PAPA FRANCISCO | Pidamos al Espíritu Santo que venga a nosotros y nos haga personas nuevas, con la novedad del Espíritu, así concluía sus palabras el Santo Padre en la media mañana de hoy durante la Audiencia General del día miércoles 29 de mayo. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco inició un nuevo ciclo de catequesis “El Espíritu y la Esposa, el Espíritu Santo guía al pueblo de Dios, hacia Jesús, nuestra esperanza”, centrando su reflexión sobre el tema: “El espíritu de Dios se cernía sobre las aguas” (Lectura: Gen 1,1-2).
En el mensaje el Papa decía, “(…) iniciamos un ciclo de reflexiones con el tema «El Espíritu y la Esposa -la Esposa es la Iglesia-. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza». Haremos este recorrido a través de las tres grandes etapas de la historia de la salvación: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y el tiempo de la Iglesia. Siempre con la mirada fija en Jesús, que es nuestra esperanza”.
Continuando, el Santo Padre señalaba, “(…) los dos primeros versículos de toda la Biblia: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desierta y sin forma, y las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» (Gn 1,1-2). El Espíritu de Dios se nos presenta como el poder misterioso que hace que el mundo pase de su estado inicial informe, desierto y sombrío a su estado ordenado y armonioso. Porque el Espíritu hace la armonía, la armonía en la vida, la armonía en el mundo”.
En otro párrafo el Pontífice, nos decía, “en un salmo leemos: ‘Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca todos sus ejércitos’ (Sal 33,6); y de nuevo: ‘Envías tu espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra’ (Sal 104,30).
Esta línea de desarrollo resulta muy clara en el Nuevo Testamento, que describe la intervención del Espíritu Santo en la nueva creación, utilizando precisamente las imágenes que se leen en relación con el origen del mundo: la paloma que se cierne sobre las aguas del Jordán en el bautismo de Jesús (cf. Mt 3,16); Jesús que, en el Cenáculo, sopla sobre los discípulos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22), igual que al principio Dios sopló su aliento sobre Adán (cf. Gn 2,7)”.
Avanzando el Papa subrayó, “(….) el Espíritu Santo, que en el principio transformó el caos en cosmos, actúa para realizar esta transformación en cada persona. Por medio del profeta Ezequiel, Dios promete: «Os daré un corazón nuevo; pondré un Espíritu nuevo dentro de vosotros… Pondré mi Espíritu en vosotros» (Ez 36,26-27). Porque nuestro corazón se parece a aquel abismo desierto y oscuro de los primeros versículos del Génesis”.
Profundizando, reflexionó diciendo, “a nuestro alrededor podemos decir que hay un caos externo, un caos social, un caos político: pensemos en las guerras, pensemos en tantos niños que no tienen nada que comer, en tantas injusticias sociales, éste es el caos externo. Pero también hay un caos interno: interno a cada uno de nosotros. El primero no puede curarse si no empezamos a curar el segundo. Hermanos y hermanas, hagamos un buen trabajo para que nuestra confusión interior sea una claridad del Espíritu Santo: es el poder de Dios el que lo hace, y abramos nuestros corazones para que Él pueda hacerlo”.
Finalizando, compartió, “que esta reflexión suscite en nosotros el deseo de experimentar el Espíritu Creador. ¡Desde hace más de un milenio, la Iglesia ha puesto en nuestros labios el grito de pedir: «Veni creator Spiritus!», ¡Ven, oh Espíritu Creador! Visita nuestras mentes. Llena de gracia celestial los corazones que has creado». Pidamos al Espíritu Santo que venga a nosotros y nos haga personas nuevas, con la novedad del Espíritu.”
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Ciclo de catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios a Jesús, nuestra esperanza. 1. El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, con esta catequesis, iniciamos un ciclo de reflexiones con el tema «El Espíritu y la Esposa -la Esposa es la Iglesia-. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza». Haremos este recorrido a través de las tres grandes etapas de la historia de la salvación: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y el tiempo de la Iglesia. Siempre con la mirada fija en Jesús, que es nuestra esperanza.
