Mons. Olivera | El día de nuestra muerte también forma parte de la Providencia Amorosa del Padre

2 noviembre, 2021

Mons. Olivera | El día de nuestra muerte también forma parte de la Providencia Amorosa del Padre, así lo expresaba el Obispo Castrense de Argentina al compartir la Homilía en la Santa Misa por los Fieles Difuntos. Celebrada en la media mañana del 2 de noviembre, en la Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris, en el barrio de Retiro, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA).

Presidió la Santa Misa, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina, concelebraron, el Vicario General, Mons. Gustavo Acuña, el Canciller y Capellán Mayor de la Armada Argentina, Padre Francisco Rostom Maderna, los Capellanes Mayores del Ejército Argentino, Padre Eduardo Castellanos, de la Fuerza Aérea Argentina, Padre César Tauro, de GNA (Gendarmería Nacional Argentina), Padre Jorge Massut, de PNA (Prefectura Naval Argentina), Padre Diego Tibaldo, de la PSA (Policía de Seguridad Aeroportuaria), Padre Rubén Bonaciona. También, el Rector de la Catedral Castrense, Padre Diego Pereyra, el Rector del Seminario Diocesano, Padre Daniel Díaz Ramos, y Capellanes Castrenses de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad.

Participaron, autoridades de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, el Jefe de Gabinete del Ministerio de Defensa de la Nación Argentina, Dr. Héctor Santiago Mazzei. También, estuvieron presentes, abanderados de las Fuerzas, fieles castrenses y se contó con la presencia del Coro de la Gendarmería Nacional Argentina.

En la Homilía, Mons. Santiago nos decía tras saludar a los presentes, “una vez más todos nosotros tenemos la posibilidad no sólo de rezar por nuestros hermanos caídos en actos de servicio, sino por los que en este tiempo han fallecido a causa de la pandemia del COVID”. Agregando más adelante, “el motivo que nos reúne hoy es rezar por nuestros camaradas, que murieron en actos de servicio, por todos los difuntos y por la triste realidad del coronavirus, muchos contagiados por servir”.

Avanzando el Obispo, también nos recordaba, “no sabemos el último día, para que no descuidemos ninguno. Frente al final, de cara a la verdad, lo superfluo cuenta poco”. Subrayando, además, “el tiempo es corto. Los que ya tenemos edad, ¿no nos sorprende cómo nos pasaron los años? El libro de la Sabiduría dirá “como una sombra, como un correo veloz” (Sabiduría 5,9 y ss)”.

En otro párrafo, Mons. Olivera, nos decía, “la muerte…es tránsito a otra vida, puerta de la eternidad, fin de una vida temporal y para el alma comienzo de una vida eterna… ¡eternamente feliz o eternamente desdichada!” Casi en el final, el Obispo, nos revelaba, “la muerte es el día de volver al Padre. La muerte, nuestra muerte está pensada por Dios. No morimos por la fatalidad, no morimos por distracción, no morimos por casualidad, no morimos en las vísperas. El día de nuestra muerte también forma parte de la Providencia Amorosa del Padre”.

A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina:

Predicación Misa de Difuntos – Iglesia Catedral Castrense

2 de noviembre de 2021

2 Macabeos 12, 41-46

Salmo 22

Evangelio San Juan 11, 21-27

Hemos escuchado en 2° Libro de los Macabeos 12, 41-46, la certeza de la Resurrección, ello los movía a rezar y ofrecer sacrificios de expiación por lo caídos en la batalla. Nosotros renovamos esa certeza iluminada con la veraz palabra de Jesús: El que crea en Mí, aunque muera vivirá, porque Él es la Resurrección. Una vez más todos nosotros tenemos la posibilidad no sólo de rezar por nuestros hermanos caídos en actos de servicio, sino por los que en este tiempo han fallecido a causa de la pandemia del COVID.

Ciertamente el tema de la muerte debe ser tenido muy presente en nuestra vida cristiana. Sabemos, -porque alguna vez lo hemos leído, o por nuestra propia experiencia-, que el tema de la muerte va variando según nuestras realidades, circunstancias y edades, podríamos decir también, nuestra fe. Fe no sólo de expresarla con los labios, sino en la propia vida. Marta le expresó a Jesús la fe, (dogma) pero ella pensó que, si Jesús estaba, su hermano estaría vivo. (Juan 11,21-35) El Señor siempre está. En Marta un poco estamos todos, no sólo en lo dramático de la muerte sino en algunas situaciones que nos tocan vivir. Hay algo en que nos asemejamos todos por nuestra propia naturaleza, y es la aversión a la muerte; aún los más santos sufrieron y/o sufren frente a ella. El mismo Jesús, verdadero Hombre, sufrió en la Pasión.

La muerte es una agresión a nuestra naturaleza porque hemos sido llamados a la vida para siempre, a la vida eterna, a la inmortalidad. El pecado nos privó de ese don de Dios. Pero Él, en su gran amor, envió a su Hijo para recuperarla. Como sabemos, nos lo recuperó el Señor Jesús con su Muerte y Resurrección.

Este tiempo de pandemia nos puso a todos en el mundo frente al temor de la posibilidad de la muerte. La enfermedad siempre, de alguna manera la preanuncia, porque nos manifiesta la debilidad y fragilidad humana; y lo benéfico de esta situación, creo yo, -por lo menos para mí lo fue- es ver lo relativo de tantas cosas. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Dónde ponemos nuestros mejores esfuerzos? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Dónde está nuestro tesoro? ¿Qué es lo que esperamos? ¿Cómo está nuestra preparación para el viaje? ¿Tenemos lista las valijas? ¿Las lámparas encendidas?

