Mons. Olivera | Necesitamos que el Evangelio que sana y libera se encarne más en nuestra Nación, así lo señaló el Obispo Castrense de Argentina al compartir la Homilía, en la Santa Misa Crismal. Fue en la media mañana del martes 30 de marzo, en la Catedral Castrense, Stella Maris en CABA (Ciudad Autónoma de Buenos Aires), celebración que además fue transmitida por redes sociales de nuestra Diócesis Castrense de Argentina.
Presidio la Santa Misa, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina, concelebraron, el Vicario General, Mons. Gustavo Acuña, el Canciller y Capellán Mayor de la Armada, Padre Rostom Maderna, el Capellán Mayor del Ejército Argentino, Padre Eduardo Castellanos, el Capellán Mayor de la FAA, Padre César Tauro. También, el Capellán Mayor de la GNA, Padre Jorge Massut, el Capellán Mayor de PNA, Padre Diego Tibaldo, el Capellán Mayor de PSA, Padre Rubén Bonacina, el Rector de la Catedral Castrense, Padre Diego Pereyra, el Rector del Seminario Castrense, Padre Daniel Diaz Ramos y Capellanes Castrenses de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, asistieron fieles Castrenses.
Durante la celebración Eucarística también hizo su juramento de fidelidad Vicario Judicial Castrense, el Padre Juan Lisandro Scarabino. En su mensaje durante la Homilía, Mons. Santiago decía, “damos gracias a Dios por poder celebrar, con todos los cuidados necesarios esta Misa que el año pasado por esta dolorosa pandemia no nos fue posible. Perder algo, nos hace y nos hizo, valorar muchas cosas, sin duda.”
A continuación, compartimos con en forma textual la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina:
Misa Crismal
Martes 30 de marzo de 2021
Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris
Buenos Aires-CABA
Con mucha alegría celebro junto a parte de nuestro clero, religiosas y representantes del pueblo de Dios que se me han confiado, -como son las Autoridades y miembros de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas Federales de Seguridad y sus familias-, la Misa Crismal en esta particular Diócesis Castrense. Damos gracias a Dios por poder celebrar, con todos los cuidados necesarios esta Misa que el año pasado por esta dolorosa pandemia no nos fue posible. Perder algo, nos hace y nos hizo, valorar muchas cosas, sin duda.
La celebración de esta Santa Misa, en la cual concelebramos los sacerdotes, es manifestación del Único y Mismo Sacerdocio de Jesús y también es manifestación de pertenencia y comunión del Obispo con su presbiterio. Es poner en práctica la enseñanza conciliar que dice: “…conviene que todos tengan un gran aprecio por la vida litúrgica de la Diócesis en torno al Obispo, es aquí donde se hace la principal manifestación de la Iglesia…”. Al decir en castrense, “este es un modo privilegiado, – como me compartió en una oportunidad un General del Ejército – para palpar y ver la “conjuntez”, porque están presente los Capellanes de las distintas fuerzas, pero de la misma Diócesis, podríamos decir que aquí es donde se hace la principal manifestación de la Iglesia Castrense”. Gracias a Dios y a la tecnología podemos sumar a nuestros hermanos que desde lo ancho y largo del país también están presentes y se suman por las redes a esta celebración.
Es una gracia grande, como les he compartido en otras oportunidades que una vez al año podamos tener esta oportunidad de encontrarnos y sabernos que caminamos juntos para servir a nuestros fieles que el Señor y la Iglesia nos confían. Estamos viviendo tiempos inéditos y muy difíciles, lo sabemos y experimentamos. El año pasado no hemos podido celebrar juntos, por motivo de esta “tormenta furiosa e inesperada” -que todavía la tenemos presente entre nosotros-, pero por eso, damos especiales gracias a Dios de poder celebrarla hoy. Con cuidados, con temor, pero confiados y orantes esperanzados, en que pronto pasen estos días, meses y años de pruebas y de dolor.
