Mons. Olivera | El amor cristiano, es un amor que ama sin medida, ama siempre, por lo tanto, espera y confía siempre, así lo manifestaba el Obispo Castrense de Argentina, al compartir la Homilía en la celebración Eucarística, en el Jueves Santo. Fue en la noche del 1 de abril, en nuestra Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris, cabe destacar que, en la historia de nuestra Diócesis, es la primera vez que un Obispo, preside las celebraciones de Semana Santa en la misma.
Celebró la Santa Misa, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina, concelebraron, el Canciller y Capellán Mayor de la Armada Argentina, Padre Francisco Rostom Maderna, el Rector de la Catedral Castrense, Padre Diego Pereyra. También, el Rector del Seminario Castrense, Padre Daniel Díaz Ramos, el Confesor Ordinario del Seminario Castrense, Mons. Alberto Pita, el Delegado para la Pastoral Familiar, Padre Marcelo Mora y el Vicario Episcopal para la Catequesis, Padre Sergio Fochesato, asistieron a celebración que también fue transmitida en vivo por redes sociales, fieles castrenses.
A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina:
Homilía Jueves Santo
1 de abril de 2021
Iglesia Catedral Stella Maris
CABA
Cuando comenzó esta pandemia del coronavirus en nuestro país, tuvimos que recurrir a los medios de comunicación para la comunión entre nosotros; medios como facebook o Youtube entre otros, que nos acercan a todos y nos hacen vivir a nuestra Iglesia Castrense, la realidad de ser una Iglesia particular y peculiar que está a lo largo y ancho del país; así que tenemos la gracia, de celebrar juntos como familia, -un pequeño rebaño- pero en nombre de tantos otros de nuestra comunidad Diocesana, o que están celebrando en su comunidad respectiva, u otros que lo están haciendo en sus comunidades territoriales. Me animo a decir con alegría, sabiendo que hubo otras celebraciones de tiempo Pascual, presididas por otros Sacerdotes-, que ésta es la primera vez que como obispo, se celebran aquí, en esta Iglesia Catedral los ritos de la Semana Santa; y es una gran alegría poder concelebrar con todos los Sacerdotes que están aquí presentes, es una buena posibilidad de poder celebrar juntos esta Eucaristía que nos recuerda nuestro Ministerio, por lo tanto, damos gracias a Dios, por los que estamos y por quienes nos están acompañando a través de los medios. Celebramos esta Misa que nos pone en el camino ya, de lo que es el Triduo Pascual, nos hemos venido preparando durante 40 días en este Santo tiempo de la Cuaresma. ¿Y para qué nos preparamos? Para actualizar y renovar nuestro Bautismo. Nos fuimos preparando para morir al hombre viejo, para morir por tanto, al pecado y vivir la vida de hijos de Dios. Nos fuimos preparando para renovar y dejar atrás todo lo que se opone al nombre de Cristiano y vivir de acuerdo a nuestra condición bautismal, que nos hace otros Cristo.
Nos hemos venido preparando y entramos en estos días, donde la Iglesia celebra en este Jueves Santo, pero en este horizonte y en esta mirada de la Cruz, esta última Cena de Jesús, donde se actualizan tres acontecimientos que son fundantes en nuestra vida de peregrinos. Recordamos en este día, -como hemos escuchado y hemos visto no sólo en el Evangelio, sino en el propio Pablo dirigiéndose a los corintios-, la última cena que Jesús comparte con sus discípulos; signo de esa entrega del Cuerpo y la Sangre, que Él hacía; signo de lo que iba hacer, de ese amor sin límites, este amor hasta el extremo como es la entrega de su propia vida.
Y recuerda el Señor, que “siempre que coman este pan y beban este cáliz, proclamarán la muerte del Señor hasta que vuelva”. Nosotros recordamos que cuando consagramos, decimos, “éste es el Sacramento de nuestra fe” y repetimos, -y esto debe ser muy del corazón- “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección” y avivamos así, el deseo de que el Señor venga.
Pero el mismo Pablo comenta en esta última cena, que cuando entrega el pan y el cáliz, dice, “hagan esto en memoria mía”, memorial que en Jesucristo que es Presencia, no sólo recuerdo de lo que pasó, sino que es Presencia. Unido a esta institución de la Eucaristía, signo del pan de la vida, comulgar a Jesús, comer a Jesús supone adherirnos y comulgar con sus palabras, sus enseñanzas.
Pero, en este mismo recordatorio, elige a algunos hombres justamente para que en su Nombre y como Cristo Cabeza, hagan realidad, esta Verdad, esta presencia real de Jesucristo. Recordamos y celebramos en este día el don del Sacerdocio, muchos hemos recibido, el cariño, los saludos, las felicitaciones porque en este día se Instituyó también el Sacerdocio. Así, de entre los hombres, el Señor toma a algunos para hacerlos Ministros, para configurarlos con Jesús, de tal manera que aún en nuestra humanidad y fragilidad, nos instituye como Cristo cabeza, y en su Nombre y por Su presencia podemos decir realmente, “tomen y coman, éste es mi cuerpo, tomen y beban ésta es mi sangre”. El don del sacerdocio es un misterio grande, que nos sorprende a todos, aún a nosotros, frágiles, elegidos por voluntad del Padre para hacerlo presente… Sin lugar a duda, nos conmueve; como decía el Santo Cura de Ars, “cuando nos ordenaron Sacerdotes, nos postramos consientes de nuestra nada y nos levantamos Sacerdotes para siempre”. Este misterio de Dios que nos hace como Cristo cabeza, y no decimos, “tomen y coman, éste es el cuerpo de Jesús”, sino decimos, “tomen y coman, éste es mi cuerpo, que será entregado por ustedes”, signo también que nuestra vida Sacerdotal, debe ser entregada, gastada y desgastada por el bien de los hermanos.
