PAPA FRANCISCO | El matrimonio cristiano es el sacramento de la entrega de uno a otro, del hombre y la mujer

23 octubre, 2024

PAPA FRANCISCO | El matrimonio cristiano es el sacramento de la entrega de uno a otro, del hombre y la mujer, así lo dijo el Santo Padre en su mensaje compartido en la Audiencia General. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco retomando el ciclo de catequesis «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza», centró su meditación en el tema: El Espíritu don de Dios. El Espíritu Santo y el sacramento del matrimonio (Lectura: 1Jn 4,7-8).

El Papa nos decía, “la última vez explicamos lo que, del Espíritu Santo, proclamamos en el credo. La reflexión de la Iglesia, sin embargo, no se ha detenido en esa breve profesión de fe. Ha continuado, tanto en Oriente como en Occidente, a través de la obra de grandes Padres y Doctores. Hoy, en particular, quisiéramos recoger algunas migajas de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, (…)”.

Continuando, dijo, “el principal iniciador de esta doctrina es San Agustín, que desarrolló la doctrina sobre el Espíritu Santo. Parte de la revelación de que «Dios es amor» ( 1 Jn 4,8). Ahora bien, el amor presupone al que ama, al que es amado y al amor mismo que los une. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, fuente y principio de todo; el Hijo es el que es amado, y el Espíritu Santo es el amor que los une [1]”.

Siguiendo, el Santo Padre señalaba, “(…) hoy quisiera reflexionar con vosotros, en particular, sobre lo que el Espíritu Santo tiene que decir a la familia. ¿Qué puede tener que ver el Espíritu Santo con el matrimonio, por ejemplo? Mucho, quizá lo esencial, ¡y trato de explicar por qué! El matrimonio cristiano es el sacramento de la entrega de uno a otro, del hombre y la mujer. La pareja humana es, pues, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad”.

El Santo Padre también dijo, “(…) para corresponder a esta vocación, el matrimonio necesita el apoyo de Aquel que es el Don, o más bien el dador por excelencia. Donde entra el Espíritu Santo, renace la capacidad de darse. Algunos Padres de la Iglesia afirmaron que, siendo el don mutuo del Padre y del Hijo en la Trinidad, el Espíritu Santo es también la razón de la alegría que reina entre ellos, (…) [3]”.

Profundizando, agregó, “nadie dice que esa unidad sea una meta fácil, y menos en el mundo de hoy; pero ésta es la verdad de las cosas tal como el Creador las diseñó, y por tanto está en su naturaleza. Por supuesto, puede parecer más fácil y rápido construir sobre arena que sobre roca; pero Jesús nos dice cuál es el resultado (cf. Mt 7,24-27)”.

Finalizando, completó diciendo, “de muchos cónyuges hay que repetir lo que María dijo a Jesús en Caná de Galilea: «No tienen vino» (Jn 2,3). El Espíritu Santo es quien sigue realizando, en el plano espiritual, el milagro que hizo Jesús en aquella ocasión, es decir, cambiar el agua de la costumbre en una nueva alegría de estar juntos. No se trata de una ilusión piadosa: es lo que el Espíritu Santo ha hecho en tantos matrimonios, cuando los novios decidieron invocarlo”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Ciclo de catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios a Jesús, nuestra esperanza. El Espíritu don de Dios. El Espíritu Santo y el sacramento del matrimonio

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La última vez explicamos lo que, del Espíritu Santo, proclamamos en el credo. La reflexión de la Iglesia, sin embargo, no se ha detenido en esa breve profesión de fe. Ha continuado, tanto en Oriente como en Occidente, a través de la obra de grandes Padres y Doctores. Hoy, en particular, quisiéramos recoger algunas migajas de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, para ver cómo ilumina toda la vida cristiana y el sacramento del matrimonio en particular.

El principal iniciador de esta doctrina es San Agustín, que desarrolló la doctrina sobre el Espíritu Santo. Parte de la revelación de que «Dios es amor» ( 1 Jn 4,8). Ahora bien, el amor presupone al que ama, al que es amado y al amor mismo que los une. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, fuente y principio de todo; el Hijo es el que es amado, y el Espíritu Santo es el amor que los une [1]. El Dios de los cristianos es, pues, un Dios «único», pero no solitario; el suyo es una unidad de comunión, de amor. En esta línea, algunos han propuesto llamar al Espíritu Santo, no «tercera persona» singular de la Trinidad, sino «primera persona plural». Él, en otras palabras, es el Nosotros, el Nosotros divino del Padre y del Hijo, el vínculo de unidad entre personas distintas [2], el principio mismo de la unidad de la Iglesia, que es precisamente un «cuerpo único» resultante de varias personas.

Como decía, hoy quisiera reflexionar con vosotros, en particular, sobre lo que el Espíritu Santo tiene que decir a la familia. ¿Qué puede tener que ver el Espíritu Santo con el matrimonio, por ejemplo? Mucho, quizá lo esencial, ¡y trato de explicar por qué! El matrimonio cristiano es el sacramento de la entrega de uno a otro, del hombre y la mujer. Así lo quiso el Creador cuando «creó al hombre a su imagen […]: varón y hembra los creó» (Gn 1,27). La pareja humana es, pues, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad.

