PAPA FRANCISCO | Entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por excelencia, el Sacramento del Espíritu Santo, es el Sacramento de la Confirmación, así lo señalaba el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco, continuando ciclo de Catequesis, «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza», centró su meditación en el tema: “Él nos ha ungido y nos ha impreso el sello”. La Confirmación, sacramento del Espíritu Santo (Lectura: Hch 8,14-17).
Al respecto, nos decía, “la acción santificadora del Espíritu Santo nos llega, en primer lugar, a través de dos canales: la Palabra de Dios y los Sacramentos. Y entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por excelencia, el Sacramento del Espíritu Santo, y sobre él quisiera detenerme hoy. Es el Sacramento de la Confirmación.
En el Nuevo Testamento, además del bautismo con agua, se menciona otro rito, el de la imposición de manos, que tiene como finalidad comunicar visible y carismáticamente el Espíritu Santo, con efectos similares a los producidos en los Apóstoles en Pentecostés”.
Continuando, el Papa agregó, “(…) escribe San Pablo en la Segunda Epístola a los Corintios: «Es Dios mismo quien nos confirma, junto con vosotros, en Cristo y nos ha ungido, imprimiendo el sello en nosotros, y nos ha dado la inhabitación del Espíritu en nuestros corazones» (1.21-22). El anticipo del Espíritu. El tema del Espíritu Santo como «sello real» con el que Cristo marca a sus ovejas es la base de la doctrina del «carácter indeleble» que confiere este rito”.
Profundizando, el Pontífice señalaba, “con el paso del tiempo, el rito de la unción se configuró como un sacramento de pleno derecho, asumiendo diferentes formas y contenidos en las diversas épocas y ritos de la Iglesia. Me parece que el Catecismo para adultos de la Conferencia Episcopal Italiana describe con sencillez y claridad lo que la Iglesia entiende por el sacramento de la Confirmación. Dice así: «La Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia”.
Completando, el Santo Padre nos decía sobre el Sacramento de la Confirmación, “(…) debemos hacer de él el sacramento del comienzo de una participación activa en la vida de la Iglesia. Es un objetivo que puede parecernos imposible dada la situación que existe un poco en toda la Iglesia, pero no debemos dejar de perseguirlo”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Ciclo de Catequesis.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy continuamos nuestra reflexión sobre la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia a través de los sacramentos.
La acción santificadora del Espíritu Santo nos llega, en primer lugar, a través de dos canales: la Palabra de Dios y los Sacramentos. Y entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por excelencia, el Sacramento del Espíritu Santo, y sobre él quisiera detenerme hoy. Es el Sacramento de la Confirmación.
En el Nuevo Testamento, además del bautismo con agua, se menciona otro rito, el de la imposición de manos, que tiene como finalidad comunicar visible y carismáticamente el Espíritu Santo, con efectos similares a los producidos en los Apóstoles en Pentecostés. Los Hechos de los Apóstoles relatan un episodio significativo a este respecto. Habiendo oído que algunos en Samaria habían recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan desde Jerusalén. «Descendieron -dice el texto- y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo» (8,14-17).
A esto se añade lo que escribe San Pablo en la Segunda Epístola a los Corintios: «Es Dios mismo quien nos confirma, junto con vosotros, en Cristo y nos ha ungido, imprimiendo el sello en nosotros, y nos ha dado la inhabitación del Espíritu en nuestros corazones» (1.21-22). El anticipo del Espíritu. El tema del Espíritu Santo como «sello real» con el que Cristo marca a sus ovejas es la base de la doctrina del «carácter indeleble» que confiere este rito.
