PAPA FRANCISCO | El camino es el de la caridad, que no guarda nada para sí, sino que lo comparte todo, así lo señalaba el Santo Padre al compartir su mensaje antes de recitar la oración Mariana del Ángelus. Antes del mediodía de hoy (hora de Roma), Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano desde donde se encontró con los fieles y peregrinos reunidos en Plaza San Pedro.
En esta jornada, nos decía el Papa, “(…) el Evangelio nos habla de Jesús que, después del milagro de los panes y los peces, invita a la multitud, que lo busca, a reflexionar sobre lo que ha sucedido, para comprender su significado (cf. Jn 6,24-35). Habían comido aquella comida compartida y habían podido comprobar cómo, incluso con pocos recursos, con la generosidad y el valor de un joven, que había puesto lo que tenía a disposición de los demás, todos habían sido alimentados hasta saciarse (cf. Jn 6,1-13). La señal era clara: si cada uno da a los demás lo que tiene, con la ayuda de Dios, incluso con poco todos pueden tener algo”.
Continuando, agregó, “(…) no lo entendieron: confundieron a Jesús con una especie de mago, y volvieron a buscarlo, esperando que repitiera el milagro como si fuera magia (cf. v. 26). Fueron protagonistas de una experiencia para su viaje, pero no captaron su significado: su atención se centró sólo en los panes y los peces, en la comida material, que terminó inmediatamente. No se dieron cuenta de que aquello no era más que un instrumento, a través del cual el Padre, mientras saciaba su hambre, les revelaba algo mucho más importante”.
Entonces, Su Santidad preguntó: “¿Y qué les revelaba el Padre? El verdadero pan, en definitiva, era y es Jesús, su Hijo amado hecho hombre (cf. v. 35), que vino a compartir nuestra pobreza para conducirnos, a través de ella, a la alegría de la plena comunión con Dios y con los hermanos (cf. Jn 3,16). Las cosas materiales no llenan la vida, ayudan a vivir y son importantes, pero no llenan la vida: sólo el amor puede hacerlo (cf. Jn 6,35). Y para ello el camino es el de la caridad, que no guarda nada para sí, sino que lo comparte todo”.
Completando, el Pontífice dijo, “pensamos en esos padres que luchan toda su vida para educar bien a sus hijos y dejarles algo para el futuro. ¡Qué hermoso cuando se comprende este mensaje, y los hijos agradecen y a su vez se apoyan como hermanos! Es verdad. Es triste, en cambio, cuando se pelean por la herencia -he visto tantos casos, es triste- y están a la greña, y a lo mejor no se hablan por dinero, ¡no se hablan durante años!”
Antes de finalizar, reflexionaba diciendo, “preguntémonos, pues: ¿cuál es mi relación con las cosas materiales? ¿Soy esclavo de ellas, o las uso libremente, como instrumentos para dar y recibir amor?”
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
Hoy el Evangelio nos habla de Jesús que, después del milagro de los panes y los peces, invita a la multitud, que lo busca, a reflexionar sobre lo que ha sucedido, para comprender su significado (cf. Jn 6,24-35).
Habían comido aquella comida compartida y habían podido comprobar cómo, incluso con pocos recursos, con la generosidad y el valor de un joven, que había puesto lo que tenía a disposición de los demás, todos habían sido alimentados hasta saciarse (cf. Jn 6,1-13). La señal era clara: si cada uno da a los demás lo que tiene, con la ayuda de Dios, incluso con poco todos pueden tener algo. No lo olvidéis: si uno da a los demás lo que tiene, con la ayuda de Dios, incluso con poco todos pueden tener algo. No lo olvidéis.
Y no lo entendieron: confundieron a Jesús con una especie de mago, y volvieron a buscarlo, esperando que repitiera el milagro como si fuera magia (cf. v. 26).
Fueron protagonistas de una experiencia para su viaje, pero no captaron su significado: su atención se centró sólo en los panes y los peces, en la comida material, que terminó inmediatamente. No se dieron cuenta de que aquello no era más que un instrumento, a través del cual el Padre, mientras saciaba su hambre, les revelaba algo mucho más importante. ¿Y qué les revelaba el Padre? El camino de la vida que dura para siempre y el sabor del pan que sacia sin medida. El verdadero pan, en definitiva, era y es Jesús, su Hijo amado hecho hombre (cf. v. 35), que vino a compartir nuestra pobreza para conducirnos, a través de ella, a la alegría de la plena comunión con Dios y con los hermanos (cf. Jn 3,16).
Las cosas materiales no llenan la vida, ayudan a vivir y son importantes, pero no llenan la vida: sólo el amor puede hacerlo (cf. Jn 6,35). Y para ello el camino es el de la caridad, que no guarda nada para sí, sino que lo comparte todo. La caridad lo comparte todo.
