MONS. OLIVERA | Juan Pablo I, Al estilo de Pentecostés, dejó que sea el Espíritu el conductor de su vida y vida de la Iglesia

28 septiembre, 2024

MONS. OLIVERA | Juan Pablo I, Al estilo de Pentecostés, dejó que sea el Espíritu el conductor de su vida y vida de la Iglesia, así definía el Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad de Argentina, al actual Beato en la nota publicada en la columna de opinión en el diario digital MDZ. Mons. Santiago Olivera, en vísperas de un nuevo aniversario del fallecimiento el 29 de septiembre 1979, se refería en el artículo publicado bajo el título “Juan Pablo I: el Papa de la Sonrisa, el Papa de los 33 días”.

Al respecto, el Obispo decía, “se cumplen 46 años de la sorpresiva muerte del Papa Juan Pablo I, el último Papa italiano. Albino Luciani nació en Canale d’Agordo, en la zona de Belluno (Italia), el 17 de octubre de 1912. La suya era una familia pobre, lo que, como él recordaba, le permitió conocer el hambre y así, más tarde, comprender las necesidades de la gente”. 

Continuando, Mons. Santiago agregó, “conocimos a Juan Pablo I, como «el Papa de la sonrisa». En sus 33 días de Pontífice, continúo, siguiendo el anhelo de sus predecesores, no sólo en la elección del nombre, con una Iglesia de puertas abiertas, del diálogo, de la misión; fraterna y sencilla. Al estilo de Pentecostés, dejó que sea el Espíritu el «conductor de su vida» y vida de la Iglesia”.

Profundizando, se lee en la nota de Mons. Olivera, “su sonrisa reflejaba a Dios, porque llevaba a Dios en su corazón. Su mirada, su rostro sereno y alegre. Un entusiasta de la fe. Sabemos que entusiasmo significa «con Dios adentro». Eso explicaba lo entusiasta de Juan Pablo I. Eso explica también, porque sus 33 días de pontificado, muy breves para la rica historia de la Iglesia, quedaron y quedarán impresos- para siempre- en el corazón de la misma Iglesia. Custodiar la fe, es la misión que le encomendó el Señor a Pedro y, el Papa, como su sucesor, responde a este pedido, enseñando con su vida y con su doctrina”.

Finalizando, cerraba Mons. Santiago diciendo de Juan Pablo I, “(…) nos enseñó de la caridad. “Amar a Dios es, por tanto, viajar con el corazón hacia Dios. Un viaje precioso. De muchacho me entusiasmaban los viajes narrados por Julio Verne («Veinte mil leguas de viaje submarino», «De la tierra a la luna», «La vuelta al mundo en 80 días», etc). Pero los viajes del amor a Dios son mucho más interesantes. Están contados en las vidas de los santos”.

A continuación, compartimos en forma completa la nota de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad de Argentina:

Juan Pablo I: el Papa de la sonrisa, el Papa de los 33 días

Se cumplen 46 años de la sorpresiva muerte del papa Juan Pablo I, el último Papa italiano. Una religiosa lo encontró fallecido durante las primeras horas del 29 de septiembre de 1978.

Albino Luciani nació en Canale d’Agordo, en la zona de Belluno (Italia), el 17 de octubre de 1912. La suya era una familia pobre, lo que, como él recordaba, le permitió conocer el hambre y así, más tarde, comprender las necesidades de la gente. A los 11 años ingresó en el seminario interdiocesano y cinco años más tarde en el Seminario Gregoriano de Belluno para cursar estudios de bachillerato, filosofía y teología.

En 1935 recibió el diaconado y ese mismo año fue ordenado sacerdote. En otoño de 1937, cuando sólo tenía 25 años, el padre Albino fue llamado a Belluno para desempeñar el cargo de vicerrector del Seminario Gregoriano y, al mismo tiempo, impartir clases de bachillerato y teología. Y desde aquí recorrió toda la jerarquía eclesiástica: obispo en Vittorio Veneto en 1958, Patriarca en Venecia en 1970 y en 1973, de manos de Pablo VI, cardenal. Finalmente, fue elegido Papa el 26 de agosto de 1978 con el nombre de Juan Pablo I en honor de sus dos últimos predecesores. 

