Mons. Olivera | Pastor de una Iglesia Diocesana peculiar

22 mayo, 2021

Mons. Olivera | Pastor de una Iglesia Diocesana peculiar, bajo este título el Obispo Castrense de Argentina protagonizaba la publicación gráfica en la Revista, Pastores, Cuaderno para la formación Sacerdotal, en su edición N° 69, de mayo de 2021.  En la misma, tras tres años y medio al frente de la Diócesis Castrense de Argentina, comparte su reflexión, la cual surge como ecos “(…) de la experiencia de este tiempo”.

En el comienzo nos narra aquella misión de cambiar de una Diócesis territorial a una Diócesis personal, allí Mons. Santiago rescata, “(…) he experimentado un poco lo de Abraham: salir de lo que en ese tiempo había sido “mi tierra”, e ir a otra, y en ese caso, al ser personal esa tierra, al corazón de cada hombre y mujer que conforman la gran familia castrense, miembros de las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad”.  También, nos habla sobre el Clero Castrense, su misión pastoral, su identidad pastoral y sobre el “peculiar” carisma como sacerdotes, además en el tramo final nuestro Obispo se refiere a la atención pastoral de los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, asegurando que ella, “(…) es un don”.

A continuación, compartimos en forma completa la publicación de Mons. Santiago Olivera en la, Revista, Pastores:

Pastor de una Iglesia Diocesana peculiar

Mons. Santiago Olivera[1]

Habiendo transitado ya más de tres años y medio en esta Iglesia personal, como es el Obispado castrense, quería compartir algunos ecos que nacen de la experiencia de este tiempo[2].

“Sal de tu tierra…” (Gn 12, 1)

            Lo primero que puedo decir es que se siente el cambio de una diócesis territorial a una diócesis personal, ya que no es una realidad muy conocida y además supuso dejar una porción del pueblo de Dios, como es la querida diócesis de Cruz del Eje, que conserva y custodia al Patrono del Clero Argentino, nuestro Santo Cura Brochero.

            He experimentado un poco lo de Abraham: salir de lo que en ese tiempo había sido “mi tierra”, e ir a otra, y en ese caso, al ser personal esa tierra, al corazón de cada hombre y mujer que conforman la gran familia castrense, miembros de las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad.

Con el compartir de estos años he ido creciendo un poco en el conocimiento y la comprensión de la diócesis. Aún queda un camino por recorrer…

“… y ve a la que yo te mostraré” (Gn 12, 1b)

            De lo que Dios me ha ido mostrando -cual experiencia de fe de Abraham- puedo destacar que:

  • Cuenta con un clero numeroso y de lo más diverso, teniendo en cuenta que muchos de ellos proceden de diócesis territoriales, de Congregaciones o Movimientos religiosos y formados en distintos seminarios. Diversidad que comprende una riqueza, pero a la vez un gran desafío para el trabajo en conjunto como Presbiterio. Es un camino que se va transitando, pero queda un tramo aún por recorrer. A esto se le suma la “ausencia” en ella de un obispo por el lapso de diez años, dato no menor y que se hizo y se hace sentir.[3]
  • Nuestra identidad sacerdotal es siempre un desafío mayor que en las diócesis territoriales. Aquí, como misión del sacerdote, están las “salidas al terreno” por ejemplo, dónde los sacerdotes suelen vestir como soldados. Antes me generaba cierta resistencia, ahora sólo trato de abordarlo desde las siguientes preguntas ¿Qué lleva a un sacerdote a vestir así? ¿La cercanía con el pueblo que se le ha confiado? O ¿un “coqueteo” que denota una no muy clara identidad plenamente sacerdotal? Esa pregunta que apunta al corazón es la que cada sacerdote debe responder. Si bien insisto-y lo creo- que nuestra gente moldea nuestro corazón, he dicho alguna vez “pastor con olor a soldado y con olor a Dios”, parafraseando al Papa Francisco, eso no implica que la identidad sacerdotal se diluya sino, todo lo contario, se fortalezca[4] .

