INDONESIA | Cada uno de nosotros es único a los ojos del Señor, y Él nunca se olvida de nosotros, nunca, así lo señaló el Santo Padre en sus palabras compartidas durante el Encuentro con los asistidos por las organizaciones caritativas. Luego del Encuentro Interreligioso, Su Santidad Francisco se dirigió hasta la Sede de la Conferencia Episcopal Indonesia, donde al referirse a los presentes, les dijo, “son pequeñas estrellas brillantes en el cielo de este archipiélago, son los miembros más valiosos de esta Iglesia, sus tesoros como enseñó el diácono mártir San Lorenzo desde los primeros siglos del cristianismo”.
El Papa decía, además, “afrontar juntos las dificultades, haciendo todos lo mejor que podemos aportando cada uno nuestra contribución única, nos enriquece y nos ayuda a descubrir día a día lo mucho que vale nuestro estar juntos, en el mundo, en la Iglesia, en la familia, (…)”. Completando, agregó, “(…) todos nos necesitamos, y esto no es malo. De hecho, nos ayuda a comprender cada vez mejor que el amor es lo más importante de nuestra existencia (cf. 1 Co 13,13), a darnos cuenta de cuántas personas buenas hay a nuestro alrededor. Cada uno de nosotros es único a sus ojos, a los ojos del Señor, y Él nunca se olvida de nosotros, nunca. Recordémoslo, para mantener viva nuestra esperanza y comprometernos a su vez, sin cansarnos nunca, a hacer de nuestra vida un don para los demás (cf. Jn 15, 12-13)”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A INDONESIA, PAPÚA NUEVA GUINEA
TIMOR-LESTE, SINGAPUR
(2-13 de septiembre de 2024)
ENCUENTRO CON LOS ASISTIDOS POR LAS ORGANIZACIONES CARITATIVAS
SALUDOS DEL SANTO PADRE
Sede de la Conferencia Episcopal Indonesia (Yakarta, Indonesia)
Jueves, 5 de septiembre de 2024
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Estoy muy contento de encontrarme con ustedes. Los saludo a todos, especialmente al Presidente de la Conferencia Episcopal de Indonesia, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. También doy las gracias a Mimi y a Andrew por lo que han compartido. Es muy bonito que los obispos indonesios hayan elegido celebrar con ustedes el centenario de su Conferencia nacional. Gracias. Gracias por esta elección. Gracias, Presidente. Veo que su espíritu cartujano nos ayuda a hacer estas cosas.
Son pequeñas estrellas brillantes en el cielo de este archipiélago, los miembros más preciados de esta Iglesia, sus «tesoros», como enseñaba el diácono mártir San Lorenzo desde los primeros siglos del cristianismo. Y aquí quiero subrayar que estoy totalmente de acuerdo con lo que ha dicho Mimi: Dios creó a los seres humanos con capacidades únicas para enriquecer la diversidad de nuestro mundo -¡hiciste bien, Mimi, gracias! – y tú misma nos lo has demostrado hablándonos de forma maravillosa de Jesús, «nuestro faro de esperanza». Gracias por ello.
Afrontar juntos las dificultades, haciendo todos lo mejor que podemos aportando cada uno nuestra contribución única, nos enriquece y nos ayuda a descubrir día a día lo mucho que vale nuestro estar juntos, en el mundo, en la Iglesia, en la familia, como nos ha recordado Andrew, a quien felicitamos también por su participación en los Juegos Paralímpicos: ¡bravo! Un aplauso para Andrew. Y démosle también uno a todos nosotros, llamados a convertirnos juntos en campeones del amor en la gran Olimpiada de la vida. ¡Aplaudamos todos!
Queridos amigos, todos nos necesitamos, y esto no es malo. De hecho, nos ayuda a comprender cada vez mejor que el amor es lo más importante de nuestra existencia (cf. 1 Co 13,13), a darnos cuenta de cuántas personas buenas hay a nuestro alrededor. También nos recuerda cuánto nos ama el Señor, a todos nosotros, más allá de todas las limitaciones y dificultades. Cada uno de nosotros es único a sus ojos, a los ojos del Señor, y Él nunca se olvida de nosotros, nunca. Recordémoslo, para mantener viva nuestra esperanza y comprometernos a su vez, sin cansarnos nunca, a hacer de nuestra vida un don para los demás (cf. Jn 15, 12-13).
Gracias, Gracias por este encuentro y por lo que hacen, todos juntos. Los bendigo y rezo por vosotros. Y, por favor, no olvidéis rezar también por mí. Gracias. Hoy me gustaría desear un feliz cumpleaños a esa madre que no ha podido venir, está en cama, pero hoy cumple 87 años. Le enviamos nuestros mejores deseos, desde aquí, todos juntos.
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