Papa Francisco | La paz de Jesús no domina a los demás, nunca es una paz armada, las armas del Evangelio son la oración, la ternura, el perdón y el amor gratuito al prójimo, así lo manifestó el Santo Padre Francisco durante la Audiencia General. Celebrada en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco en vísperas del Triduo Pascual, centró su reflexión en el tema: «La paz de la Pascua» (Lectura: Jn 14,27).
Al respecto, el Santo Padre señaló, “estamos en el centro de la Semana Santa, que va desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Ambos domingos se caracterizan por la fiesta en torno a Jesús, pero son dos fiestas diferentes”.
Continuando, agregó, “el domingo pasado vimos a Cristo entrar solemnemente en Jerusalén, como fiesta, acogido como Mesías: y para él se extienden mantos por el camino (cf. Lc 19,36) y se cortan ramas de los árboles (cf. Mt 21,8). La multitud jubilosa bendice a gritos «el que viene, el rey», y aclama: «Paz en el cielo y gloria en las alturas» (Lc19.38)”.
El agrega más adelante, “pero Jesús nunca habla de esto, (…) lo único que le preocupa al prepararse para su entrada en Jerusalén es montar «un burro atado, en el que nadie ha subido jamás» (v. 30). Así trae Cristo la paz al mundo: a través de la mansedumbre y la mansedumbre, simbolizada por aquel burro atado, en el que nadie había subido”.
Profundizando, Su Santidad, nos explicaba, “(…) poco antes de la Pascua, Jesús explica a los discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el mundo, yo os la doy» (Jn 14,27). Hay dos caminos diferentes: un camino como el mundo nos da paz y un camino como Dios nos da paz. Ellos son diferentes”.
Avanzando, añadía, “la paz que Jesús nos regala en Pascua no es la paz que sigue las estrategias del mundo, que cree obtenerla por la fuerza, con conquistas y con diversas formas de imposición. Esta paz, en realidad, es sólo un intervalo entre guerras: lo sabemos bien.
Cristo tomó sobre sí nuestro mal, nuestro pecado y nuestra muerte. Él tomó todo esto sobre sí mismo. Así que nos liberó. Él pagó por nosotros. Su paz no es el resultado de algún compromiso, sino que proviene del don de sí mismo”.
El Papa subrayaba, además, “la paz de Jesús no domina a los demás, nunca es una paz armada: ¡nunca! Las armas del Evangelio son la oración, la ternura, el perdón y el amor gratuito al prójimo, amor a todo prójimo. Así es como la paz de Dios es traída al mundo”.
Sobre esto último, el Pontífice decía, “por eso la agresión armada de estos días, como toda guerra, representa un ultraje a Dios, una traición blasfema al Señor Pascual, una preferencia de su rostro manso por el del falso dios de este mundo. La guerra es siempre una acción humana que conduce a la idolatría del poder”.
Sintetizando el Santo Padre, compartía, “la Pascua es, pues, la verdadera fiesta de Dios y del hombre, porque nos es distribuida la paz que Cristo ganó en la cruz en el don de sí mismo. Por eso el Resucitado, el día de Pascua, se aparece a los discípulos y ¿cómo los saluda? «¡La paz sea contigo!» (Jn 20,19.21). Este es el saludo de Cristo victorioso, de Cristo resucitado”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
La paz de pascua
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Estamos en el centro de la Semana Santa, que va desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Ambos domingos se caracterizan por la fiesta en torno a Jesús, pero son dos fiestas diferentes.
El domingo pasado vimos a Cristo entrar solemnemente en Jerusalén, como fiesta, acogido como Mesías: y para él se extienden mantos por el camino (cf. Lc 19,36) y se cortan ramas de los árboles (cf. Mt 21,8). La multitud jubilosa bendice a gritos «el que viene, el rey», y aclama: «Paz en el cielo y gloria en las alturas» (Lc19.38). Esa gente celebra allí porque ven en la entrada de Jesús la llegada de un nuevo rey, que traería paz y gloria. He aquí la paz que esperaba aquel pueblo: una paz gloriosa, fruto de una intervención real, la de un mesías poderoso que liberaría a Jerusalén de la ocupación romana. Otros probablemente soñaron con la restauración de la paz social y vieron en Jesús al rey ideal, que alimentaría a las multitudes con panes, como ya lo había hecho, y realizaría grandes milagros, trayendo así más justicia al mundo.
Pero Jesús nunca habla de esto. Tiene por delante una Pascua diferente, no una Pascua triunfal. Lo único que le preocupa al prepararse para su entrada en Jerusalén es montar «un burro atado, en el que nadie ha subido jamás» (v. 30). Así trae Cristo la paz al mundo: a través de la mansedumbre y la mansedumbre, simbolizada por aquel burro atado, en el que nadie había subido. Ninguno, porque la manera de hacer de Dios es diferente a la del mundo. De hecho, poco antes de la Pascua, Jesús explica a los discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el mundo, yo os la doy» (Jn 14,27). Hay dos caminos diferentes: un camino como el mundo nos da paz y un camino como Dios nos da paz. Ellos son diferentes.