En estas primeras catequesis sobre el Espíritu en el Antiguo Testamento, no haremos «arqueología bíblica». Al contrario, descubriremos que lo que se da como promesa en el Antiguo Testamento se ha realizado plenamente en Cristo. Será como seguir el camino del sol desde el amanecer hasta el mediodía.
Comencemos con los dos primeros versículos de toda la Biblia: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desierta y sin forma, y las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» (Gn 1,1-2). El Espíritu de Dios se nos presenta como el poder misterioso que hace que el mundo pase de su estado inicial informe, desierto y sombrío a su estado ordenado y armonioso. Porque el Espíritu hace la armonía, la armonía en la vida, la armonía en el mundo. En otras palabras, es Él quien hace la transición del caos al cosmos, es decir, de la confusión a algo bello y ordenado. Este es, de hecho, el significado de la palabra griega kosmos, así como de la palabra latina mundus, es decir, algo bello, ordenado, limpio, armonioso, porque el Espíritu es armonía.
Este indicio aún vago de la acción del Espíritu en la creación se hace más preciso en la revelación siguiente. En un salmo leemos: ‘Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca todos sus ejércitos’ (Sal 33,6); y de nuevo: ‘Envías tu espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra’ (Sal 104,30).
Esta línea de desarrollo resulta muy clara en el Nuevo Testamento, que describe la intervención del Espíritu Santo en la nueva creación, utilizando precisamente las imágenes que se leen en relación con el origen del mundo: la paloma que se cierne sobre las aguas del Jordán en el bautismo de Jesús (cf. Mt 3,16); Jesús que, en el Cenáculo, sopla sobre los discípulos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22), igual que al principio Dios sopló su aliento sobre Adán (cf. Gn 2,7).
El apóstol Pablo introduce un nuevo elemento en esta relación entre el Espíritu Santo y la creación. Habla de un universo que «gime y sufre como con dolores de parto» (cf. Rm 8,22). Sufre a causa del hombre, que lo ha sometido a la «esclavitud de la corrupción» (cf. vv. 20-21). Es una realidad que nos concierne de cerca y dramáticamente. El Apóstol ve la causa del sufrimiento de la creación en la corrupción y el pecado de la humanidad que la ha arrastrado a su alejamiento de Dios. Esto sigue siendo tan cierto hoy como entonces. Vemos los estragos que la humanidad ha causado y sigue causando en la creación, especialmente en aquella parte de ella que tiene mayor capacidad para explotar sus recursos.
San Francisco de Asís nos muestra una hermosa salida para volver a la armonía del Espíritu: la vía de la contemplación y de la alabanza. Quiso que desde las criaturas se elevara un cántico de alabanza al Creador. Recordemos: «Alabado seas, Señor mío…», el cántico de Francisco de Asís.
Un salmo (18,2) dice así: «Los cielos cuentan la gloria de Dios», pero necesitan al hombre y a la mujer para dar voz a su grito silencioso. Y en el «Santo» de la Misa repetimos cada vez: «Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria». Están, por así decirlo, «preñados» de ella, pero necesitan las manos de una buena comadrona para dar a luz esta alabanza suya. Nuestra vocación en el mundo, nos recuerda de nuevo Pablo, es ser «alabanza de su gloria» (Ef 1,12). Es anteponer la alegría de contemplar a la alegría de poseer. Y nadie se ha alegrado más de las criaturas que Francisco de Asís, que no quería poseer ninguna.
