice el Papa Francisco, “Cristo glorificado a la derecha del Padre continúa realizando su promesa, enviando sobre la Iglesia el Espíritu vivificante, que nos enseña, recuerda y nos hace hablar”

Hemos leído y escuchado en la primera lectura “que estaban todos reunidos en un mismo lugar”, los once Apóstoles y demás discípulos, incluida María, la Madre de Jesús, que conformaban la primera comunidad cristiana y se encuentran en el Cenáculo, la «sala” donde Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena y donde se les había aparecido después de su resurrección.

Pero es muy importante tener en cuenta que el texto nos señala la actitud interior de ellos más que el lugar físico, estaban íntimamente unidos y en oración.

Como varias veces compartí con muchos de ustedes el espíritu de las comunidades primeras tenemos que descubrirlo y poner todas nuestras fuerzas para cumplir ese deseo del Espíritu, por tanto, para imitarlo.  Unidos rezando, así estaban los discípulos de Jesús. Unidos y rezando como hermanos.

Creo que estamos en deuda con la fraternidad. Sabemos que Dios es nuestro Padre, “nuestro,” decimos, por lo tanto, tenemos hermanos. Mirarnos y tratarnos como tales es el gran desafío en este nuestro tiempo de enfrentamientos, egoísmos, celos, orgullos y soberbia entre otras numerosas actitudes,

¿No será este el desafío y el envío? Ser hermanos, tratarnos como tales, mirar al Padre Común, escucharlo en su Hijo, y es en la oración podremos descubrir e intuir lo que nos pide.

Cuando a Jesús lo condenaban y crucificaban, ¿qué decía? ¿qué le pedía a su Padre?  ¿Cómo nos miraba?  Comprendía, amaba, perdonaba, miraba compasivo.

La imagen de un ruido como una fuerte ráfaga de viento y a la vez “impetuoso” hace pensar en lo que mueve y empuja; además de cambiar el aire que se
respira. Renueva la faz de la tierra, renueva mi alma, renueva y limpia las impurezas de nuestro corazón, aparta el hombre viejo.


La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos en el texto que acabamos de escuchar es la del fuego: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego y quedaron todos llenos del Espíritu Santo”, también nos recuerda lo que Jesús mismo anunció como finalidad de toda su misión en la tierra y les contó a sus discípulos: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!”. Cristo Resucitado trajo a la tierra el fuego del Espíritu Santo.  Fuego que ilumina, fuego que da calor y energía.


        Lo que sigue del relato de los Hechos, en particular el fenómeno de la
comprensión a pesar de la diversidad de lenguas, tiene como trasfondo
del mismo la narración de la torre de Babel. En el acontecimiento de Babel, la soberbia de los hombres, su amor propio, su búsqueda de fama y gloria llevó a la división de las lenguas con la consiguiente confusión e incomunicación entre hombres y pueblos.

Como contrapartida, el acontecimiento de Pentecostés demuestra cómo por obra del Espíritu Santo es posible mantener la unidad respetando la diversidad. Decir: «todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” hace referencia a esa unión superior, en Dios, que es fruto del Espíritu y permite entenderse y comunicarse más allá de las legítimas diferencias.
Así lo ha interpretado San Agustín cuando dice que Babel es la ciudad construida sobre el amor propio, mientras Jerusalén, esto es, la Iglesia, o la ciudad de Dios, es la ciudad construida sobre el amor de Dios. El paso de Babel a Pentecostés es el paso que debemos dar en el corazón de cada uno y también en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestra Diócesis, en nuestra Iglesia, en nuestra Patria.

San Pablo, nos recuerda con la extraordinaria figura del cuerpo, nuestra unidad y nuestra diferencia, nuestra necesidad de los otros, como todos necesitamos de todo el cuerpo.  Y el Espíritu nos fortalece para ver y obrar así necesitándonos, es más, queriéndonos, valorando misión y función de cada uno.

En El Evangelio, leemos el modo de la presencia de Jesús, él nos trae la Paz, él es nuestra Paz.

En su primera aparición Jesús Resucitado saluda a los discípulos diciéndoles: “¡Paz a ustedes!”. Más que de un augurio o deseo, se trata aquí de la donación efectiva de la paz, de una presencia real de la paz como don escatológico tal como lo había indicado Jesús en su discurso de despedida: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”
Esta paz, según el trasfondo del Antiguo Testamento, “Shalom”, incluye
todos los bienes necesarios para la vida presente y la plenitud de
bienes en la vida futura. De modo particular en el AT se considera que
la presencia de Dios en medio de su pueblo es el bien supremo de la paz
Entonces, lo que en el Antiguo Testamento era promesa, por la muerte y resurrección de Cristo se vuelve realidad dado que para el evangelista Juan la presencia de Jesús resucitado en medio de los suyos es la fuente y la realidad de la paz que se hace presente.
Y esta paz no está ligada a su presencia corporal sino a su realidad de
resucitado, victorioso de la muerte y, por eso, les da junto con su paz
el Espíritu Santo y el poder de perdonar los pecados.
 Y esto se debe justamente a que Jesús resucitado está presente en medio de ellos. En fin, ahora Jesús resucitado, con la plenitud de vida que ha recibido del Padre, puede dar a los suyos la paz que proviene del Padre y que permite vivir en comunión con Dios y con los hermanos.

Estamos preocupados, asustados, con cierta tristeza humana con pérdidas de amigos, camaradas, familiares, pero no estamos solos. Esto, enfermedad y muerte, pandemia y encierro, no son la última palabra. Podemos ser libres y alegres, porque sabemos que Dios está con nosotros. Que no estamos huérfanos, que el Señor ha cumplido y nos envió su Espíritu.

Y el Señor nos envía a ser testigos de la Paz. Buenas preguntas podríamos hacernos, ¿somos testigos de la Paz?  ¿trabajamos por la paz? ¿Hablamos palabras que construyen la paz? ¿Qué bien seguimos cuando hablamos?

El Espíritu Santo es el «dulce huésped del alma», compartirán conmigo que es una gracia muy grande saberlo en nuestra alma. El ilumina, fortalece, me hace entender, me hace valiente testigo, me da la gracia para jugarme por la verdad y por la justicia, que nos quita todo miedo que pueda paralizarnos, que descubro y me dejo atraer por la verdad, que me invita a amar como Dios, a todos, siempre y primero.  Los Apóstoles estaban encerrados y llenos de temor, así podemos estar nosotros en algunas situaciones de la vida, pero su Espíritu cambia nuestros miedos en valientes decisiones, nos ensancha el corazón, nos hace salir de nuestras trincheras de la comodidad e ir al “terreno” de la vida. Siendo soldados íntegros y valientes de la milicia de Jesús.

 María, madre buena y cercana, ayúdanos a rezar contigo: Ven Espíritu Santo,

Ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.

Ven tú que eres descanso en el trabajo, templanza en las pasiones y alegría en nuestro llanto.

Ven Espíritu Santo y penetra en lo más íntimo de nuestros corazones, lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas. Corrige nuestros desvíos, suaviza nuestra dureza e ilumina con tu calor nuestra frialdad.

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