            Creo muy oportunas las palabras del querido San Juan XXIII[5]

“La eficacia del Ministerio de los Capellanes Militares, no depende de medios humanos, de simpatías ganadas artificialmente, a veces a costa de compromisos con la propia conciencia, sino solamente de la ayuda de Dios y del Espíritu sacerdotal, que es lo que siempre ha de poner como cúspide en la jerarquía de valores (…), acercaos siempre a vuestros hermanos como sacerdotes. Ellos esperan ante todo la luz de vuestro ejemplo y de vuestro sacrificio; anhelan consuelo en las pruebas, firmeza en la dirección de las almas, claridad y celo en las enseñanzas, en vosotros ellos quieren ver siempre y en todo a los ministros de Cristo, a los administradores de los misterios de Dios. No dejéis pasar ocasión sin inculcarles al amor a la vida de la gracia, brindándoles frecuentes oportunidades para que puedan acercarse a los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía. Solo así vuestra acción será fructuosa y vuestro recuerdo quedará indeleble” (S.S. Juan XXIII, Alocución a los capellanes militares, 11 de junio de 1959).

            Con alegría digo también, que me he encontrado con muchos sacerdotes que viven así su misión, haciendo mucho bien: llenos de Dios y con pasión evangelizadora.

“Después (Abraham) siguió su camino, poco a poco…” (Gn 12, 9)        

Con la experiencia del Abraham, es continuar un camino e ir dando pasos, poco a poco. Dichos pasos deben contemplar algunos aspectos que voy reconociendo en ese camino:

Lo primero es tratar de responder a una gran pregunta que sigue latente, si decimos que la existencia de nuestra diócesis responde a la “peculiar forma de vida de nuestros feligreses”. ¿Cuál sería nuestro “peculiar” carisma como sacerdotes? Han ido surgiendo distintos aspectos que, de algún modo, muestran ese carisma. Había dicho como cualidades especiales: itinerante, misionero y samaritano, a esto se le suma la capacidad concreta de entregar la propia vida[6].  Creo oportuno aquí destacar la figura de San Juan de Capistrano- Patrono del Clero castrense de todo el mundo- en su labor de Capellán durante épocas bélicas y su entrega “hasta el extremo” en la asistencia espiritual a los soldados, y siempre obrando como sacerdote, decían de él: «Tenemos un capellán santo. Hay que portarse de manera digna de este gran sacerdote que nos dirige”.

Reflexiones que van ayudando pero que aún quedan por seguir ahondando para enriquecer la respuesta ante este interrogante, clave para nuestra espiritualidad sacerdotal.

Lo que he expresado de los sacerdotes, también vale para la figura del obispo. Su equiparación jerárquica suele mostrar cierta distancia con algunos miembros de los que conforman la diócesis. Una situación que ilustra esto es, por ejemplo, cuando celebro el sacramento de la Confirmación: terminada la celebración es muy común que los jóvenes que se confirman no suelan acercarse para un saludo más cordial con el obispo, debido a la formación o el orden con el que está organizada la celebración. Son experiencias de cierta distancia, en la que se deberá hacer camino de mayor cercanía. También en la línea jerárquica tiene mucha fuerza la figura del Capellán Mayor y será un desafío la respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo lograr que no se diluya -como presencia de fe y su riqueza teologal- la misión del obispo? Mi presencia en los distintos lugares donde se encuentra la diócesis y el camino con los mismos Capellanes Mayores, ayuda a dar pasos en este sentido. Este desafío también es mayor, debido a la ausencia de obispo por tantos años y, si bien había un eficaz Administrador Diocesano, el cuidado de la diócesis descansaba mucho en la labor de los Capellanes Mayores.

