PAPA FRANCISCO | La verdadera riqueza no son los bienes de este mundo, la verdadera riqueza es ser amado por Dios y aprender a amar como Él, así lo expresó el Santo Padre al compartir su mensaje antes de recitar la oración mariana del Ángelus. Antes del mediodía de hoy (hora de Roma), Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano desde donde se encontró con fieles y peregrinos reunidos en Plaza San Pedro.
Este día nos decía, “el Evangelio de la liturgia de hoy (Mc 10,17-30) nos habla de un hombre rico que corre hacia Jesús y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17). Jesús le invita a dejarlo todo y seguirle, pero el hombre, entristecido, se marcha porque -dice el texto- «poseía muchos bienes» (v. 23)”.
Continuando, el Papa agregó, “podemos ver los dos movimientos de este hombre: al principio corre, para ir hacia Jesús; al final, sin embargo, se va entristecido. Primero corre y luego se va. Detengámonos en esto. (…) hombre va a Jesús corriendo. Es rico, pero necesita curación. Jesús le mira con amor (v. 21); entonces, le propone una «terapia»: vender todo lo que tiene, dárselo a los pobres y seguirle. Pero, en este punto, llega una conclusión inesperada: ¡este hombre se entristece y se va! Tan grande e impetuoso era el deseo de encontrarse con Jesús, cuán fría y rápida la despedida de Él”.
Completando, Su Santidad dijo, “Jesús nos invita a arriesgar, a «arriesgar el amor»: a venderlo todo para darlo a los pobres, lo que significa despojarnos de nosotros mismos y de nuestras falsas seguridades, haciéndonos atentos a los necesitados y compartiendo nuestros bienes, no sólo las cosas, sino lo que somos: nuestros talentos, nuestra amistad, nuestro tiempo, etc. (…) la verdadera riqueza no son los bienes de este mundo, la verdadera riqueza es ser amado por Dios y aprender a amar como Él”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
El Evangelio de la liturgia de hoy (Mc 10,17-30) nos habla de un hombre rico que corre hacia Jesús y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17). Jesús le invita a dejarlo todo y seguirle, pero el hombre, entristecido, se marcha porque -dice el texto- «poseía muchos bienes» (v. 23). Cuesta dejarlo todo.
Podemos ver los dos movimientos de este hombre: al principio corre, para ir hacia Jesús; al final, sin embargo, se va entristecido. Primero corre y luego se va. Detengámonos en esto.
Primero, este hombre va a Jesús corriendo. Es como si algo en su corazón le apremiara: en efecto, aunque tiene muchas riquezas, está insatisfecho, lleva dentro una inquietud, busca una vida más plena. Como hacen a menudo los enfermos y los endemoniados (cf. Mc 3,10; 5,6), vemos en el Evangelio, se arroja a los pies del Maestro; es rico, pero tiene necesidad de curación. Es rico, pero necesita curación. Jesús le mira con amor (v. 21); entonces, le propone una «terapia»: vender todo lo que tiene, dárselo a los pobres y seguirle. Pero, en este punto, llega una conclusión inesperada: ¡este hombre se entristece y se va! Tan grande e impetuoso era el deseo de encontrarse con Jesús, cuán fría y rápida la despedida de Él.
También nosotros llevamos en el corazón una necesidad irreprimible de felicidad y de una vida llena de sentido; sin embargo, podemos caer en la ilusión de pensar que la respuesta está en la posesión de cosas materiales y de seguridades terrenales. Jesús, en cambio, quiere devolvernos a la verdad de nuestros deseos y hacernos descubrir que, en realidad, el bien que anhelamos es Dios mismo, su amor por nosotros y la vida eterna que Él y sólo Él puede darnos. La verdadera riqueza es ser mirados con amor por el Señor -ésta es una gran riqueza- y, como hace Jesús con aquel hombre, amarnos los unos a los otros haciendo de nuestra vida un don para los demás. Hermanos y hermanas, por eso, Jesús nos invita a arriesgar, a «arriesgar el amor»: a venderlo todo para darlo a los pobres, lo que significa despojarnos de nosotros mismos y de nuestras falsas seguridades, haciéndonos atentos a los necesitados y compartiendo nuestros bienes, no sólo las cosas, sino lo que somos: nuestros talentos, nuestra amistad, nuestro tiempo, etc.
Hermanos y hermanas, aquel rico no quería arriesgar, ¿arriesgar qué? No quiso arriesgar el amor y se fue con la cara triste. ¿Y nosotros? Preguntémonos: ¿a qué está apegado nuestro corazón? ¿Cómo saciamos nuestra hambre de vida y de felicidad? ¿Sabemos compartir con aquellos que son pobres, que están en dificultades o que necesitan ser escuchados, que necesitan una sonrisa, una palabra que les ayude a recuperar la esperanza? O que necesita ser escuchado… Recordemos esto: la verdadera riqueza no son los bienes de este mundo, la verdadera riqueza es ser amado por Dios y aprender a amar como Él.
Y ahora pidamos la intercesión de la Virgen María, para que nos ayude a descubrir en Jesús el tesoro de la vida.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
Sigo con preocupación lo que está ocurriendo en Oriente Medio, y una vez más hago un llamamiento al alto el fuego inmediato en todos los frentes. Sigamos las vías de la diplomacia y del diálogo para alcanzar la paz.
Estoy cerca de todas las poblaciones implicadas, en Palestina, en Israel y en el Líbano, donde pido que se respete a las fuerzas de paz de la ONU. Rezo por todas las víctimas, por los desplazados, por los rehenes, que espero sean liberados inmediatamente, y deseo que este gran sufrimiento inútil, engendrado por el odio y la venganza, termine pronto.
Hermanos y hermanas, la guerra es una ilusión, es una derrota, nunca traerá la paz, nunca traerá la seguridad, es una derrota para todos, especialmente para aquellos que se creen invencibles. Basta, por favor.
Hago un llamamiento para que no se deje morir de frío a los ucranianos, detengan los ataques aéreos contra la población civil, que siempre es la más afectada. ¡Dejen de matar inocentes!
Sigo la dramática situación de Haití, donde continúa la violencia contra la población, obligada a huir de sus hogares en busca de seguridad en otros lugares, dentro y fuera del país. No olvidemos nunca a nuestros hermanos y hermanas haitianos. Pido a todos que recen por el fin de toda forma de violencia y que, con el compromiso de la comunidad internacional, sigan trabajando para construir la paz y la reconciliación en el país, defendiendo siempre la dignidad y los derechos de todos.
Os saludo a vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países, en particular, a la Milicia de la Asociación de la Inmaculada fundada por san Maximiliano Kolbe, a las parroquias de Resuttano (Caltanissetta), a los atletas paralímpicos italianos con sus guías y asistentes y al grupo de Pax Christi Internacional.
Saludo de nuevo a los nuevos alumnos del Colegio Urbano con los que me he reunido esta mañana.
El próximo viernes, 18 de octubre, la Fundación «Ayuda a la Iglesia Necesitada» promueve la iniciativa «Un millón de niños rezan el Rosario por la paz en el mundo». ¡Gracias a todos los niños y niñas que participan! Nos unimos a ellos y confiamos a la intercesión de la Virgen -de la que hoy es el aniversario de la última aparición en Fátima- a la intercesión de la Virgen confiamos a la atormentada Ucrania, Myanmar, Sudán y las demás poblaciones que sufren la guerra y todas las formas de violencia y miseria.
Saludo a los jóvenes de la Inmaculada Concepción y veo banderas polacas, brasileñas, argentinas, ecuatorianas, francesas… ¡Saludo a todos!
Deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡adiós!
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