SINGAPUR | El edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios, somos todos nosotros

12 septiembre, 2024

SINGAPUR | El edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios, somos todos nosotros, así lo afirmó el Santo Padre al compartir su Homilía al presidir la Santa Misa. Celebrada en el Estadio Nacional en el Singapore Sports Hub, el Papa decía, “«La ciencia llena de soberbia, mientras que el amor edifica» (1 Co 8,1). San Pablo dirige estas palabras a los hermanos y hermanas de la comunidad cristiana de Corinto: una comunidad rica en muchos carismas (cf. 1Cor 1,4-5), a la que el Apóstol recomienda a menudo en sus cartas cultivar la comunión en la caridad”.

Continuando agregaba, “(…) si algo bueno existe y permanece en este mundo, es sólo porque, en infinitas y variadas circunstancias, el amor ha prevalecido sobre el odio, la solidaridad sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo. Sin esto, aquí nadie habría podido hacer crecer una metrópolis tan grande, los arquitectos no habrían diseñado, los obreros no habrían trabajado y nada se habría conseguido”.

En otro tramo, el Santo Padre compartía, “(…) en la raíz de nuestra capacidad de amar y ser amados está Dios mismo, que con corazón de Padre nos ha querido y traído a la existencia de manera totalmente gratuita (cf. 1 Co 8,6) y que de manera igualmente gratuita nos ha redimido y liberado del pecado y de la muerte, con la muerte y resurrección de su Hijo Unigénito. En Él, en Jesús, tiene su origen y realización todo lo que somos y podemos llegar a ser”.

Completando, señalaba, “el edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios, ¿qué es? Somos nosotros, somos todos nosotros: hijos amados de un mismo Padre (cf. Lc 6,36), llamados a su vez a difundir el amor. Las lecturas de esta Santa Misa nos hablan de él de diversas maneras, que desde distintos puntos de vista describen la misma realidad: la caridad, que es dulce al respetar la vulnerabilidad de los débiles (cf. 1 Co 8,13), providente al conocer y acompañar a los que están inseguros en el camino de la vida (cf. Sal 138), magnánima, benévola, al perdonar más allá de todo cálculo y medida (cf. Lc 6,27-38)”.

A continuación, compartimos en forma completa la Homilía del Santo Padre Francisco:

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO

A INDONESIA, PAPÚA NUEVA GUINEA

TIMOR-LESTE, SINGAPUR

(2-13 de septiembre de 2024)

SANTIDAD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Estadio Nacional en el Singapore Sports Hub

Jueves 12 de septiembre de 2024

«La ciencia llena de soberbia, mientras que el amor edifica» (1 Co 8,1). San Pablo dirige estas palabras a los hermanos y hermanas de la comunidad cristiana de Corinto: una comunidad rica en muchos carismas (cf. 1Cor 1,4-5), a la que el Apóstol recomienda a menudo en sus cartas cultivar la comunión en la caridad.

Los escuchamos mientras agradecemos juntos al Señor por la Iglesia de Singapur, también rica en dones, vibrante, en crecimiento y en diálogo constructivo con las diversas otras Confesiones y Religiones con las que comparte esta maravillosa tierra.

Precisamente por eso, quisiera comentar las mismas palabras, inspirándome en la belleza de esta ciudad, y en la gran y audaz arquitectura que contribuye a hacerla tan famosa y fascinante, comenzando por el impresionante complejo del Estadio Nacional, donde nos encontramos. Y quisiera hacerlo recordando que, en última instancia, incluso en el origen de esas imponentes construcciones, como en el de cualquier otra empresa que deja una huella positiva en este mundo, no está, como muchos piensan, en primer lugar el dinero, ni la técnica, ni siquiera la ingeniería -todos medios útiles, muy útiles-, sino el amor: «el amor que construye», precisamente.

Quizá algunos puedan pensar que se trata de una afirmación ingenua, pero si reflexionamos detenidamente, no es así. No hay obra buena, en efecto, detrás de la cual no haya tal vez personas brillantes, fuertes, ricas, creativas, pero también mujeres y hombres frágiles, como nosotros, para quienes sin amor no hay vida, no hay impulso, no hay razón para actuar, no hay fuerza para construir.

Queridos hermanos y hermanas, si algo bueno existe y permanece en este mundo, es sólo porque, en infinitas y variadas circunstancias, el amor ha prevalecido sobre el odio, la solidaridad sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo. Sin esto, aquí nadie habría podido hacer crecer una metrópolis tan grande, los arquitectos no habrían diseñado, los obreros no habrían trabajado y nada se habría conseguido.

Así pues, lo que vemos es un signo, y detrás de cada una de las obras que tenemos ante nosotros hay tantas historias de amor por descubrir: de hombres y mujeres unidos entre sí en una comunidad, de ciudadanos dedicados a su país, de madres y padres preocupados por sus familias, de profesionales y trabajadores de todo tipo y grado, honestamente comprometidos en sus diversas funciones y tareas. Y es bueno que aprendamos a leerlas, estas historias, escritas en las fachadas de nuestras casas y en los caminos de nuestras calles, y a transmitir su memoria, para recordarnos que nada duradero nace y crece sin amor.

