FRANCIA | La guerra es siempre una derrota

15 diciembre, 2024

FRANCIA | La guerra es siempre una derrota, así lo afirmó el Santo Padre Francisco al compartir su mensaje antes de recitar la oración mariana del Ángelus. En el marco de su nuevo viaje Apostólico, Su Sanidad Francisco arribó en las primeras horas de la mañana de hoy a la ciudad de Ajaccio, donde participó de la sesión conclusiva del Congreso sobre “La religiosidad popular en el Mediterráneo”, que se desarrolló en el “Palais des Congrès et d’Exposition”. 

El Papa decía, “sólo estoy un día en esta hermosa tierra, pero he deseado tener al menos un breve momento para encontrarme con vosotros y saludaros. Esto me da la oportunidad, ante todo, de deciros gracias: gracias por estar aquí, con vuestra vida entregada; gracias por vuestro trabajo, (…)”. Agregando, “y del «gracias» paso inmediatamente a la gracia de Dios, que es el fundamento de la fe cristiana y de toda forma de consagración en la Iglesia. En el contexto europeo en el que nos encontramos, no faltan los problemas y los desafíos relativos a la transmisión de la fe, y cada día contáis con ello, descubriéndoos pequeños y frágiles: no sois muy numerosos, no disponéis de medios poderosos, los ambientes en los que actuáis no son siempre favorables a la acogida del anuncio del Evangelio”.

En otro párrafo, el Santo Padre dijo, “no lo olvidemos: el Señor está en el centro. No yo en el centro, sino Dios. A algún sacerdote presuntuoso que se pone a sí mismo en el centro, le decimos: éste es un sacerdote yo, me, mí, conmigo, para mí. Yo, yo, conmigo, para mí. No, el Señor está en el centro. Y esto es algo que quizá cada mañana, al salir el sol, cada pastor, cada consagrado debería repetir en la oración: también hoy, en mi servicio, no yo en el centro, sino Dios, el Señor”.

Finalmente, compartió, “en esta Catedral, que lleva el nombre de su Asunción al Cielo, el pueblo fiel la venera como Patrona y Madre de la Misericordia, la «Madunnuccia». Desde esta isla mediterránea, elevamos a Ella la súplica por la paz: paz para todas las tierras que bordean este mar, especialmente para Tierra Santa, donde María dio a luz a Jesús. Paz para Palestina, para Israel, para Líbano, para Siria, para todo Oriente Medio. Paz en la atormentada Myanmar. Y que la Santa Madre de Dios obtenga la ansiada paz para el pueblo ucraniano y el pueblo ruso”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO

A AJACCIO

CON OCASIÓN DEL CONGRESO

«LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN EL MEDITERRÁNEO».

ORACIÓN DEL ÁNGELUS CON OBISPOS, SACERDOTES, DIÁCONOS

CONSAGRADOS, CONSAGRADAS Y SEMINARISTAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Catedral Santa María de la Asunción – Ajaccio

Domingo 15 de diciembre de 2024

Queridos hermanos obispos

queridas consagradas, queridos sacerdotes, diáconos y seminaristas.

Sólo estoy un día en esta hermosa tierra, pero he deseado tener al menos un breve momento para encontrarme con vosotros y saludaros. Esto me da la oportunidad, ante todo, de deciros gracias: gracias por estar aquí, con vuestra vida entregada; gracias por vuestro trabajo, por vuestro compromiso cotidiano; gracias por ser signo del amor misericordioso de Dios y testigos del Evangelio. Me alegré mucho cuando pude saludar a uno de vosotros: ¡tiene 95 años y 70 de sacerdocio! Y eso es continuar con esa hermosa vocación. ¡Gracias hermano por tu testimonio! ¡Muchas gracias!

