MONS. OLIVERA | “Jesús es la resurrección y la vida”, los que creen en Él, aunque mueran vivirán y los que creemos en Él, no moriremos para siempre, así lo expresó el Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad de Argentina al compartir la Homilía durante la Santa Misa por los fieles Difuntos. Fue en la mañana del lunes 4 de noviembre, celebrada en la Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA).
Presidió la Santa Misa, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad, concelebraron Capellanes Castrenses de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad. Participaron el Jefe del Estado Mayor Conjunto, Brigadier General Xavier Julián Isaac, el Jefe del Estado Mayor General de la Armada Argentina, Vicealmirante Carlos María Allievi, el Subjefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea Argentina, Brigadier Mayor Néstor Guajardo, en representación del Ejército Argentino estuvieron presentes los Generales de Brigada, Gustavo Re, Roberto Herrera y Rolando Senmartin, el Subdirector Nacional de Gendarmería, Comandante General D. Javier Reniero, Subprefectura Nacional, Prefecto General, Alejandro Annichini y la Directora General de Planificación de PSA, Carolina Estebarena.
En la Homilía, Mons. Santiago decía, “bienvenidos sean todos para celebrar esta Eucaristía en la que renovamos nuestra fe en la “Vida para siempre” que nos ganó el Señor con su propia muerte y resurrección y en la que, a la vez, realizamos un acto de justicia al recordar a aquellos hermanos nuestros que se nos han adelantado, y han vivido su propia “pascua”, esto es paso de la muerte a la vida, en acto de servicio. Escuchamos recién las palabras de la guía de esta Santa Misa que nos dijo entre otras cosas: “…Uno de los valores de gran importancia en nuestras queridas Instituciones, es el recuerdo de aquellos que han dado su vida por Dios y por la Patria”. Signo de ello, es que siempre, todo acto institucional, cuenta con un homenaje a los caídos de todos los tiempos”.
Continuando, agregó el Obispo, “el texto del segundo libro de los Macabeos que hemos leído en la Liturgia de la Palabra, es un relato que viene después de haber tenido la experiencia de Judas, congregando a su ejército para marchar a la ciudad de Adulán. Habían reconquistado el Templo y lo habían purificado, hicieron fiesta de alabanza y gratitud. Los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares.
Y continúa lo que hemos proclamado en la Primera lectura, <<obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos>>”.
Avanzando, Mons. Olivera, dijo, “es la fe que hace descubrir esta solidaridad fundamental del pueblo de Dios. El creyente es un hombre realista. Su fe en Dios proyecta una potente luz sobre la naturaleza humana y descubre no sólo su dignidad, sino también sus limitaciones. No se engaña con honras fúnebres que sólo honran parte de la realidad. El creyente honra a sus difuntos cuando ora por ellos o cuando les pide su intercesión. Rezar por alguien es reconocer su valor fundamental y desearle lo mejor. No acepta el creyente que el hombre imagen y semejanza de Dios, se disuelva en la nada, ni que el Padre deje morir a sus hijos para siempre”.
En otro párrafo, el Obispo señalaba, “nosotros nos sumamos a esta fe, pero iluminada sin duda, por el gran acontecimiento Pascual por el cual Cristo venció a la muerte con su propia muerte y con su Resurrección, nos ganó la vida para siempre. Estamos transitando camino al Jubileo Diocesano del 2027, en el año de la fe. Creemos y le pedimos al Señor que nos ¡aumente la fe!”
Antes de concluir, Mons. Santiago completaba diciendo, “en el Evangelio de San Juan que hemos proclamado, Jesús nos recuerda la clave de nuestra fe: “Jesús es la resurrección y la vida”, los que creen en Él, aunque mueran vivirán y los que creemos en Él, no moriremos para siempre. Y así como a Marta le pregunta ¿Crees esto? esperando una respuesta de fe: “Sí, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”, también en este día que conmemoramos a todos los fieles difuntos se nos invita a renovar la propia fe. Y porque rezamos por ellos, anunciamos nuestra fe en la Vida eterna. El Señor es nuestra Luz que ilumina siempre”.
A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad:
MISA DE DIFUNTOS
Iglesia Catedral Stella Maris.
4 de noviembre de 2024
2 Macabeos 12, 43-46
Evangelio de San Juan 11, 17-27
Para nosotros es una gran alegría, que en nuestra Iglesia Catedral podernos reunirnos, para celebrar juntos esta Eucaristía en la cual, en justicia pedimos por aquellos hermanos nuestros que se han adelantado y están ya gozando en la presencia de Dios, particularmente por los caídos en servicio. Esta celebración, nos da la posibilidad a todos de reflexionar y rezar por este misterio que sin lugar a duda nos cuesta asumir, aunque los hombres de nuestra Diócesis, de nuestro Obispado están dispuestos a entregar la vida y de hecho siempre es una vida en riesgo.
Pero, detenernos y pensar en el fin de nuestros días y lo que tiene reservado el Señor para cada uno, nos ayuda a renovar la fe. Esta expresión de Marta que también se repite en María <<si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto>>, muchas veces en nuestra propia realidad, en nuestra propia humanidad es una expresión que muchas veces diríamos a Jesús, sin embargo, nuestra naturaleza y justamente por el pacado llegó la muerte, pero la muerte ha sido vencida y celebramos la vida.