A veces ocurre que la grandeza y la grandiosidad de nuestros proyectos pueden hacernos olvidar esto, engañándonos al pensar que podemos, por nosotros mismos, ser los autores de nosotros mismos, de nuestra riqueza, de nuestro bienestar, de nuestra felicidad, pero al final la vida siempre nos devuelve a una realidad: sin amor no somos nada.

La fe, pues, nos confirma e ilumina aún más sobre esta certeza, porque nos dice que en la raíz de nuestra capacidad de amar y ser amados está Dios mismo, que con corazón de Padre nos ha querido y traído a la existencia de manera totalmente gratuita (cf. 1 Co 8,6) y que de manera igualmente gratuita nos ha redimido y liberado del pecado y de la muerte, con la muerte y resurrección de su Hijo Unigénito. En Él, en Jesús, tiene su origen y realización todo lo que somos y podemos llegar a ser.

Así, en nuestro amor vemos un reflejo del amor de Dios, como dijo San Juan Pablo II con ocasión de su visita a esta tierra (cf. San Juan Pablo II, Homilía de la Santa Misa en el Estadio Nacional de Singapur, 20 de noviembre de 1986), añadiendo una frase importante, a saber, que «por eso el amor se caracteriza por un profundo respeto a todas las personas, independientemente de su raza, credo o lo que las haga diferentes de nosotros» (ibid.).

Hermanos y hermanas, ésta es una palabra importante para nosotros porque, más allá del asombro que sentimos ante las obras hechas por el hombre, nos recuerda que existe una maravilla aún mayor, que hay que abrazar con admiración y respeto aún mayores: a saber, los hermanos y hermanas que encontramos cada día en nuestro camino, sin preferencias ni diferencias, como la sociedad y la Iglesia singapurenses, étnicamente tan diversas y, sin embargo, ¡tan unidas y solidarias!

El edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios, ¿qué es? Somos nosotros, somos todos nosotros: hijos amados de un mismo Padre (cf. Lc 6,36), llamados a su vez a difundir el amor. Las lecturas de esta Santa Misa nos hablan de él de diversas maneras, que desde distintos puntos de vista describen la misma realidad: la caridad, que es dulce al respetar la vulnerabilidad de los débiles (cf. 1 Co 8,13), providente al conocer y acompañar a los que están inseguros en el camino de la vida (cf. Sal 138), magnánima, benévola, al perdonar más allá de todo cálculo y medida (cf. Lc 6,27-38).

El amor que Dios nos muestra, y que nos invita a practicar a su vez, es así: «Responde con generosidad a las necesidades de los pobres, está marcado por la piedad hacia los que sufren, dispuesto a ofrecer hospitalidad, fiel en los momentos difíciles, siempre dispuesto a perdonar, a esperar», perdonar y esperar, hasta el punto de «corresponder a una blasfemia con una bendición está en el corazón del Evangelio» (cf. San Juan Pablo II, Homilía de la Santa Misa en el Estadio Nacional de Singapur, 20 de noviembre de 1986).

Lo vemos en tantas figuras de santos: hombres y mujeres conquistados por el Dios de la misericordia, hasta convertirse en su reflejo, en su eco, en su imagen viva. Y quisiera, para concluir, recordar a dos de ellos.

El primero es María, cuyo Santísimo Nombre celebramos hoy. A cuántas personas su apoyo y su presencia han dado y dan esperanza, en cuántos labios su Nombre ha aparecido y aparece en momentos de alegría y también de dolor. Y es que en Ella, en María, vemos manifestado el amor del Padre de una de las maneras más bellas y totales: la de la ternura -¡no olvidemos la ternura! – la ternura de una madre, que todo lo comprende, que todo lo perdona y que nunca nos abandona. ¡Por eso nos dirigimos a Ella!

El segundo es un santo muy querido en esta tierra, que encontró aquí hospitalidad muchas veces durante sus viajes misioneros. Hablo de san Francisco Javier, que fue acogido en esta tierra en muchas ocasiones, la última el 21 de julio de 1552.

Nos queda una hermosa carta suya dirigida a San Ignacio y a sus primeros compañeros, en la que expresa su deseo de ir a todas las universidades de su tiempo para «gritar aquí y allá como un loco y sacudir a los que tienen más ciencia que caridad», para que se sientan impulsados a hacerse misioneros por amor a sus hermanos, «diciendo desde lo más profundo de su corazón: “Señor, aquí estoy; ¿qué quieres que haga?”» (Carta de Cochín, enero de 1544).

También nosotros podríamos hacer nuestras estas palabras, siguiendo su ejemplo y el de María: «Señor, aquí estoy; ¿qué quieres que haga?», para que nos acompañen no sólo en estos días, sino siempre, como un compromiso constante de escuchar y responder con prontitud a las invitaciones al amor y a la justicia, que nos siguen llegando hoy desde la infinita caridad de Dios.

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