PAPA FRANCISCO | Renovamos nuestro compromiso de rezar y trabajar por la paz, así lo pidió el Santo Padre al compartir su mensaje antes de recitar la oración Mariana del Ángelus. Al concluir la Celebración Eucarística en la ciudad de Trieste, en ocasión de la Semana Social de los católicos en Italia, Su Santidad Francisco se dirigió a los presentes en la Plaza de la Unidad.

El Santo Padre decía, “Trieste es una de esas ciudades que tienen la vocación de reunir a pueblos diferentes: en primer lugar, porque es un puerto, es un puerto importante, y luego porque está en la encrucijada entre Italia, Europa central y los Balcanes. En estas situaciones, el reto para la comunidad eclesial y civil es saber conjugar apertura y estabilidad, acogida e identidad”.

Agregando más adelante, “como cristianos tenemos el Evangelio, que da sentido y esperanza a nuestras vidas; y como ciudadanos tenéis la Constitución, una «brújula» fiable para el camino de la democracia”. Cerrando, señaló, “desde esta ciudad renovamos nuestro compromiso de rezar y trabajar por la paz: por la atormentada Ucrania, por Palestina e Israel, por Sudán, Myanmar y todos los pueblos que sufren la guerra”.-

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Quería dar las gracias al Arzobispo, por muchas cosas, pero sobre todo por una: que no «hablaba» de los enfermos… ¡Los nombraba! ¡Los conoce por su nombre! Y esto es un ejemplo, porque la caridad es concreta, el amor es concreto. Agradezco tanto al Arzobispo porque tiene esta costumbre. Toda persona, sana o enferma, grande o pequeña, toda persona tiene dignidad. La dignidad se muestra por su nombre y él conoce el nombre. Muy bonito. Ahora espero que siga adelante en este conocimiento, porque una vez encontré a un párroco de montaña -era párroco de tres pueblos- y le dije: «Pero dime, ¿eres capaz de conocer a la gente por su nombre?», y me contestó: «¡Yo también sé el nombre de los perros de las familias!». Ahora espero que siga adelante y conozca los nombres de los perros.

Queridos hermanos y hermanas

antes de la bendición final, quisiera saludaros a todos los reunidos en esta impresionante plaza. Agradezco al señor obispo sus palabras y, sobre todo, la preparación de la visita, y con él a todos los que han colaborado de muchas maneras, especialmente en la liturgia -son buenos liturgistas; aplausos al maestro y a todos- y en los numerosos servicios; así como a las muchas personas que han participado en la oración. Os aseguro mi cercanía a los enfermos -saludé a muchos de ellos-, a los presos, que quisieron estar presentes, a los emigrantes -Trieste es una puerta abierta a los emigrantes- y a todos los que luchan.

Trieste es una de esas ciudades que tienen la vocación de reunir a pueblos diferentes: en primer lugar porque es un puerto, es un puerto importante, y luego porque está en la encrucijada entre Italia, Europa central y los Balcanes. En estas situaciones, el reto para la comunidad eclesial y civil es saber conjugar apertura y estabilidad, acogida e identidad. Así que yo diría: tenéis lo que hay que tener. Gracias. Tenéis las «cartas en orden» para afrontar este reto. Como cristianos tenemos el Evangelio, que da sentido y esperanza a nuestras vidas; y como ciudadanos tenéis la Constitución, una «brújula» fiable para el camino de la democracia.

Así pues, ¡adelante! ¡Adelante! Sin miedo, abiertos y firmes en los valores humanos y cristianos, acogedores pero sin comprometer la dignidad humana. En esto no jugamos.

Desde esta ciudad renovamos nuestro compromiso de rezar y trabajar por la paz: por la atormentada Ucrania, por Palestina e Israel, por Sudán, Myanmar y todos los pueblos que sufren la guerra. Invocamos la intercesión de la Virgen María, venerada en el Monte Grisa como Madre y Reina.