PAPA FRANCISCO | El amor es la «puerta estrecha» por la que debemos pasar para entrar en el Reino de Dios

15 mayo, 2024

PAPA FRANCISCO | El amor es la «puerta estrecha» por la que debemos pasar para entrar en el Reino de Dios, así lo señaló Su Santidad Francisco al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día miércoles. Celebrada en Plaza San Pedro, el Santo Padre Francisco continuando con el ciclo de catequesis sobre “Los vicios y las virtudes”, centró sus palabras sobre reflexionando sobre el tema, “La caridad” (Lectura: 1 Cor 13,4-7).

En su mensaje, el Papa decía, hoy hablaremos de la tercera virtud teologal, (…) la caridad. Es la culminación de todo el itinerario que hemos seguido con las catequesis sobre las virtudes. Pensar en la caridad ensancha inmediatamente el corazón, ensancha la mente, corre a las inspiradas palabras de san Pablo en la Primera Carta a los Corintios. Concluyendo ese maravilloso himno, san Pablo cita la tríada de las virtudes teologales y exclama: «Ahora bien, estas tres cosas permanecen: la fe, la esperanza y la caridad. Pero la mayor de todas es la caridad» (1 Co 13,13)”.

Continuando, señalaba el Pontífice, “Pablo dirige estas palabras a una comunidad que distaba mucho de ser perfecta en el amor fraterno: los cristianos de Corinto eran más bien pendencieros, había divisiones internas, había quienes pretendían tener siempre la razón y no escuchaban a los demás, considerándolos inferiores”.Agregando, “(…) el Apóstol registra un escándalo que afecta incluso al momento de mayor unidad de una comunidad cristiana, a saber, la «Cena del Señor», la celebración de la Eucaristía: incluso allí hay divisiones, y hay quien aprovecha para comer y beber excluyendo a los que no tienen nada (cf. 1 Co 11,18-22). Frente a esto, Pablo da un juicio severo: «Cuando, pues, os reunís, lo vuestro ya no es una comida de la cena del Señor» (v. 20), tenéis otro ritual, que es pagano, no es la cena del Señor”.

En otro párrafo, el Papa compartía, “probablemente todos estaban convencidos de que eran buenas personas y, si se les hubiera preguntado por el amor, habrían respondido que el amor era sin duda un valor muy importante para ellos, al igual que la amistad y la familia. Incluso hoy en día, el amor está en boca de todos, está en boca de muchos «influencers» y en los estribillos de muchas canciones. Hablamos mucho de amor, pero ¿qué es el amor?

«¿Pero el otro amor?», parece preguntar Pablo a sus cristianos de Corinto. No el amor que sube, sino el que baja; no el que quita, sino el que da; no el que aparece, sino el que se esconde. A Pablo le preocupa que en Corinto -como también entre nosotros hoy- haya confusión y que de la virtud teologal del amor, la que sólo viene de Dios, en realidad no quede ni rastro”.

Profundizando, Su Santidad nos señalaba, “(…) hay un amor más grande, un amor que viene de Dios y se dirige a Dios, que nos capacita para amar a Dios, para hacernos sus amigos, nos capacita para amar a nuestro prójimo como Dios le ama, con el deseo de compartir la amistad con Dios. Este amor, por Cristo, nos empuja donde humanamente no iríamos: es amor por los pobres, por lo que no es amable, por los que no nos quieren y no nos agradecen.

Jesús predica en el Sermón de la Montaña: «Si amáis a los que os aman, ¿qué gratitud os merecen? Incluso los pecadores aman a los que les aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué gratitud os merecen? También los pecadores hacen lo mismo» (Lc 6,32-33). Y concluye: «Pero amad a vuestros enemigos -estamos acostumbrados a hablar mal de nuestros enemigos-, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada, y vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque él tiene misericordia de los ingratos y de los malvados» (v. 35)”.

Completando, el Papa dijo, “el amor es caridad. Nos damos cuenta enseguida de que es un amor difícil, incluso imposible de practicar si no se vive en Dios. Nuestra naturaleza humana nos hace amar espontáneamente lo que es bueno y bello”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis. Vicios y virtudes. 19. Caridad

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hablaremos de la tercera virtud teologal, la caridad. Las otras dos, recordémoslo, eran la fe y la esperanza: hoy hablaremos de la tercera, la caridad. Es la culminación de todo el itinerario que hemos seguido con las catequesis sobre las virtudes. Pensar en la caridad ensancha inmediatamente el corazón, ensancha la mente, corre a las inspiradas palabras de san Pablo en la Primera Carta a los Corintios. Concluyendo ese maravilloso himno, san Pablo cita la tríada de las virtudes teologales y exclama: «Ahora bien, estas tres cosas permanecen: la fe, la esperanza y la caridad. Pero la mayor de todas es la caridad» (1 Co 13,13).

Pablo dirige estas palabras a una comunidad que distaba mucho de ser perfecta en el amor fraterno: los cristianos de Corinto eran más bien pendencieros, había divisiones internas, había quienes pretendían tener siempre la razón y no escuchaban a los demás, considerándolos inferiores. A éstos Pablo les recuerda que la ciencia envanece, mientras que la caridad edifica (cf. 1 Co 8,1). A continuación, el Apóstol registra un escándalo que afecta incluso al momento de mayor unidad de una comunidad cristiana, a saber, la «Cena del Señor», la celebración de la Eucaristía: incluso allí hay divisiones, y hay quien aprovecha para comer y beber excluyendo a los que no tienen nada (cf. 1 Co 11,18-22). Frente a esto, Pablo da un juicio severo: «Cuando, pues, os reunís, lo vuestro ya no es una comida de la cena del Señor» (v. 20), tenéis otro ritual, que es pagano, no es la cena del Señor.

