Mons. Olivera | Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias de vida, así lo manifestó el Obispo Castrense de Argentina, al compartir su Homilía en la Vigilia Pascual. Fue en la noche del sábado Santo, 3 de abril, en la Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris.
Presidió la Vigilia Pascual, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina, concelebraron, el Canciller Castrense y Capellán Mayor de la Armada, Padre Francisco Rostom Maderna, el Rector de la Iglesia Catedral, Stella Maris, Padre Diego Pereyra. También, el Rector del Seminario Castrense, Padre Daniel Díaz Ramos, el Confesor Ordinario del Seminario Castrense, Mons. Alberto Pita, el Vicario Episcopal para la Catequesis, Padre Sergio Fochesato y el Delegado para la Pastoral Familiar, Padre Marcelo Mora, asistieron fieles castrense.
A continuación, compartimos la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina:
Homilia Vigilia Pascual
Catedral Castrense de Argentina
3 de Abril de 2021
San Juan 20
Hemos leído de un modo solemne y distinto a todos los Domingos del año, las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, haciendo un recorrido desde la Creación hasta la Salvación que Dios nos ha venido a traer.
Este primer relato de la resurrección que trae el Evangelio de San Juan es una contundente invitación a la fe y, por lo tanto, podríamos decir también a la Esperanza. La fe supone tener absoluta confianza. Con Dios nada está perdido. Seguramente más de uno de nosotros en algunas circunstancias de la vida pensamos que el “el sábado santo se hace largo”, nuestro propio sábado santo, nuestra propia cruz. Ella se nos hace pesada, pero es la que redime y es la que vence.
Tantas cosas que nos duelen, personalmente podríamos cada uno, enumerar aquellos dolores que llevamos en nuestro corazón, no pocas veces desde años, queriéndolos olvidar u ocultar, dolores de familia, situaciones de fragilidad y pecado, desencuentros, ¡cuántas veces como Pablo experimentamos que hacemos el mal que no queremos y no hacemos el bien que sí deseamos!
Es que somos débiles y frágiles, a pesar de que Dios nos quiere fuertes y valientes. Nos duele la Patria, nos sentimos heridos y agobiados, nos duelen las injusticias, nos duele el hambre de hermanos nuestros, nos duele la falta de trabajo y de futuro, nos duele tantos pobres, nos duele el sufrimiento de nuestros hermanos militares enfermos y muchos injustamente presos, nos duele el dolor de sus familias, nos duelen las mentiras, nos duelen las propuestas de una “cultura” que intenta quedarse como nueva, que buscando incluir nos deja a muchos afuera , nos duelen las leyes que se apartan de Dios, nos duelen relatos que a sola vista se sabe que no son verdades, nos duele y nos asusta la pandemia y las “olas” agitadas que la anuncian, nos duele y atemoriza la soledad y la muerte.
Pero en Dios nada está perdido. El nos renueva en la Esperanza. El ha vencido el pecado y la muerte.
Las mujeres y los discípulos corrieron buscando, vieron y creyeron. Encontraron el sepulcro vacío. Y al igual que la cruz, si la tumba concentra las miradas no es por ella misma, sino por la resurrección del sepultado, “la tumba está vacía”, la tumba vacía se transforma en preludio del tiempo nuevo: ya pasó el sábado o la Antigua Alianza, porque el Señor vive para siempre.
María Magdalena, que menciona este Evangelio y el discípulo que Jesús amaba estuvieron al pie de la cruz, Juan es testimonio para cada seguidor de Jesús, él permanece hasta que el Señor vuelva y relata todo lo que ha sucedido.
Este Evangelio que hoy es proclamado, nos presenta con claridad la distinción entre ver y creer.
María Magdalena, la enamorada que va primero, muy de madrugada, al sepulcro, vio que la piedra había sido sacada y que el sepulcro estaba vacío. En su desconcierto interpreta este hecho como un robo
y tal es su “anuncio”: “se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. El discípulo amado es el primero en llegar al sepulcro, se asomó y violas vendas de lino en el suelo.Pedro llega después y ve las vendas de lino, al igual que el discípulo amado, pero descubre también que el sudario está enrollado aparte. Esto indica que se trató de una acción deliberada por parte de alguien, lo
que llama la atención de Pedro, pues cuando se roba un cadáver no se deja este indicio. Y Justamente este «signo» le permite “ver” a Pedro que allí sucedió algo extraño.Al final entra al sepulcro el discípulo amado, quien vio y creyó. E intuye algo más profundo y trascendente. Pedro es consciente de que se encuentra aquí ante un misterio de la acción de Dios; pero no comprende ni sabe todavía que el Señor ha resucitado.
