PAPA FRANCISCO | Mantengamos la mirada fija en Jesús, en su Cruz, y en María, nuestra Madre: así, incluso en las dificultades, encontraremos la fuerza para seguir adelante, así lo manifestaba Su Santidad Francisco en su Homilía, durante la celebración de la Santa Misa en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. El Papa decía, “al final del año litúrgico, la Iglesia celebra la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey, Rey del Universo. Nos invita a mirar hacia Él, a mirar al Señor, origen y cumplimiento de todas las cosas (cf. Col 1, 16-17), cuyo «reino no será jamás destruido» (Dn 7, 14)
Es una contemplación que eleva y entusiasma. Sin embargo, si luego miramos a nuestro alrededor, lo que vemos parece diferente, y pueden surgir en nuestro interior preguntas inquietantes. ¿Qué pensar de las guerras, la violencia, las catástrofes ecológicas?”
Continuando, agregó, “(…) hoy, que celebramos la Jornada Mundial de la Juventud en todas las Iglesias, quisiera proponeros especialmente a vosotros, jóvenes, a la luz de la Palabra de Dios, que reflexionemos sobre tres aspectos, que pueden ayudarnos a avanzar con valentía en nuestro camino, a través de los desafíos que encontramos. Y estos aspectos son: acusaciones, consenso y verdad”.
Al respecto, dijo el Santo Padre, “primero: las acusaciones. El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la piel del acusado (cf. Jn 18,33-37). Está -como se dice- «en el banquillo», en el tribunal. Le interroga Pilato, el representante del Imperio Romano, en el que podemos ver representados todos los poderes que en la historia oprimen a los pueblos por la fuerza de las armas. A Pilato no le interesa Jesús. Pero sabe que la gente le sigue, creyendo que es un guía, un maestro, el Mesías, y el Procurador no puede permitir que nadie cree estragos y disturbios en la «paz militarizada» de su distrito. Así que complace a los poderosos enemigos de este profeta indefenso: lo juzga y amenaza con condenarlo a muerte. Y él, que sólo ha predicado justicia, misericordia y perdón, no tiene miedo, no se deja intimidar, ni se rebela (…)”.
Avanzando, siguió diciendo, “ustedes, sin embargo, no tengáis miedo de las «condenas», no os preocupéis: tarde o temprano las críticas y las falsas acusaciones caen y los valores superficiales que las sostienen se revelan como lo que son, ilusiones. Queridos jóvenes, tened cuidado de no emborracharos de ilusiones. Por favor, sed concretos”.
Continuando, el Pontífice se refería al segundo aspecto, “el consentimiento. Jesús dice: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36). ¿Qué quiere decir Jesús con esto? ¿«Mi reino no es de este mundo»? Jesús actúa así porque rechaza toda lógica de poder (cf. Mc 10, 42-45). ¡Jesús está libre de todo esto!
Y también vosotros, queridos jóvenes, haréis bien en seguir su ejemplo, no dejándoos contagiar por el ansia -tan extendida hoy- de ser vistos, aprobados y alabados. Dios os ama como sois, no como aparentáis: ante Él, vuestros sueños puros valen más que el éxito y la fama -valen más- y la sinceridad de vuestras intenciones vale más que la aprobación. No os dejéis engañar por quienes, seduciéndoos con promesas vanas, en realidad sólo quieren instrumentalizaros, condicionaros y utilizaros para sus propios intereses”.
Respecto del tercera condición, Su Santidad decía, “la verdad. Cristo vino al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37), y lo hizo enseñándonos a amar a Dios y a los hermanos (cf. Mt 22,34-40; 1 Jn 4,6-7). Sólo ahí, en el amor, encuentra luz y sentido nuestra existencia (cf. 1 Jn 2,9-11).
Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6), despojándose de todo y muriendo desnudo en la cruz por nuestra salvación, nos enseña que sólo en el amor también nosotros podemos vivir, crecer y florecer en toda nuestra dignidad (cf. Ef 4, 15-16)”.
Finalmente, pidió en la Homilía, “mantengamos la mirada fija en Jesús, en su Cruz, y en María, nuestra Madre: así, incluso en las dificultades, encontraremos la fuerza para seguir adelante, sin miedo a las acusaciones, sin necesidad de consenso, con nuestra propia dignidad, con nuestra propia certeza de estar salvados y de estar acompañados por nuestra Madre, María, sin hacer concesiones, sin maquillaje espiritual”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Santa Misa en la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, 24.11.2024
Al final del año litúrgico, la Iglesia celebra la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey, Rey del Universo. Nos invita a mirar hacia Él, a mirar al Señor, origen y cumplimiento de todas las cosas (cf. Col 1, 16-17), cuyo «reino no será jamás destruido» (Dn 7, 14)
Es una contemplación que eleva y entusiasma. Sin embargo, si luego miramos a nuestro alrededor, lo que vemos parece diferente, y pueden surgir en nuestro interior preguntas inquietantes. ¿Qué pensar de las guerras, la violencia, las catástrofes ecológicas? ¿Y qué pensar de los problemas que también vosotros, queridos jóvenes, tenéis que afrontar de cara al mañana: la precariedad laboral, las incertidumbres económicas y de otro tipo, las divisiones y desigualdades que polarizan la sociedad? ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Y qué podemos hacer para evitar que nos aplaste? Es cierto que son preguntas difíciles, pero son preguntas importantes.
