PAPA FRANCISCO | El Espíritu Santo es la fuente siempre fluyente de la esperanza cristiana, así lo señaló el Santo Padre Francisco al compartir su mensaje durante la Audiencia General del miércoles. Celebrada en el Aula Pablo VI, donde el Santo Padre se encontró con peregrinos de Italia y del mundo, retomando el ciclo de catequesis «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios a Jesús, nuestra esperanza», centró su meditación en el tema »El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! El Espíritu Santo y la esperanza cristiana» (Lectura: Ap 22,17.20).
El Papa decía, “hemos llegado al final de nuestra catequesis sobre el Espíritu Santo y la Iglesia. Dedicamos esta última reflexión al título que hemos dado a todo el ciclo, a saber: «El Espíritu y la Esposa»”. Agregando más adelante, “la Iglesia espera la venida del Señor.
Pero esta espera de la venida final de Cristo no ha sido la única. A ella se ha unido también la espera de su venida continua en la situación presente y peregrina de la Iglesia. Y es en esta venida en la que la Iglesia piensa sobre todo, cuando, animada por el Espíritu Santo, grita a Jesús: «¡Ven!»”.
En otro párrafo, Su Santidad continuó diciendo, “el Espíritu Santo es la fuente siempre fluyente de la esperanza cristiana. San Pablo nos dejó estas preciosas palabras: «Que el Dios de la esperanza os llene, creyentes, de todo gozo y paz, para que abundéis en esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). Si la Iglesia es una barca, el Espíritu Santo es la vela que la impulsa y la hace avanzar en el mar de la historia, hoy como ayer”.
Seguidamente, añadió, “la esperanza no es una palabra vacía, ni nuestro vago deseo que las cosas vayan bien: la esperanza es una certeza, porque se funda en la fidelidad de Dios a sus promesas. Y por eso se llama virtud teologal: porque está infundida por Dios y tiene a Dios como garante”.
Completando, antes de finalizar el Pontífice dijo, “el cristiano no puede contentarse con tener esperanza; debe también irradiar esperanza, ser sembrador de esperanza. Éste es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a toda la humanidad, sobre todo en momentos en que todo parece arriar las velas”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Ciclo de catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios a Jesús, nuestra esperanza. 17. El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!». El Espíritu Santo y la esperanza cristiana
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos llegado al final de nuestra catequesis sobre el Espíritu Santo y la Iglesia. Dedicamos esta última reflexión al título que hemos dado a todo el ciclo, a saber: «El Espíritu y la Esposa». El Espíritu Santo conduce al Pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra Esperanza». Este título hace referencia a uno de los últimos versículos de la Biblia, en el Apocalipsis, que dice: «El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”» (Ap 22,17). ¿A quién se dirige esta invocación? A Cristo resucitado. De hecho, tanto San Pablo (cf. 1 Co 16,22) como la Didaché, un escrito de la época apostólica, atestiguan que en las reuniones litúrgicas de los primeros cristianos resonaba en arameo el grito «¡Maraña tha!», que significa precisamente «¡Ven Señor!». Una plegaria a Cristo para que venga.
En aquella fase antiquísima, la invocación tenía un trasfondo que hoy diríamos escatológico. Expresaba, en efecto, la ardiente espera del retorno glorioso del Señor. Y este grito y la expectación que expresa nunca se han desvanecido en la Iglesia. Incluso hoy, en la Misa, inmediatamente después de la consagración, proclama la muerte y resurrección de Cristo «en espera de su venida». La Iglesia espera la venida del Señor.
Pero esta espera de la venida final de Cristo no ha sido la única. A ella se ha unido también la espera de su venida continua en la situación presente y peregrina de la Iglesia. Y es en esta venida en la que la Iglesia piensa sobre todo, cuando, animada por el Espíritu Santo, grita a Jesús: «¡Ven!».
Se ha producido un cambio -mejor, una evolución-, lleno de significado, respecto al grito «¡Ven!», «¡Ven, Señor!». No sólo suele dirigirse a Cristo, ¡sino también al mismo Espíritu Santo! Aquel que grita es ahora también Aquel a quien se grita. «¡Ven!» es la invocación con la que comienzan casi todos los himnos y oraciones de la Iglesia dirigidos al Espíritu Santo: “Ven, oh Espíritu Creador”, decimos en el Veni Creator, y “Ven, Espíritu Santo”, “Veni Sancte Spiritus”, en la secuencia de Pentecostés; y así en muchas otras oraciones. Es justo que sea así, porque, después de la Resurrección, el Espíritu Santo es el verdadero «alter ego» de Cristo, Aquel que ocupa su lugar, que lo hace presente y operante en la Iglesia. Es Él quien «anuncia las cosas futuras» (cf. Jn 16,13) y las hace desear y esperar. Por eso Cristo y el Espíritu son inseparables, también en la economía de la salvación.