Con el paso del tiempo, el rito de la unción se configuró como un sacramento de pleno derecho, asumiendo diferentes formas y contenidos en las diversas épocas y ritos de la Iglesia. No es éste el lugar para recorrer esta historia tan compleja. Me parece que el Catecismo para adultos de la Conferencia Episcopal Italiana describe con sencillez y claridad lo que la Iglesia entiende por el sacramento de la Confirmación. Dice así: «La Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia. [Refuerza la incorporación bautismal a Cristo y a la Iglesia y la consagración a la misión profética, real y sacerdotal. Comunica la abundancia de los dones del Espíritu […]. Por tanto, si el bautismo es el sacramento del nacimiento, la confirmación es el sacramento del crecimiento. Por eso es también el sacramento del testimonio, porque éste está estrechamente vinculado a la madurez de la existencia cristiana». [1]
El problema es cómo conseguir que el sacramento de la Confirmación no se reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la «salida» de la Iglesia. Se dice que es el «sacramento de la despedida», porque una vez que los jóvenes la hacen se van, y luego volverán para casarse. Así se dice. Pero debemos hacer de él el sacramento del comienzo de una participación activa en la vida de la Iglesia. Es un objetivo que puede parecernos imposible dada la situación que existe un poco en toda la Iglesia, pero no debemos dejar de perseguirlo. No será así para todos los candidatos a la Confirmación, niños o adultos, pero es importante que lo sea al menos para algunos que luego serán los animadores de la comunidad.
Para ello, puede ser útil contar, en la preparación al Sacramento, con la ayuda de fieles laicos que hayan tenido un encuentro personal con Cristo y una verdadera experiencia del Espíritu. Algunos dicen haberlo experimentado como un florecimiento en ellos del Sacramento de la Confirmación recibido de niños.
Pero esto no sólo afecta a los futuros confirmandos; nos afecta a todos y en todo momento. Junto con la Confirmación y la Unción, hemos recibido también, nos asegura el Apóstol, el depósito del Espíritu, que en otro lugar llama «las primicias del Espíritu» (Rm 8, 23). Debemos «gastar» este depósito, disfrutar de estas primicias, no enterrar bajo tierra los carismas y talentos recibidos.
San Pablo exhortó a su discípulo Timoteo a «reavivar el don de Dios, recibido por imposición de manos» (2 Tm 1,6), y el verbo utilizado sugiere la imagen de quien sopla sobre el fuego para reavivar su llama. He aquí un hermoso objetivo para el año jubilar. Quitar las cenizas de la costumbre y del desenganche, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en los Juegos Olímpicos, en portadores de la llama del Espíritu. ¡Que el Espíritu nos ayude a dar algunos pasos en esta dirección!
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[1] La verdad os hará libres. Catecismo para adultos. Libreria Editrice Vaticana 1995, p. 324.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que reavive el fuego del amor en nuestros corazones y nos impulse a dar un testimonio jubiloso de su presencia en nuestras vidas. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a la parroquia de San Leone di Saraceno y a la Cáritas de Teramo-Atri, con monseñor Leuzzi, exhortándoles a proseguir en el camino del testimonio evangélico. Saludo después a la Associazione Donne Giuriste Italia y a la Federación Faita-Federcamping: los animo a todos en su compromiso cotidiano de servicio a la comunidad.
Mi pensamiento está con los jóvenes, los enfermos, los ancianos y los recién casados. Nos acercamos a la solemnidad de Todos los Santos: os invito a vivir esta fiesta del año litúrgico, en la que la Iglesia quiere recordarnos un aspecto de su realidad: la gloria celestial de los hermanos y hermanas que nos han precedido en el camino de la vida y que ahora, en la visión del Padre, quieren estar en comunión con nosotros para ayudarnos a alcanzar la meta que nos espera. Y recemos por la paz. ¡La guerra crece! Pensemos en los países que tanto sufren: la atormentada Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar, Kivu del Norte y tantos países que están en guerra. ¡Recemos por la paz! La paz es un don del Espíritu Santo y la guerra siempre -siempre, siempre- es una derrota. En la guerra nadie gana; todos pierden. Recemos por la paz, hermanos y hermanas. Ayer vi que ametrallaron a 150 inocentes: ¿qué tienen que ver los niños con la guerra? ¿Las familias? Son las primeras víctimas. Recemos por la paz.
Y a todos, ¡mi bendición!
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