Luján | Todos nosotros tenemos una casa común, se llama Patria, para ustedes es Argentina, donde quieren vivir en paz y tranquilidad y tienen el derecho y el deber de protegerla, el resumen que conforma el presente título se desprende de la Homilía compartida por el Sr. Nuncio Apostólico, Arzobispo, Mons. Miroslaw Adamczyk en la celebración de la Santa Misa en la Peregrinación Castrense a Luján. Fue el medio día del 7 octubre, en el marco de la XVIII Peregrinación de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad a la Basílica Ntra. Sra. de Luján, en la ciudad de Luján, provincia de Buenos Aires.
Desde media mañana, los representantes de las Fuerzas Armadas, Fuerzas Federales de Seguridad, junto a sus Abanderados y Bandas de Música, sumados también al personal civil de estas, personal de Presidencia de la Nación, Quinta Presidencial de Olivos, y de los Ministerios de Defensa y Seguridad Nacional, llegaron juntos a la ciudad de Luján. Reunidos en la Plaza Belgrano, tras un año sin poder asistir, la alegría era plena entre los Diocesanos Castrenses que se disponían a llegar a la casa de nuestra Madre de Luján, Patrona de la Diócesis Castrense de Argentina y de nuestra República.
Presidió la Santa Misa, el Sr. Nuncio Apostólico, Arzobispo, Mons. Miroslaw Adamczyk, concelebraron, el Obispo Castrense de Argentina, Mons. Santiago Olivera, el Vicario General, Mons. Gustavo Acuña. También el Canciller y Capellán Mayor de la Armada Argentina, Padre Francisco Rostom Maderna, el Capellán Mayor del Ejército Argentino, Padre Eduardo Castellanos, el Capellán Mayor de la FAA, Padre César Tauro, el Capellán Mayor de PNA, Padre Diego Tibaldo, el Capellán Mayor de la PSA, Padre Rubén Bonacina y Capellanes Castrenses de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad.
Asistieron, autoridades de todas las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, representantes del Ministerio de Defensa y Ministerio de Seguridad la Nación, el Sr. Intendente de la ciudad de Luján, Sr. Leandro Boto, efectivos de las Fuerzas, fieles castrenses y familiares de estos, quienes colmaron el interior de la Basílica. En su Homilía, el Sr. Nuncio Apostólico señalaba, “saludo a todos ustedes muy cordialmente, en el nombre de Su Santidad Papa Francisco, que tengo el honor de representar en su país natal, y los saludo también a mi nombre personal.
Es para mí un honor y un privilegio poder celebrar hoy día la Santa Misa en el Santuario y Basílica de Luján, en ocasión de la décima octava peregrinación de la Diócesis Castrense”.
Seguidamente, Mons. Miroslaw Adamczyk agregó, “todos tenemos derecho a tener nuestra casa. La casa es algo muy importante para nosotros, siempre sentimos gran pena por la gente sin techo, sin casa. También, todos tenemos el derecho y el deber de proteger nuestra casa”.
Agregando más adelante, “(…) todos nosotros tenemos una casa común. Esta casa común se llama Patria. Para ustedes la Patria es Argentina, donde quieren vivir en paz y tranquilidad. Donde quieren vivir sin ser perturbados y tienen el derecho y el deber de protegerla”.
Para profundizar diciendo, “justamente la misión principal de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad es proteger la vida, bienes y demás derechos y libertades de todos los ciudadanos de Argentina. ¿Por qué lo digo? No para complacerles a ustedes, miembros de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, lo digo porque es una verdad. Ustedes tienen la alta misión de defender y proteger la casa común, la Patria, Argentina”.
A continuación, compartimos en forma completa la Homilía del Sr. Nuncio Apostólico, Mons. Miroslan Adamczyk:
Basílica Ntra. Sra. de Luján
7 de octubre de 2021
Homilía del Nuncio Apostólico,
Mons. Arzobispo Miroslaw Adamczyk
Su Excelencia Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina;
Reverendos Sacerdotes Capellanes;
Honorables representantes de los Ministros de Defensa y Seguridad;
Señor Intendente de Luján;
Honorables oficiales y miembros de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad;
Estimados familiares y todos los presentes queridos peregrinos.
Saludo a todos ustedes muy cordialmente, en el nombre de Su Santidad Papa Francisco, que tengo el honor de representar en su país natal, y los saludo también a mi nombre personal. Es para mí un honor y un privilegio poder celebrar hoy día la Santa Misa en el Santuario y Basílica de Luján, en ocasión de la décima octava peregrinación de la Diócesis Castrense. Participan de la misma, los miembros de las Fuerzas Armadas: Ejército Argentino, Armada Argentina y Fuerza Aérea, así como de las Fuerzas Federales de Seguridad, Gendarmería Nacional Argentina, Prefectura Naval Argentina y de la Policía de Seguridad Aeroportuaria.
Cada uno tiene una casa. No importa si es una casa en un campo lejano o en la gran ciudad. No importa si es grande o pequeña, solo importa una cosa: que allí podamos vivir con nuestra familia, con la gente que amamos. Podemos vivir en paz y tranquilidad.
Todos tenemos derecho a tener nuestra casa. La casa es algo muy importante para nosotros, siempre sentimos gran pena por la gente sin techo, sin casa. También, todos tenemos el derecho y el deber de proteger nuestra casa. En el Evangelio según San Mateo, vemos al Señor que dice “Ustedes ya saben que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría vigilando y no permitiría que asalten su casa (Mt 24, 43).
