PAPA FRANCISCO | La Virgen es la madre que nos lleva de la mano a Jesús, así lo expresó el Santo Padre en su mensaje antes de recitar la oración mariana del Ángelus. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco continuando con el ciclo de catequesis, «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza», centró su meditación en el tema Una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo: María y el Espíritu Santo (Lectura: Hch 1,12-14).
El Papa decía, “entre los diversos medios por los que el Espíritu Santo realiza su obra de santificación en la Iglesia -Palabra de Dios, Sacramentos, oración- hay uno en particular y es la piedad mariana. En la tradición católica existe este lema, este dicho: «Ad Iesum per Mariam», es decir, «a Jesús por María». La Virgen nos hace ver a Jesús. Ella nos abre las puertas, ¡siempre! La Virgen es la madre que nos lleva de la mano a Jesús”.
Continuando, agregó, “San Pablo define la comunidad cristiana como «una carta de Cristo compuesta por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos» (2 Co 3,3). María, como primera discípula y figura de la Iglesia, es también una carta escrita con el Espíritu de Dios vivo”.
Seguidamente, Su Santidad señalaba, “al decir su «sí» -cuando María acepta y dice al ángel: «sí, hágase la voluntad del Señor» y acepta ser la madre de Jesús-, es como si María dijera a Dios: «Aquí estoy, soy una tabla de escribir: que el Escritor escriba lo que quiera, que el Señor de todo haga conmigo» [2]”.
En otro párrafo, decía, “he aquí, pues, cómo la Madre de Dios es instrumento del Espíritu Santo en su obra de santificación. En medio de la interminable profusión de palabras dichas y escritas sobre Dios, la Iglesia y la santidad (que muy pocos, si es que hay alguno, son capaces de leer y comprender en su totalidad) ella sugiere sólo dos palabras que todos, incluso los más sencillos, pueden pronunciar en cualquier ocasión: ‘Aquí estoy’ y ‘fiat’. María es la que dijo «sí» al Señor y, con su ejemplo y su intercesión, nos exhorta a decir también nosotros nuestro «sí» a Él, siempre que nos encontremos ante una obediencia que cumplir o una prueba que superar”.
Finalmente, dijo, “Ella es la esposa, pero es, antes que eso, la discípula del Espíritu Santo. Esposa y discípula. Aprendamos de ella a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu, sobre todo cuando nos sugiere que «nos levantemos pronto» y vayamos a ayudar a alguien necesitado, como hizo ella inmediatamente después de que el ángel la dejara (cf. Lc 1,39)”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Ciclo de catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios a Jesús, nuestra esperanza. 13. Una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo: María y el Espíritu Santo
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Entre los diversos medios por los que el Espíritu Santo realiza su obra de santificación en la Iglesia -Palabra de Dios, Sacramentos, oración- hay uno en particular y es la piedad mariana. En la tradición católica existe este lema, este dicho: «Ad Iesum per Mariam», es decir, «a Jesús por María». La Virgen nos hace ver a Jesús. Ella nos abre las puertas, ¡siempre! La Virgen es la madre que nos lleva de la mano a Jesús. La Virgen nunca se señala a sí misma, la Virgen señala a Jesús. Y ésta es la piedad mariana: a Jesús por las manos de la Virgen.
San Pablo define la comunidad cristiana como «una carta de Cristo compuesta por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos» (2 Co 3,3). María, como primera discípula y figura de la Iglesia, es también una carta escrita con el Espíritu de Dios vivo. Precisamente por eso, puede ser «conocida y leída por todos los hombres» (2 Co 3,2), incluso por quienes no saben leer libros de teología, por esos «pequeños» a quienes Jesús dice que se revelan los misterios del Reino, ocultos a los sabios (cf. Mt 11,25).
Al decir su «sí» -cuando María acepta y dice al ángel: «sí, hágase la voluntad del Señor» y acepta ser la madre de Jesús-, es como si María dijera a Dios: «Aquí estoy, soy una tabla de escribir: que el Escritor escriba lo que quiera, que el Señor de todo haga conmigo» [2]. En aquella época se escribía sobre tablillas enceradas; hoy diríamos que María se ofrece como una página en blanco en la que el Señor puede escribir lo que quiera. El «sí» de María al ángel -ha escrito un conocido exégeta- representa «la cima de todo comportamiento religioso ante Dios, ya que expresa, de la manera más elevada, la disponibilidad pasiva unida a la disponibilidad activa, el vacío más profundo que acompaña a la plenitud más grande» [3].
