PAPA FRANCISCO | La fe y la oración, cuando son verdaderas, abren la mente y el corazón, no los cierran, así lo expresó el Santo Padre, fue al compartir su mensaje antes de recitar la oración Mariana del Ángelus. Antes del mediodía de hoy (hora de Roma), Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano, desde donde se reunía con fieles y peregrinos presentes en Plaza San Pedro.
El Papa decía, “(…) el Evangelio de la liturgia (Jn 6,41-51) nos narra la reacción de los judíos ante la afirmación de Jesús de que «he bajado del cielo» (Jn 6,38). Se escandalizan”. Agregando, continuó, “están convencidos de que Jesús no puede venir del cielo, porque es hijo de un carpintero y porque su madre y sus parientes son personas corrientes, conocidas, normales, como tantas otras. «¿Cómo podría Dios manifestarse de una manera tan ordinaria?», dicen. Están bloqueados en su fe por ideas preconcebidas sobre Su origen humilde y también bloqueados por la presunción, por tanto, de que no tienen nada que aprender de Él”.
En otro párrafo, el Santo Padre, señalaba, “sin embargo, se trata de personas que cumplen la ley, dan limosna, observan los ayunos y los tiempos de oración. Es más, Cristo ya ha realizado varios milagros (cf. Jn 2,1-11; 4,43-54; 5,1-9; 6,1-25). ¿Por qué esto no les ayuda a reconocerle como el Mesías? ¿Por qué no les ayuda? Porque realizan sus prácticas religiosas no tanto para escuchar al Señor como para encontrar en ellas una confirmación de lo que piensan. Se cierran a la Palabra del Señor y buscan la confirmación de sus propios pensamientos”.
Completando, cerraba diciéndonos, “prestemos atención a todo esto, porque a veces también a nosotros nos puede suceder lo mismo, en nuestra vida y en nuestra oración: nos puede suceder, es decir, que en lugar de escuchar realmente lo que el Señor tiene que decirnos, busquemos de Él y de los demás sólo una confirmación de lo que pensamos, una confirmación de nuestras convicciones, de nuestros juicios, que son pre-juicios. Pero este modo de dirigirnos a Dios no nos ayuda a encontrarlo, a encontrarnos verdaderamente con Él, ni a abrirnos al don de su luz y de su gracia, a crecer en el bien, a hacer su voluntad y a superar cerrazones y dificultades. Hermanos y hermanas, la fe y la oración, cuando son verdaderas, abren la mente y el corazón, no los cierran. Cuando encuentran a una persona que se cierra en la mente, en la oración, esa fe y esa oración no son verdaderas”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
Hoy el Evangelio de la liturgia (Jn 6,41-51) nos narra la reacción de los judíos ante la afirmación de Jesús de que «he bajado del cielo» (Jn 6,38). Se escandalizan.
Murmuran entre ellos: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo, pues, puede decir: ‘He bajado del cielo’?» (Jn 6,42). Y así murmuran. Tengamos cuidado con lo que dicen. Están convencidos de que Jesús no puede venir del cielo, porque es hijo de un carpintero y porque su madre y sus parientes son personas corrientes, conocidas, normales, como tantas otras. «¿Cómo podría Dios manifestarse de una manera tan ordinaria?», dicen. Están bloqueados en su fe por ideas preconcebidas sobre Su origen humilde y también bloqueados por la presunción, por tanto, de que no tienen nada que aprender de Él. Prejuicios y presunción, ¡qué mal nos hacen! Impiden el diálogo sincero, el encuentro entre hermanos: ¡cuidado con los prejuicios y la presunción! Tienen sus esquemas rígidos, y no hay lugar en sus corazones para lo que no encaja en ellos, para lo que no pueden catalogar y archivar en los estantes polvorientos de su seguridad. Y esto es verdad: tan a menudo nuestras seguridades están cerradas, polvorientas, como libros viejos.
Sin embargo, se trata de personas que cumplen la ley, dan limosna, observan los ayunos y los tiempos de oración. Es más, Cristo ya ha realizado varios milagros (cf. Jn 2,1-11; 4,43-54; 5,1-9; 6,1-25). ¿Por qué esto no les ayuda a reconocerle como el Mesías? ¿Por qué no les ayuda? Porque realizan sus prácticas religiosas no tanto para escuchar al Señor como para encontrar en ellas una confirmación de lo que piensan. Se cierran a la Palabra del Señor y buscan la confirmación de sus propios pensamientos. Lo demuestra el hecho de que ni siquiera se molestan en pedir explicaciones a Jesús: se limitan a murmurar entre ellos contra Él (cf. Jn 6,41), como para tranquilizarse mutuamente de lo que están convencidos, y se encierran en sí mismos, se encierran en una fortaleza impenetrable. Y así son incapaces de creer. El cierre del corazón: ¡cuánto duele, cuánto duele!
Prestemos atención a todo esto, porque a veces también a nosotros nos puede suceder lo mismo, en nuestra vida y en nuestra oración: nos puede suceder, es decir, que en lugar de escuchar realmente lo que el Señor tiene que decirnos, busquemos de Él y de los demás sólo una confirmación de lo que pensamos, una confirmación de nuestras convicciones, de nuestros juicios, que son pre-juicios. Pero este modo de dirigirnos a Dios no nos ayuda a encontrarlo, a encontrarnos verdaderamente con Él, ni a abrirnos al don de su luz y de su gracia, a crecer en el bien, a hacer su voluntad y a superar cerrazones y dificultades. Hermanos y hermanas, la fe y la oración, cuando son verdaderas, abren la mente y el corazón, no los cierran. Cuando encuentran a una persona que se cierra en la mente, en la oración, esa fe y esa oración no son verdaderas.
Preguntémonos, pues: en mi vida de fe, ¿soy capaz de callar de verdad en mi interior y de escuchar a Dios? ¿Estoy dispuesto a acoger su voz más allá de mis propios esquemas y también, con su ayuda, a superar mis miedos?
Que María nos ayude a escuchar con fe la voz del Señor y a cumplir con valentía su voluntad.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
Hemos conmemorado, en estos días, el aniversario del bombardeo atómico de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Mientras seguimos encomendando al Señor a las víctimas de aquellos acontecimientos y de todas las guerras, renovamos nuestra intensa oración por la paz, especialmente por la atormentada Ucrania, Oriente Medio, Palestina, Israel, Sudán y Myanmar.
Hoy recuerdo la fiesta de santa Clara: dirijo un pensamiento afectuoso a todas las clarisas, y en particular a las de Vallegloria, a las que me une una hermosa amistad.
Recemos también por las víctimas del trágico accidente aéreo en Brasil.
Y os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países, especialmente al grupo de estudiantes del seminario menor de Bérgamo, que han venido a pie desde Asís, en una peregrinación de varios días. ¿Os habéis cansado? ¿No? Sí, muy bien. ¡Sois buenos!
Os deseo a todos un buen domingo. Y a vosotros también, chicos de la Inmaculada: ¡que tengáis un buen domingo! Y, por favor, no se olviden de rezar por mí: a ustedes, brasileños también, los veo bien. A todos, ¡gracias! Buen almuerzo y ¡adiós!
Gracias Santo Padre Francisco. Gracias a los que tienen entre sus tareas publicar las palabras del Papa para todo el mundo. Leerlos es sentir más vívido el Espíritu de Comunión en el Día del Señor!Ave María Purísima! Sin pecado concebida.