            Una respuesta a los desafíos de los sacerdotes es, sin lugar a dudas, la formación de los seminaristas. Después de tres años, he visto que por “la peculiar forma de vida de nuestra feligresía, [que] implica una peculiar formación de los futuros sacerdotes”, ésta no puede ser brindada totalmente por un seminario diocesano territorial. La formación de un seminarista castrense también es peculiar; se los prepara para el diálogo en las realidades laborales y profesionales con los miembros de las fuerzas. Y no es menor pensar que los fieles que se nos encomiendan deban estar dispuestos a entregar su vida.  Es fuerte pensar que es la única profesión y vocación que se prepara para “dar la vida hasta el extremo”, concretamente en situaciones difíciles y extremas. Nuestros seminaristas también se prepararán entonces contemplando esta posibilidad. Aunque se formarán junto a muchos otros seminaristas del país, tendremos una casa de formación propia, con el fin de formar el corazón para que puedan responder mejor a la atención pastoral que se le requerirá. Formar pastores y no funcionarios es un desafío en esta realidad castrense. Creo que un seminarista castrense debe tener un particular carisma, que es necesario discernir, para el servicio concreto a hombres y mujeres de las distintas fuerzas y sus familias. Esto también es necesario tener en cuenta para los sacerdotes que se suman a servir en nuestra Diócesis.

La atención pastoral se da más en las guarniciones, cuarteles, regimientos, y- sabemos que esa labor se da más en los días hábiles, es decir, cuando nuestra gente está en “su trabajo” y, de ahí la necesidad de una formación que ayude para “trabajar en el terreno” con creatividad y “en salida”.  A esto se le suma la atención de las familias castrenses, que supone también aprender de ellas, de lo que significa tener siempre “las valijas listas” para -sin instalación e itinerantes- estar dispuestos a ir donde sea necesaria la presencia y asistencia sacerdotal.

            Un gran desafío- tanto para los seminaristas, en primer lugar, y, como para los sacerdotes, es fortalecer la vida interior, la vida espiritual, la vida eucarística. Y esto, porque al no tener -en muchos lugares- un ámbito sagrado (parroquia, oratorio, etc.) no siempre está la “exigencia” por parte de los fieles de la Misa diaria o de la Misa de los fines de semana (como decía en el párrafo anterior, nuestra labor se da más durante los días hábiles). Muchos de nuestros sacerdotes viven en casas particulares y/o en soledad. Entonces sino está, esta formación, arraigada en el corazón, puede suceder que se dificulte la vida interior y eucarística. Por otra parte, y gracias a Dios, muchos de nuestros sacerdotes se relacionan e integran en lo que pueden colaborar con las diócesis territoriales haciéndose uno con ellas, sin perder la propia identidad y misión sacerdotal.

“Un pueblo se te ha confiado”

La experiencia de fe de Abraham es la Alianza en favor de un Pueblo: así lo quiero vivir yo también. San Juan Pablo II nos hacía pensar, al inicio del nuevo milenio, en la “espiritualidad de comunión”, y nos invitaba a ver que el otro es un don para mí. Y reconozco que en este tiempo fui entendiendo que la atención pastoral de los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, es un don. Las Diócesis, así como la vida de cada uno son un don, son un don para cada uno. Acompañar a estos hombres y mujeres que tienen que estar dispuestos a dar la vida y ayudar a la vez a ver con respeto al prójimo- incluso a aquel que se opone a la ley o vive fuera de ella. Un gran desafío evangelizador que implica “acompañar el día a día” para que esa mirada a aquel que veo como un “enemigo” llegue a ser- como me gusta decir y lo creo- “el amigo a quien amar”, incluso aquel que se aleja hasta de los valores democráticos o constitucionales que garantizan nuestra vida en sociedad.

La atención pastoral a los hombres y mujeres de las Fuerzas implica una atención “exclusiva”, un sacerdote territorial no podría asistir a diversos ámbitos que implican esa dedicación total. Porque en ocasiones son meses de acompañamiento en la propia realidad existencial del hombre de armas que para un párroco no se hace posible. Pienso en las Misiones de Paz, la Fragata Libertad, el Rompehielos Irizar, como realidades donde la presencia del sacerdote hace tanto bien y solo es posible, por ahora- hasta que se puedan pensar o ver nuevos caminos de atención- por la presencia de nuestra diócesis.

