PAPA FRANCISCO | La unidad de vida, la unidad de Pentecostés, según el Espíritu, se consigue cuando uno se esfuerza por poner a Dios, y no a uno mismo, en el centro, así lo señaló el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco continuando con el ciclo de catequesis >>El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza «, centró su meditación en el tema: “Todos fueron llenos del Espíritu Santo” El Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles» (Lectura: Hch 11,15-17).
El Papa nos decía, “en nuestro itinerario catequético sobre el Espíritu Santo y la Iglesia, hoy nos referimos al libro de los Hechos de los Apóstoles. El relato de la bajada del Espíritu Santo en Pentecostés comienza con la descripción de algunos signos preparatorios -el viento rugiente y las lenguas de fuego-, pero concluye con la afirmación: «Y quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,4). San Lucas, autor de los Hechos de los Apóstoles, subraya que el Espíritu Santo es quien garantiza la universalidad y la unidad de la Iglesia”.
Continuando, agregó, “(…) Lucas quiso subrayar la misión universal de la Iglesia, como signo de una nueva unidad entre todos los pueblos. El Espíritu actúa en favor de la unidad de dos maneras. Por una parte, empuja a la Iglesia hacia el exterior, para que pueda acoger cada vez a más personas y pueblos; por otra, la reúne en su interior para consolidar la unidad alcanzada. Le enseña a extenderse en la universalidad y a recogerse en la unidad. Universal y una: éste es el misterio de la Iglesia”.
En otro párrafo el Santo Padre señalaba, “el segundo movimiento del Espíritu Santo -el que crea la unidad- lo vemos en acción en el capítulo 15 de los Hechos, en el desarrollo del llamado Concilio de Jerusalén. El problema es cómo conseguir que la universalidad alcanzada no comprometa la unidad de la Iglesia. El Espíritu Santo no siempre obra la unidad de repente, con intervenciones milagrosas y decisivas, como en Pentecostés. También lo hace -y en la mayoría de los casos- con un trabajo discreto, respetuoso del tiempo y de las diferencias humanas, pasando por las personas y las instituciones, la oración y la confrontación”.
Seguidamente, el Pontífice, subrayó, “San Agustín explica la unidad realizada por el Espíritu Santo con una imagen que se ha hecho clásica: «Lo que el alma es al cuerpo humano, el Espíritu Santo es al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» [1]. La imagen nos ayuda a comprender algo importante. El Espíritu Santo no obra la unidad de la Iglesia desde fuera; no se limita a ordenarnos que estemos unidos. Es Él mismo el «vínculo de unidad». Es Él quien hace la unidad de la Iglesia”.
Completando, cerraba diciendo, “la razón -por la que la unidad entre nosotros es difícil- es que cada uno quiere, sí, unidad, pero en torno a su propio punto de vista, sin pensar que la otra persona que tiene enfrente piensa exactamente lo mismo sobre «su» punto de vista. De este modo, la unidad sólo retrocede. La unidad de vida, la unidad de Pentecostés, según el Espíritu, se consigue cuando uno se esfuerza por poner a Dios, y no a uno mismo, en el centro. La unidad de los cristianos también se construye así: no esperando a que los demás se unan a nosotros donde estamos, sino avanzando juntos hacia Cristo”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 9 de octubre de 2024
Ciclo de Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza. 8. «Todos quedaron llenos del Espíritu Santo». El Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro itinerario catequético sobre el Espíritu Santo y la Iglesia, hoy nos referimos al libro de los Hechos de los Apóstoles.
El relato de la bajada del Espíritu Santo en Pentecostés comienza con la descripción de algunos signos preparatorios -el viento rugiente y las lenguas de fuego-, pero concluye con la afirmación: «Y quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,4). San Lucas, autor de los Hechos de los Apóstoles, subraya que el Espíritu Santo es quien garantiza la universalidad y la unidad de la Iglesia. El efecto inmediato de estar «llenos del Espíritu Santo» es que los Apóstoles «comenzaron a hablar en otras lenguas» y salieron del Cenáculo para anunciar a Jesucristo a la multitud (cf. Hch 2,4ss).
Con ello, Lucas quiso subrayar la misión universal de la Iglesia, como signo de una nueva unidad entre todos los pueblos. El Espíritu actúa en favor de la unidad de dos maneras. Por una parte, empuja a la Iglesia hacia el exterior, para que pueda acoger cada vez a más personas y pueblos; por otra, la reúne en su interior para consolidar la unidad alcanzada. Le enseña a extenderse en la universalidad y a recogerse en la unidad. Universal y una: éste es el misterio de la Iglesia.
