Mons. Olivera | La muerte…sabemos, es tránsito a otra vida, puerta de la eternidad, fin de una vida temporal y para el alma comienzo de una vida eterna, así lo expresó el Obispo Castrense de Argentina, en la solemnidad de los fieles difuntos, al compartir su Homilía en la Santa Misa. Celebrada en la Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la mañana del jueves 2 de noviembre.
Presidió la Santa Misa, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina, concelebraron Capellanes Castrenses de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas Federales de Seguridad. Participaron autoridades del Ejército Argentino, la Armada Argentina, la Fuerza Aérea Argentina, la GNA (Gendarmería Nacional Argentina), la PNA (Prefectura Naval Argentina) y la PSA (Policía de Seguridad Aeroportuaria).
En la Homilía, el Obispo señaló, “es un motivo de mucho gozo celebrar la Santa Misa en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, porque es un día donde reafirmamos nuestra fe en Jesucristo que se nos revela como la Resurrección y la Vida, un día gozoso porque nos renovamos en la confianza de saber que Dios quiere la vida (…). La primera lectura que hemos escuchado del segundo libro de los Macabeos pone ya en el antiguo testamente el pensamiento en la resurrección: <porque si no hubiera esperado que los caídos en la batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar por los difuntos> (…)”.
Continuando, agregaba Mons. Santiago, “esta lectura nos ilumina sobre nuestra fe en la Resurrección y particularmente para nuestra diócesis castrense, ya que habla de los caídos en la batalla; ella nos abre a la esperanza porque nos anuncia <la gran recompensa que está reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso>”. Diciendo, además, “la muerte es pascua, es paso con Jesús, es certeza del abrazo misericordioso del Padre Bueno”.[1] Como Iglesia Castrense es sin duda, un acto de justicia que podamos año tras año reservar este día de la Conmemoración de los fieles difuntos para rezar por aquellos que nos precedieron y sin duda tener muy en cuenta aquellos “caídos” por cumplir su deber y amar a la Patria y a su gente sin límite”.
Profundizando, Mons. Olivera reflexionaba, “que importante es que como familia castrense hayamos podido participar y estar presentes.
El Evangelio que se ha proclamado hoy, es el mismo Señor quien se revela como la Resurrección y la vida.
En el diálogo del Señor con Marta, ella expresó a Jesús la fe, podríamos decir, el dogma,[2] pero ella pensó que, si Jesús estaba, su hermano estaría vivo.
El Señor siempre está. En Marta un poco estamos todos, no sólo en lo dramático de la muerte sino en algunas situaciones que nos tocan vivir”.
En otro párrafo, el Obispo compartió, “en verdad no sabemos nuestro último día y en la pedagogía divina será para que no descuidemos ninguno. Frente al final, de cara a la verdad, lo superfluo cuenta poco. No saber el día ni la hora es en muchos de los fieles de nuestra diócesis una concreta realidad. Lo saben los hombres y mujeres de las fuerzas, lo saben sus familias. Pero el amor y el servicio puede más que la mirada egoísta y temerosa.”.
Mons. Santiago, también recordó, “dice San Ignacio que la muerte: “es cierta, inevitable y única” es más, nos dice: la muerte es Pronta, es Próxima. – Moriremos pronto. Para los más ancianos es cosa clara, ya que no pueden vivir mucho; pero ¿y para los jóvenes? También; ¡viene tan pronto la muerte! Y nos remite a la Carta de Santiago, 4,14-15: “¿Qué saben del mañana? ¿qué es su vida? Ustedes son como una neblina que aparece un rato y enseguida desaparece”.
Completando, Mons. Olivera subrayó, “la muerte…sabemos, es tránsito a otra vida, puerta de la eternidad, fin de una vida temporal y para el alma comienzo de una vida eterna…
A la luz de la muerte de Jesús, es maravilloso pensar y saber que la muerte no es un fin, sino que es el comienzo, en el Prefacio de la Misa de difuntos, rezamos “nuestra vida no termina, sino que se transforma”. La muerte es el día para volver al Padre. La muerte, nuestra muerte está pensada por Dios. No morimos por la fatalidad, no morimos por distracción, no morimos por casualidad, no morimos en las vísperas”.
Finalizando, pidió el Obispo, “nos encomendamos a María, nuestra Madre, en sus diversas advocaciones de Luján, de la Merced, de Stella Maris, de Loreto y de Nuestra Señora del Buen Viaje, ya que a ella le decimos muchas veces <ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte> y confiados le rezamos: <y al final de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre>”.