Tomando la imagen de la “espiritualidad de comunión”, es una realidad de nuestro Ministerio Episcopal, lo “cumulativo” de nuestra misión, lo que supone necesario y fecundo el diálogo con mis hermanos obispos de las diócesis territoriales donde se encuentran los ámbitos y las personas que forman la diócesis castrense. En estos años, he ido hablando con ellos y he pedido participar en las reuniones regionales de obispos- tenía ya un cronograma que la Pandemia pospuso, pero- Dios mediante- retomaré cuando sea posible- donde hemos podido compartir esta realidad diocesana. En la misma línea, cada vez que nombro un sacerdote en tal o cual destino, le pido tenga contacto con el obispo del lugar, se acerque a saludarlo y muestren disponibilidad de ayudar, sin descuidar, obviamente, la misión que se le encomendó. De hecho, vale aquí, por ejemplo, si el capellán tiene su misión los días hábiles, goza de disponibilidad los fines de semana y ahí podría ser una gran ayuda. Aunque, claro está, habrá que saber custodiar y preservar los días de justo y necesario descanso.

Esto ayuda a que podamos vivir en comunión con la Iglesia en Argentina. A veces, tal vez por tener Estatutos particulares que implican un estilo pastoral, o por la historia argentina vivida, con mucho respeto lo digo, existen todavía ciertos prejuicios que nos cuestan y nos desafían; esto lo he experimentado en mi labor episcopal.

De nuestra parte, y para hacer caminos de comunión, estamos participando más en las distintas iniciativas de la Iglesia en nuestro país: Encuentros de Sacerdotes, OSAR, Liturgia, Pastorales diversas, como así también la realización de la “Colectas imperadas”- lo que nos implica una gran creatividad al no tener muchas comunidades donde realizar dichas colectas y debemos valernos de otros medios posibles para suscitar esa colaboración; por cierto, hemos tenido respuestas generosas tanto de muchos de nuestros fieles como de muchos de nuestros capellanes. La creación de la Cáritas diocesana es otra las iniciativas concretadas en este camino de comunión.

Y, un camino de comunión más “ad intra” son los Encuentros de Formación que tenemos cada año, como así también el Retiro espiritual anual. Ambos de participación obligatoria para los sacerdotes incardinados y agregados[7] (a los sacerdotes auxiliares se los invita a participar). En el año previo a la pandemia se sumó un encuentro con los sacerdotes incardinados y agregados, otra rica iniciativa para poder encontrarnos, ya que los sacerdotes están a lo largo y ancho de nuestro país y estos son los momentos privilegiados para encontrarnos personalmente. Sin duda que también se da mi encuentro personal con ellos cuando visito las distintas regiones -en la cuales hemos agrupado la diócesis- y, también en estos tiempos a través de los medios de comunicación actuales. De hecho, creo que los medios que usamos en este tiempo de pandemia han venido para quedarse y serán una herramienta muy útil en nuestra realidad diocesana para seguir creciendo en el sentido de pertenencia.

“Estuve preso y me viniste a ver” (Mt 25, 36b)

Junto a San Juan de Capistrano que es patrono universal del clero castrense, tenemos, como clero de Argentina, a nuestro querido padre Brochero -San José Gabriel del Rosario-, y vemos en él, entre tantas cosas de su labor pastoral, su preocupación por los presos. Los visitaba y también elevaba su voz a fin de “no hacer pasar a los penados ´suplicios infernales´ y recordaba nuestro santo amigo Brochero el artículo 13 de la Constitución Provincial[8], donde se exigía que las cárceles sean seguras, sanas y limpias y que no podrá tomarse medida alguna que, a pretexto de precaución, conduzca a mortificar a los presos”. Además, San José Gabriel pidió, y no calló, con motivo del Año Santo, indulto o reducción de penas.