Por eso hoy, que celebramos la Jornada Mundial de la Juventud en todas las Iglesias, quisiera proponeros especialmente a vosotros, jóvenes, a la luz de la Palabra de Dios, que reflexionemos sobre tres aspectos, que pueden ayudarnos a avanzar con valentía en nuestro camino, a través de los desafíos que encontramos. Y estos aspectos son: acusaciones, consenso y verdad. Acusaciones, consenso y verdad.
Primero: las acusaciones. El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la piel del acusado (cf. Jn 18,33-37). Está -como se dice- «en el banquillo», en el tribunal. Le interroga Pilato, el representante del Imperio Romano, en el que podemos ver representados todos los poderes que en la historia oprimen a los pueblos por la fuerza de las armas. A Pilato no le interesa Jesús. Pero sabe que la gente le sigue, creyendo que es un guía, un maestro, el Mesías, y el Procurador no puede permitir que nadie cree estragos y disturbios en la «paz militarizada» de su distrito. Así que complace a los poderosos enemigos de este profeta indefenso: lo juzga y amenaza con condenarlo a muerte. Y él, que sólo ha predicado justicia, misericordia y perdón, no tiene miedo, no se deja intimidar, ni se rebela: Jesús permanece fiel a la verdad que ha proclamado, fiel incluso hasta el sacrificio de su vida.
Queridos jóvenes, tal vez a veces os puede suceder también a vosotros que os «acusen» de seguir a Jesús. En el colegio, entre los amigos, en los ambientes que frecuentáis, puede haber quien quiera haceros sentir mal porque sois fieles al Evangelio y a sus valores, porque no os conformáis, no os doblegáis a hacer como todos los demás. Vosotros, sin embargo, no tengáis miedo de las «condenas», no os preocupéis: tarde o temprano las críticas y las falsas acusaciones caen y los valores superficiales que las sostienen se revelan como lo que son, ilusiones. Queridos jóvenes, tened cuidado de no emborracharos de ilusiones. Por favor, sed concretos. La realidad es concreta. Cuidado con las ilusiones.
Lo que permanece, como nos enseña Cristo, es otra cosa: son las obras del amor. Esto es lo que permanece y lo que hace bella la vida. Lo demás no cuenta. El amor se concreta en las obras. Por eso, repito: no tengáis miedo de las «condenas» del mundo. ¡Seguid amando! Pero amar a la luz del Señor, dar la vida para ayudar a los demás.
Y llegamos al segundo punto: el consentimiento. Jesús dice: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36). ¿Qué quiere decir Jesús con esto? ¿«Mi reino no es de este mundo»? ¿Por qué no hace nada para asegurar su éxito, para congraciarse con los poderosos, para obtener apoyo para su programa? ¿Por qué no lo hace? ¿Cómo puede esperar cambiar las cosas cuando está «derrotado»? En realidad, Jesús actúa así porque rechaza toda lógica de poder (cf. Mc 10, 42-45). ¡Jesús está libre de todo esto!
Y también vosotros, queridos jóvenes, haréis bien en seguir su ejemplo, no dejándoos contagiar por el ansia -tan extendida hoy- de ser vistos, aprobados y alabados. Quien se deja atrapar por estas fijaciones, acaba viviendo en la ansiedad. Se ven reducidos a «corretear», competir, fingir, comprometerse, vender sus ideales para conseguir algo de aprobación y visibilidad. Por favor, ten cuidado con esto. Tu dignidad no está en venta. No está en venta. Tened cuidado.
Pero Dios os ama como sois, no como aparentáis: ante Él, vuestros sueños puros valen más que el éxito y la fama -valen más- y la sinceridad de vuestras intenciones vale más que la aprobación. No os dejéis engañar por quienes, seduciéndoos con promesas vanas, en realidad sólo quieren instrumentalizaros, condicionaros y utilizaros para sus propios intereses. Cuidado con la instrumentalización. Tened cuidado. Ten cuidado de no ser condicionado. Sed libres, pero libres en armonía con vuestra dignidad. No os conforméis con ser «estrellas por un día», estrellas en las redes sociales o en cualquier otro contexto. Recuerdo, una vez, a una joven que quería ser vista -era guapa- en mi tierra. Y para ir a una fiesta se maquilló a tope. Pensé: ‘Después del maquillaje, ¿qué queda? No maquilléis vuestra alma, no maquilléis vuestro corazón; sed como sois: sinceros, transparentes. No seáis «estrellas por un día» en las redes sociales ni en ningún otro contexto. El cielo en el que estáis llamados a brillar es más grande: es el cielo del amor, es el cielo de Dios, el amor infinito del Padre que se refleja en tantas pequeñas luces: en el afecto fiel de los esposos, en la alegría inocente de los niños, en el entusiasmo de los jóvenes, en el cuidado de los ancianos, en la generosidad de las personas consagradas, en la caridad hacia los pobres, en la honradez en el trabajo. Pensad en estas cosas, que os harán fuertes, a todos los jóvenes. Estas pequeñas luces: el afecto fiel de los esposos -¡cosa hermosa! -; el entusiasmo de los jóvenes – ¡sed entusiastas, todos vosotros! -; el cuidado de los ancianos. Una pregunta: ¿os ocupáis de los ancianos? ¿Visitáis a vuestros abuelos? Sed generosos en vuestra vida y caritativos con los pobres, honestos en vuestro trabajo. Este es el verdadero firmamento, en el que brillar como estrellas en el mundo (cf. Flp 2,15): ¡y, por favor, no escuchéis a los que mienten y os dicen lo contrario! No es el consenso lo que salva al mundo, ni lo que hace feliz. Lo que salva al mundo es la gratuidad del amor. Y el amor no se compra, no se vende: es gratuito, es donación.