La paz que Jesús nos regala en Pascua no es la paz que sigue las estrategias del mundo, que cree obtenerla por la fuerza, con conquistas y con diversas formas de imposición. Esta paz, en realidad, es sólo un intervalo entre guerras: lo sabemos bien. La paz del Señor sigue el camino de la mansedumbre y de la cruz: es hacerse cargo de los demás. En efecto, Cristo tomó sobre sí nuestro mal, nuestro pecado y nuestra muerte. Él tomó todo esto sobre sí mismo. Así que nos liberó. Él pagó por nosotros. Su paz no es el resultado de algún compromiso, sino que proviene del don de sí mismo. Esta paz dulce y valiente, sin embargo, es difícil de acoger. De hecho, la multitud que alababa a Jesús es la misma que al cabo de unos días grita «Crucifícalo» y, asustada y desilusionada, no mueve un dedo por él.
En este sentido, siempre es relevante un gran relato de Dostoievski, la llamada Leyenda del Gran Inquisidor ... Se dice de Jesús que, después de varios siglos, vuelve a la Tierra. Inmediatamente es recibido por la multitud que lo vitorea, quien lo reconoce y lo vitorea. “¡Ah, has vuelto! ¡Ven, ven con nosotros!”. Pero luego es arrestado por el Inquisidor, quien representa la lógica mundana. Este último lo cuestiona y lo critica ferozmente. La razón final del reproche es que Cristo, aunque pudo, nunca quiso convertirse en César, el rey más grande de este mundo, prefiriendo dejar libre al hombre antes que someterlo y resolver sus problemas por la fuerza. Pudo haber instaurado la paz en el mundo doblegando el corazón libre pero precario del hombre en virtud de un poder superior, pero no quiso: respetó nuestra libertad. «Tú -le dice el Inquisidor a Jesús-, aceptando el mundo y la púrpura de los césares, habrías fundado el reino universal y dado la paz universal» (Los hermanos Karamazov, Milán 2012, 345); y con una sentencia azotadora concluye: «Si hay alguien que mereciera nuestra estaca más que todos, ese eres tú» (348). He aquí el engaño que se repite en la historia, la tentación de una falsa paz, basada en el poder, que luego lleva al odio ya la traición a Dios ya tanta amargura en el alma.
Al final, según este informe, el Inquisidor querría que Jesús «le dijera algo, tal vez incluso algo amargo, terrible». Pero Cristo reacciona con un gesto dulce y concreto: «Se acerca a él en silencio y lo besa dulcemente en los viejos labios exangües» (352). La paz de Jesús no domina a los demás, nunca es una paz armada: ¡nunca! Las armas del Evangelio son la oración, la ternura, el perdón y el amor gratuito al prójimo, amor a todo prójimo. Así es como la paz de Dios es traída al mundo. Por eso la agresión armada de estos días, como toda guerra, representa un ultraje a Dios, una traición blasfema al Señor Pascual, una preferencia de su rostro manso por el del falso dios de este mundo. La guerra es siempre una acción humana que conduce a la idolatría del poder.
Antes de su última Pascua, Jesús dijo a sus seguidores: «No se turbe vuestro corazón ni temáis» (Jn 14,27). Sí, porque mientras el poder mundano deja sólo destrucción y muerte -lo hemos visto en estos días- su paz construye la historia, a partir del corazón de cada hombre que lo acoge. La Pascua es, pues, la verdadera fiesta de Dios y del hombre, porque nos es distribuida la paz que Cristo ganó en la cruz en el don de sí mismo. Por eso el Resucitado, el día de Pascua, se aparece a los discípulos y ¿cómo los saluda? «¡La paz sea contigo!» (Jn 20,19.21). Este es el saludo de Cristo victorioso, de Cristo resucitado.
Hermanos, hermanas, Pascua significa «paso». Es, especialmente este año, la bendita ocasión de pasar del dios mundano al Dios cristiano, de la codicia que llevamos en nosotros a la caridad que nos hace libres, de la espera de una paz traída por la fuerza al compromiso de testimoniar concretamente la paz de Jesús Hermanos y hermanas, pongámonos de pie ante el Crucifijo, fuente de nuestra paz, y pidámosle la paz del corazón y la paz en el mundo.
Saludos:
Saludo especialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los jóvenes que participan en el Encuentro internacional Univ 2022. En estos días santos acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección. Pidámosle que, así como Pascua significa “paso”, también nosotros seamos capaces de “dar pasos” de reconciliación. Y que su paz reine en nuestros corazones y en el mundo entero. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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