Comparto esto de Brochero, porque vivimos una realidad como diócesis que también nos duele: la presencia de fieles nuestros a los que se vulneran sus derechos, no tienen un buen juicio, o un debido proceso y cumplen prisiones preventivas de muchos años. Muchos de ellos con “pre- juicios”, algo así como que “son culpables hasta que se demuestre lo contario”. Son realidades que implican valentía- al estilo de Brochero -para superar todo enojo o crítica de uno u otro lado que responden a ideologías que- como dice el Papa Francisco- son peligrosas de cualquiera de los dos lados. Creo que una mirada desde la verdad completa, permitirá caminos nuevos para un paz estable y verdadera. Y me permito terminar mencionando nuevamente al Papa Francisco, que con valiente claridad nos dice:

“Cuando hubo injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no haber tenido la misma gravedad o que no son comparables. La violencia ejercida desde las estructuras y el poder del Estado no está en el mismo nivel de la violencia de grupos particulares. De todos modos, no se puede pretender que sólo se recuerden los sufrimientos injustos de una sola de las partes…” (Fratelli Tutti, 253)

En nuestra tarea de Pastores, Obispo y Capellanes asumimos acompañar a estos hermanos nuestros que entregan y entregaron sus vidas por la Patria.

*          *          *

Siendo la nuestra una realidad eclesial rica y compleja, siento la necesidad de seguir aprendiendo a acompañarla, en orden a que continúe siendo evangelizada y evangelizadora. Así como el Espíritu de Dios busca siempre iluminar, impulsar y orientar la vida eclesial, no dudo de que lo seguirá haciendo con nosotros.


[1]Obispo castrense en la Argentina.

[2]Esta circunscripción eclesiástica castrense fue creada por la Iglesia para hacer posible el desarrollo de la actividad salvífica de la Iglesia en el espacio y en el tiempo, es decir, en la peculiar situación de las personas que sirven en las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad.

[3] Desde 2007 hasta 2017, año en el que yo fui nombrado obispo castrense.

[4]Recuerdo que en un encuentro con un Militar me comentó de un capellán- del cual se hizo muy amigo- que, en una misión de paz, le reprochó por qué no “vestía como soldado”, a lo que el capellán respondió, “soldados tiene muchos, aquí se necesita un sacerdote, y yo soy sacerdote”.

[5]San Juan XXIII junto a San Juan Pablo II son dos- de los Pontífices- que miramos con mucha devoción, no solo por su Magisterio que enriquece e ilumina el andar de nuestra diócesis – destacamos que la MC es obra de Juan Pablo II- sino también porque ambos fueron Capellanes durante el ejercicio de su ministerio sacerdotal.

[6]En esta dimensión me ayudó, para comprenderlo mejor, el diálogo que tuve con un obispo amigo: Le compartía que, si entrábamos en Guerra, yo renunciaba como obispo. Lo manifestaba porque no estoy de acuerdo con las guerras. Pero él, santa y sabiamente me dijo: “No, todo lo contrario, si entramos en guerra, tu misión es estar ahí acompañando a tus sacerdotes y estar confesando, dando el sacramento de la Unción de los enfermos y animando”.

[7]Sacerdotes que, perteneciendo a una diócesis territorial o Religiosos, están prestando servicio en el obispado castrense a tiempo completo

[8] Constitución de la Provincia de Córdoba

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1 Comentario

  1. Claudia

    Me pareció excelente la profunda y cristiana reflexión del Obispo.Cada palabra suya hace sentir que todo lo vive desde Jesús y con Jesús. Nos hace sentir el AMOR UNIVERSAL DE DIOS.
    GRACIAS DIOS LO SIGA BENDICIENDO Y EL ESPÍRITU SANTO ILUMINE CADA SITUAVION QUE VIVA
    DRA CLAUDIA ASPE

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