Y del «gracias» paso inmediatamente a la gracia de Dios, que es el fundamento de la fe cristiana y de toda forma de consagración en la Iglesia. En el contexto europeo en el que nos encontramos, no faltan los problemas y los desafíos relativos a la transmisión de la fe, y cada día contáis con ello, descubriéndoos pequeños y frágiles: no sois muy numerosos, no disponéis de medios poderosos, los ambientes en los que actuáis no son siempre favorables a la acogida del anuncio del Evangelio. Y a veces me viene a la mente una película, porque algunos están dispuestos a aceptar el Evangelio, pero no al «portavoz». Esa película tenía esta frase: «La música sí, pero el músico no». Pensad en ello, en la fidelidad a la transmisión del Evangelio. Esto nos ayudará. Sin embargo, esta pobreza sacerdotal, me gustaría decir, ¡es una bendición! ¿Por qué? Nos despoja de la pretensión de hacerlo solos, nos enseña a considerar la misión cristiana como algo que no depende de las fuerzas humanas, sino sobre todo de la obra del Señor, que siempre trabaja y actúa con lo poco que podemos ofrecerle.

No lo olvidemos: el Señor está en el centro. No yo en el centro, sino Dios. A algún sacerdote presuntuoso que se pone a sí mismo en el centro, le decimos: éste es un sacerdote yo, me, mí, conmigo, para mí. Yo, yo, conmigo, para mí. No, el Señor está en el centro. Y esto es algo que quizá cada mañana, al salir el sol, cada pastor, cada consagrado debería repetir en la oración: también hoy, en mi servicio, no yo en el centro, sino Dios, el Señor. Y digo esto porque hay un peligro en la mundanidad, un peligro que es la vanidad. Ser un «pavo real». Mirarse demasiado a uno mismo. La vanidad. Y la vanidad es un vicio malo, con mal olor. Ser un pavo real.

La primacía de la gracia divina no significa, sin embargo, que podamos dormir tranquilos sin asumir responsabilidades. Al contrario, debemos considerarnos «colaboradores de la gracia de Dios» (cf. 1 Co 3,9). Y así, caminando con el Señor, cada día volvemos a una pregunta esencial: ¿cómo estoy viviendo mi sacerdocio, mi consagración, mi discipulado? ¿Estoy cerca de Jesús?

Cuando hice visitas pastorales en la otra diócesis, conocí a algunos buenos sacerdotes que trabajaban muy, muy duro. «Dígame, ¿qué hace por la noche?». – «Estoy cansado, como algo y luego me acuesto a descansar un poco, a ver la televisión» – «¿Pero no vas a la capilla a saludar a tu Jefe?». – «Eh no…» – «¿Y tú, antes de irte a dormir haces esto, rezar un Ave María? Al menos sé educado: pásate por la capilla y di: ‘Adiós, muchas gracias, hasta mañana’». No te olvides del Señor El Señor al principio, en medio y al final de la jornada. Él es nuestro Líder. Y es un Líder que trabaja más que nosotros. No lo olvidéis.

Y yo te hago esta pregunta: ¿cómo vivo el discipulado? Fijadla en vuestro corazón, no la subestiméis, y no subestiméis la necesidad de este discernimiento, de esta mirada hacia dentro, para no quedar «molidos» por los ritmos y las actividades externas y perder nuestra consistencia interior. Por mi parte, me gustaría dejaros con una doble invitación: cuidaros a vosotros mismos y cuidar a los demás.

La primera: cuidar de vosotros. Porque la vida sacerdotal o religiosa no es un «sí» que se dice de una vez para siempre. No se vive del Señor. Al contrario, cada día hay que renovar la alegría del encuentro con Él, en cada momento hay que volver a escuchar su voz y decidirse a seguirle, incluso en los momentos de caída. Levántate, mira al Señor: «Perdóname, ayúdame a seguir». Esta cercanía fraterna y filial.