Queremos Señor, lo decimos y pedimos como Iglesia peregrina en nuestra Patria, que esta pandemia saque de nosotros lo mejor. Que estar así, tan de cara a la fragilidad, la enfermedad y la muerte, haga renovar en nosotros el deseo de vivir una intensa vida, en solidaridad y fraternidad. Nuestro Pueblo Castrense, fieles laicos y sacerdotes, hemos querido estar allí donde se nos reclama, hemos querido ir allí donde hacíamos falta, hemos querido sin duda, ser protagonistas de la cultura del encuentro y del amor. Y del Amor grande, que “ama sin límite y sin tiempo” “que ama siempre y a todos” como es el verdadero amor cristiano, como es el Amor de Jesús que en estos días tendremos el gozo y la posibilidad de renovarlo, de verlo y recordarlo, porque ese es nuestro camino.
El Evangelio que nos propone la liturgia de la Misa Crismal nos presenta a Jesús en el inicio de su ministerio público, cuando en la sinagoga de Nazareth manifiesta su plena conciencia de saberse llamado por el Padre a cumplir una misión, sostenido y fortalecido por la certeza de la presencia del Espíritu Santo.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena Noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros…a consolar a los que están de duelo, a cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y su abatimiento por un canto de alabanza…”, esto acabamos de escuchar en la lectura del profeta Isaías. Frente a este texto y lo actualizado en el Evangelio por el mismo Jesús a quien seguimos, no puedo dejar de pensar en aquellos fieles nuestros que más están sufriendo. Aquellos que, enfermos y con años de prisiones preventivas, siguen sufriendo la cárcel y lo que es peor, siguen sufriendo muchos de ellos, por causa de miradas parciales e ideologizadas. El Papa Francisco nos invitaba hace poco tiempo a no dejarnos ganar por la ideología de un lado y de otro. Nos dijo el Santo Padre que estar privado de libertad no es estar privado de dignidad. No podemos dejar de pensar en tantas familias que sufren estas dolorosas situaciones. No podemos dejar de pensar en tantas familias que sufriendo en tiempos de democracia, violencias y atentados, hoy se los sigue silenciando o etiquetando, sin recibir ningún reconocimiento. No podemos dejar de renovar con esperanza, la certeza que otro modo de vivir es posible en nuestra Patria. Es Providencial recordar las palabras del Santo Padre en su Carta Encíclica Fratelli Tutti:
Dice el Papa, “Cuando hubo injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no haber tenido la misma gravedad o que no son comparables. La violencia ejercida desde las estructuras y el poder del Estado no está en el mismo nivel de la violencia de grupos particulares. De todos modos, no se puede pretender que sólo se recuerden los sufrimientos injustos de una sola de las partes…”( n° 253)
¡Como nos interpela el Evangelio! Siempre, si lo recibimos desde la fe, el Evangelio interpela y compromete. Jesús anuncia y proclama, libera y hace ver. Por esto es que confiados en el Evangelio y desde el Evangelio debemos hablar y obrar.
Necesitamos que el Evangelio que sana y libera se encarne más en nuestra Nación. Nación cuya identidad sea la pasión por la verdad. ¡Qué bien nos hace la verdad!
Hemos sido ungidos para sanar, vendar, acompañar y para hablar con coraje y valentía. La verdad muchas veces nos duele, pero nos hace libres. La verdad asumida engrandece, aunque parezca humillación. Verdad supone también entonces, asumir los propios errores. Jesús vino para sanarnos, vendarnos y curarnos. Esto es motivo de profundo gozo.
Este Espíritu que está sobre el Señor y al cual Él obedece dejándose conducir, está también en nosotros, guiándonos y conduciéndonos internamente. No es la carne ni la sangre lo que guía nuestro caminar de pastores. No es la prudencia humana ni el interés propio lo que nos mueve. El Espíritu es quien inspira nuestras acciones y lo hace para alabanza y gloria del Padre y para el bien del pueblo fiel.
