PAPA FRANCISCO | Levántate del suelo, porque estamos hechos para el Cielo, levántate de las penas para mirar hacia arriba

28 abril, 2024

VENECIA

PAPA FRANCISCO | Levántate del suelo, porque estamos hechos para el Cielo, levántate de las penas para mirar hacia arriba, así lo pedía Su Santidad al compartir su mensaje dirigido a los jóvenes de Venecia. A ellos les decía, “estar juntos nos permite compartir, aunque sólo sea a través de una oración, una mirada y una sonrisa, la maravilla que somos. Porque todos hemos recibido un gran don, el de ser hijos predilectos de Dios, y estamos llamados a cumplir el sueño del Señor: ser testigos y experimentar su alegría”.

Continuando, agregó, “aquí en Venecia, ciudad de la belleza, vivimos juntos un hermoso momento de encuentro, pero esta noche, cuando cada uno estará en su casa, y luego mañana y en los días que vendrán, ¿de dónde partimos para acoger la belleza que somos y alimentarla? Sugiero dos verbos, para comenzar de nuevo, dos verbos prácticos porque son maternales: dos verbos de movimiento que animaron el corazón joven de María, Madre de Dios y nuestra. Ella, para difundir la alegría del Señor y ayudar a los necesitados, «se levantó y se fue» (Lc 1,39). Levantarse e ir. No olvidéis estos dos verbos que la Virgen vivió antes que nosotros.

En primer lugar, levántate. Levántate del suelo, porque estamos hechos para el Cielo. Levántate de las penas para mirar hacia arriba. Levantaos para estar frente a la vida, no sentados en el sofá”. Profundizando, el Papa señalaba, además, “levantarnos para decir «¡Aquí estoy!» al Señor, que cree en nosotros. Levantarnos para acoger el don que somos, para reconocer, antes que nada, que somos preciosos e insustituibles”.

En otro párrafo, Su Santidad Francisco, subrayaba, “y una vez que nos levantamos, nos toca ponernos de pie. Primero levántate, luego ponte de pie, «quédate» cuando tengas ganas de sentarte, suéltate, suéltate. No es fácil, pero es el secreto. Sí, el secreto de los grandes logros es la constancia. Es cierto que a veces existe esa fragilidad que te tira hacia abajo, pero la constancia es lo que te hace avanzar, es el secreto”.

Completando, el Pontífice dijo, “y después de levantarse, ir. Ir es hacerse don, darse a los demás, la capacidad de enamorarse; y esto es una cosa hermosa: un joven, una joven que no siente la capacidad de enamorarse o de ser amorosa con los demás, algo le falta. Ir hacia, caminar hacia, avanzar”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

VISITA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

EN VENECIA

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Plaza delante de la Basílica de Santa Maria della Salute (Venecia)

V Domingo del Tiempo Pascual, 28 de abril de 2024

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hasta el sol sonríe.

¡Me alegro de verlos! Estar juntos nos permite compartir, aunque sólo sea a través de una oración, una mirada y una sonrisa, la maravilla que somos. Porque todos hemos recibido un gran don, el de ser hijos predilectos de Dios, y estamos llamados a cumplir el sueño del Señor: ser testigos y experimentar su alegría. No hay cosa más hermosa. No sé si habéis tenido alguna experiencia tan hermosa que no podéis guardárosla para vosotros, sino que sentís la necesidad de compartirla. Todos tenemos esa experiencia, una experiencia tan hermosa que uno siente la necesidad de compartirla. Hoy estamos aquí para esto: para redescubrir en el Señor la belleza que somos y para alegrarnos en el nombre de Jesús, el Dios joven que ama a los jóvenes y que siempre sorprende. Nuestro Dios siempre nos sorprende. ¿Lo habéis entendido? Es muy importante estar preparados para las sorpresas de Dios.

Amigos, aquí en Venecia, ciudad de la belleza, vivimos juntos un hermoso momento de encuentro, pero esta noche, cuando cada uno estará en su casa, y luego mañana y en los días que vendrán, ¿de dónde partimos para acoger la belleza que somos y alimentarla? Sugiero dos verbos, para comenzar de nuevo, dos verbos prácticos porque son maternales: dos verbos de movimiento que animaron el corazón joven de María, Madre de Dios y nuestra. Ella, para difundir la alegría del Señor y ayudar a los necesitados, «se levantó y se fue» (Lc 1,39). Levantarse e ir. No olvidéis estos dos verbos que la Virgen vivió antes que nosotros.