No estaban preparados todavía para la revelación plena del misterio pascua. El final del relato confirma esta idea: “Porque todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que Jesús debía resucitar de entre los muertos”
Para el Cardenal Martini este relato quiere presentarnos a la Iglesia que va en búsqueda de los signos del Resucitado para creer en Él. En efecto: «la fe, tal como Juan nos la describe, no logra su objetivo sino por medio de testimonio o de signos; por eso, ella realiza, en su estructura esencial, dos condiciones: capacidad de interpretar correctamente los signos como tales, y capacidad de ir más allá de los signos» . Pues bien, en este relato vemos cómo la búsqueda de los signos para creer en el Resucitado es diversa según los temperamentos o mentalidades: por un lado está el afecto de María, por otro la intuición del discípulo amado y, por último, la maciza lentitud de Pedro. Pero todos, si están verdaderamente en la Iglesia, tienen en común el anhelo de la presencia de Jesús; y todos se ayudan recíprocamente para buscar juntos los signos de esta presencia y comunicárselos.
Con una mirada atenta descubrimos que en el mundo, bien y mal; gracia y pecado; alegría y tristeza; egoísmo y amor; consolación y desolación; vida y muerte, están en lucha permanente. Justamente la cuaresma fue una constante invitación a tomar conciencia de esta lucha y a tomar partido en ella; a comprometerse en el combate por el bien, la gracia, la vida en Dios. Pero lo más importante en esta lucha o combate por el bien, la verdad, la justicia, la gracia y la vida en Dios es que ya hubo un vencedor y es:¡Jesucristo Resucitado!
La esencia de lo que creemos los cristianos puede proclamarse diciendo que Cristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación.Ayer, viernes santo, hemos contemplado y traído al corazón la certera expresión de que Cristo murió por nuestros pecados. Pero veíamos también que la Cruz es manifestación de un amor sin límites, que lleva en sí el germen de la vida, el germen del triunfo, sabemos que la muerte ha sido vencida.
Porque de quedarnos sólo con la muerte de Cristo en la cruz, tendríamos que aceptar el triunfo del mal, la victoria del pecado, el reinado de la muerte. San Pablo es todavía más categórico: «Y si Cristo no resucitó,
es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes» (1Cor 15,14). O sea que todo se vacía de sentido, la predicación apostólica y la respuesta de los hombres que es la fe. Dios lo resucitó de entre los muertos, esto es lo esencial de nuestra fe.Cuando el Padre resucitó a Jesús, al mismo tiempo venció a la muerte, derrotó al mal y al pecado con su condena. La resurrección es entonces la victoria de Jesús, su triunfo final…y también el nuestro. Al respecto dijo el Papa Francisco en la catequesis del 31 de marzo de 2021: “¡Aquel que había sido crucificado ha resucitado! Todas las preguntas y las incertidumbres, las vacilaciones y los miedos son disipados por esta revelación. El Resucitado nos da la certeza de que el bien triunfa siempre sobre el mal, que la vida vence siempre a la muerte y nuestro final no es bajar cada vez más abajo, de tristeza en tristeza, sino subir a lo alto. El Resucitado es la confirmación de que Jesús tiene razón en todo: en el prometernos la vida más allá de la muerte y en el perdón más allá de los pecados. Éste es el misterio que hay que creer. No podemos ni debemos buscar a Jesús entre los muertos porque Él está vivo. Y camina con nosotros, está entre nosotros, esta realidad es “esa locura que nos hace peregrinar confiados aún en medio de las pruebas y los dolores. “Cristo VIVE”, Él es nuestra Esperanza.
En efecto, “Él resucitó y con Él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos. Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y
no deja de irrumpir en nuestras historias de vida. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza […] El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no
consiguen encontrar la luz de la vida.María Santísima, peregrina de la fe nos sostiene e ilumina el camino. San José, varón Justo y fiel, nos muestra en su silencio obediente que es verdaderamente creer. Mirando a ellos, ¿con que semblante camino por la vida? Quiera Dios que los que nos vean, por el rostro alegre y confiado, a pesar de todo, de la oscuridad y el dolor, crean. Que así, sea.-
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