Algunos pueden tener una casa o dos; pero todos nosotros tenemos una casa común. Esta casa común se llama Patria. Para ustedes la Patria es Argentina, donde quieren vivir en paz y tranquilidad. Donde quieren vivir sin ser perturbados y tienen el derecho y el deber de protegerla.
Justamente la misión principal de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad es proteger la vida, bienes y demás derechos y libertades de todos los ciudadanos de Argentina.
¿Por qué lo digo? No para complacerles a ustedes, miembros de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, lo digo porque es una verdad. Ustedes tienen la alta misión de defender y proteger la casa común, la Patria, Argentina.
En la invitación del Obispo Castrense para esta peregrinación, se encuentra justamente una frase: “Ayúdanos a ser buenos custodios de nuestra Patria y sus habitantes”.
Me parece muy importante decirlo, porque así podemos aprender, todavía más fácilmente, que, haciendo nuestra vida cotidiana y profesional, podemos ser buenos cristianos.
El Papa Francisco nos recuerda que el llamado a la santidad es universal y está dirigido a todos los cristianos. El Santo Padre habla de los santos de la puerta de al lado. En nuestra segunda lectura de hoy, la carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso, hemos escuchado que “nuestro Señor Jesucristo nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”.
Queridos Hermanos y Hermanas, me congratulo hoy día con ustedes, porque pueden ejercitar su misión de proteger Argentina, como una misión de un buen cristiano o buena cristiana, como discípulo de Cristo.
Sí estimados peregrinos de la Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, ustedes son hombres y mujeres de Dios y de Patria, pero en la vida de un militar desde siempre, cuenta también honor.
Honor, según mí parecer, está en conformidad de aquello que creemos y confesamos con nuestra conducta. Hacemos lo que pensamos y decimos. No hay diferencia entre nuestras convicciones y nuestras acciones. Usando las palabras de San Pablo podemos decir que honor es “vivir de acuerdo con la vocación que hemos recibido” (Efz 4, 2). Que nuestra conducta sea digna de la Buena Noticia de Cristo (Flp 1, 27).
Es honor saber reconocer los propios errores; honor mantener la palabra; es honor defender a un subalterno; es honor ser desinteresado ayudando a los demás; es honor defender la Patria; es honor respetar la privacidad de los demás; es honor defender sus convicciones o defender a los más débiles.
San Juan Pablo II, en ocasión del Gran Jubileo del año 2000, dijo a los militares: “Sean hombres y mujeres de paz. Y para poder serlo plenamente, acogen en vuestro corazón a Cristo, autor y garante de la paz verdadera. Él dará a ustedes la fortaleza evangélica con la que se puede vencerlas atractivas tentaciones de la violencia. Él ayudará a Ustedes a poner la fuerza al servicio de los grandes valores de la vida, la justicia, el perdón y la libertad” (19 de noviembre de 2000).
Estimados Hermanos y Hermanas, la misión de ustedes es alta y noble, y como tal, es difícil y necesita una continua vigilancia y auto reflexión. He mencionado la importancia de la casa en nuestra vida, aquí en Luján estamos en la casa de nuestra Madre, la Virgen de Luján, Patrona de la Patria y de la Diócesis Castrense.
“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Todos han abandonado a su Hijo, pero ella no lo abandonó. María se quedó con su Hijo. Una mujer que ama, pero también una mujer fuerte.
Puede ser que, en el momento de la pasión de su Hijo, no recordaba más las palabras del Ángel sobre Jesús “Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, ara que reine sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tenga fin” (Lc 1, 32-33).
No hay ningún trono, María vio su Hijo en agonía sobre la madera de la cruz; un trono para los esclavos. La muerte de la cruz, en realidad, era reservada sobre todo a los esclavos. “Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo amado, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: ahí tienes a tu madre”.
Esta escena evangélica indica que aquí se proclama la maternidad espiritual de María sobre los cristianos. Ella es nuestra Madre; Madre de todos los discípulos de su Hijo. María tiene muchos títulos; es suficiente recordar las letanías lauretanas, llenas de lindas advocaciones, pero la más bella e importante es ser Madre de Dios y nuestra Madre.
Amar a María como nuestra Madre supone sentirnos unidos en la gran familia, que es la Iglesia. Llamar madre a María, nos remite necesariamente al gran momento en que Cristo entregó su vida por nosotros en la madera de la cruz. Invocar a María como madre nuestra es algo más que un puro recurso sentimental, supone sentirse unidos como hermanos en la cruz de Cristo; supone ayudarnos a llevar mutuamente las cargas y las cruces; supone tener la fuerza de liberarnos de nuestras esclavitudes.
Es ella la que nos repite siempre “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Ella no solo lo dice, sino que también fue la primera discípula de su hijo, y nos muestra cómo ser buena cristiana o buen cristiano.
Queridos Hermanos y Hermanas, por la intercesión de Nuestra Patrona, Virgen de Luján, pidamos a Dios que nos conceda todas las gracias celestes y terrestres ara nosotros y nuestros seres queridos. Que Dios donde salud, felicidad y paz, que Argentina viva en seguridad y prosperidad. Que Dios los bendiga a todos, bajo el materno manto de la Madre de Dios. Y así será. Amén.
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