Mons. Olivera | Un cristiano tiene que transmitir el gozo, porque caminamos con la certeza de que el Señor está siempre, así nos lo manifestó el Obispo Castrense de Argentina, durante su Homilía en la Celebración Eucarística en el Domingo de Resurrección. Fue en la mañana del domingo 4 de abril, en la Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris, donde también Mons. Santiago Olivera, celebró el Sacramento de Bautismo de Benjamín Lefosse Ciganda, hijo de Cecilia Ciganda y del Suboficial Primero Furiel de la Armada Argentina, Sergio Lefosse.
Presidió la Santa Misa, Mons. Santiago, Obispo Castrense de Argentina, concelebraron el Rector de la Catedral Castrense, Padre Diego Pereyra, el Rector del Seminario Castrense, San Juan de Capistrano, Padre Daniel Díaz Ramos y el Confesor Ordinario del Seminario Castrense, Mons. Alberto Pita, asistieron a la celebración que también fue transmitida en vivo por redes sociales, fieles castrense. En sus palabras compartida en la Homilía, Mons. Olivera expresó su alegría por la celebración, diciendo, “hoy, es un día muy lindo para nosotros los creyentes, “Éste es el día que hizo el Señor”, el día de la Pascua, y sin duda a pesar de cualquier circunstancia que estemos pasando de nuestra vida, debe ser un tiempo de mucho gozo”.
También nuestro Obispo se refirió al Sacramento del Bautismo que recibió Benjamín Lefosse, señalando a sus padres, Cecilia y Sergio, “(…) ustedes, como padres lo deben saber: Por un hijo, uno es capaz de darlo todo, y ahora le están dando la posibilidad, como dice Jesús, que “aquel que cree en mí, aunque muera vivirá”, por lo tanto, es el don de la Vida (…)”.
Casi en el final de la Homilía, Mons. Santiago Olivera nos señalaba, “(…) la última palabra es que Cristo resucitó. La última palabra es que Cristo es la luz en nuestro camino, la única Palabra es que el Señor nos rescató y nos salvó del pecado y de la muerte. Por eso el tiempo de la Pascua es por excelencia el tiempo de la alegría, no puede haber cristianos tristes, esto no significa que no hay dolor ni situaciones difíciles en la vida, pero no podemos ser tristes.
Un cristiano tiene que transmitir el gozo, porque caminamos con la certeza de que el Señor está siempre. Porque se quedó con nosotros, porque nos acompaña, porque nos da su propia vida en cada Eucaristía”. Antes de impartir su bendición y finalizar la celebración, Mons. Santiago Olivera invitó a la familia Lefosse, a acercarse hasta el Altar, y presentarse ante la Imagen de Ntra. Sra. de Luján que estuvo en Malvinas, para encomendarlos a su protección.
Seguidamente, Mons. Santiago, convocaba a integrantes del grupo de laicos, La Fe del Centurión, para puedan recibir la imagen de nuestra Madre, y que puedan transportarla hasta la Catedral Metropolitana, para que asista a la celebración Eucarística en la tarde del domingo. Recordemos que los integrantes de La Fe del Centurión fueron los intermediarios para poder generar que nuestro Obispo, iniciara los trámites y desplegara la misión para poder lograr que la imagen de Ntra. Sra. de Luján, Peregrina de la Paz que tras la guerra estuvo 37 años en la Catedral Castrense del Reino Unido.-
A continuación, compartimos la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina:
Domingo de Pascua
04 de Abril de 2021
Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris
Hoy, es un día muy lindo para nosotros los creyentes, “Éste es el día que hizo el Señor”, el día de la Pascua, y sin duda a pesar de cualquier circunstancia que estemos pasando de nuestra vida, debe ser un tiempo de mucho gozo. Y en esta fiesta Pascual de alegría por excelencia, en este Domingo de la Resurrección, acompañamos a Cecilia y a Sergio, que piden el Bautismo de su hijo, Benjamín. Así como ustedes, un día hicieron posible por amor, que Benjamín naciera a la vida y le han podido dar la vida física, con este pedido, en esta celebración del Bautismo de su hijo, ahora por la fe, le dan la posibilidad de nacer a la vida que no termina, y esto ustedes, como padres lo deben saber: Por un hijo, uno es capaz de darlo todo, y ahora le están dando la posibilidad, como dice Jesús, que “aquel que cree en mí, aunque muera vivirá”, por lo tanto, es el don de la Vida y nos sumamos con mucho gozo, en esta Iglesia Catedral Castrense, a esta familia de nuestra Diócesis, por quien hoy recibimos a un nuevo hermano en la fe, así que nos llena de mucha alegría y vamos a ir viendo en la celebración del Bautismo, los distintos signos que nos invitan, no sólo a quedarnos en ellos por sí mismos, sino a vivir la realidad a la que nos llevan. Lo vamos a ir viendo en cada paso de la celebración y es una buena posibilidad también, para actualizar nuestro Bautismo. Porque, como sabemos, en el tiempo de Cuaresma hasta la Pascua, nos preparamos para actualizar y hacer memoria agradecida de la realidad vivida en nuestra condición de cristianos. Por lo tanto, es una buena oportunidad para que renovemos la fe. Lo hacemos, con un texto del Evangelio que, a mí siempre me conmueve y que conocemos, “los discípulos de Emaús”, siempre da como una clave en nuestra vida de cristianos. Ellos, fíjense, se estaban yendo a un pueblo, a unos kilómetros de Jerusalén, como escapando de aquel lugar, desoyendo al Señor que había dicho, “vayan a Galilea, que allí, me verán”. Y en el camino, iban conversando, discutiendo…
Quizá claro, las expectativas que ellos tenían, eran otras, pues decían: “…nosotros esperábamos que quizá el Hijo del hombre, el Mesías, nos iba a salvar de otra manera”… Parecía que para ellos, todo había terminado en la Cruz…
No les daban mucho crédito a lo que habían dicho algunas mujeres, que decían habían visto al Señor, y afirmaban, “nosotros no lo vimos”…
Podríamos decir, como lectura bíblica que en ese “nosotros esperábamos que fuera Él, quien iba a liberar a Israel”, ese, “nosotros esperábamos”, es como una lamentación.
