PAPA FRANCISCO | En esta noche se abre para ti la «puerta santa» del corazón de Dios, con Él florece la alegría, con Él cambia la vida, con Él la esperanza no defrauda, con Él la esperanza no defrauda, así lo expresó el Santo Padre Francisco al compartir la Homilía durante la celebración de la Santa Misa en vísperas de la Natividad del Señor. Esta noche, con el rito de la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, el Pontífice comenzó este tiempo de gracia que se extenderá hasta el 6 de enero de 2026, según la disposición del Pontífice en la Bula de Indicción «Spes non confundit».
El Santo Padre dijo en la Homilía, “un ángel del Señor, envuelto en luz, ilumina la noche y da la buena noticia a los pastores: «Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2,10-11)”. Agregando, “(…) es nuestra esperanza. Dios es Emmanuel, es Dios-con-nosotros. Lo infinitamente grande se ha hecho pequeño; la luz divina ha brillado en medio de las tinieblas del mundo; la gloria del cielo ha aparecido en la tierra”.
Continuando, el Pontífice, señalaba, “hay esperanza para cada uno de nosotros. Pero no olvidéis, hermanas y hermanos, que Dios perdona todo, Dios perdona siempre. No olvidéis esto, que es una manera de entender la esperanza en el Señor. Sin demorarnos, vayamos a ver al Señor que ha nacido para nosotros, con el corazón ligero y alerta, dispuestos al encuentro, para poder traducir la esperanza en las situaciones de nuestra vida. Y ésta es nuestra tarea: traducir la esperanza en las distintas situaciones de la vida. Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que se espera pasivamente, no es el final feliz de una película: es la promesa del Señor que se acoge aquí, ahora, en esta tierra que sufre y gime”.
En otro párrafo el Papa decía, “la esperanza cristiana es precisamente ese «algo más» que nos pide movernos «sin demora». En efecto, a los discípulos del Señor se nos pide que encontremos en Él nuestra mayor esperanza, y que la llevemos sin demora, como peregrinos de la luz en las tinieblas del mundo.
Hermanas, hermanos, éste es el Jubileo, ¡éste es el tiempo de la esperanza! Nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que éste sea verdaderamente un tiempo jubilar: que lo sea para nuestra madre Tierra, desfigurada por la lógica del beneficio; que lo sea para los países más pobres, agobiados por deudas injustas; que lo sea para todos los prisioneros de viejas y nuevas esclavitudes”.
Finalizando, el Santo Padre compartió, “el Jubileo se abre para dar esperanza a todos, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón.
Y volvamos al pesebre, miremos el pesebre, miremos la ternura de Dios manifestada en el rostro del Niño Jesús, y preguntémonos: «¿Hay en nuestro corazón esta espera?
Hermana, hermano, en esta noche se abre para ti la «puerta santa» del corazón de Dios. Jesús, Dios-con-nosotros, nace para ti, para mí, para nosotros, para cada hombre y cada mujer. Y, ya sabes, con Él florece la alegría, con Él cambia la vida, con Él la esperanza no defrauda”.
A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Su Santidad Francisco:
APERTURA DE LA PUERTA SANTA Y SANTA MISA NOCTURNA
COMIENZO DEL JUBILEO ORDINARIO
SOLEMNIDAD DE LA NAVIDAD DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Pedro
Martes 24 de diciembre de 2024
Un ángel del Señor, envuelto en luz, ilumina la noche y da la buena noticia a los pastores: «Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2,10-11). Entre el asombro de los pobres y el canto de los ángeles, el cielo se abre sobre la tierra: Dios se ha hecho uno de nosotros para hacernos semejantes a Él, ha descendido entre nosotros para elevarnos y devolvernos al abrazo del Padre.
Ésta, hermanas y hermanos, es nuestra esperanza. Dios es Emmanuel, es Dios-con-nosotros. Lo infinitamente grande se ha hecho pequeño; la luz divina ha brillado en medio de las tinieblas del mundo; la gloria del cielo ha aparecido en la tierra. ¿Y cómo? En la pequeñez de un Niño. Y si Dios viene, incluso cuando nuestros corazones se asemejan a un pobre pesebre, entonces podemos decir: ¡la esperanza no está muerta, la esperanza está viva, y envuelve nuestras vidas para siempre! La esperanza no defrauda.
Hermanas y hermanos, con la apertura de la Puerta Santa hemos iniciado un nuevo Jubileo: cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia. Esta es la noche en la que la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par sobre el mundo; esta es la noche en la que Dios dice a cada uno: ¡hay esperanza también para ti! Hay esperanza para cada uno de nosotros. Pero no olvidéis, hermanas y hermanos, que Dios perdona todo, Dios perdona siempre. No olvidéis esto, que es una manera de entender la esperanza en el Señor.