A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina:
Misa en la Iglesia Catedral Stella Maris, conmemoración de los fieles Difuntos
02 de noviembre de 2023
Macabeos 12, 43-46
Salmo 22, 1-6
Juan 11, 21-45
Es un motivo de mucho gozo celebrar la Santa Misa en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, porque es un día donde reafirmamos nuestra fe en Jesucristo que se nos revela como la Resurrección y la Vida, un día gozoso porque nos renovamos en la confianza de saber que Dios quiere la vida, Él es Misericordioso y nos amó tanto que envió a su Hijo para Salvarnos. Día de esperanza porque sabemos que el Señor nos espera en la Patria del Cielo. Es un día gozoso, por tanto, a pesar de que la muerte desde una mirada meramente humana no nos gusta pensarla ni asumirla mucho y en realidad alguna explicación tiene porque la muerte es una agresión a nuestra naturaleza, hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios y por lo tanto hemos sido llamados a vivir para siempre en su Presencia. El pecado nos perdió este don, pero es gozoso entonces este día porque la muerte ha sido vencida con la muerte y Resurrección de Jesús.
La primera lectura que hemos escuchado del segundo libro de los Macabeos pone ya en el antiguo testamente el pensamiento en la resurrección: “porque si no hubiera esperado que los caídos en la batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar por los difuntos”… Esta lectura nos ilumina sobre nuestra fe en la Resurrección y particularmente para nuestra diócesis castrense, ya que habla de los caídos en la batalla; ella nos abre a la esperanza porque nos anuncia “la gran recompensa que está reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso”. Por eso manda ofrecer sacrificios por quienes ya han muerto a fin de que sean liberados de sus pecados. Nosotros aquí estamos celebrando el Gran y Único Sacrificio del Altar, la Santa Misa, aquí de forma incruenta se renueva el Sacrificio de la Cruz porque el que todos somos salvados. Es aquí donde ponemos nuestra esperanza, nuestra oración por los que han muerto, más aún por los que han partido dando sus vidas en cumplimiento del deber.
“La muerte es pascua, es paso con Jesús, es certeza del abrazo misericordioso del Padre Bueno”.[3] Como Iglesia Castrense es sin duda, un acto de justicia que podamos año tras año reservar este día de la Conmemoración de los fieles difuntos para rezar por aquellos que nos precedieron y sin duda tener muy en cuenta aquellos “caídos” por cumplir su deber y amar a la Patria y a su gente sin límite.
Esta celebración de Fieles Difuntos, que tradicionalmente desde hace muchos años se celebra en nuestra Catedral, es también para nosotros un pensamiento santo y piadoso como dice en Macabeos, es un acto de fe, es un acto de justicia como les compartía, es un acto de gratitud y esperanza. Que importante es que como familia castrense hayamos podido participar y estar presentes.
El Evangelio que se ha proclamado hoy, es el mismo Señor quien se revela como la Resurrección y la vida.
En el diálogo del Señor con Marta, ella expresó a Jesús la fe, podríamos decir, el dogma,[4] pero ella pensó que, si Jesús estaba, su hermano estaría vivo.
El Señor siempre está. En Marta un poco estamos todos, no sólo en lo dramático de la muerte sino en algunas situaciones que nos tocan vivir. Hay algo en que nos asemejamos todos, por nuestra propia naturaleza, y es la aversión a la muerte, aún los más santos, sufrieron y/o sufren frente a ella. El mismo Jesús, verdadero Hombre sufrió en la Pasión. Pero es muy bueno y santo recordar que hemos sido llamados a la vida para siempre, a la vida eterna, a la inmortalidad.
El pecado nos privó de ese don de Dios. Pero Él, en su gran amor, envió a su Hijo para recuperarlo. Como sabemos, nos la recuperó el Señor Jesús con su propia Muerte y con su Resurrección.
El texto del Señor, que no sabemos el día y la hora de nuestra partida es muy real, pero quizá muchos cristianos lo leemos rápido o somos como esos oyentes olvidadizos.
En verdad no sabemos nuestro último día y en la pedagogía divina será para que no descuidemos ninguno. Frente al final, de cara a la verdad, lo superfluo cuenta poco. No saber el día ni la hora es en muchos de los fieles de nuestra diócesis una concreta realidad. Lo saben los hombres y mujeres de las fuerzas, lo saben sus familias. Pero el amor y el servicio puede más que la mirada egoísta y temerosa.