En primer lugar, levántate. Levántate del suelo, porque estamos hechos para el Cielo. Levántate de las penas para mirar hacia arriba. Levantaos para estar frente a la vida, no sentados en el sofá. ¿Has pensado, imaginado, qué es un joven para la vida sentado en el sofá? ¿Has imaginado esto? Imagínate esto; y hay diferentes sofás que nos cogen y no nos dejan levantarnos. Levantarnos para decir «¡Aquí estoy!» al Señor, que cree en nosotros. Levantarnos para acoger el don que somos, para reconocer, antes que nada, que somos preciosos e insustituibles. «Pero Padre, Papa o Señor Papa, no, eso no es verdad, yo soy feo, yo soy feo…». No, no, nadie es feo y cada uno de nosotros es bello y tiene un tesoro en su interior, un hermoso tesoro para compartir y dar a los demás. ¿Estás de acuerdo con esto o no? ¿Lo estáis? Y esto, escucha esto, no es autoestima, no, ¡es la realidad! Reconocerlo es el primer paso que das por la mañana al levantarte: sales de la cama y te recibes como un regalo. Te levantas y, antes de sumergirte en las cosas que tienes que hacer, reconoces quién eres dando gracias al Señor. Le dices: «Dios mío, gracias por la vida. Dios mío, haz que me enamore de mi vida». Reconoce quién eres y da gracias al Señor. Le dices: «Dios mío, gracias por la vida. Dios mío, haz que me enamore de la vida, de mi vida. Dios mío, Tú eres mi vida. Dios mío, ayúdame hoy por esto, por esto otro… Ya sabes, Dios mío, estoy enamorado, estoy enamorado, ayúdame, ayúdame a que este amor crezca y acabe en una pareja feliz». Siempre se pueden decir tantas cosas bonitas al Señor. Luego rezas el Padrenuestro, donde la primera palabra es la clave de la alegría: dices «Padre» y te reconoces hijo amado, hija amada. Se te recuerda que para Dios no eres un perfil digital, sino un hijo, que tienes un Padre en el cielo y que, por tanto, eres hijo del cielo. «¡Pero, Padre, eso es demasiado romántico!». No, es la realidad, querida, pero hay que descubrirla en nuestra vida, no en los libros, en la vida, nuestra vida.

Sin embargo, a menudo nos encontramos luchando contra una fuerza de gravedad negativa que tira de nosotros hacia abajo, una inercia opresiva que quiere que lo veamos todo gris. A veces nos ocurre esto. ¿Cómo lo hacemos? Para levantarnos -no lo olvidemos- ante todo debemos dejarnos levantar: dejar que nos lleve de la mano el Señor, que nunca defrauda a los que confían en Él, que siempre levanta y perdona. «Pero yo -diréis- no estoy a la altura: me veo frágil, débil, pecador, ¡a menudo caigo! Pero cuando te sientas así, cambia de «marco»: no te mires con tus propios ojos, sino piensa en la mirada con la que te mira Dios. Cuando cometes un error y caes, ¿qué hace Él? Se pone a tu lado y te sonríe, dispuesto a cogerte de la mano y levantarte. Esto es algo muy hermoso: Él siempre está ahí para levantarte.

Te diré algo que esto me sugiere. ¿Es bueno despreciar a una persona? ¿Está bien o no? No, no está bien. Pero, ¿cuándo se puede despreciar a una persona? Para ayudarle a levantarse. La única vez que podemos despreciar a una persona con belleza es cuando la ayudamos a levantarse. Y así hace Jesús con nosotros cuando hemos caído. Nos mira desde arriba. Eso es hermoso. ¿No te lo crees? Abre el Evangelio y mira lo que hizo con Pedro, con María Magdalena, con Zaqueo, con tantos otros: maravillas con sus fragilidades. El Señor hace maravillas con nuestra fragilidad.

Y un poco de paso: ¿leéis el Evangelio? Te doy un consejo. ¿Tienes un pequeño Evangelio de bolsillo? Llévalo siempre contigo y, en cualquier momento, ábrelo y lee un pequeño pasaje. Lleva siempre contigo el Evangelio de bolsillo. ¿De acuerdo? [respuesta: «¡Sí!»] ¡Vamos, anímate!

Dios sabe que, además de bellos, somos frágiles, y las dos cosas van juntas: un poco como Venecia, que es bella y delicada al mismo tiempo. Es bella y delicada, tiene algo de fragilidad que hay que cuidar. Dios no ata nuestros errores a su dedo: ‘Tú hiciste esto, tú hiciste lo otro…’. No se ata a eso, sino que nos tiende la mano. «Pero, Padre, tengo muchas, muchas cosas de las que me avergüenzo». Pero no te mires a ti, ¡mira la mano que Dios te tiende para levantarte! No lo olvides: si te sientes agobiado por tu conciencia, mira al Señor y deja que te lleve de la mano. Cuando estamos abatidos, Él ve hijos a los que levantar, no malhechores a los que castigar. Por favor, ¡confiemos en el Señor! Esto se está haciendo un poco largo, ¿te aburres? [respuesta: «¡No!»] ¡Eres educado, de acuerdo!