Nosotros, sabemos que fuimos llamados por Jesús para llevar la buena Noticia: La buena noticia es que Dios envió a su Hijo Jesús. La buena noticia es Jesús quien nos “Ama hasta el extremo, hasta el fin,” que ama sin límites, siempre y a todos.
Hemos escuchado también en el Evangelio, que “Todos en la Sinagoga tenían puestos los ojos en El”.
En esta Eucaristía los sacerdotes y yo, vamos a renovar nuestro ministerio.
Quisiera que todos pongamos nuestra mirada en Jesús, nuestra mirada en Él. Es fuente de renovada espiritualidad saber que Él, nos llamó. Él, es el que “nos amó hasta el Extremo”. Él, es el que nos mira siempre amando. Él, es el que nos renueva. Él, es el que nos espera. Él, es el que nos busca. Él, es el que nos sana. Él, es el que nos perdona. Él, es el rostro de la Misericordia. Él, es el que murió por nuestra Salvación. Él, es el “Dios con nosotros”.
Nosotros, debemos ser sobre todo, hombres de oración. Lo necesitamos para saber ver y para obrar con entrega generosa y valiente, y el pueblo de Dios, nos necesita orantes y santos.
La oración nos ayudará a discernir y andar por los caminos del Evangelio sin ambigüedades, firmes y seguros, frágiles pero fuertes.
Los invito hoy, y lógicamente también me sumo, a renovar las promesas sacerdotales en clave de conversión y disponibilidad para poder ser santos sacerdotes. Pastores con verdadero ardor evangélico, que no nos pueda la función, ni las adversidades, ni los miedos, ni los años.
El expresivo signo de la bendición de los santos óleos, que serán usados para la administración de los sacramentos, nos habla de la santificación del pueblo cristiano mediante una intensa vida sacramental. Sabemos que la santidad del pueblo cristiano, la realiza Dios por los sacramentos, pero no cabe duda que la mayor o menor santidad de los ministros, incide ciertamente en la fecundidad de su ministerio.
Queridos Padres, un día fuimos ungidos para vivir como sacerdotes y ser felices desempeñando este gran ministerio. Hoy queremos renovar esa Unción del Espíritu Santo, que selló nuestra amistad con Cristo y nos insertó profundamente en la Iglesia. Renovar una vez más nuestro sacerdocio nos debe llenar de gozo, porque Dios vuelve a mirarnos con amor y nos invita a dejar todo para seguirlo. Renovar supone “carga ligera” para dejar atrás proyectos personales y embarcarnos en la gozosa aventura de Anunciar el Evangelio.
Quiera Dios que este día sea un día de auténtica renovación. Señor Tú nos conoces, te presentamos nuestras vidas, nuestras alegrías, nuestras debilidades, nuestras fuerzas desgastadas, nuestras enfermedades, nuestros aciertos y errores, nuestras miserias y pecados. Pero por, sobre todo, ponemos bajo tu mirada nuestra vida y nuestra fe. Esta Misa es una nueva oportunidad de la que el Señor se sirve, para hacer resonar con nueva fuerza aquel “Sígueme” que todos escuchamos hace algunos años y aquel “sí” que con gozo hemos expresado.
Que nuestros santos Patronos, Juan de Capistrano y José del Rosario Brochero, nos animen y estimulen para ser firmes, fuertes y valientes creativos en el Anuncio Evangélico.
Que María, nuestra Madre de Luján nos custodie, y cuide a cada miembro de nuestra Iglesia Diocesana, que se consagra para servir a los hermanos y a la Patria, aún a costa de la entrega de la propia vida.
Transitando el año de San José y de la Familia, quiero terminar con la oración que nos ha propuesto el Papa Francisco:
Salve, custodio del Redentor
Y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en Ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
Y defiéndenos de todo mal. Amén.
+Santiago Olivera
Obispo para las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales
de Seguridad de la República Argentina
(Obispado Castrense)
Impecable y la esperanza que en conjunto podamos alcanzar la pas social tan quebrantada y al mismo tiempo tan deseada. Dios les bendiga.