PAPÚA NUEVA GUINEA | La aridez del corazón le hace perder la orientación y olvidar la justa escala de valores, así lo señaló el Santo Padre Francisco al compartir su mensaje durante el Encuentro con Autoridades, la Sociedad Civil y el Cuerpo Diplomático. Celebrado en la Casa APEC de la ciudad de Puerto Moresby, fue tras visitar al Gobernador general, Bob Bofeng Dadae y la firma del Libro de honor en la Casa de Gobierno.
El Papa decía, “estoy encantado de estar hoy aquí con ustedes y de poder visitar Papúa Nueva Guinea. En vuestra patria, un archipiélago con centenares de islas, se hablan más de ochocientas lenguas, correspondientes a otras tantas etnias: esto pone de relieve una extraordinaria riqueza cultural y humana; y confieso que es algo que me fascina mucho, también a nivel espiritual, porque imagino que esta enorme variedad es un desafío al Espíritu Santo, ¡que crea la armonía de las diferencias!”
Continuando, agregó, “en particular, espero que se ponga fin a la violencia tribal, que desgraciadamente causa muchas víctimas, no permite vivir en paz y obstaculiza el desarrollo. Apelo, pues, al sentido de la responsabilidad de todos para detener la espiral de violencia y emprender decididamente el camino que conduce a una cooperación fructífera, en beneficio de toda la población del país”.
Continuando, agregó, “(…) aunque a veces lo olvidemos, los seres humanos necesitan, además de las necesidades de la vida, una gran esperanza en sus corazones, que les haga vivir bien, les dé el gusto y el valor de emprender proyectos de gran envergadura, y les permita mirar hacia arriba y hacia vastos horizontes. La aridez del corazón le hace perder la orientación y olvidar la justa escala de valores; le quita el ímpetu y la bloquea hasta el punto -como ocurre en algunas sociedades opulentas- de que pierde la esperanza en el futuro y ya no encuentra motivos para transmitir vida”.
Completando, el Papa señaló, “por eso es necesario orientar el espíritu hacia realidades mayores; es necesario que el comportamiento esté sostenido por una fuerza interior, que lo proteja del riesgo de corromperse y de perder por el camino la capacidad de reconocer el sentido del propio trabajo y de llevarlo a cabo con dedicación y constancia”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A INDONESIA, PAPÚA NUEVA GUINEA
TIMOR-LESTE, SINGAPUR
(2-13 de septiembre de 2024)
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
«APEC Haus» (Port Moresby, Papúa Nueva Guinea)
Sábado, 7 de septiembre de 2024
Señor Gobernador General
Señor Primer Ministro,
Distinguidos Representantes de la Sociedad Civil,
Estimados Embajadores,
Señoras y Señores
Estoy encantado de estar hoy aquí con ustedes y de poder visitar Papúa Nueva Guinea. Agradezco al Gobernador General sus cálidas palabras de bienvenida y les agradezco a todos ustedes su calurosa acogida. Extiendo mis saludos a todo el pueblo del país, deseándoles paz y prosperidad. Y desde ahora expreso mi gratitud a las Autoridades por la ayuda que ofrecen a muchas actividades de la Iglesia en el espíritu de cooperación mutua por el bien común.
En vuestra patria, un archipiélago con centenares de islas, se hablan más de ochocientas lenguas, correspondientes a otras tantas etnias: esto pone de relieve una extraordinaria riqueza cultural y humana; y confieso que es algo que me fascina mucho, también a nivel espiritual, porque imagino que esta enorme variedad es un desafío al Espíritu Santo, ¡que crea la armonía de las diferencias!
Su país, pues, además de islas y lenguas, es también rico en recursos terrestres e hídricos. Estos bienes están destinados por Dios a toda la comunidad y, aunque su explotación requiera la participación de conocimientos más amplios y de grandes empresas internacionales, es justo que en la distribución de los beneficios y en el empleo de la mano de obra se tengan debidamente en cuenta las necesidades de las poblaciones locales, para producir una mejora efectiva de sus condiciones de vida.
Esta riqueza medioambiental y cultural representa al mismo tiempo una gran responsabilidad, porque compromete a todos, a los gobernantes junto con los ciudadanos, a favorecer todas las iniciativas necesarias para valorizar los recursos naturales y humanos, de manera que se dé lugar a un desarrollo sostenible y equitativo, que promueva el bienestar de todos, sin excluir a nadie, mediante programas concretamente ejecutables y mediante la cooperación internacional, en el respeto mutuo y con acuerdos beneficiosos para todas las partes.
Una condición necesaria para esos resultados duraderos es la estabilidad de las instituciones, que se ve favorecida por el acuerdo sobre determinados puntos esenciales entre las distintas concepciones y sensibilidades de la sociedad. Aumentar la solidez institucional y crear consenso sobre las opciones fundamentales es, de hecho, un requisito previo para el desarrollo integral solidario. También requiere una visión a largo plazo y un clima de cooperación entre todos, incluso en la distinción de papeles y las diferencias de opinión.
En particular, espero que se ponga fin a la violencia tribal, que desgraciadamente causa muchas víctimas, no permite vivir en paz y obstaculiza el desarrollo. Apelo, pues, al sentido de la responsabilidad de todos para detener la espiral de violencia y emprender decididamente el camino que conduce a una cooperación fructífera, en beneficio de toda la población del país.