Y una vez que nos levantamos, nos toca ponernos de pie. Primero levántate, luego ponte de pie, «quédate» cuando tengas ganas de sentarte, suéltate, suéltate. No es fácil, pero es el secreto. Sí, el secreto de los grandes logros es la constancia. Es cierto que a veces existe esa fragilidad que te tira hacia abajo, pero la constancia es lo que te hace avanzar, es el secreto. Hoy vivimos de emociones rápidas, de sensaciones momentáneas, de instintos que duran instantes. Pero así no se llega lejos. Los campeones deportivos, así como los artistas, los científicos, demuestran que los grandes objetivos no se consiguen en un momento, de golpe. Y si esto es cierto para el deporte, el arte y la cultura, tanto más lo es para lo que más importa en la vida. ¿Qué cuenta en la vida? El amor, la fe. Y para crecer en la fe y en el amor hay que tener constancia e ir siempre hacia adelante. En cambio, aquí el riesgo es dejarlo todo a la improvisación: rezo si me apetece, voy a Misa cuando me apetece, hago el bien si me apetece… Esto no da resultados: hay que perseverar, día tras día. Y hacerlo juntos, porque juntos siempre nos ayuda a avanzar. Juntos: el «hágalo usted mismo» en las grandes cosas no funciona. Por eso os digo: no os aisléis, buscad a los demás, experimentad a Dios juntos, seguid caminos de grupo sin cansaros. Quizá digáis: «Pero todos los que me rodean están solos con sus móviles, pegados a las redes sociales y a los videojuegos». Y tú, sin miedo, vas contracorriente: toma la vida en tus manos, implícate; apaga la tele y abre el Evangelio -¿es demasiado? -, ¡deja el móvil y sal al encuentro de la gente! El móvil es muy útil, para comunicarse, es útil, pero cuidado cuando el móvil te impide conocer gente. Usa el móvil, está bien, ¡pero conoce gente! Ya sabes lo que es un abrazo, un beso, un apretón de manos: gente. No lo olvides: usa el móvil, pero conoce gente.

Me parece oír tu objeción: ‘No es fácil, padre, ¡parece ir contra corriente! Pero eso no se puede decir aquí, en Venecia, porque Venecia nos dice que sólo remando con constancia se llega lejos. Si sois ciudadanos venecianos, ¡aprended a remar con constancia para llegar lejos! Claro que remar requiere regularidad; pero la constancia recompensa, aunque cueste esfuerzo. Así que, chicos y chicas, esto es levantarse: ¡dejad que Dios os lleve de la mano para caminar juntos!

Y después de levantarse, ir. Ir es hacerse don, darse a los demás, la capacidad de enamorarse; y esto es una cosa hermosa: un joven, una joven que no siente la capacidad de enamorarse o de ser amorosa con los demás, algo le falta. Ir hacia, caminar hacia, avanzar.

Queridos hermanos, queridas hermanas, estoy terminando, ¡tranquilos!

Pensamos en nuestro Padre, que lo ha creado todo para nosotros, Dios nos lo ha dado todo: y nosotros, que somos sus hijos, ¿para quién creamos algo bello? Vivimos inmersos en productos creados por el hombre, que nos hacen perder el asombro ante la belleza que nos rodea, y sin embargo la creación nos invita a ser a su vez creadores de belleza. Por favor, no lo olvidéis: sed creadores de belleza, y haced algo que antes no existía. Eso es la belleza. Y cuando os caséis y tengáis un hijo, una hija, ¡habréis hecho algo que antes no existía! Y esta es la belleza de la juventud, cuando se convierte en maternidad o paternidad: hacer algo que antes no existía. Esto es hermoso. Pensad en vuestro interior en los hijos que tendréis, y esto debe empujarnos hacia adelante, ¡no seáis profesionales de la mecanografía compulsiva, sino creadores de novedad! Una oración hecha con el corazón, una página que escribís, un sueño que realizáis, un gesto de amor hacia alguien que no puede corresponder: esto es crear, imitar el estilo de Dios que crea. Es el estilo de la gratuidad, que te saca de la lógica nihilista del «hago para tener» y del «trabajo para ganar». Esto hay que hacerlo -hago para tener y trabajo para ganar-, pero no debe ser el centro de tu vida. El centro es la gratuidad: ¡dad vida a una sinfonía de gratuidad en un mundo que busca el beneficio! Entonces seréis revolucionarios. ¡Id, entregaos sin miedo!

Joven que quieres tomar las riendas de tu vida, ¡levántate! Abre tu corazón a Dios, dale gracias, abraza la belleza que eres; enamórate de tu vida. Y luego, ¡adelante! Levántate, enamórate y ¡vete! Sal, camina con los demás, busca a los solitarios, colorea el mundo con tu creatividad, pinta las calles de la vida con el Evangelio. Por favor, pinta las calles de la vida con el Evangelio. Levántate y vete. Lo decimos todos juntos, ¡por los demás! [repiten: «¡Levántate y anda!»] No he oído… [repiten en voz alta: «¡Levántate y anda!»] ¡Me gusta! Jesús te dirige esta invitación. Él, a tantas personas a las que ayudó y curó, les dijo: «Levántate y vete» (cf. Lc 17,19). Escucha esta llamada, repítela en tu interior, guárdala en tu corazón. ¿Y cómo fue? [repite: «¡Levántate y anda!»] ¡Gracias!

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