PAPA FRANCISCO | Predicar con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con las ideas y la doctrina, la vida y la convicción de nuestra fe

4 diciembre, 2024

PAPA FRANCISCO | Predicar con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con las ideas y la doctrina, la vida y la convicción de nuestra fe, así lo expresó el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco continuando el ciclo de catequesis «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza», centró su meditación en el tema »Anunciar el Evangelio en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo y la evangelización» (Lectura: 1 Co 2,1.4-5).

El Papa decía, “después de haber reflexionado sobre la acción santificadora y carismática del Espíritu, vamos a dedicar esta catequesis a otro aspecto: la obra evangelizadora del Espíritu Santo, es decir, su papel en la predicación de la Iglesia”. Agregando, continuó, “en el Nuevo Testamento, la palabra «Evangelio» tiene dos significados principales. Puede referirse a cualquiera de los cuatro Evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y en este sentido el Evangelio significa la buena nueva proclamada por Jesús durante su vida terrena”.

Siguiendo, el Santo Padre, compartió, “la predicación de Jesús, y más tarde la de los Apóstoles, contiene también todos los deberes morales que se desprenden del Evangelio, empezando por los Diez Mandamientos y terminando por el «nuevo» mandamiento del amor. Pero si no queremos volver a caer en el error denunciado por el Apóstol Pablo de anteponer la ley a la gracia y las obras a la fe, debemos partir siempre del anuncio de lo que Cristo ha hecho por nosotros”.

En otro párrafo, el Papa dijo, “el Evangelio debe ser predicado «por el Espíritu Santo» (1 Pe 1,12). La Iglesia debe hacer precisamente lo que Jesús dijo al comienzo de su ministerio público: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido y me ha enviado a dar buenas nuevas a los pobres» (Lc 4,18). Predicar con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con las ideas y la doctrina, la vida y la convicción de nuestra fe. Significa apoyarse no en «discursos persuasivos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y de su poder» (1 Co 2,4), como escribió San Pablo.

¿Cómo ponerlo en práctica si no depende de nosotros, sino de la venida del Espíritu Santo? En realidad, hay una cosa que depende de nosotros, en realidad dos, y las mencionaré brevemente. La primera es la oración. El Espíritu Santo viene sobre los que rezan, porque el Padre celestial -está escrito- «da el Espíritu Santo a los que se lo piden» (Lc 11,13), ¡sobre todo si se lo piden para anunciar el Evangelio de su Hijo! ¡Ay de predicar sin rezar!”

Completando, el Pontífice señaló, “(…) lo primero que depende de nosotros es orar, para que venga el Espíritu Santo. Lo segundo es no predicarnos a nosotros mismos, sino a Jesús, el Señor (cf. 2 Co 4,5).

Esto se refiere a la predicación. A veces hay sermones largos, de 20 minutos, de 30 minutos… Pero, por favor, los predicadores deben predicar una idea, un afecto y una llamada a la acción. Más allá de ocho minutos la predicación se desvanece, no se entiende”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber reflexionado sobre la acción santificadora y carismática del Espíritu, vamos a dedicar esta catequesis a otro aspecto: la obra evangelizadora del Espíritu Santo, es decir, su papel en la predicación de la Iglesia.

La Primera Carta de Pedro define a los apóstoles como «los que anunciaban el Evangelio por el Espíritu Santo» (cf. 1,12). En esta expresión encontramos los dos elementos constitutivos de la predicación cristiana: su contenido, que es el Evangelio, y su medio, que es el Espíritu Santo. Digamos algo del uno y del otro.

En el Nuevo Testamento, la palabra «Evangelio» tiene dos significados principales. Puede referirse a cualquiera de los cuatro Evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y en este sentido el Evangelio significa la buena nueva proclamada por Jesús durante su vida terrena. Después de la Pascua, la palabra «Evangelio» adquiere el nuevo significado de buena noticia sobre Jesús, es decir, el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. Es lo que el Apóstol llama «Evangelio» cuando escribe: «No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo el que cree» (Rom 1,16).

La predicación de Jesús, y más tarde la de los Apóstoles, contiene también todos los deberes morales que se desprenden del Evangelio, empezando por los Diez Mandamientos y terminando por el «nuevo» mandamiento del amor. Pero si no queremos volver a caer en el error denunciado por el Apóstol Pablo de anteponer la ley a la gracia y las obras a la fe, debemos partir siempre del anuncio de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Por eso, la Exhortación apostólica Evangelii gaudium insiste tanto en el primero de los dos, es decir, en el kerigma o «anuncio», del que depende toda aplicación moral.

