PAPA FRANCISCO | Dios no sólo quiere que seamos santos, quiere que seamos santos inteligentes, así lo expresó el Santo Padre Francisco durante su mensaje compartido en la Audiencia General del día de hoy. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco continuando con el ciclo de catequesis sobre “Los vicios y las virtudes”, centró su reflexión que por continuar afectada su voz por el refrío fue leída por el Padre Pierluigi Giroli, (Lectura: Pr 15,14.21-22.33).
Esto nos decía el Papa, “la catequesis de hoy está dedicada a la virtud de la prudencia. Junto con la justicia, la fortaleza y la templanza, forma las llamadas virtudes cardinales, que no son prerrogativa exclusiva de los cristianos, sino que pertenecen al patrimonio de la sabiduría antigua, en particular de los filósofos griegos. En los escritos medievales, la presentación de las virtudes no es una simple enumeración de cualidades positivas del alma. Tomando a los autores clásicos a la luz de la revelación cristiana, los teólogos imaginaron el septenario de virtudes -las tres teologales y las cuatro cardinales- como una especie de organismo vivo, donde cada virtud tiene un espacio armonioso que ocupar”.
Continuando, agregó, “empecemos, pues, por la prudencia. No es la virtud de la persona temerosa, siempre indecisa sobre la acción a emprender. No, ésta es una interpretación errónea. Tampoco es sólo cautela. Conceder la primacía a la prudencia significa que la acción del hombre está en manos de su inteligencia y de su libertad. El prudente es creativo: razona, evalúa, busca comprender la complejidad de la realidad y no se deja arrollar por las emociones, la pereza, las presiones de las ilusiones”.
En otro párrafo, el Santo Padre compartía, “el que es prudente no elige al azar: primero sabe lo que quiere, luego reflexiona sobre las situaciones, se deja aconsejar y, con amplitud de miras y libertad interior, elige qué camino tomar. No necesariamente cometerá errores -al fin y al cabo, seguimos siendo humanos-, pero al menos evitará grandes desvíos. La prudencia, en cambio, es la cualidad de quienes están llamados a gobernar: saben que administrar es difícil, que hay muchos puntos de vista y hay que tratar de armonizarlos, que no hay que hacer el bien de algunos sino el de todos”.
Completando, señalaba, “la persona prudente sabe conservar la memoria del pasado, no porque tema el futuro, sino porque sabe que la tradición es un patrimonio de sabiduría. La vida está hecha de una superposición constante de cosas antiguas y cosas nuevas, y no es bueno pensar siempre que el mundo empieza con nosotros, que tenemos que abordar los problemas desde cero”.
Finalmente, nos dijo, “(…) Jesús recomienda: «Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16). Como si dijera que Dios no sólo quiere que seamos santos, quiere que seamos santos inteligentes (…)”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Catequesis. Vicios y virtudes. 12. Prudencia
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy está dedicada a la virtud de la prudencia. Junto con la justicia, la fortaleza y la templanza, forma las llamadas virtudes cardinales, que no son prerrogativa exclusiva de los cristianos, sino que pertenecen al patrimonio de la sabiduría antigua, en particular de los filósofos griegos. Por ello, uno de los temas más interesantes en la labor de encuentro e inculturación fue precisamente el de las virtudes.
En los escritos medievales, la presentación de las virtudes no es una simple enumeración de cualidades positivas del alma. Tomando a los autores clásicos a la luz de la revelación cristiana, los teólogos imaginaron el septenario de virtudes -las tres teologales y las cuatro cardinales- como una especie de organismo vivo, donde cada virtud tiene un espacio armonioso que ocupar. Hay virtudes esenciales y virtudes accesorias, como pilares, columnas y capiteles. Aquí, quizá nada como la arquitectura de una catedral medieval pueda restituir la idea de la armonía que existe en el hombre y su continua tensión hacia el bien.
Empecemos, pues, por la prudencia. No es la virtud de la persona temerosa, siempre indecisa sobre la acción a emprender. No, ésta es una interpretación errónea. Tampoco es sólo cautela. Conceder la primacía a la prudencia significa que la acción del hombre está en manos de su inteligencia y de su libertad. El prudente es creativo: razona, evalúa, busca comprender la complejidad de la realidad y no se deja arrollar por las emociones, la pereza, las presiones de las ilusiones.