Para acoger este don, estamos llamados a ponernos en camino con el asombro de los pastores de Belén. El Evangelio dice que ellos, habiendo recibido el anuncio del ángel, «se pusieron en camino, sin demora» (Lc 2,16). Esta es la indicación para redescubrir la esperanza perdida, para renovarla en nosotros, para sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo: sin demora. ¡Y hay tantas desolaciones en este tiempo! Pensemos en las guerras, en los niños ametrallados, en las bombas sobre escuelas y hospitales. No nos demoremos, no aflojemos el paso, sino dejémonos atraer por la buena noticia.
Sin demorarnos, vayamos a ver al Señor que ha nacido para nosotros, con el corazón ligero y alerta, dispuestos al encuentro, para poder traducir la esperanza en las situaciones de nuestra vida. Y ésta es nuestra tarea: traducir la esperanza en las distintas situaciones de la vida. Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que se espera pasivamente, no es el final feliz de una película: es la promesa del Señor que se acoge aquí, ahora, en esta tierra que sufre y gime. Por eso nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos arrastrar por las costumbres, que no nos quedemos en la mediocridad y la pereza; nos pide -como diría San Agustín- que nos indignemos por las cosas que están mal y que tengamos el valor de cambiarlas; nos pide que nos hagamos peregrinos en busca de la verdad, soñadores que nunca se cansan, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios, que es el sueño de un mundo nuevo, donde reinen la paz y la justicia.
Aprendamos del ejemplo de los pastores: la esperanza que nace en esta noche no tolera la indolencia de los sedentarios y la pereza de los que se han instalado en sus comodidades -y tantos de nosotros corremos el peligro de instalarnos en nuestras comodidades-; la esperanza no admite la falsa prudencia de los que no dan el paso por miedo a comprometerse y el cálculo de los que sólo piensan en sí mismos; la esperanza es incompatible con la vida tranquila de los que no levantan la voz contra el mal y contra las injusticias consumidas en la piel de los más pobres. Por el contrario, la esperanza cristiana, a la vez que nos invita a la espera paciente de que el Reino germine y crezca, nos exige la audacia de anticipar hoy esa promesa, mediante nuestra responsabilidad, y no sólo eso, también mediante nuestra compasión. Y aquí tal vez nos haga bien cuestionar nuestra compasión: ¿tengo compasión? ¿Sufro con ella? Pensemos en ello.
Viendo cómo nos acomodamos a menudo en este mundo, adaptándonos a su mentalidad, un buen sacerdote escritor rezaba así por la Santa Navidad: «Señor, te pido un poco de tormento, un poco de inquietud, un poco de remordimiento. En Navidad quisiera encontrarme insatisfecho. Contento, pero también insatisfecho. Contento por lo que Tú haces, insatisfecho por mi falta de respuestas. Quítanos, por favor, nuestra falsa paz y pon una branquia de espinas dentro de nuestro siempre rebosante «pesebre». Pon en nuestras almas el deseo de otra cosa» (A. Pronzato, La Novena de Navidad). El anhelo de algo más. No te quedes quieto. No olvidemos que quedarse quieto es lo primero que se corrompe.
La esperanza cristiana es precisamente ese «algo más» que nos pide movernos «sin demora». En efecto, a los discípulos del Señor se nos pide que encontremos en Él nuestra mayor esperanza, y que la llevemos sin demora, como peregrinos de la luz en las tinieblas del mundo.
Hermanas, hermanos, éste es el Jubileo, ¡éste es el tiempo de la esperanza! Nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que éste sea verdaderamente un tiempo jubilar: que lo sea para nuestra madre Tierra, desfigurada por la lógica del beneficio; que lo sea para los países más pobres, agobiados por deudas injustas; que lo sea para todos los prisioneros de viejas y nuevas esclavitudes.
A nosotros, a todos nosotros, el don y el compromiso de llevar la esperanza allí donde se ha perdido: allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien ya no puede más, en la amarga soledad de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que ahueca el alma; en las largas y vacías jornadas de los presos, en las estrechas y frías habitaciones de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Para llevar allí la esperanza, para sembrar allí la esperanza.
El Jubileo se abre para dar esperanza a todos, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón.
Y volvamos al pesebre, miremos el pesebre, miremos la ternura de Dios manifestada en el rostro del Niño Jesús, y preguntémonos: «¿Hay en nuestro corazón esta espera? ¿Hay en nuestro corazón esta esperanza? […] Al contemplar la bondad amorosa de Dios que supera nuestra desconfianza y nuestros temores, contemplemos también la grandeza de la esperanza que nos aguarda. [Que esta visión de la esperanza ilumine nuestro camino cotidiano» (C. M. Martini, Homilía de Navidad, 1980).
Hermana, hermano, en esta noche se abre para ti la «puerta santa» del corazón de Dios. Jesús, Dios-con-nosotros, nace para ti, para mí, para nosotros, para cada hombre y cada mujer. Y, ya sabes, con Él florece la alegría, con Él cambia la vida, con Él la esperanza no defrauda.
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