En efecto, «en la catequesis, el primer anuncio o kerygma tiene un papel fundamental, que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de toda intención de renovación eclesial. […] Cuando decimos que este anuncio es ‘el primero’, esto no significa que esté al principio y luego sea olvidado o sustituido por otros contenidos que lo superan. Es el primero en sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, el que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y que siempre hay que volver a proclamar durante la catequesis de una u otra forma, en todas sus etapas y momentos. […] No hay que pensar que en la catequesis se abandona el kerigma en favor de una formación que se supone más «sólida». No hay nada más sólido, más profundo, más seguro, más coherente y más sabio que ese anuncio» (nn. 164-165), es decir, que el kerigma.

Hasta aquí hemos visto el contenido de la predicación cristiana. Sin embargo, debemos tener en cuenta también los medios del anuncio. El Evangelio debe ser predicado «por el Espíritu Santo» (1 Pe 1,12). La Iglesia debe hacer precisamente lo que Jesús dijo al comienzo de su ministerio público: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido y me ha enviado a dar buenas nuevas a los pobres» (Lc 4,18). Predicar con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con las ideas y la doctrina, la vida y la convicción de nuestra fe. Significa apoyarse no en «discursos persuasivos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y de su poder» (1 Co 2,4), como escribió San Pablo.

Fácil de decir, se podría objetar, pero ¿cómo ponerlo en práctica si no depende de nosotros, sino de la venida del Espíritu Santo? En realidad, hay una cosa que depende de nosotros, en realidad dos, y las mencionaré brevemente. La primera es la oración. El Espíritu Santo viene sobre los que rezan, porque el Padre celestial -está escrito- «da el Espíritu Santo a los que se lo piden» (Lc 11,13), ¡sobre todo si se lo piden para anunciar el Evangelio de su Hijo! ¡Ay de predicar sin rezar! Uno se convierte en lo que el Apóstol llama «bronces que retumban y címbalos que retiñen» (cf. 1 Co 13,1).

Por eso, lo primero que depende de nosotros es orar, para que venga el Espíritu Santo. Lo segundo es no predicarnos a nosotros mismos, sino a Jesús, el Señor (cf. 2 Co 4,5).

Esto se refiere a la predicación. A veces hay sermones largos, de 20 minutos, de 30 minutos… Pero, por favor, los predicadores deben predicar una idea, un afecto y una llamada a la acción. Más allá de ocho minutos la predicación se desvanece, no se entiende. Y esto se lo digo a los predicadores… [aplausos] ¡Veo que les gusta oír esto! A veces vemos a hombres que, cuando empieza el sermón, salen a fumar un cigarrillo y luego vuelven a entrar. Por favor, el sermón debe ser una idea, un afecto y una propuesta de acción. Y nunca durar más de diez minutos. Esto es muy importante.

Lo segundo -les decía- es no predicarnos a nosotros mismos sino al Señor. No hace falta insistir en esto, porque cualquiera que se dedique a la evangelización sabe muy bien lo que significa en la práctica no predicarnos a nosotros mismos. Me limitaré a una aplicación particular de esta exigencia. No querer predicarnos a nosotros mismos implica también no dar siempre prioridad a las iniciativas pastorales promovidas por nosotros y vinculadas a nuestro propio nombre, sino colaborar de buen grado, si se nos pide, en las iniciativas comunitarias, o que se nos confían por obediencia.

¡Que el Espíritu Santo nos ayude, nos acompañe y enseñe a la Iglesia a predicar así el Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo! Gracias.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Estamos celebrando en estos días la Novena en preparación a la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Pidámosle a María nuestra Madre que, como ella, permanezcamos abiertos y disponibles a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en la misión que la Iglesia nos encomienda. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.


Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular al grupo «A Jesús por María», a la Cooperativa Giada de Colle Sannita, a los Voluntarios del Cuerpo Nacional de Medio Ambiente.

Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, los enfermos, los ancianos y los recién casados. El tiempo de Adviento, que acaba de comenzar, nos presenta en estos días el ejemplo luminoso de la Virgen Inmaculada. Que ella os estimule en vuestro camino de adhesión a Cristo y sostenga vuestra esperanza.

Y, por favor, ¡continuemos rezando por la paz! La guerra es una derrota humana. La guerra no resuelve los problemas, la guerra es el mal, la guerra destruye. Recemos por los países en guerra. No olvidemos la atormentada Ucrania, no olvidemos Palestina, Israel, Myanmar… ¡Tantos niños muertos, tantos muertos inocentes! Recemos para que el Señor nos traiga la paz. Recemos siempre por la paz

¡Mi bendición para todos!

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