El Espíritu Santo es la fuente siempre fluyente de la esperanza cristiana. San Pablo nos dejó estas preciosas palabras: «Que el Dios de la esperanza os llene, creyentes, de todo gozo y paz, para que abundéis en esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). Si la Iglesia es una barca, el Espíritu Santo es la vela que la impulsa y la hace avanzar en el mar de la historia, hoy como ayer.
La esperanza no es una palabra vacía, ni nuestro vago deseo de que las cosas vayan bien: la esperanza es una certeza, porque se funda en la fidelidad de Dios a sus promesas. Y por eso se llama virtud teologal: porque está infundida por Dios y tiene a Dios como garante. No es una virtud pasiva, que se limita a esperar que las cosas sucedan. Es una virtud sumamente activa que ayuda a que sucedan. Alguien que luchó por la liberación de los pobres escribió estas palabras: «El Espíritu Santo está en el origen del clamor de los pobres. Él es la fuerza que se da a los que no tienen fuerza. Él dirige la lucha por la emancipación y la plena realización del pueblo de los oprimidos» [1].
El cristiano no puede contentarse con tener esperanza; debe también irradiar esperanza, ser sembrador de esperanza. Éste es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a toda la humanidad, sobre todo en momentos en que todo parece arriar las velas.
El Apóstol Pedro exhortaba a los primeros cristianos con estas palabras: «Adorad al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a responder a todo el que os pregunte por la esperanza que hay en vosotros». Pero añadía una recomendación: «Sin embargo, esto debe hacerse con mansedumbre y respeto» (1 Pe 3,15-16). Y es que no es tanto la fuerza de los argumentos lo que convencerá a la gente, sino el amor que sepamos poner en ellos. Esta es la primera y más eficaz forma de evangelización. Y está abierta a todos.
Queridos hermanos y hermanas, ¡que el Espíritu nos ayude siempre, siempre a «abundar en esperanza en virtud del Espíritu Santo»!
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[1] J. Comblin, Espíritu Santo y liberación, Asís 1989, 236.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Mañana celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Pidámosle a nuestra Madre del cielo que nos enseñe a confiar en Dios y a ser sembradores de esperanza en el camino de la vida. Que Jesús los bendiga y la Virgen Morenita los cuide. Muchas gracias.
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LLAMAMIENTO
Sigo cada día lo que ocurre en Siria, en este momento tan delicado de su historia. Espero que se alcance una solución política que, sin más conflictos ni divisiones, promueva responsablemente la estabilidad y la unidad del país. Rezo, por intercesión de la Virgen María, para que el pueblo sirio viva en paz y seguridad en su amada tierra, y para que las distintas religiones caminen juntas en amistad y respeto mutuo por el bien de esa Nación, afligida por tantos años de guerra.
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Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los representantes de la Unión folclórica italiana en su 40° año de actividad y les animo a conservar el patrimonio cultural de la zona, tan rico en valores religiosos y espirituales; saludo después a la Delegación de la provincia de Latina, que celebra su 90° aniversario, y ruego al Señor que inspire sus proyectos e iniciativas para el bien común de toda la población.
Saludo cordialmente al Cuerpo de Bomberos de Chieti y aprovecho la ocasión para expresaros a vosotros y a todos vuestros compañeros mi aprecio por lo que representáis y por lo que hacéis en favor de la comunidad, tanto en los servicios cotidianos como en las grandes emergencias.
Por último, mi pensamiento está con los jóvenes, los enfermos, los ancianos y los recién casados. En este tiempo de Adviento, acudid con corazón confiado al Señor que viene para nuestra salvación.
Y pienso siempre en la atormentada Ucrania que tanto está sufriendo por esta guerra. Recemos para que se encuentre una salida. Y pienso en Palestina, Israel, Myanmar. Que vuelva la paz, que haya paz. La guerra es siempre una derrota. Recemos por la paz.
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