Esta celebración de la Eucaristía que año tras año nos encuentra rezando por aquellos que partieron nos viene muy bien a cada uno de nosotros para ver cómo es nuestra relación con la muerte a la que San Francisco pudo llamar, “hermana muerte”. San Ignacio de Loyola en los Ejercicios, dedica unos días a la meditación sobre la muerte. Y en la composición de lugar nos dice: “…Imaginémonos a nosotros mismos en el lecho de la muerte rodeados de nuestros hermanos de religión, recibidos los sacramentos a punto de morir. Y parte de la petición es: “Dadme Señor, que en vida juzgue de las cosas que me rodean como juzgaré a ellas a la hora de la muerte.
Dice San Ignacio que la muerte: “es cierta, inevitable y única” es más, nos dice: la muerte es Pronta, es Próxima. – Moriremos pronto. Para los más ancianos es cosa clara, ya que no pueden vivir mucho; pero ¿y para los jóvenes? También; ¡viene tan pronto la muerte! Y nos remite a la Carta de Santiago, 4,14-15: “¿Qué saben del mañana? ¿qué es su vida? Ustedes son como una neblina que aparece un rato y enseguida desaparece. Más bien tendrían que decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. El tiempo es corto. Los que ya tenemos edad, ¿no nos sorprende cómo nos pasaron los años? El libro de la Sabiduría dirá “como una sombra, como un correo veloz”.
La muerte…sabemos, es tránsito a otra vida, puerta de la eternidad, fin de una vida temporal y para el alma comienzo de una vida eterna… ¡eternamente feliz o eternamente desdichada! Creer en la Resurrección, ciertamente, nos pone en el camino de la búsqueda de lo absoluto. Creer en la Resurrección nos sitúa en el camino de la confianza. El ¡No temas! tantas veces dicho por Jesús en sus Evangelios debería calar hondo en nuestro corazón para transitar por la vida con la certeza que nada aquí es definitivo, todo es transitorio y pasajero.
Hace muy bien rezar por los difuntos. Intercedemos como Iglesia peregrina por cada uno de los que han partido, pero también nos hace muy bien a cada uno de nosotros meditar sobre la realidad de la muerte.
A la luz de la muerte de Jesús, es maravilloso pensar y saber que la muerte no es un fin, sino que es el comienzo, en el Prefacio de la Misa de difuntos, rezamos “nuestra vida no termina, sino que se transforma”. La muerte es el día para volver al Padre. La muerte, nuestra muerte está pensada por Dios. No morimos por la fatalidad, no morimos por distracción, no morimos por casualidad, no morimos en las vísperas. Aquí son los tantos… “si hubieras estado aquí”, que decía Marta, que a veces muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo le dicen a Dios. El día de nuestra muerte también forma parte de la Providencia Amorosa del Padre. Nuestra muerte debe ser siempre pensada desde la muerte de Cristo. Allí podrá ser mirada sin tanto temor, “Dios nos hizo para Él y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse definitivamente en Él”, nos recordó el gran San Agustín. Y es maravilloso lo que cantaba Santa Teresa: “Sácame de esta muerte, mi Dios y dame la vida; no me tengas impedida en este lazo tan fuerte. Mira qué pena no verte, y mi mal es tan entero, que muero porque no muero” (Sta. Teresa,” Vivo sin vivir en mí”) La muerte de Jesús ilumina nuestra propia muerte porque su muerte es un paso, un abrazo al Padre.
Vamos al encuentro con quien nos Ama desde siempre, llevado por las manos de Jesús porque nadie va al Padre sino por medio del Hijo, como nos dice la Escritura.
Para nuestros fieles, para los miembros de las Distintas Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad que se nos han confiado a nuestro cuidado pastoral, la dimensión de la muerte es hablada y también sopesada, y nada se antepone ni la propia vida si peligra la Patria, su pueblo, su territorio, su gente, por eso es un buen deseo hacer carne esta verdad hecha oración: “He de morir, ciertamente, una sola vez, pronto y seré despojado de todo y pasaré a otra vida. Por tanto, he de vivir como quien sabe que ha de morir, preparado siempre, desasido de todo, sólo apegado a lo que no me podrá arrancar la muerte, que es mi Dios y mis buenas obras.
Nos encomendamos a María, nuestra Madre, en sus diversas advocaciones de Luján, de la Merced, de Stella Maris, de Loreto y de Nuestra Señora del Buen Viaje, ya que a ella le decimos muchas veces “ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte” y confiados le rezamos: “y al final de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”.
+Santiago Olivera
Obispo para las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad
De la República Argentina.
(Obispo Castrense)
[1] Palabras para el Camino, 02 de noviembre.
[2] Homilía 02/11/21
[3] Palabras para el Camino, 02 de noviembre.
[4] Homilía 02/11/21
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