Los cónyuges deben formar también una primera persona del plural, un «nosotros». Preséntense el uno ante el otro como un «yo» y un «tú», y preséntense ante el resto del mundo, incluidos los niños, como un «nosotros». Qué hermoso es oír a una madre decir a sus hijos: «Vuestro padre y yo…», como dijo María a Jesús cuando lo encontraron a los doce años en el templo enseñando a los Doctores (cf. Lc 2,48), y oír a un padre decir: «Vuestra madre y yo», como si fueran uno. ¡Cuánto necesitan los hijos esta unidad -padre y madre juntos-, la unidad de los padres, y cuánto sufren cuando se rompe! ¡Cuánto sufren los hijos de padres que se separan!

Pero, para corresponder a esta vocación, el matrimonio necesita el apoyo de Aquel que es el Don, o más bien el dador por excelencia. Donde entra el Espíritu Santo, renace la capacidad de darse. Algunos Padres de la Iglesia afirmaron que, siendo el don mutuo del Padre y del Hijo en la Trinidad, el Espíritu Santo es también la razón de la alegría que reina entre ellos, y no temieron utilizar, al hablar de él, la imagen de gestos propios de la vida conyugal, como los besos y los abrazos [3].

Nadie dice que esa unidad sea una meta fácil, y menos en el mundo de hoy; pero ésta es la verdad de las cosas tal como el Creador las diseñó, y por tanto está en su naturaleza. Por supuesto, puede parecer más fácil y rápido construir sobre arena que sobre roca; pero Jesús nos dice cuál es el resultado (cf. Mt 7,24-27). En este caso, pues, ni siquiera necesitamos la parábola, porque las consecuencias de los matrimonios construidos sobre arena están, por desgracia, a la vista de todos, y son sobre todo los hijos quienes las sufren. ¡Los hijos sufren la separación o la falta de amor de sus padres! De muchos cónyuges hay que repetir lo que María dijo a Jesús en Caná de Galilea: «No tienen vino» (Jn 2,3). El Espíritu Santo es quien sigue realizando, en el plano espiritual, el milagro que hizo Jesús en aquella ocasión, es decir, cambiar el agua de la costumbre en una nueva alegría de estar juntos. No se trata de una ilusión piadosa: es lo que el Espíritu Santo ha hecho en tantos matrimonios, cuando los novios decidieron invocarlo.

No estaría mal, por tanto, que, junto a la información jurídica, psicológica y moral que se da, en la preparación de los desposados al matrimonio, se profundizara en esta preparación «espiritual», en el Espíritu Santo que hace la unidad. «Entre marido y mujer, no pongas el dedo», dice un proverbio italiano. En cambio, hay un «dedo» que poner entre marido y mujer, y es precisamente el «dedo de Dios»: es decir, ¡el Espíritu Santo!

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[1] Cf. San Agustín, De Trinitate, VIII, 10, 14.

[2] Cf. H. Mühlen, Una mystica persona. La Iglesia como misterio del Espíritu Santo, Città Nuova, 1968.

[3] Cf. san Hilario de Poitiers, De Trinitate, II, 1; san Agustín, De Trinitate, VI, 10, 11.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Veo que hay tantos aquí, tantas banderas y la imagen de la Virgen de Guadalupe. Los invito a que invoquemos siempre al Espíritu Santo para que renueve el amor y la unión en los matrimonios cristianos y en todas las familias. Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a las parroquias de San Giovanni Battista, en Celano; Sacro Cuore di Gesù, en San Ferdinando di Puglia; Santi Filippo e Giacomo, en Aversa; así como a la Associazione Comunità Emmanuel, en Faicchio. Con la fuerza del Espíritu Santo, sed testigos valientes y alegres de Jesús en la familia, en la parroquia y en todos los ambientes.

Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. El mes de octubre nos invita a renovar nuestra colaboración activa en la misión de la Iglesia. Que seáis misioneros del Evangelio en todas partes, ofreciendo el apoyo espiritual de la oración y vuestra ayuda concreta a quienes se esfuerzan por llevarlo a quienes aún no lo conocen.

Hermanos y hermanas, ¡oremos por la paz! Hoy, a primera hora de la mañana, he recibido las estadísticas de los muertos en Ucrania: ¡es terrible! La guerra no perdona; la guerra es una derrota desde el principio. Recemos al Señor por la paz, para que Él dé paz a todos, a todos nosotros. Y no olvidemos Myanmar; no olvidemos Palestina, que está sufriendo ataques inhumanos; no olvidemos Israel y no olvidemos a todas las naciones que están en guerra.

Hay un dato, hermanos y hermanas, que debe asustarnos: las inversiones más rentables hoy son las de las fábricas de armas. ¡Lucrar con la muerte! Recemos por la paz, todos juntos.

¡Y a todos mi bendición!

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