Papa Francisco | El amor por lo humano que nos es común, inclusive honor por la vida vivida, no es cosa de viejos

20 abril, 2022

Papa Francisco | El amor por lo humano que nos es común, inclusive honor por la vida vivida, no es cosa de viejos, así lo expresaba el Santo Padre en el final de su mensaje de la Audiencia General. Celebrada en la media mañana del miércoles 20 de abril en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco, continuando el ciclo de catequesis sobre la vejez, centró su reflexión en el tema: «Honra a tu padre ya tu madre»: amor por la vida vivida. (Lectura: Sir 3: 3-6.12-13.16).

Al respecto, expresó, hoy, con la ayuda de la Palabra de Dios que hemos escuchado, abrimos un camino a través de la fragilidad de la vejez, marcada de manera especial por las experiencias de desconcierto y abatimiento, pérdida y abandono, desilusión y duda”. Agregando, “cuantas veces hemos escuchado o pensado: “Los viejos son molestos”; Lo dijimos, lo pensamos…”

Entonces, continuó el Papa, “las heridas más graves de la niñez y la juventud provocan con razón un sentimiento de injusticia y rebeldía, una fuerza de reacción y de lucha. En cambio, las heridas, incluso los graves, de la vejez van inevitablemente acompañados del sentimiento de que, en todo caso, la vida no se contradice, porque ya ha sido vivida. Y entonces los viejos también están un poco alejados de nuestra experiencia: queremos distanciarlos”.

En otro tramo de su mensaje, el Santo Padre decía, además, “(…) hemos redescubierto el término «dignidad» para indicar el valor de respetar y cuidar la vida de todos. La dignidad aquí equivale esencialmente al honor: honrar al padre y a la madre, honrar a los ancianos es reconocer la dignidad que tienen”.

Sobre esto último, el Pontífice, nos pedía, “pensemos bien en esta hermosa declinación del amor que es el honor. El mismo cuidado de los enfermos, el sostén de los que no son autosuficientes, la garantía del sustento, puede carecer de honor. El honor falla cuando el exceso de confianza, en vez de declinarse como delicadeza y cariño, ternura y respeto, se convierte en rudeza y prevaricación”. 

Avanzando, continuó señalando, fomentar en los jóvenes, aunque sea indirectamente, una actitud de suficiencia -e incluso de desprecio- hacia la vejez, sus debilidades y sus precariedades, produce cosas horribles. Abre el camino a excesos inimaginables”.

Añadiendo, prosiguió el Papa, este desprecio, que deshonra al mayor, en realidad nos deshonra a todos. Si deshonro al mayor, me deshonro a mí mismo. Contra esta deshonra, que clama venganza ante los ojos de Dios, es justamente duro el pasaje del Libro del Eclesiástico, escuchado al principio”.

También en la Audiencia General Su Santidad Francisco, recordó algo que vivió en nuestro país, así lo contaba, “(…) en Buenos Aires me gustaba visitar casas de retiro. Iba a menudo y visitaba a todo el mundo. Recuerdo que una vez le pregunté a una señora: «¿Cuántos hijos tiene?» – “Tengo cuatro, todos casados, con nietos”. Y empezó a hablarme de la familia. «¿Y vienen?» – “¡Sí, siempre vienen!”. Cuando salí de la habitación la enfermera, que había oído, me dijo: “Padre, ha dicho una mentira para cubrir a sus hijos. ¡Hace seis meses que no viene nadie!””. 

El Santo Padre también, nos reveló, este es el primer gran mandamiento, y el único que dice el premio: «Honra a tu padre ya tu madre y tendrás una larga vida sobre la tierra». Este mandamiento de honrar a los ancianos nos da una bendición, que se manifiesta de esta manera: «Tendrás una larga vida»”. 

En el final, el Papa pidió, “por favor, no los dejes solos. Y esto, cuidar lo viejo, no es cuestión de cosmética y cirugía plástica: no. Más bien, es una cuestión de honor, que debe transformar la educación de los jóvenes sobre la vida y sus etapas. El amor por lo humano que nos es común, inclusive honor por la vida vivida, no es cosa de viejos. Más bien es una ambición que alegrará a la juventud que hereda sus mejores cualidades”. 