Bienvenidos sean todos para celebrar esta Eucaristía en la que renovamos nuestra fe en la “Vida para siempre” que nos ganó el Señor con su propia muerte y resurrección y en la que, a la vez, realizamos un acto de justicia al recordar a aquellos hermanos nuestros que se nos han adelantado, y han vivido su propia “pascua”, esto es paso de la muerte a la vida, en acto de servicio. Escuchamos recién las palabras de la guía de esta Santa Misa que nos dijo entre otras cosas: “…Uno de los valores de gran importancia en nuestras queridas Instituciones, es el recuerdo de aquellos que han dado su vida por Dios y por la Patria”. Signo de ello, es que siempre, todo acto institucional, cuenta con un homenaje a los caídos de todos los tiempos. Y me llena de alegría sumarme a esta gran cadena de años en que se manifiesta la fe en la Vida perdurable, la vida del mundo futuro, la Vida de los que creyendo han muerto en Cristo, o por y en Cristo, han ganado por puro don, la vida Eterna.
El texto del segundo libro de los Macabeos que hemos leído en la Liturgia de la Palabra, es un relato que viene después de haber tenido la experiencia de Judas, congregando a su ejército para marchar a la ciudad de Adulán. Habían reconquistado el Templo y lo habían purificado, hicieron fiesta de alabanza y gratitud. Los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares. Entre los muertos, encontraron amuletos que la ley prohibía a los judíos y vieron en ello la razón de sus muertes, lo cual fue el motivo para alabar al “Dios Juez” que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Judas, luego de ver las consecuencias del pecado, arengó, – dice la Escritura- a su tropa a conservarse sin pecado.
Y continúa lo que hemos proclamado en la Primera lectura, “obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos.”
Es la fe que hace descubrir esta solidaridad fundamental del pueblo de Dios. El creyente es un hombre realista. Su fe en Dios proyecta una potente luz sobre la naturaleza humana y descubre no sólo su dignidad, sino también sus limitaciones. No se engaña con honras fúnebres que sólo honran parte de la realidad. El creyente honra a sus difuntos cuando ora por ellos o cuando les pide su intercesión. Rezar por alguien es reconocer su valor fundamental y desearle lo mejor. No acepta el creyente que el hombre imagen y semejanza de Dios, se disuelva en la nada, ni que el Padre deje morir a sus hijos para siempre. Y si su vida pudo parecer inútil y vacía, confía en que Dios le perdone, le honre con su gloria, sólo porque lo creó.
Nosotros nos sumamos a esta fe, pero iluminada sin duda, por el gran acontecimiento Pascual por el cual Cristo venció a la muerte con su propia muerte y con su Resurrección, nos ganó la vida para siempre.
Estamos transitando camino al Jubileo Diocesano del 2027, en el año de la fe. Creemos y le pedimos al Señor que nos ¡aumente la fe!
Cuando hemos sido bautizados, se nos ha entregado una vela, signo de la luz, con la que se invitaba a padres y padrinos a acrecentar esa luz y vivir siempre iluminados por ella, y cuando despedimos a los difuntos, a nuestros difuntos queridos decimos: “Que brille para ellos la luz que no tiene fin.”
Hay un relato y conclusión a modo de parábola que nos recordó el Cardenal Cantalamessa:
Un joven emprende un viaje en plena noche para visitar a un pariente lejano. Su madre le da una lámpara de aceite para poder iluminar el sendero en el bosque. El joven se pone en camino y la lámpara le permite no perder el sendero. Pero camina, camina, llega el alba y surge el sol. La luz de la lámpara empalidece y ya casi no se ve, eclipsada por el fulgor del sol. El joven está a punto de deshacerse de ella, pero recuerda la recomendación de su madre de no separarse de ella por ningún motivo. Continúa de este modo sujetándola con la mano. Camina, camina, llega el mediodía y después el crepúsculo. Al caer el sol y sobrevenir la noche, la lamparita vuelve a hacerse notar y gracias a ella el caminante llega a su destino.
En el bautismo, como les compartía, se nos ha entregado la vela para que la llevemos encendida hasta la muerte. Pero quizá en las distintas etapas de la vida, otras luces se han encendido, y tu pequeña vela parece casi ridícula: ciencia, arte, éxito, amor… entonces te deshaces de ella, o bien la escondes “debajo del celemín” del respeto humano. Sin embargo, para cada uno llega la noche de la vida: todas aquellas luces ya no son suficientes, se han ocultado una a una. ¡Bienaventurado tú, amigo mío, si, acordándote de la recomendación de tu madre la Iglesia has tenido el valor de mantener firme tu fe![1]
En el Evangelio de San Juan que hemos proclamado, Jesús nos recuerda la clave de nuestra fe: “Jesús es la resurrección y la vida”, los que creen en Él, aunque mueran vivirán y los que creemos en Él, no moriremos para siempre. Y así como a Marta le pregunta ¿Crees esto? esperando una respuesta de fe: “Sí, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”, también en este día que conmemoramos a todos los fieles difuntos se nos invita a renovar la propia fe. Y porque rezamos por ellos, anunciamos nuestra fe en la Vida eterna. El Señor es nuestra Luz que ilumina siempre. Que María Santísima, nuestra Madre cercana y que nos invita a hacer lo que nos dice Jesús, nos ayude a vivir como hijos de la luz, por tanto, iluminados si
[1] Fe, Esperanza y Caridad. Un itinerario hacia Dios para nuestra época. Raniero Cantalamessa, El Riego de la fe, página 73.
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