¿Y esto no sucede también en nuestras familias? Lo vemos. Pensamos en esos padres que luchan toda su vida para educar bien a sus hijos y dejarles algo para el futuro. ¡Qué hermoso cuando se comprende este mensaje, y los hijos agradecen y a su vez se apoyan como hermanos! Es verdad. Es triste, en cambio, cuando se pelean por la herencia -he visto tantos casos, es triste- y están a la greña, y a lo mejor no se hablan por dinero, ¡no se hablan durante años! El mensaje del padre y de la madre, su legado más precioso, no es el dinero: es el amor, es el amor con el que dan a sus hijos todo lo que tienen, como Dios hace con nosotros, y así nos enseñan a amar.
Preguntémonos, pues: ¿cuál es mi relación con las cosas materiales? ¿Soy esclavo de ellas, o las uso libremente, como instrumentos para dar y recibir amor? ¿Sé decir «gracias», «gracias», a Dios y a mis hermanos por los dones recibidos, y sé compartirlos con los demás?
Que María, que dio a Jesús toda su vida, nos enseñe a hacer de todo un instrumento de amor.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
El viernes pasado fue beatificado en Bkerke (Líbano) el Patriarca Esteban Douayhy, que dirigió sabiamente la Iglesia maronita de 1670 a 1704, en una época difícil marcada también por la persecución. Maestro de fe y pastor solícito, fue un testigo de esperanza siempre cercano al pueblo. Aún hoy, ¡el pueblo libanés sufre tanto! Pienso en particular en las familias de las víctimas de la explosión del puerto de Beirut. Espero que pronto se haga justicia y se respete la verdad. Que el nuevo Beato sostenga la fe y la esperanza de la Iglesia en el Líbano, e interceda por este querido país. ¡Aplaudamos al nuevo Beato!
Sigo con gran preocupación lo que sucede en Oriente Medio, y espero que el conflicto, ya terriblemente sangriento y violento, no se extienda aún más. Rezo por todas las víctimas, especialmente por los niños inocentes, y expreso mis condolencias a la comunidad drusa de Tierra Santa y a las poblaciones de Palestina, Israel y Líbano. No olvidemos Myanmar. Tengamos el valor de reanudar el diálogo para que haya un alto el fuego inmediato en Gaza y en todos los frentes, se libere a los rehenes y se ayude a las poblaciones con ayuda humanitaria. Los ataques, incluso los ataques selectivos, y los asesinatos nunca pueden ser una solución. No ayudan a recorrer el camino de la justicia, el camino de la paz, sino que generan aún más odio y venganza. ¡Basta, hermanos y hermanas! ¡Basta ya! No ahoguéis la palabra del Dios de la Paz, ¡sino dejad que sea el futuro de Tierra Santa, de Oriente Medio y del mundo entero! ¡La guerra es una derrota!
Me preocupa igualmente Venezuela, que atraviesa una situación crítica. Hago un llamamiento sincero a todas las partes para que busquen la verdad, actúen con moderación, eviten cualquier tipo de violencia, resuelvan las controversias mediante el diálogo, tengan en el corazón el verdadero bien de la población y no los intereses partidistas. Encomendemos este país a la intercesión de Nuestra Señora de Coromoto, tan querida y venerada por los venezolanos, y a la oración del Beato José Gregorio Hernández, cuya figura nos une a todos.
Expreso mi cercanía a los pueblos de la India, especialmente de Kerala, duramente afectados por las lluvias torrenciales, que han provocado numerosos corrimientos de tierra, con pérdida de vidas humanas, numerosos desplazados y cuantiosos daños. Os invito a uniros a mis oraciones por los que han perdido la vida y por todos los afectados por tan devastadora calamidad.
Hoy, memoria del Santo Cura de Ars, en algunos países celebramos la «fiesta del párroco». Expreso mi cercanía y también mi gratitud a todos esos párrocos que con celo y generosidad, a veces en medio de tanto sufrimiento, se consumen por Dios y por el pueblo. ¡Aplaudamos a nuestros párrocos!
Saludo a ustedes, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países, especialmente al grupo de la República Checa, a la Compañía de Santa Úrsula, a los fieles de Chiusa Sclafani y de Siderno, a los jóvenes de San Vito dei Normanni, a los muchachos de la parroquia del Sacro Cuore de Padua y a los ciclistas que han venido de Sambuceto. Con alegría saludo a los participantes en el I Festival de la Juventud de Portugal, que se celebra en Fátima. Queridos jóvenes, veo que la emocionante experiencia del año pasado en Lisboa sigue dando frutos. ¡Gracias sean dadas a Dios! Rezo por vosotros y, por favor, rezad por mí en la Capilla de las Apariciones.
Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen provecho y ¡adiós!
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