Recordémoslo: nuestra vida se expresa en el ofrecimiento de nosotros mismos, pero cuanto más un sacerdote, una monja, un religioso se dan, se gastan, trabajan por el Reino de Dios, tanto más se hace necesario que también cuiden de sí mismos. Un sacerdote, una monja, un diácono que se descuida a sí mismo acabará descuidando también a los que le han sido confiados. Para ello necesitamos una pequeña «regla de vida» -los religiosos ya tienen una-, que incluya una cita diaria con la oración y la Eucaristía, el diálogo con el Señor, cada uno según su propia espiritualidad y estilo. Y me gustaría añadir también: conservar algunos momentos de soledad; tener un hermano o hermana con quien compartir libremente lo que llevamos en el corazón -antiguamente se llamaba a esto el director espiritual, la directora espiritual-; cultivar algo que nos apasione, y no gastar el tiempo libre, sino descansar sanamente del cansancio del ministerio. ¡El ministerio cansa! Hay que tener miedo de esas personas que están siempre activas, siempre en el centro, que quizá por demasiado celo nunca descansan, nunca se toman un respiro para sí mismas. Hermanos, esto no es bueno, hacen falta espacios y momentos en los que cada sacerdote y cada consagrado se cuiden. Y no para hacerse un lifting para verse mejor, no, para hablar con el Amigo, con el Señor, y sobre todo con la Madre -no dejéis a la Virgen, por favor-, para hablar de la propia vida, de cómo van las cosas. Y tener siempre para esto tanto al confesor como a algún amigo que te conozca bien y con el que puedas hablar y hacer un buen discernimiento. ¡Los ‘hongos’ presbiterianos no son buenos!

Y otra cosa forma parte de este cuidado: la fraternidad entre vosotros. Aprendemos a compartir no sólo las fatigas y los desafíos, sino también la alegría y la amistad entre nosotros: vuestro obispo dice algo que me gusta mucho, a saber, que es importante pasar del «Libro de las Lamentaciones» al «Libro de los Cantos». Esto lo hacemos muy poco. Nos gustan las Lamentaciones. Y si el pobre Obispo olvidó su casquete esa mañana. Coge algo para cotillear sobre el Obispo. Es verdad, el Obispo es un pecador como cada uno de nosotros. ¡Somos hermanos! Cambia del «Libro de las Lamentaciones» al «Libro de los Cantos». Esto es importante, lo dice incluso un Salmo: «Has cambiado mi lamento en danza» (Sal 30,12). ¡Compartamos la alegría de ser apóstoles y discípulos del Señor! La alegría debe compartirse. De lo contrario, el lugar que debe ocupar la alegría lo ocupa el vinagre. Es feo encontrar a un sacerdote con el corazón amargado. Es feo. «Pero, ¿por qué estás así?» – «Eh, porque no le caigo bien al obispo… Porque nombraron obispo a ese otro y no a mí… Porque… Porque…». Las quejas. Por favor, para antes de las quejas, la envidia. La envidia es un vicio «amarillo». Pidamos al Señor que cambie nuestras quejas por danzas, que nos dé sentido del humor, sencillez evangélica.

Lo segundo: ocuparse de los demás. La misión que cada uno de vosotros ha recibido tiene siempre una sola finalidad: llevar a Jesús a los demás, dar a los corazones el consuelo del Evangelio. Me gusta recordar el momento en que el apóstol Pablo está a punto de volver a Corinto y, escribiendo a la comunidad, dice: «Por mí mismo me daré con gusto, más aún, me consumiré por vuestras almas» (2 Co 12,15). Consumirse por las almas, consumirse en la ofrenda de uno mismo por aquellos que nos han sido confiados. Y me acuerdo de un joven sacerdote santo que murió de cáncer no hace mucho. Vivía en un barrio de chabolas con la gente más pobre. Decía: «A veces tengo ganas de cerrar la ventana con ladrillos, porque la gente viene a todas horas y, si no abro la puerta, llaman a la ventana». El sacerdote con el corazón abierto a todos, sin hacer distinciones.