Hermanos y hermanas, el Espíritu Santo, que en el principio transformó el caos en cosmos, actúa para realizar esta transformación en cada persona. Por medio del profeta Ezequiel, Dios promete: «Os daré un corazón nuevo; pondré un Espíritu nuevo dentro de vosotros… Pondré mi Espíritu en vosotros» (Ez 36,26-27). Porque nuestro corazón se parece a aquel abismo desierto y oscuro de los primeros versículos del Génesis. En él se agitan sentimientos y deseos opuestos: los de la carne y los del espíritu. Todos somos, en cierto sentido, ese «reino dividido en sí mismo» del que habla Jesús en el Evangelio (cf. Mc 3,24). A nuestro alrededor podemos decir que hay un caos externo, un caos social, un caos político: pensemos en las guerras, pensemos en tantos niños que no tienen nada que comer, en tantas injusticias sociales, éste es el caos externo. Pero también hay un caos interno: interno a cada uno de nosotros. El primero no puede curarse si no empezamos a curar el segundo. Hermanos y hermanas, hagamos un buen trabajo para que nuestra confusión interior sea una claridad del Espíritu Santo: es el poder de Dios el que lo hace, y abramos nuestros corazones para que Él pueda hacerlo.
Que esta reflexión suscite en nosotros el deseo de experimentar el Espíritu Creador. ¡Desde hace más de un milenio, la Iglesia ha puesto en nuestros labios el grito de pedir: «Veni creator Spiritus!», ¡Ven, oh Espíritu Creador! Visita nuestras mentes. Llena de gracia celestial los corazones que has creado». Pidamos al Espíritu Santo que venga a nosotros y nos haga personas nuevas, con la novedad del Espíritu. Gracias.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Cercanos a la solemnidad del Corpus Christi, pidamos al Señor que su Espíritu de amor haga de nosotros una ofrenda permanente, para gloria de Dios y bien de su Pueblo santo. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa, sagrario purísimo de su presencia, los cuide. Muchas gracias.
DISCULPAS
Deseo asegurarles mis oraciones por las víctimas del gran corrimiento de tierras que arrasó algunas aldeas de Papúa Nueva Guinea. Que el Señor consuele a sus familias, a los que han perdido sus casas y al pueblo papú, con el que si Dios quiere me reuniré el próximo mes de septiembre.
El domingo pasado fue beatificado en Novara don Giuseppe Rossi, sacerdote y mártir. Párroco celoso de la caridad, no abandonó a su rebaño durante el trágico período de la Segunda Guerra Mundial, sino que lo defendió hasta el derramamiento de sangre. Que su heroico testimonio nos ayude a afrontar con fortaleza las pruebas de la vida. ¡Aplaudamos al nuevo Beato!
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los sacerdotes de Bérgamo, que conmemoran el 25 aniversario de su ordenación, y les animo a perseverar en la fidelidad a la llamada del Señor y en el servicio gozoso del Evangelio. Estos bergamascos tienen fama de buenos sacerdotes; ¡adelante, ánimo! Saludo también a las Hijas de la Cruz, de Lieja, que celebran su Capítulo general, y las exhorto a reforzar sus ideales religiosos para expresar cada vez más generosamente su entrega a Dios y a los hermanos.
Saludo cordialmente a los fieles de Solopaca, a la Unión Deportiva «Grosseto 1912», a los soldados de la Comandancia de Transmisiones de Cecchignola y a los de Nettuno.
Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. Hoy celebramos la memoria litúrgica de san Pablo VI, pastor ardiente de amor a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad. Que este aniversario ayude a todos a redescubrir la alegría de ser cristianos, suscitando un renovado compromiso en la construcción de la civilización del amor. Y, por favor, si tienen tiempo, lean la carta de Pablo VI «Evangelii nuntiandi», que sigue siendo actual.
Mi pensamiento está con la atormentada Ucrania. El otro día recibí a niños y niñas que han sufrido quemaduras, han perdido las piernas en la guerra: la guerra es siempre una crueldad. Estos niños y niñas tienen que empezar a andar, a moverse con brazos artificiales… han perdido la sonrisa. Es muy malo, muy triste cuando un niño pierde su sonrisa. Recemos por los niños ucranianos. Y no olvidemos Palestina, Israel, que sufren tanto: que termine la guerra. Y no olvidemos Myanmar, y tantos países que están en guerra. Los niños sufren, los niños en guerra sufren. Pidamos al Señor que esté cerca de todos y nos dé la gracia de la paz. Amén.
¡Mi bendición para todos!
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