Las lamentaciones que en las Escrituras son valiosas, -hay un texto bíblico que se llama el Libro de las Lamentaciones…- son un modo de rezar, un modo de unirnos con Dios también, de presentarle nuestros dolores, nuestras incomprensiones; y es importante que las lamentaciones sean presentadas al Señor, porque si no lo hacemos, quedan en nosotros, nos encerramos en eso y pueden llenarnos de resentimiento.
Nosotros, conocemos en la Biblia lamentaciones, recuerden cuando Jesús va a la casa de Marta y María cuando había muerto Lázaro, ¿qué le dice Marta a Jesús, lamentándose?: “si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Duras palabras, como diciendo, ¿qué estabas haciendo, dónde estabas, por qué no viniste?, Marta, se estaba lamentando.
O también, cuando estaban los discípulos en la barca, recordamos que dijeron, “¿no te importa que nos hundamos?”, éstas son lamentaciones expresadas.
El Señor en su pedagogía, se acerca, camina al lado, pregunta y les va sacando el desconcierto; recibe las lamentaciones, “nosotros esperábamos que fuera distinto el camino de la redención, de la salvación o de la liberación”, entonces, aquí viene la clave de la respuesta de Jesús, “¡hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer!” -Estas palabras también podrían ser dichas a nosotros-, ¿No era necesario que el Mesías soportara estos sufrimientos para entrar en la gloria?” El Señor Jesús, comenzó explicándoles las Escrituras, pero también tuvo este gesto tan lindo; no siguió de camino, se quedó con ellos, ante este pedido, esta expresión: “quédate con nosotros porque ya es tarde, el día se acaba”.
“Quédate con nosotros, -podríamos decirle también a Jesús cada uno de nosotros-, porque el día se acaba y la oscuridad viene. Quédate con nosotros Jesús, porque Tú eres la luz que ilumina mi vida y mi camino. Quédate con nosotros Señor, porque le das sentido a mi vida de fe, quédate con nosotros Señor…” Esta expresión deberíamos hoy renovarla con mucha fuerza, y repetirla cada día de nuestra vida y reformularla diciendo, “quédate con nosotros y aumenta nuestra fe”. Porque en el camino de la vida también, tenemos muchas lamentaciones, incomprensiones, situaciones difíciles, duras, pruebas, dolores, muerte, enfermedad… que tuvimos, que tenemos, que tendremos… ¿Pero, “no ardía acaso nuestro corazón”, mientras nos hablas y nos explicas las Escrituras, “¿no ardía acaso nuestro corazón?”, mientras leemos, rezamos la Palabra, nos reunimos en la Eucaristía?
“Es verdad, el Señor ha resucitado” le dicen los discípulos cuando se integran de nuevo, cuando vuelven al camino, cuando no escapan, porque ellos se iban a Emaús.
¡Qué lindo que podamos decirle al Señor: ¡Es verdad!, ¡has resucitado y le das sentido a mi vida!
Es verdad que has resucitado y por eso lo anunciamos con entusiasmo y con semblante alegre, no yendo por el camino de la vida con tristezas, esperando ¿qué cosas?, ¿qué situaciones? Si nosotros sólo debemos esperar seguir a Jesús y seguir su camino, el camino de la Cruz y del dolor, pero no como última palabra, sino como certeza del triunfo, porque la última palabra es que Cristo resucitó. La última palabra es que Cristo es la luz en nuestro camino, la única Palabra es que el Señor nos rescató y nos salvó del pecado y de la muerte.
Por eso el tiempo de la Pascua es por excelencia el tiempo de la alegría, no puede haber cristianos tristes, esto no significa que no hay dolor ni situaciones difíciles en la vida, pero no podemos ser tristes. Un cristiano tiene que transmitir el gozo, porque caminamos con la certeza de que el Señor está siempre. Porque se quedó con nosotros, porque nos acompaña, porque nos da su propia vida en cada Eucaristía.
Pidamos al Señor que tengamos la gracia siempre de reconocer su presencia en su Palabra y en su cuerpo, en su Eucaristía que cada domingo, en el día del Señor donde nos alimentamos y donde actualizamos la Pascua, de la Pascua que hoy celebramos. Damos gracias al Señor por habernos permitido de celebrar esta Santa Semana, damos gracias al Señor por aquellas conversiones que seguramente habremos tenido, si en verdad nos hemos encontrado con Jesús y le hemos prestado nuestras oscuridades para que Él nos ilumine.
Pidamos también que, como los discípulos de Emaús, sepamos expresar nuestra oración, a veces de alabanza o de lamentación, pero siempre de confianza en su caminar muy cerca de nosotros. Que por tanto entonces, vivamos este tiempo con verdadero espíritu cristiano y alegre, que podamos decir, “Aleluya” como fruto de nuestra oración y corazón. Que así, sea.
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