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis sobre la vejez – 6. «Honra a tu padre ya tu madre»: amor a la vida tal como se vive.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, con la ayuda de la Palabra de Dios que hemos escuchado, abrimos un camino a través de la fragilidad de la vejez, marcada de manera especial por las experiencias de desconcierto y abatimiento, pérdida y abandono, desilusión y duda. Naturalmente, las experiencias de nuestra fragilidad, frente a las situaciones dramáticas -a veces trágicas- de la vida, pueden ocurrir en cualquier momento de la existencia. Sin embargo, en la vejez pueden causar menos impresión e inducir una especie de adicción, incluso molestia, en los demás. Cuantas veces hemos escuchado o pensado: “Los viejos son molestos”; Lo dijimos, lo pensamos… Las heridas más graves de la niñez y la juventud provocan con razón un sentimiento de injusticia y rebeldía, una fuerza de reacción y de lucha. En cambio, las heridas, incluso los graves, de la vejez van inevitablemente acompañados del sentimiento de que, en todo caso, la vida no se contradice, porque ya ha sido vivida. Y entonces los viejos también están un poco alejados de nuestra experiencia: queremos distanciarlos.

En la experiencia humana común, el amor -como se suele decir- es descendiente: no vuelve a la vida que está detrás de nosotros con la misma fuerza con que se derrama en la vida que aún está delante de nosotros. En esto aparece también la gratuidad del amor: los padres siempre lo han sabido, los viejos pronto lo aprenden. A pesar de esto, la revelación abre un camino para una restitución diferente del amor: es la manera de honrar a los que nos precedieron. Aquí comienza la manera de honrar a las personas que nos antecedieron: honrar a los ancianos.

Este amor especial que se abre camino en forma de honor -es decir, ternura y respeto a la vez- destinado a la vejez está sellado por el mandamiento de Dios: «Honra a tu padre y a tu madre» es un compromiso solemne, el primero de los «segunda tabla» de los diez mandamientos. No se trata sólo del padre y la madre. Se trata de la generación y de las generaciones precedentes, cuya salida también puede ser lenta y prolongada, creando un tiempo y un espacio de convivencia duradera con las demás edades de la vida. En otras palabras, se trata de la vejez de la vida.

Honor es una buena palabra para enmarcar este ámbito de restitución del amor que concierne a la vejez. Es decir, hemos recibido el amor de los padres, de los abuelos y ahora les devolvemos ese amor a ellos, a los ancianos, a los abuelos. Hoy hemos redescubierto el término «dignidad» para indicar el valor de respetar y cuidar la vida de todos. La dignidad aquí equivale esencialmente al honor: honrar al padre y a la madre, honrar a los ancianos es reconocer la dignidad que tienen.

Pensemos bien en esta hermosa declinación del amor que es el honor. El mismo cuidado de los enfermos, el sostén de los que no son autosuficientes, la garantía del sustento, puede carecer de honor. El honor falla cuando el exceso de confianza, en vez de declinarse como delicadeza y cariño, ternura y respeto, se convierte en rudeza y prevaricación. Cuando la debilidad es reprochada, e incluso castigada, como si fuera una falta. Cuando el desconcierto y la confusión se convierten en una apertura para la burla y la agresión. Incluso puede ocurrir en el hogar, en residencias de ancianos, así como en oficinas o en los espacios abiertos de la ciudad. Fomentar en los jóvenes, aunque sea indirectamente, una actitud de suficiencia -e incluso de desprecio- hacia la vejez, sus debilidades y sus precariedades, produce cosas horribles. Abre el camino a excesos inimaginables. Los muchachos que le prenden fuego a la manta de un «vagabundo» -lo hemos visto-, porque lo ven como un desecho humano, son la punta del iceberg, es decir, del desprecio por una vida que, lejos de los atractivos e impulsos de la juventud, se presenta ya como una vida de derroche. Muchas veces pensamos que los viejos son el desecho o los tiramos; los viejos son despreciados y descartados de la vida, dejándolos a un lado.

