MONS. OLIVERA | Renovamos nuestro deseo de vivir intensamente “nuestra hora,” en este tiempo que nos toca transitar, con valentía, sin cobardías, así lo señaló el Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad de Argentina al compartir su Homilía en la XXI Peregrinación Diocesana a Luján. Celebrada en la mañana del jueves 3 de octubre, los efectivos de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de seguridad peregrinaron a la casa de nuestra Patrona de la República Argentina, de la Diócesis Castrense y de la GNA (Gendarmería Nacional Argentina).
Presidió la Santa Misa, Mons. Santiago Olivera, concelebraron Capellanes de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas Federales de Seguridad, participaron el Secretario de Culto de la Nación, Nahuel Sotelo, el Jefe del Estado Mayor Conjunto, los Sres. Jefe de Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas y Jefes de las Fuerzas Federales de Seguridad, el Intendente de la ciudad de Luján, Lic. Leonardo Boto y fieles castrenses. El Obispo decía en la Homilía, “un 7 de octubre de 2003, Monseñor Baseotto -anterior Obispo Castrense-, vio con acierto pastoral, que era importante que -como Obispado Castrense-, la gran familia de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad a nosotros confiados, peregrináramos a la Basílica de nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria y también Patrona de nuestro Obispado y de la Gendarmería Nacional”.
Continuando, agregó, “nos llena de alegría poder transitar ya la XXI peregrinación a la Casa de María, a la Casa de Nuestra Madre, por tanto, sin equivocarnos podemos decir “hemos venido a nuestra casa”, cada Fuerza con su identidad y misión, cada uno de nosotros con nuestra situación personal, con nuestras intenciones y necesidades, con nuestros temores y con nuestras alegrías y tristezas. Venimos a casa también en momentos de cambio, -momentos difíciles- pero con la esperanza de que serán para bien”.
Seguidamente, Mons. Santiago señalaba, “Madre, nosotros tus hijos venimos “peregrinando” a este Santuario Mariano, pero se hace réplica a lo largo y ancho del País donde las Fuerzas también peregrinan a Santuarios significativos de nuestra Patria y ponemos nuestras vidas en primer lugar, deseando y avivando el deseo de vivir según el querer de tu Hijo Jesús. En este año que somos iluminados por la fe, transitándolo hacia el Año Jubilar Diocesano del 2027, sabemos que ponernos en camino, es ya un acto de fe: Los Obispos latinoamericanos nos han compartido que “es en las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino”.
En otro párrafo, el Obispo agregaba, “en la herencia de la fe de nuestros mayores, de nuestras familias, de nuestras Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad y en la fe de nuestra Argentina con su rica historia mariana, venimos a la Casa de Luján, con lo que tenemos y somos; con nuestras alegrías y nuestros sueños; con nuestros miedos y esperanzas; con nuestros anhelos y desencuentros, con nuestros deseos de una Patria más fraterna.
Mons. Olivera, también decía, “(…) necesitamos la verdad en nuestra Patria, la verdad en las miradas, la verdad de la historia completa y sin parcialidades engañosas, la verdad de las propuestas y futuro, la verdad… Estamos necesitados de justicia y de verdad, claves para la paz, de caminos de encuentro y de auténtica fraternidad donde todos tengan lugar; sin insultos ni agravios, sin descalificaciones estériles que nos alejan del querer de Dios”.
Profundizando, Mons. Santiago cerraba diciendo, “Jesús nos ha atraído hacía Él; en este, venir e ir hacia Él, está su Madre al pie de la Cruz; Ella nos recordará siempre y a la vez nos invitará a “hacer lo que Jesús diga”. La “hora” de Jesús nos invita a preguntarnos sobre “nuestra hora”.
El Cardenal Beato Eduardo Pironio, cuyos restos mortales descansan en este lugar santo, nos decía: <<Yo quisiera mis hermanos, que comprendiéramos que también nosotros tenemos una hora, y que esta hora es la nuestra, que tenemos que comprenderla bien, que tenemos que amarla con intensidad y que tenemos que vivirla con generosidad>>. Esta es la XXI Peregrinación de las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad, y volvemos a traer la gratitud y la alegría de tantos, renovando desde aquí, desde Luján, nuestro deseo de vivir intensamente “nuestra hora,” en este tiempo de la historia que nos toca transitar, con valentía, sin cobardías”.
A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad de Argentina:
XXI Peregrinación Diocesana a la Basílica de Luján
3 de octubre de 2024
Un 7 de octubre de 2003, Monseñor Baseotto -anterior Obispo Castrense-, vio con acierto pastoral, que era importante que -como Obispado Castrense-, la gran familia de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad a nosotros confiados, peregrináramos a la Basílica de nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria y también Patrona de nuestro Obispado y de la Gendarmería Nacional. Él decía que estábamos viviendo tiempos difíciles y en esa coyuntura quiso poner bajo la protección maternal de María, a nuestra Patria, a nuestras Fuerzas y a sus respectivas familias.
Nos llena de alegría poder transitar ya la XXI peregrinación a la Casa de María, a la Casa de Nuestra Madre, por tanto, sin equivocarnos podemos decir “hemos venido a nuestra casa”, cada Fuerza con su identidad y misión, cada uno de nosotros con nuestra situación personal, con nuestras intenciones y necesidades, con nuestros temores y con nuestras alegrías y tristezas. Venimos a casa también en momentos de cambio, -momentos difíciles- pero con la esperanza de que serán para bien. Sabemos que peregrinamos en nombre de muchos otros que no lo han podido hacer, y nosotros somos como “sus representantes”; enfermos, ancianos, detenidos… Muchos sufriendo hace ya tiempo y confiando en una justicia que, como dijeron los Obispos hace ya más de 25 años, es “largamente esperada.”