En un mundo dominado por las apariencias, los pensamientos superficiales y la banalidad tanto del bien como del mal, la antigua lección de la prudencia merece ser recuperada.
Santo Tomás, en la estela de Aristóteles, la llamó «recta ratio agibilium». Es la capacidad de gobernar las acciones para orientarlas hacia el bien; por eso recibe el sobrenombre de «cochero de las virtudes». Prudente es quien sabe elegir: mientras permanece en los libros, la vida es siempre fácil, pero en medio de los vientos y las olas de la vida cotidiana es otra cosa, a menudo estamos inseguros y no sabemos qué camino tomar. El que es prudente no elige al azar: primero sabe lo que quiere, luego reflexiona sobre las situaciones, se deja aconsejar y, con amplitud de miras y libertad interior, elige qué camino tomar. No necesariamente cometerá errores -al fin y al cabo, seguimos siendo humanos-, pero al menos evitará grandes desvíos. Por desgracia, en todos los ambientes hay quien tiende a descartar los problemas con bromas superficiales o a levantar siempre polémica. La prudencia, en cambio, es la cualidad de quienes están llamados a gobernar: saben que administrar es difícil, que hay muchos puntos de vista y hay que tratar de armonizarlos, que no hay que hacer el bien de algunos sino el de todos.
La prudencia también enseña que, como suele decirse, «lo excelente es enemigo de lo bueno». Demasiado celo, de hecho, en algunas situaciones puede provocar desastres: puede arruinar una construcción que habría requerido gradualidad; puede generar conflictos y malentendidos; puede incluso desencadenar la violencia.
La persona prudente sabe conservar la memoria del pasado, no porque tema el futuro, sino porque sabe que la tradición es un patrimonio de sabiduría. La vida está hecha de una superposición constante de cosas antiguas y cosas nuevas, y no es bueno pensar siempre que el mundo empieza con nosotros, que tenemos que abordar los problemas desde cero. Y la persona prudente también es previsora. Una vez decidida la meta a la que aspirar, hay que procurarse todos los medios para alcanzarla.
Muchos pasajes del Evangelio nos ayudan a educar la prudencia. Por ejemplo: es prudente quien construye su casa sobre roca e imprudente quien la edifica sobre arena (cf. Mt 7,24-27). Son prudentes las doncellas que llevan aceite para sus lámparas y necias las que no lo llevan (cf. Mt 25,1-13). La vida cristiana es una combinación de sencillez y sagacidad. Preparando a sus discípulos para la misión, Jesús recomienda: «Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16). Como si dijera que Dios no sólo quiere que seamos santos, quiere que seamos santos inteligentes, ¡porque sin prudencia es un momento de extraviarse!
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que nos ayude a crecer en la virtud de la prudencia para que, en medio de las tormentas y los vientos que pueden sacudir nuestra vida, permanezcamos cimentados en Cristo, la piedra angular. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
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Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana, especialmente a la red de ciudades vinculadas al culto de san Oronzo, obispo y mártir. Queridos hermanos y hermanas, que el testimonio de vuestro protector celestial, cuya imagen me complacerá bendecir, suscite en cada uno de vosotros el deseo de adheriros cada vez más generosamente a Cristo y al Evangelio.
Saludo también a la parroquia de San Pietro in Grignano di Prato, a los corredores de Boves y a los alumnos del Instituto comprensivo de Sora.
Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. Ayer celebramos la solemnidad de San José, patrono de la Iglesia universal. Junto con vosotros, quisiera encomendar a su patrocinio a la Iglesia y al mundo entero, especialmente a todos los padres, que tienen en él un modelo singular que imitar.
A san José encomendamos también a los pueblos de la atormentada Ucrania y de Tierra Santa -Palestina, Israel-, que tanto sufren el horror de la guerra. Y no lo olvidemos nunca: la guerra es siempre una derrota. No se puede seguir en guerra. Debemos hacer todos los esfuerzos posibles para negociar, para poner fin a la guerra. Recemos por ello.
Mi bendición para todos.
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