He aquí, pues, cómo la Madre de Dios es instrumento del Espíritu Santo en su obra de santificación. En medio de la interminable profusión de palabras dichas y escritas sobre Dios, la Iglesia y la santidad (que muy pocos, si es que hay alguno, son capaces de leer y comprender en su totalidad) ella sugiere sólo dos palabras que todos, incluso los más sencillos, pueden pronunciar en cualquier ocasión: ‘Aquí estoy’ y ‘fiat’. María es la que dijo «sí» al Señor y, con su ejemplo y su intercesión, nos exhorta a decir también nosotros nuestro «sí» a Él, siempre que nos encontremos ante una obediencia que cumplir o una prueba que superar.
En todos los momentos de su historia, pero particularmente en este momento, la Iglesia se encuentra en la situación en la que estaba la comunidad cristiana tras la Ascensión de Jesús al cielo. Tiene que predicar el Evangelio a todas las naciones, pero está esperando el «poder de lo alto» para poder hacerlo. Y no olvidemos que en aquella época, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos estaban reunidos en torno a «María, la madre de Jesús» (Hch 1,14).
Es verdad que había también otras mujeres con ella en el cenáculo, pero su presencia es distinta y única entre todas. Entre ella y el Espíritu Santo existe un vínculo único y eternamente indestructible que es la persona misma de Cristo, «concebido por el Espíritu Santo y nacido de María Virgen», como recitamos en el Credo. El evangelista Lucas subraya deliberadamente la correspondencia entre la venida del Espíritu Santo sobre María en la Anunciación y su venida sobre los discípulos en Pentecostés, utilizando algunas expresiones idénticas en ambos casos.
San Francisco de Asís, en una de sus oraciones, saluda a la Virgen como «hija y esclava del altísimo Rey Padre celestial, madre del santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» [4]. ¡Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo! No se podría ilustrar la relación única de María con la Trinidad con palabras más sencillas.
Como todas las imágenes, la de «esposa del Espíritu Santo» no debe absolutizarse, sino tomarse por la cantidad de verdad que contiene, y es una verdad muy hermosa. Ella es la esposa, pero es, antes que eso, la discípula del Espíritu Santo. Esposa y discípula. Aprendamos de ella a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu, sobre todo cuando nos sugiere que «nos levantemos pronto» y vayamos a ayudar a alguien necesitado, como hizo ella inmediatamente después de que el ángel la dejara (cf. Lc 1,39). Gracias.
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[1] Cf. Orígenes, Comentario al Evangelio de Lucas, Phramm. 18 (GCS 49, p. 227).
[2] H. Schürmann, Das Lukasevangelium, Friburgo en Br. 1968: trad. ital. Brescia 1983, 154.
[3] Fonti Francescane, Asís 1986, n. 281.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a María, templo y sagrario del Espíritu Santo, que nos enseñe a ser dóciles a las inspiraciones de Dios, sobre todo cuando su Espíritu de amor nos urge a hacer el bien a los hermanos y hermanas que más lo necesitan. Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Muchas gracias.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a la Policía de Estado de las provincias de Campobasso e Isernia, a la Asociación 50&più de Lombardía, al Instituto Preziosissimo Sangue de Milán, a la banda Giuseppe Verdi de Vallecorsa. Habéis tocado bien, luego os escucharemos en otra ocasión…
Por último, mis pensamientos están con los jóvenes, los enfermos, los ancianos y los recién casados. Animo a cada uno a encontrar cada día en Dios la fuerza y el valor para vivir plenamente su vocación humana y cristiana.
Y no olvidemos a los países en guerra. Hermanos y hermanas, ¡la atormentada Ucrania sufre! No olvidemos Ucrania; no olvidemos Palestina, Israel, Myanmar y tantas naciones en guerra. No olvidemos a ese grupo de palestinos ametrallados, inocentes… Recemos por la paz. Necesitamos tanto la paz, ¡tanto!
¡Mis bendiciones para todos!
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