El motivo que nos reúne hoy es rezar por nuestros camaradas, que murieron en actos de servicio, por todos los difuntos y por la triste realidad del coronavirus, muchos contagiados por servir. Sabemos que nos distinguimos porque los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas Federales de Seguridad se preparan, -la única profesión- para valientemente entregar la vida, si fuera necesario, por la Patria.

El texto del Señor, que “no sabemos el día y la hora” de nuestra partida es muy real, pero quizá muchos cristianos lo leemos rápido o somos como esos oyentes olvidadizos, y por lo tanto en esto, no tan felices, (Lucas 12, 13-40). No sabemos el último día, para que no descuidemos ninguno. Frente al final, de cara a la verdad, lo superfluo cuenta poco.

San Ignacio de Loyola, nos dijo sobre la muerte: “es cierta, inevitable y única” es más, la muerte es Pronto. Próxima. Moriremos pronto. Para los viejos es cosa clara, (estoy compartiéndolo textualmente), ya que no pueden vivir mucho; pero ¿y para los jóvenes? También; ¡viene tan pronto la muerte!” Y nos remite a la Carta de Santiago, 4,14-15: “¿Qué saben del mañana? ¿Qué es su vida? Ustedes son como una neblina que aparece un rato y enseguida desaparece. Más bien tendrían que decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. El tiempo es corto. Los que ya tenemos edad, ¿no nos sorprende cómo nos pasaron los años? El libro de la Sabiduría dirá “como una sombra, como un correo veloz” (Sabiduría 5,9 y ss).

La muerte…es tránsito a otra vida, puerta de la eternidad, fin de una vida temporal y para el alma comienzo de una vida eterna… ¡eternamente feliz o eternamente desdichada! Creer en la Resurrección, ciertamente, nos pone en el camino de la búsqueda de lo absoluto. Creer en la Resurrección nos sitúa en el camino de la confianza. El ¡No temas! tantas veces dicho por Jesús en sus Evangelios debería calar hondo en nuestro corazón para transitar por la vida con la certeza que nada aquí es definitivo, todo es transitorio y pasajero. Quizá la oración de Santa Teresa de Jesús, de “¡nada te turbe, nada te espante, …quien a Dios tiene nada le falta!, o el Salmo 22, recitado y hecho de verdad oración, “¡el Señor es mi Pastor nada me puede faltar!”, estoy seguro nos ayuda a encarar el hoy, el ahora, el presente, con renovada esperanza del futuro eterno.

A la luz de la muerte de Jesús, es maravilloso pensar y saber que la muerte no es un fin, sino que es el comienzo; en el Prefacio de la Misa de difuntos, rezamos “nuestra vida no termina, sino que se transforma”. La muerte es el día de volver al Padre. La muerte, nuestra muerte está pensada por Dios. No morimos por la fatalidad, no morimos por distracción, no morimos por casualidad, no morimos en las vísperas. Aquí son los tantos…”si hubieras estado aquí” que a veces muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo le dicen a Dios. El día de nuestra muerte también forma parte de la Providencia Amorosa del Padre.

Nuestra muerte debe ser siempre pensada desde la muerte de Cristo. Allí podrá ser mirada sin tanto temor, “Dios nos hizo para Él y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse definitivamente en Él”, nos recordó el gran San Agustín.

Vamos hacia la casa del Padre. Vamos al abrazo del Padre. Vamos al encuentro con quien nos Ama desde siempre, llevado por las manos de Jesús, “nadie va al Padre sino por medio del Hijo”, nos dice la Escritura. Después de nuestra muerte estaremos siempre con Jesús (Filipenses 1,23; 2° Corintios 5,8). Será la plenitud de nuestra adopción filial, “…seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es” (1° Juan 3,2). Será la definitiva comunión humana porque no habrá más separaciones, divisiones ni tensiones. Será la gran comunión familiar, porque volveremos a encontrarnos a las personas que hemos dejado aquí; será la gran comunión eclesial, será un sólo Pueblo de Dios, un sólo Cuerpo de Cristo, un sólo Templo del Espíritu Santo. Seremos consumados en la unidad. Con cuánto entusiasmo cantamos “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la Casa del Señor!” Pero como les compartía antes, es lógico que nuestra naturaleza herida por el pecado original sienta angustia, temor e intranquilidad frente a la muerte. Nuestra naturaleza se resiste a disgregarse. Fuimos hechos para la unidad de alma y cuerpo, y su separación no es natural.

Para concluir, yo creo y espero que avivemos el gozo en nuestro corazón porque un día tendremos el encuentro con el Señor en plenitud. Para ese gozoso encuentro, para esa, nuestra Pascua, debemos velar, debemos estar preparados, (Mateo 24,44). Y estar preparados significa experimentar el amor del Padre todos los días y volver a Él con toda el alma; vivir en estado de vigilia, con las lámparas encendidas (Mateo 25,1-13).

En la preparación de nuestros fieles, para los cuales cada uno de nosotros del Obispado Castrense estamos a su servicio, la dimensión de la muerte es hablada, y nada se antepone, ni la propia vida si peligra la Patria, su pueblo y/ o su territorio.

Rezamos entonces por aquellos que han partido, que se adelantaron y nos esperan en la Patria del cielo. A María le decimos, “después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. Que así, sea.-

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