Y así llegamos al tercer punto: la verdad. Cristo vino al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37), y lo hizo enseñándonos a amar a Dios y a los hermanos (cf. Mt 22,34-40; 1 Jn 4,6-7). Sólo ahí, en el amor, encuentra luz y sentido nuestra existencia (cf. 1 Jn 2,9-11). De lo contrario, seguimos siendo prisioneros de una gran mentira. ¿Y cuál es la gran mentira? La del «yo» que se basta a sí mismo (cf. Gn 3,4-5), raíz de toda injusticia e infelicidad. El «yo» que se vuelve hacia sí mismo -yo, yo, conmigo, siempre «yo»- y no tiene capacidad de mirar a los demás, de interrelacionarse con los demás. Cuidado con esta enfermedad del yo vuelto sobre sí mismo.
Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6), despojándose de todo y muriendo desnudo en la cruz por nuestra salvación, nos enseña que sólo en el amor también nosotros podemos vivir, crecer y florecer en toda nuestra dignidad (cf. Ef 4, 15-16). De lo contrario, como escribía a un amigo el Beato Pier Giorgio Frassati -un joven como tú-, ya no vivimos, sino que «vivacchia» (cf. Carta a Isidoro Bonini, 27 de febrero de 1925). Queremos vivir, no subsistir, y por eso nos esforzamos por dar testimonio de la verdad en la caridad, amándonos unos a otros como Jesús nos enseñó (cf. Jn 15,12).
Hermanas y hermanos, no es cierto, como algunos piensan, que los acontecimientos mundiales se hayan «escapado» de las manos de Dios. No es verdad que la historia la hacen los violentos, los soberbios, los orgullosos. Muchos males que nos afligen son obra del hombre, engañado por el Maligno, pero todo está sometido en última instancia al juicio de Dios. Los que destruyen a los pueblos, los que hacen guerras, ¿qué cara pondrán cuando estén ante el Señor? «¿Por qué hiciste esa guerra? ¿Por qué mataste?» Y ellos, ¿qué responderán? Pensemos en ello, y nosotros también. Nosotros no hacemos la guerra, no matamos, pero yo hice esto, esto, esto… Cuando el Señor nos diga: «Pero, ¿por qué has hecho esto? ¿Por qué has sido injusto en esto? ¿Por qué has gastado este dinero en tu vanidad?». El Señor también nos preguntará estas cosas. El Señor nos deja libres, pero no nos deja solos: aunque nos corrige cuando caemos, nunca deja de amarnos y, si queremos, de levantarnos para que volvamos al camino.
Al final de esta Eucaristía, los jóvenes portugueses confiarán a los jóvenes coreanos los símbolos de la Jornada Mundial de la Juventud: la Cruz y el Icono de María Salus Populi Romani. También esto es un signo: una invitación, para todos nosotros, a vivir y llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra, sin detenernos y sin desanimarnos, levantándonos después de cada caída y sin dejar nunca de esperar, como dice el Mensaje para esta Jornada: «Los que esperan en el Señor caminan sin cansarse» (cf. Is 40,31). Vosotros, jóvenes coreanos, recibiréis la Cruz del Señor, Cruz de vida, signo de victoria, pero no solos: la recibiréis con la Madre. Es María quien nos acompaña siempre hacia Jesús; es María quien en los momentos difíciles está junto a nuestra Cruz para ayudarnos, porque Ella es Madre, Ella es Mamá. Ella es nuestra Madre. Pensemos en María.
Mantengamos la mirada fija en Jesús, en su Cruz, y en María, nuestra Madre: así, incluso en las dificultades, encontraremos la fuerza para seguir adelante, sin miedo a las acusaciones, sin necesidad de consenso, con nuestra propia dignidad, con nuestra propia certeza de estar salvados y de estar acompañados por nuestra Madre, María, sin hacer concesiones, sin maquillaje espiritual. Vuestra dignidad no necesita maquillaje. Id adelante, contentos de ser para todos, de estar en el amor y de ser testigos de la verdad. Y, por favor, no perdáis la alegría. Gracias.
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