Me gusta siempre traer a colación a Santo Tomás, que dice que todos los sentidos nos engañan en el Sacramento, menos el del oído, porque cuando decimos, “tomen y coman”, escuchamos realmente “éste es mi cuerpo”, escuchamos lo que realmente Jesús nos dijo, porque a la vista, la hostia que consagramos parece una especie de pan, y el vino que consagramos sólo vino, pero se convierte realmente en Cuerpo y Sangre de Jesús, “éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre”.
Nos conmueve a nosotros también Ministros, cuando decimos en el nombre de Dios: <<yo te absuelvo de tus pecados>>. ¿A quién no conmueve este poder que sin merecerlo el Señor nos ha dado? Y damos gracias a Dios por ese Ministerio que hará presente a Jesús hasta el fin de los tiempos, a un Jesús que como hemos escuchado en el Evangelio, amó hasta el extremo, sin límites; y esto de amar amar hasta el extremo es también para nosotros, motivo de gran consuelo; no hay límite para el amor de Dios en nuestra vida, porque Dios nos ama siempre, y lo hace con toda su capacidad de amor. Éste, fue el modo de amar de Jesús, que pasó haciendo el bien y amó hasta el extremo, a eso nos invita también a nosotros, los Ministros, a actualizar su presencia, que debemos pasar por la vida haciendo el bien y amando hasta el extremo.
Hoy también recordamos en este día otra institución que está íntimamente unida a la Eucaristía y al Sacerdocio, que es el mandato, la institución, en este gesto que Jesús realizó de lavar los pies, de abajarse, de tomar “condición de esclavo”, de servidor; con esta acción, nos recuerda Jesús que debemos estar dispuestos a servir a los otros, como lo escuchamos que nos dice en la carta de Pablo: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?”… “ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” “les he dado el ejemplo, para que hagan los mismo que yo hice con ustedes” El mandato de la caridad nunca dejaremos de ahondarlo demasiado, siempre tenemos la posibilidad para entender la caridad al modo de Jesús y es una caridad exigente, es un amor exigente, como el del Señor, un amor hasta el extremo.
El amor de Dios no tiene límite, no tiene tiempo, ama siempre, el amor de Dios no excluye a nadie y ese es el modo de amar de un cristiano. A veces se nos mezcla en el camino de la vida el polvo de otras enseñanzas que no son las Evangélicas, ni las cristianas. ‘Cuántas veces nos encontramos pensando o diciendo en nuestra relación con los demás, o nuestro servicio a los otros, «hasta acá llegó mi límite, hasta aquí llegamos o simplemente, se acabó», cerramos puertas y ventanas y éste, no es el amor cristiano.
El amor cristiano, es un amor que ama sin medida, el amor cristiano es un amor que ama siempre, por lo tanto, espera y confía siempre. Este es el amor al que estamos llamados a vivir y ésta es la caridad Evangélica, la que busca el bien del otro y me pone en camino hacia ello, la que mira con atención las necesidades del otro, la que pone en primer lugar a Dios y, por lo tanto, a sus creaturas, que será el signo de nuestro amor a Dios.
Para nosotros creyentes, la primacía de Dios, la podemos manifestar obviamente rezando, alabándolo, celebrándolo, pero la clave será, descubriéndolo en el hermano. En el rostro más pobre, en los más necesitados, en aquellos que más me cuestan, en aquellos que aún no me aman, aquellos que aún me crucifican, aquellos que no me reciben… porque así lo vivió Jesús, por aquellos que lo crucificaron, que lo insultaban, también entregó su vida; murió por todos sin excluir a nadie. Pidámosle y digámosle al en este día, en este Jueves Santo, que queremos estar con Él, en esta entrega hasta el extremo. Queremos estar con Él en este inicio, en este Triduo que nos pone en clave de Cruz, pero siempre en este clave alegre de resurrección y de triunfo; en este triduo pascual que nos ayuda a renovarnos en la fe; porque éste es el Misterio central de nuestra fe. Así como creemos que Jesús, Dios con nosotros, Aquél que se encarnó, se entregó para nuestra salvación. Pidamos entonces, que nos ayude a tener siempre una mirada atenta y solidaria a todos desde Jesús, porque la Eucaristía nos mueve al amor social. La Eucaristía nos mueve al trabajo por la verdad, la Eucaristía nos mueve al trabajo por la Justicia, la Eucaristía nos mueve al trabajo para la dignidad de los hermanos, la Eucaristía nos da las fuerzas para amar como Jesús, siempre primero y a todos.
Pidamos esta gracia, en este día los que estamos y los que nos siguen, y también en nombre de todos los fieles castrenses, aquellos que ni saben que rezamos por ellos, a todos ponemos bajo nuestra oración. Los que están más cerca, los que están más lejos, los que están enfermos, los que están presos, los que están sufriendo, los que están solos, los que sienten el abandono de los hermanos como Jesús, los que sienten la traición como experimentó Jesús; los que sienten distintos dolores… por todos y en todos, en este sacrificio Eucarístico ponemos la vida de nuestra Patria y de nuestra Diócesis. Que así sea.-
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