Madre, nosotros tus hijos venimos “peregrinando” a este Santuario Mariano, pero se hace réplica a lo largo y ancho del País donde las Fuerzas también peregrinan a Santuarios significativos de nuestra Patria y ponemos nuestras vidas en primer lugar, deseando y avivando el deseo de vivir según el querer de tu Hijo Jesús. En este año que somos iluminados por la fe, transitándolo hacia el Año Jubilar Diocesano del 2027, sabemos que ponernos en camino, es ya un acto de fe:
Los Obispos latinoamericanos nos han compartido que “es en las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el Santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios.
El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que sólo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual.”
En la herencia de la fe de nuestros mayores, de nuestras familias, de nuestras Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad y en la fe de nuestra Argentina con su rica historia mariana, venimos a la Casa de Luján, con lo que tenemos y somos; con nuestras alegrías y nuestros sueños; con nuestros miedos y esperanzas; con nuestros anhelos y desencuentros, con nuestros deseos de una Patria más fraterna.
Nuestro camino de fe sin duda que está unido de manera indisoluble a María; Jesús, muriendo en la Cruz, nos la dejó como Madre: “He ahí a tu madre”. En el momento más importante donde Jesús nos revela claramente, su “amor hasta el extremo” nos deja el testamento más importante: nos deja a María, ¡Su Madre! y María se tomó bien en serio este regalo de su Hijo a los demás hijos suyos, que en Juan recibía… En aquella hora en la que la fe de los discípulos pasaba por distintas pruebas e incertidumbres, recibieron a aquella “Mujer” que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Recibieron en esos difíciles momentos a la “Mujer del Sí sin vacilaciones”, a la Mujer fuerte, a la Mujer dócil.
La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios, nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras…
A Ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz.
“Virgen de Luján, Madre de Jesús, estuviste firme al Pie de la Cruz. Hoy sos el rostro de la Iglesia Maternal que nos acoge y recibe, que sana y venda nuestras heridas, -podemos decir-, nuestras heridas y las heridas de nuestra Patria”.
Siempre pedimos en la oración por nuestra Patria:
“Queremos ser Nación, una Nación cuya identidad sea la pasión por la verdad…”
Y necesitamos la verdad en nuestra Patria, la verdad en las miradas, la verdad de la historia completa y sin parcialidades engañosas, la verdad de las propuestas y futuro, la verdad… Quiera Dios que esta oración se haga realidad en cada uno: “que nuestra identidad sea la pasión por la verdad.” Estamos necesitados de justicia y de verdad, claves para la paz, de caminos de encuentro y de auténtica fraternidad donde todos tengan lugar; sin insultos ni agravios, sin descalificaciones estériles que nos alejan del querer de Dios.
El Evangelio de San Juan que se acaba de proclamar, es el culmen de una Peregrinación. Jesús, para cumplir su “hora” llega, – después de un peregrinar con su Cruz- al lugar donde “todo se cumplirá”. El lugar donde Él, que “nos amó hasta el extremo”, dará la prueba más cabal de ese Amor.
Como les compartí en otra oportunidad, hablando con un hombre de las Fuerzas, me decía: “nosotros estamos acostumbrados a hablar de objetivos, ante tal o cual misión” u otro, que me dijo hace pocos días en el sur de nuestra Patria: “nosotros no trabajamos por horas, trabajamos por objetivos y no nos detenemos hasta que los cumplamos”. ¿Y cuál es ese objetivo en la misión de Jesús? Sin duda, atraernos hacia Él pero para llevarnos a Dios por el Amor: “Cuando Yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí…” Y nos atrae para darnos y ofrecernos con su Vida ofrecida y entregada, la posibilidad de la Salvación. Hoy Jesús nos ha atraído hacía Él; en este, venir e ir hacia Él, está su Madre al pie de la Cruz; Ella nos recordará siempre y a la vez nos invitará a “hacer lo que Jesús diga”.
La “hora” de Jesús nos invita a preguntarnos sobre “nuestra hora”
El Cardenal Beato Eduardo Pironio, cuyos restos mortales descansan en este lugar santo, nos decía:
“Yo quisiera mis hermanos, que comprendiéramos que también nosotros tenemos una hora, y que esta hora es la nuestra, que tenemos que comprenderla bien, que tenemos que amarla con intensidad y que tenemos que vivirla con generosidad.
¡Esta hora nuestra! Esta hora nuestra, así como se da; esta hora nuestra con todos sus riesgos y oscuridades, también con todas sus posibilidades y esperanzas; esta hora tan difícil y dura; esta hora tan rica y tan llena de Dios. Esta hora en la cual el Señor me está pidiendo absolutamente todo.
Es la hora en que pareciera que todo se quiebra y se despedaza, en que pareciera que el amor mismo ha muerto entre los hombres, en que la injusticia se ha apoderado del corazón de los mortales. Es en esta hora donde yo, cristiano, tengo que poner un poco más de la Luz de la Verdad. Esta hora en la cual yo tengo que plantar la justicia y ser realmente hacedor de la paz en la justicia. Es la hora en que yo tengo que comprometerme, muriendo todos los días un poco y a amar de veras a mis hermanos.[1]
Esta es la XXI Peregrinación de las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad, y volvemos a traer la gratitud y la alegría de tantos, renovando desde aquí, desde Luján, nuestro deseo de vivir intensamente “nuestra hora,” en este tiempo de la historia que nos toca transitar, con valentía, sin cobardías.
Que María, madre nuestra nos ampare y sostenga siempre. Que así sea.
[1] Jueves Santo, 1971
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