Quién sabe, tal vez nadie en la comunidad de Corinto pensaba que había pecado y unas palabras tan duras del Apóstol les sonaban un poco incomprensibles. Probablemente todos estaban convencidos de que eran buenas personas y, si se les hubiera preguntado por el amor, habrían respondido que el amor era sin duda un valor muy importante para ellos, al igual que la amistad y la familia. Incluso hoy en día, el amor está en boca de todos, está en boca de muchos «influencers» y en los estribillos de muchas canciones. Hablamos mucho de amor, pero ¿qué es el amor?

«¿Pero el otro amor?», parece preguntar Pablo a sus cristianos de Corinto. No el amor que sube, sino el que baja; no el que quita, sino el que da; no el que aparece, sino el que se esconde. A Pablo le preocupa que en Corinto -como también entre nosotros hoy- haya confusión y que de la virtud teologal del amor, la que sólo viene de Dios, en realidad no quede ni rastro. Y si incluso de palabra todos aseguran que son buenas personas, que aman a su familia y a sus amigos, en realidad saben muy poco del amor de Dios.

Los cristianos de la antigüedad tenían varias palabras griegas para definir el amor. Finalmente, surgió la palabra «ágape», que normalmente traducimos por «caridad». Porque, en realidad, los cristianos son capaces de todos los amores del mundo: también ellos se enamoran, más o menos como le ocurre a todo el mundo. También experimentan la bondad de la amistad. También experimentan el amor a la patria y el amor universal a toda la humanidad. Pero hay un amor más grande, un amor que viene de Dios y se dirige a Dios, que nos capacita para amar a Dios, para hacernos sus amigos, nos capacita para amar a nuestro prójimo como Dios le ama, con el deseo de compartir la amistad con Dios. Este amor, por Cristo, nos empuja donde humanamente no iríamos: es amor por los pobres, por lo que no es amable, por los que no nos quieren y no nos agradecen. Es amor por lo que nadie amaría; incluso por el enemigo. Incluso por el enemigo. Esto es «teológico», esto viene de Dios, esto es obra del Espíritu Santo en nosotros.

Jesús predica en el Sermón de la Montaña: «Si amáis a los que os aman, ¿qué gratitud os merecen? Incluso los pecadores aman a los que les aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué gratitud os merecen? También los pecadores hacen lo mismo» (Lc 6,32-33). Y concluye: «Pero amad a vuestros enemigos -estamos acostumbrados a hablar mal de nuestros enemigos-, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada, y vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque él tiene misericordia de los ingratos y de los malvados» (v. 35). Recordémoslo: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada». No lo olvidemos.

En estas palabras, el amor se revela como virtud teologal y toma el nombre de caridad. El amor es caridad. Nos damos cuenta enseguida de que es un amor difícil, incluso imposible de practicar si no se vive en Dios. Nuestra naturaleza humana nos hace amar espontáneamente lo que es bueno y bello. En nombre de un ideal o de un gran afecto podemos incluso ser generosos y realizar actos heroicos. Pero el amor de Dios va más allá de estos criterios. ¡El amor cristiano abraza lo que no es amable, ofrece el perdón -¡qué difícil es perdonar! cuánto amor hace falta para perdonar! -, el amor cristiano bendice a los que maldicen, mientras que nosotros estamos acostumbrados, ante un insulto o una maldición, a responder con otro insulto, con otra maldición. Es un amor tan audaz que parece casi imposible, y sin embargo es lo único que quedará de nosotros. El amor es la «puerta estrecha» por la que debemos pasar para entrar en el Reino de Dios. Porque al atardecer de la vida no seremos juzgados por el amor genérico, seremos juzgados precisamente por la caridad, por el amor que hayamos tenido en la práctica. Y Jesús nos dice esto, tan hermoso: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Esto es lo hermoso, lo grande del amor. ¡Adelante y arriba!

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que aumente nuestra caridad y nos conceda un corazón abierto, un corazón generoso para no ser indiferentes ante las necesidades de los demás. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

LLAMAMIENTO

Dirijo mis pensamientos al querido pueblo de Afganistán, duramente golpeado por las trágicas inundaciones que han causado numerosas víctimas, entre ellas niños, y siguen provocando la destrucción de muchos hogares. Rezo por las víctimas, en particular por los niños y sus familias, y hago un llamamiento a la comunidad internacional para que proporcione inmediatamente la ayuda y el apoyo necesarios para proteger a los más vulnerables.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los fieles de Messigno di Pompei y de la Congregación de San Francisco de Asís de Nápoles, exhortándoles a ser, en sus respectivas comunidades parroquiales, fermento de comunión al servicio del Evangelio.

Saludo con afecto a la Sección italiana de la Asociación Internacional de Policía, animándola a un generoso compromiso de solidaridad fraterna.

Por último, dirijo mi pensamiento a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. А pocos días de la solemnidad de Pentecostés, os exhorto a ser siempre dóciles a la acción del Espíritu Santo; que la presencia consoladora del Consolador sea para cada uno fuente de alivio en la prueba.

Y recemos por la paz: no olvidemos a la atormentada Ucrania; no olvidemos Palestina, Israel, Myanmar. Recemos por la paz, recemos por todos los pueblos que sufren la guerra. Todos juntos, con gran corazón, recemos por la paz definitiva, y por ninguna guerra, por nada. Porque la guerra es siempre una derrota: ¡siempre!

¡Mi bendición para todos!

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