PAPA FRANCISCO | La Eucaristía nos hace falta a todos

18 agosto, 2024

PAPA FRANCISCO | La Eucaristía nos hace falta a todos, así lo señaló el Santo Padre Francisco al compartir su mensaje antes de recitar la oración Mariana del Ángelus. Antes del mediodía de hoy (hora de Roma), Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano, desde donde se reunía con fieles y peregrinos presentes en Plaza San Pedro.

En esta oportunidad nos decía, “hoy el Evangelio nos habla de Jesús, que afirma con sencillez: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51). Entre los que escuchan, algunos empiezan a discutir (cf. v. 52): ¿cómo puede Jesús darnos a comer su propia carne? También nosotros nos hacemos hoy esta pregunta, pero con asombro y gratitud”.

Profundizando, el Papa se refirió, “primero: asombro, porque las palabras de Jesús nos sorprenden. Pero Jesús siempre nos sorprende, siempre. Incluso hoy, en nuestra vida, Jesús siempre nos sorprende. El pan del cielo es un don que supera todas las expectativas. Quien no capta el estilo de Jesús sigue desconfiando: parece imposible, incluso inhumano, comer la carne de otro (cf. v. 54)”.

Continuando, habló ahora respecto de la segunda actitud: “la gratitud -primero, asombro, ahora, agradecimiento- porque reconocemos a Jesús allí donde se hace presente por nosotros y con nosotros. Se hace pan para nosotros. «El que come mi carne permanece en mí y yo en él» (cf. v. 56). El Cristo, verdadero hombre, sabe bien que hay que comer para vivir”.

En otro párrafo, el Santo Padre, compartía, “el pan celestial, que viene del Padre, es precisamente el Hijo hecho carne por nosotros. Este alimento nos es más que necesario, porque sacia el hambre de esperanza, el hambre de verdad, el hambre de salvación que todos sentimos no en el estómago, sino en el corazón. La Eucaristía nos hace falta a todos”.

Antes de concluir sus palabras, el Papa dijo, “el pan vivo y verdadero no es, por tanto, algo mágico, no, no es algo que solucione de repente todos los problemas, sino que es el Cuerpo mismo de Cristo, que da esperanza a los pobres y vence la arrogancia de los que se dan un atracón en su detrimento”.

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!

Hoy el Evangelio nos habla de Jesús, que afirma con sencillez: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51). Ante la multitud, el Hijo de Dios se identifica con el alimento más común y cotidiano, el pan: «Yo soy el pan». Entre los que escuchan, algunos empiezan a discutir (cf. v. 52): ¿cómo puede Jesús darnos a comer su propia carne? También nosotros nos hacemos hoy esta pregunta, pero con asombro y gratitud. He aquí dos actitudes para reflexionar: asombro y gratitud, ante el milagro de la Eucaristía.

Primero: asombro, porque las palabras de Jesús nos sorprenden. Pero Jesús siempre nos sorprende, siempre. Incluso hoy, en nuestra vida, Jesús siempre nos sorprende. El pan del cielo es un don que supera todas las expectativas. Quien no capta el estilo de Jesús sigue desconfiando: parece imposible, incluso inhumano, comer la carne de otro (cf. v. 54). La carne y la sangre, en cambio, son la humanidad del Salvador, su propia vida ofrecida como alimento para la nuestra.

Y esto nos lleva a la segunda actitud: la gratitud -primero, asombro, ahora, agradecimiento- porque reconocemos a Jesús allí donde se hace presente por nosotros y con nosotros. Se hace pan para nosotros. «El que come mi carne permanece en mí y yo en él» (cf. v. 56). El Cristo, verdadero hombre, sabe bien que hay que comer para vivir. Pero también sabe que esto no basta. Después de haber multiplicado el pan terrenal (cf. Jn 6,1-14), prepara un don aún mayor: Él mismo se convierte en verdadera comida y verdadera bebida (cf. v. 55). ¡Gracias, Señor Jesús! Con el corazón podemos decir: gracias, gracias.

El pan celestial, que viene del Padre, es precisamente el Hijo hecho carne por nosotros. Este alimento nos es más que necesario, porque sacia el hambre de esperanza, el hambre de verdad, el hambre de salvación que todos sentimos no en el estómago, sino en el corazón. La Eucaristía nos hace falta a todos.

Jesús se ocupa de la necesidad más grande: nos salva, alimentando nuestra vida con la suya, y esto para siempre. Y gracias a Él podemos vivir en comunión con Dios y entre nosotros. El pan vivo y verdadero no es, por tanto, algo mágico, no, no es algo que solucione de repente todos los problemas, sino que es el Cuerpo mismo de Cristo, que da esperanza a los pobres y vence la arrogancia de los que se dan un atracón en su detrimento.

Preguntémonos, pues, hermanos: ¿tengo hambre y sed de salvación, no sólo para mí, sino para todos mis hermanos? Cuando recibo la Eucaristía, que es el milagro de la misericordia, ¿soy capaz de maravillarme ante el Cuerpo del Señor, muerto y resucitado por nosotros?

Oremos juntos a la Virgen María, para que nos ayude a recibir el don del cielo en el signo del pan.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

Hoy, en Uvira, en la República Democrática del Congo, han sido beatificados Luigi Carrara, Giovanni Didoné y Vittorio Faccin, misioneros javerianos italianos, junto con Albert Joubert, sacerdote congoleño, asesinados en ese país el 28 de noviembre de 1964. Su martirio fue la culminación de una vida dedicada al Señor y a los hermanos. Que su ejemplo y su intercesión favorezcan caminos de reconciliación y de paz para el bien del pueblo congoleño. ¡Aplaudamos a los nuevos Beati!

Y sigamos rezando para que se abran caminos de paz en Oriente Medio -Palestina, Israel-, así como en la atormentada Ucrania, en Myanmar y en todas las zonas en guerra, con un compromiso de diálogo y negociación y absteniéndose de acciones y reacciones violentas.

Saludo a todos vosotros, queridos fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y de diversos países. Saludo en particular a los del Estado de São Paulo, en Brasil, y también a las Hermanas de Santa Isabel.

Saludo y bendigo a las mujeres y a las jóvenes reunidas en el santuario mariano de Piekary šląskie, en Polonia, y las animo a dar un testimonio gozoso del Evangelio en sus familias y en la sociedad. Y saludo a los muchachos de la Inmaculada.

Deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no olvidéis rezar por mí. Buen almuerzo y ¡adiós!

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