El primero de los dos movimientos -la universalidad- lo vemos en acción en el capítulo 10 de los Hechos, en el episodio de la conversión de Cornelio. El día de Pentecostés, los Apóstoles habían anunciado a Cristo a todos los judíos y cumplidores de la ley mosaica, pertenecieran al pueblo que pertenecieran. Hace falta otro «Pentecostés», muy similar al primero, el de la casa del centurión Cornelio, para inducir a los Apóstoles a ampliar el horizonte y derribar la última barrera, la que separa a judíos y paganos (cf. Hch 10-11).
A esta expansión étnica se añade la geográfica. Pablo -leemos de nuevo en los Hechos de los Apóstoles (cf. 16,6-10)- quiso anunciar el Evangelio en una nueva región de Asia Menor; pero, está escrito, «el Espíritu Santo se lo impidió»; quiso pasar a Bitinia «pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió». Se descubre inmediatamente la razón de estas sorprendentes prohibiciones del Espíritu: la noche siguiente, el Apóstol recibió en sueños la orden de pasar a Macedonia. El Evangelio salía así de su Asia natal y entraba en Europa.
El segundo movimiento del Espíritu Santo -el que crea la unidad- lo vemos en acción en el capítulo 15 de los Hechos, en el desarrollo del llamado Concilio de Jerusalén. El problema es cómo conseguir que la universalidad alcanzada no comprometa la unidad de la Iglesia. El Espíritu Santo no siempre obra la unidad de repente, con intervenciones milagrosas y decisivas, como en Pentecostés. También lo hace -y en la mayoría de los casos- con un trabajo discreto, respetuoso del tiempo y de las diferencias humanas, pasando por las personas y las instituciones, la oración y la confrontación. De un modo, diríamos hoy, sinodal. Es lo que ocurrió, de hecho, en el Concilio de Jerusalén, para la cuestión de las obligaciones de la Ley mosaica que debían imponerse a los conversos del paganismo. Su solución fue anunciada a toda la Iglesia con las conocidas palabras: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…». (Hch 15,28).
San Agustín explica la unidad realizada por el Espíritu Santo con una imagen que se ha hecho clásica: «Lo que el alma es al cuerpo humano, el Espíritu Santo es al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» [1]. La imagen nos ayuda a comprender algo importante. El Espíritu Santo no obra la unidad de la Iglesia desde fuera; no se limita a ordenarnos que estemos unidos. Es Él mismo el «vínculo de unidad». Es Él quien hace la unidad de la Iglesia.
Como siempre, concluimos con un pensamiento que nos ayuda a pasar de la unidad de la Iglesia a cada uno de nosotros. La unidad de la Iglesia es unidad entre las personas y no se realiza en la mesa, sino en la vida. Se realiza en la vida. Todos queremos la unidad, todos la deseamos desde lo más profundo de nuestro corazón; sin embargo, es tan difícil de conseguir que, incluso dentro del matrimonio y de la familia, la unidad y la armonía son de las cosas más difíciles de lograr y aún más difíciles de mantener.
La razón -por la que la unidad entre nosotros es difícil- es que cada uno quiere, sí, unidad, pero en torno a su propio punto de vista, sin pensar que la otra persona que tiene enfrente piensa exactamente lo mismo sobre «su» punto de vista. De este modo, la unidad sólo retrocede. La unidad de vida, la unidad de Pentecostés, según el Espíritu, se consigue cuando uno se esfuerza por poner a Dios, y no a uno mismo, en el centro. La unidad de los cristianos también se construye así: no esperando a que los demás se unan a nosotros donde estamos, sino avanzando juntos hacia Cristo.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a ser instrumentos de unidad y de paz.
__________________________________________
[1] Discursos, 267, 4
________________________________
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En este mes dedicado a las misiones —veo banderas uruguayas, argentinas, colombianas, ecuatorianas, mexicanas, a todos los saludo—, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a renovar nuestro compromiso bautismal, y que sea Cristo la piedra angular de nuestras vidas, para ofrecer un testimonio alegre de la unidad y de la paz que Él nos da. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
* * *
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los Misioneros Salesianos y a los sacerdotes de Rumanía. Saludo a la Opera di San Michele Arcangelo de Petralia, a la Scuola Benedetta Cambiagio de Roma y a la delegación del Ayuntamiento de Cervia.
Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, los enfermos, los ancianos y los recién casados. El mes de octubre, dedicado al Santo Rosario, es una ocasión preciosa para valorizar esta tradicional oración mariana. Os exhorto a todos a rezar el Rosario todos los días, abandonándoos confiadamente en las manos de María. A Ella, nuestra Madre solícita, confiamos el sufrimiento y el deseo de paz de los pueblos que sufren la locura de la guerra, especialmente la atormentada Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar, Sudán.
A todos mi bendición.
0 comentarios