Murió 33 días después, el 28 de septiembre de 1978

Conocimos a Juan Pablo I, como «el Papa de la sonrisa». En sus 33 días de Pontífice, continúo, siguiendo el anhelo de sus predecesores, no sólo en la elección del nombre, con una Iglesia de puertas abiertas, del diálogo, de la misión; fraterna y sencilla. Al estilo de Pentecostés, dejó que sea el Espíritu el «conductor de su vida» y vida de la Iglesia.

Su sonrisa reflejaba a Dios, porque llevaba a Dios en su corazón. Su mirada, su rostro sereno y alegre. Un entusiasta de la fe. Sabemos que entusiasmo significa «con Dios adentro». Eso explicaba lo entusiasta de Juan Pablo I. Eso explica también, porque sus 33 días de pontificado, muy breves para la rica historia de la Iglesia, quedaron y quedarán impresos- para siempre- en el corazón de la misma Iglesia.

Custodiar la fe, es la misión que le encomendó el Señor a Pedro y, el Papa, como su sucesor, responde a este pedido, enseñando con su vida y con su doctrina. Así, en las pocas catequesis que pudo llevar adelante, en tan poco tiempo, reflexionó sobre las virtudes teologales, a cerca de la fe, nos enseñó:

«Esto es la fe: rendirse a Dios, pero transformando la propia vida. Cosa no siempre fácil. Agustín ha narrado la trayectoria de su fe; especialmente las últimas semanas fue algo terrible; al leerlo casi se siente cómo su alma se estremece y se retuerce en luchas interiores. De este lado, Dios que lo llama e insiste; y de aquel, las antiguas costumbres, viejas amigas—escribe él— que me tiraban suavemente del vestido de carne y me decían: ‘Agustín, pero ¿cómo?, ¿abandonarnos tú? Mira que ya no podrás hacer esto, ni podrás hacer aquello y, ¡para siempre!’. ¡Qué difícil! «Me encontraba en la situación de uno que está en la cama por la mañana. Le dicen: “¡Fuera, levántate, Agustín!”. Yo, en cambio, decía: “Sí, más tarde, un poquito más todavía”. Al fin, el Señor me dio un buen empujón y salí». Ahí está, no hay que decir: Sí, pero; sí, luego. Hay que decir: Sí, enseguida, Señor. Esta es la fe. Responder con generosidad al Señor. Pero, ¿quién dice este sí? El que es humilde y se fía enteramente de Dios. 

Y de la virtud de la esperanza, nos ha dicho: hoy voy a hablaros de esta virtud, que es obligatoria para todo cristiano (la esperanza). He dicho que la esperanza es obligatoria; pero no por ello es fea o dura. Más aún, quien la vive, viaja en un clima de confianza y abandono, pudiendo decir con el salmista: “Señor, tú eres mi roca, mi escudo, mi fortaleza, mi refugio, mi lámpara, mi pastor, mi salvación. Aunque se enfrentara a mí todo un ejército, no temerá mi corazón; y si se levanta contra mí una batalla, aun entonces estaré confiado”.

¿Cómo puede suceder esto? Sucede, porque nos agarramos a tres verdades: Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a las promesas. Y es Él, el Dios de la misericordia, quien enciende en mí la confianza; gracias a Él no me siento solo, ni inútil, ni abandonado, sino comprometido en un destino de salvación, que desembocará un día en el paraíso.” 

 Y, por último, nos enseñó de la caridad. “Amar a Dios es, por tanto, viajar con el corazón hacia Dios. Un viaje precioso. De muchacho me entusiasmaban los viajes narrados por Julio Verne («Veinte mil leguas de viaje submarino», «De la tierra a la luna», «La vuelta al mundo en 80 días», etc). Pero los viajes del amor a Dios son mucho más interesantes. Están contados en las vidas de los santos. Por ejemplo, San Vicente de Paúl, cuya fiesta celebramos hoy, es un gigante de la caridad: amó a Dios como se ama a un padre y a una madre; él mismo fue un padre para prisioneros, enfermos, huérfanos y pobres. San Pedro Claver, consagrándose enteramente a Dios, se firmaba “Pedro, esclavo de los negros para siempre”. 

El 4 de septiembre de 2022, el papa Francisco proclamó en la Plaza de San Pedro que «el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo I, Papa, sea llamado en adelante Beato y que sea celebrado cada año en los lugares y según las reglas establecidas por la ley el 26 de agosto». 

* Monseñor Santiago Olivera, Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad de Argentina

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