En el clima generado por estas actitudes, la cuestión del estatuto de la isla de Bougainville también puede encontrar una solución definitiva, evitando que se reaviven viejas tensiones.
Consolidando el acuerdo sobre los fundamentos de la sociedad civil, y con la disposición de cada individuo a sacrificar algo de su propia posición por el bien de todos, pueden ponerse en marcha las fuerzas necesarias para mejorar las infraestructuras, atender las necesidades sanitarias y educativas de la población y aumentar las oportunidades de un trabajo digno.
Sin embargo, aunque a veces lo olvidemos, los seres humanos necesitan, además de las necesidades de la vida, una gran esperanza en sus corazones, que les haga vivir bien, les dé el gusto y el valor de emprender proyectos de gran envergadura, y les permita mirar hacia arriba y hacia vastos horizontes.
La abundancia de bienes materiales, sin este soplo del alma, no basta para dar vida a una sociedad vital y serena, trabajadora y alegre; al contrario, la hace replegarse sobre sí misma. La aridez del corazón le hace perder la orientación y olvidar la justa escala de valores; le quita el ímpetu y la bloquea hasta el punto -como ocurre en algunas sociedades opulentas- de que pierde la esperanza en el futuro y ya no encuentra motivos para transmitir vida.
Por eso es necesario orientar el espíritu hacia realidades mayores; es necesario que el comportamiento esté sostenido por una fuerza interior, que lo proteja del riesgo de corromperse y de perder por el camino la capacidad de reconocer el sentido del propio trabajo y de llevarlo a cabo con dedicación y constancia.
Los valores del espíritu influyen enormemente en la construcción de la ciudad terrenal y de todas las realidades temporales, infunden un alma -por así decirlo-, inspiran y fortalecen cada proyecto. Esto se refleja también en el logotipo y el lema de mi visita a Papúa Nueva Guinea. El lema lo dice todo con una sola palabra: «Rezar». Quizá algunos, demasiado observadores de lo «políticamente correcto», se sorprendan por esta elección; pero en realidad se equivocan, porque un pueblo que reza tiene futuro, sacando fuerza y esperanza de lo alto. E incluso el emblema del ave del paraíso, en el logotipo del viaje, es un símbolo de libertad: de esa libertad que nada ni nadie puede sofocar porque es interior, y está custodiada por Dios, que es amor y quiere que sus hijos sean libres.
Para todos los que se profesan cristianos -la inmensa mayoría de vuestro pueblo- deseo fervientemente que la fe no se reduzca nunca a la observancia de ritos y preceptos, sino que consista en el amor, en amar a Jesucristo y seguirle, y que pueda convertirse en cultura vivida, inspirando mentes y acciones y convirtiéndose en faro de luz que ilumine el rumbo. De este modo, la fe también puede ayudar a la sociedad en su conjunto a crecer y a encontrar soluciones buenas y eficaces a sus grandes desafíos.
Distinguidas Señoras y Señores, he venido aquí para animar a los fieles católicos a proseguir su camino y confirmarlos en su profesión de fe; he venido para alegrarme con ellos de los progresos que realizan y para compartir sus dificultades; estoy aquí, como diría San Pablo, como «colaborador en vuestra alegría» (2 Co 1,24).
Felicito a las comunidades cristianas por las obras de caridad que realizan en el país, y las exhorto a buscar siempre la colaboración con las instituciones públicas y con todas las personas de buena voluntad, comenzando por sus hermanos y hermanas pertenecientes a otras confesiones cristianas y a otras religiones, para el bien común de todos los ciudadanos de Papúa Nueva Guinea.
El luminoso testimonio del beato Peter To Rot -como dijo san Juan Pablo II durante la misa de su beatificación- «nos enseña a ponernos generosamente al servicio de los demás para que la sociedad se desarrolle en la honestidad y la justicia, en la armonía y la solidaridad» (cf. Homilía, Port Moresby, 17 de enero de 1995). Que su ejemplo, junto con el del beato Giovanni Mazzucconi, del PIME, y el de todos los misioneros que han anunciado el Evangelio en esta tierra vuestra, os den fuerza y esperanza.
Que San Miguel Arcángel, Patrono de Papúa Nueva Guinea, vele siempre por vosotros y os defienda de todo peligro, proteja a las Autoridades y a todo el pueblo de este país.
Excelencia, ha hablado usted de las mujeres. No olvidemos que son ellas las que llevan adelante un país. Las mujeres tienen la fuerza de dar vida, de construir, de hacer crecer un país. No olvidemos a las mujeres, que están en la vanguardia del desarrollo humano y espiritual.
¡Excelencia, Señoras y Señores!
Comienzo mi visita entre ustedes con alegría. Os doy las gracias por haberme abierto las puertas de vuestro hermoso país, tan lejos de Roma y, sin embargo, tan cerca del corazón de la Iglesia católica. Porque en el corazón de la Iglesia está el amor de Jesucristo, que en la cruz abrazó a todos los hombres. Su Evangelio es para todos los pueblos, no está ligado a ningún poder terrenal, sino que es libre para fecundar todas las culturas y hacer crecer el Reino de Dios en el mundo. El Evangelio se inculturiza y las culturas se evangelizan. Que este Reino de Dios encuentre plena acogida en esta tierra, para que todos los pueblos de Papúa Nueva Guinea, con la variedad de sus tradiciones, convivan en armonía y den al mundo un signo de fraternidad. Muchas gracias.
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