Este desprecio, que deshonra al mayor, en realidad nos deshonra a todos. Si deshonro al mayor, me deshonro a mí mismo. Contra esta deshonra, que clama venganza ante los ojos de Dios, es justamente duro el pasaje del Libro del Eclesiástico, escuchado al principio. Hay un pasaje en la historia de Noé que es muy expresivo a este respecto. El viejo Noah, héroe del diluvio y todavía trabajador, yace despatarrado después de haber bebido demasiados tragos. Ya es viejo, pero bebió demasiado. Los niños, para no despertarlo avergonzados, lo cubren delicadamente, con los ojos bajos, con mucho respeto. Este texto es muy hermoso y dice todo sobre el honor debido a los ancianos; cubrir las debilidades del anciano, para no avergonzarlo, es un texto que nos ayuda mucho.

A pesar de todas las providencias materiales que las sociedades más ricas y más organizadas ponen a disposición de la vejez -de las que ciertamente podemos enorgullecernos-, la lucha por el retorno de esa forma especial de amor que es el honor me parece todavía frágil e inmadura. Debemos hacer todo lo posible, apoyarlo y alentarlo, ofreciendo un mejor apoyo social y cultural a quienes son sensibles a esta forma decisiva de «civilización del amor». Y en esto me tomo la libertad de aconsejar a los padres: por favor, acerquen a los niños, niños, niños pequeños a los ancianos, acérquenlos siempre. Y cuando el anciano esté enfermo, un poco fuera de sí, acércate siempre a él: hazle saber que esta es nuestra carne, que esto es lo que nos hizo quedarnos aquí ahora. Por favor, no rechaces a los ancianos. Y si no queda más remedio que enviarlos a una residencia de ancianos, por favor, visítenlos y lleven a los niños a visitarlos: es el honor de nuestra civilización, los ancianos que les han abierto las puertas. Y muchas veces, los niños se olvidan de esto. Te digo algo personal: en Buenos Aires me gustaba visitar casas de retiro. Iba a menudo y visitaba a todo el mundo. Recuerdo que una vez le pregunté a una señora: «¿Cuántos hijos tiene?» – “Tengo cuatro, todos casados, con nietos”. Y empezó a hablarme de la familia. «¿Y vienen?» – “¡Sí, siempre vienen!”. Cuando salí de la habitación la enfermera, que había oído, me dijo: “Padre, ha dicho una mentira para cubrir a sus hijos. ¡Hace seis meses que no viene nadie!”. Esto es desechar lo viejo, es pensar que lo viejo es material de desecho. Por favor: es un pecado grave. Este es el primer gran mandamiento, y el único que dice el premio: «Honra a tu padre ya tu madre y tendrás una larga vida sobre la tierra». Este mandamiento de honrar a los ancianos nos da una bendición, que se manifiesta de esta manera: «Tendrás una larga vida». Por favor, aprecia a los viejos. Y si pierden la cabeza, consérvenlas de todos modos porque son la presencia de la historia, la presencia de mi familia, y gracias a ellos estoy aquí, todos podemos decir: gracias a ustedes, abuelo y abuela, estoy vivo. Por favor, no los dejes solos. Y esto, cuidar lo viejo, no es cuestión de cosmética y cirugía plástica: no. Más bien, es una cuestión de honor, que debe transformar la educación de los jóvenes sobre la vida y sus etapas. El amor por lo humano que nos es común, inclusive honor por la vida vivida, no es cosa de viejos. Más bien es una ambición que alegrará a la juventud que hereda sus mejores cualidades. Que la sabiduría del Espíritu de Dios nos permita abrir con la energía necesaria el horizonte de esta verdadera revolución cultural.


Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En estos días de Pascua, pidamos a Cristo resucitado que nos conceda delicadeza y paciencia para tratar con las personas que nos rodean, especialmente con quienes están atravesando la etapa de la ancianidad. ¡Felices Pascuas de Resurrección! Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

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