Escuchar, estar cerca de la gente, es también una invitación a encontrar, en el contexto actual, las formas pastorales más eficaces de evangelización. No tengáis miedo de cambiar, de revisar viejos esquemas, de renovar los lenguajes de la fe, aprendiendo que la misión no es una cuestión de estrategias humanas: es ante todo una cuestión de fe. Cuidar de los demás: de los que esperan la Palabra de Jesús, de los que se han alejado de Él, de los que necesitan orientación o consuelo para su sufrimiento. Cuidar de todos, en la formación y especialmente en el encuentro. Encontrar a la gente, allí donde vive y trabaja, eso es importante.

Y luego, una cosa que aprecio mucho: por favor, perdonad siempre. Y perdonadlo todo. Perdonar todo y siempre. A los sacerdotes les digo, en el sacramento de la Reconciliación, que no hagan demasiadas preguntas. Escuchad y perdonad. Un Cardenal -que es un poco conservador, un poco cuadriculado, pero es un gran sacerdote- dijo en una conferencia a los sacerdotes: «Si alguien [en la Confesión] empieza a tartamudear porque tiene vergüenza, yo le digo: está bien, lo comprendo, pasa a otra cosa. En realidad yo no he entendido nada, pero Él [el Señor] sí ha entendido’. Por favor, no torturen a la gente en el confesionario: dónde, cómo, cuándo, con quién… ¡Perdonen siempre, perdonen siempre! Hay un buen fraile capuchino en Buenos Aires, al que hice cardenal a los 96 años. Siempre tiene una larga cola de gente, porque es un buen confesor, yo también acudía a él. Este confesor me dijo una vez: «Oye, a veces tengo el escrúpulo de perdonar demasiado» – «¿Y qué haces?». – «Voy, rezo y digo: Señor, perdóname, he perdonado demasiado. Pero inmediatamente digo: ¡Pero si has sido Tú quien me ha dado el mal ejemplo!». Perdona siempre. Perdonadlo todo. Y esto se lo digo también a las religiosas y a los religiosos: perdonar, olvidar, cuando nos hacen algo malo, la comunidad ambiciosa se pelea… Perdonar. El Señor nos ha dado el ejemplo: ¡perdonad todo y siempre! A todos, a todos. Y os voy a hacer una confesión: ya tengo 55 años de sacerdocio, sí, anteayer cumplí 55, y nunca he negado la absolución. Y me gusta confesarme, y mucho. Siempre he buscado la manera de perdonar. No sé si es bueno, si el Señor me lo dará…. Pero este es mi testimonio.

Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias de todo corazón y os deseo un ministerio lleno de esperanza y alegría. Incluso en los momentos de cansancio y desánimo, no decaigáis. Volved vuestros corazones al Señor. No olvidéis llorar ante el Señor. Él se manifiesta y se encuentra si cuidáis de vosotros mismos y de los demás. Así Él ofrece consuelo a los que ha llamado y enviado. Id con ánimo: ¡Él os colmará de alegría!

Ahora nos dirigimos en oración a la Virgen María. En esta Catedral, que lleva el nombre de su Asunción al Cielo, el pueblo fiel la venera como Patrona y Madre de la Misericordia, la «Madunnuccia». Desde esta isla mediterránea, elevamos a Ella la súplica por la paz: paz para todas las tierras que bordean este mar, especialmente para Tierra Santa, donde María dio a luz a Jesús. Paz para Palestina, para Israel, para Líbano, para Siria, para todo Oriente Medio. Paz en la atormentada Myanmar. Y que la Santa Madre de Dios obtenga la ansiada paz para el pueblo ucraniano y el pueblo ruso. Son hermanos – «¡No, Padre, son primos!» – Son primos, hermanos, no lo sé, ¡pero que se entiendan! ¡Paz! Hermanos, hermanas, la guerra es siempre una derrota. Y la guerra en las comunidades religiosas, la guerra en las parroquias siempre es una derrota, ¡siempre! Que el Señor nos dé a todos la paz.

Y recemos por las víctimas del ciclón que ha azotado el archipiélago de Mayotte en las últimas horas. Estoy espiritualmente cerca de todos los que se han visto afectados por esta tragedia.

Y ahora, todos juntos, recemos el Ángelus

Angelus Domini…

Abre el seminario diocesano castrense

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