PAPA FRANCISCO | Que María, la Bendita de todas las mujeres, nos haga sentir admiración y gratitud ante el misterio de la vida que nace, así lo pedía el Santo Padre en el final de sus palabras compartidas antes de recitar la oración mariana del Ángelus. En esta mañana, Su Santidad Francisco, desde la Capilla de Santa Marta, ha presidido el rezo mariano del Ángelus, no lo hizo desde la Plaza San Pedro, debido a un resfrío y para resguardar su salud, para poder cumplir con su agenda de estos próximos días.
El Papa decía, “hoy el Evangelio nos presenta a María que, tras el anuncio del ángel, visita a Isabel, su pariente anciana (cf. Lc 1, 39-45), que también espera un hijo. Es, pues, el encuentro de dos mujeres que se alegran por el don extraordinario de la maternidad: María acaba de concebir a Jesús, el Salvador del mundo (cf. Lc 1, 31-35), e Isabel, a pesar de su avanzada edad, lleva en su seno a Juan, que preparará el camino al Mesías (cf. Lc 1, 13-17)”.
Continuando, agregó, “en la Plaza, hoy también habrá madres con sus bebés, y quizás también haya algunas que estén «esperando». Por favor, no seamos indiferentes a su presencia, aprendamos a maravillarnos ante su belleza, como hicieron Isabel y María, esa belleza de mujeres embarazadas”.
Profundizando, Su Santidad dijo, “(…) en estos días nos gusta crear un ambiente festivo con luces, adornos y música navideña. Recordemos, sin embargo, expresar sentimientos de alegría cada vez que nos encontremos con una madre que lleva a su hijo en brazos o en su regazo. Y cuando esto nos suceda, oremos en nuestro corazón y digamos también, como Isabel: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1, 42); cantemos como María: «Mi alma engrandece al Señor» (Lc 1, 46), para que toda maternidad sea bendecida, y en cada madre del mundo sea agradecido y exaltado el nombre de Dios, que confía a los hombres y a las mujeres el poder de dar vida a los hijos”.
Finalizando, el Pontífice recordó, “pronto bendeciremos los «Bambinelli» (Niño Dios) -yo he traído el mío (…). Podemos preguntarnos, entonces: ¿agradezco al Señor porque se hizo hombre como nosotros, para compartir todo, menos el pecado, nuestra existencia? Que María, la Bendita de todas las mujeres, nos haga sentir admiración y gratitud ante el misterio de la vida que nace”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Siento no estar con vosotros en la Plaza, pero me estoy recuperando y hay que tomar precauciones.
Hoy el Evangelio nos presenta a María que, tras el anuncio del ángel, visita a Isabel, su pariente anciana (cf. Lc 1, 39-45), que también espera un hijo. Es, pues, el encuentro de dos mujeres que se alegran por el don extraordinario de la maternidad: María acaba de concebir a Jesús, el Salvador del mundo (cf. Lc 1, 31-35), e Isabel, a pesar de su avanzada edad, lleva en su seno a Juan, que preparará el camino al Mesías (cf. Lc 1, 13-17).
Ambos tienen mucho de qué alegrarse, y tal vez nos parezcan lejanos, protagonistas de milagros tan grandes, que no se dan normalmente en nuestra experiencia. Sin embargo, el mensaje que el evangelista quiere transmitirnos, pocos días antes de Navidad, es distinto. En efecto, la contemplación de los signos prodigiosos de la acción salvífica de Dios no debe hacernos sentir nunca alejados de Él, sino ayudarnos a reconocer su presencia y su amor cerca de nosotros, por ejemplo en el don de cada vida, de cada niño y de su madre. El don de la vida. Leí, en el programa «A su imagen», una cosa hermosa que estaba escrita: Ningún niño es un error. El don de la vida.
En la Plaza, hoy también habrá madres con sus bebés, y quizás también haya algunas que estén «esperando». Por favor, no seamos indiferentes a su presencia, aprendamos a maravillarnos ante su belleza, como hicieron Isabel y María, esa belleza de mujeres embarazadas. Bendigamos a las madres y alabemos a Dios por el milagro de la vida. Me gustaba -me gustaba, porque ahora no puedo hacerlo-, cuando en la otra diócesis iba en autobús, ver que cuando una mujer embarazada subía al autobús, enseguida le daban un sitio para sentarse: ¡es un gesto de esperanza y de respeto!
Hermanos y hermanas, en estos días nos gusta crear un ambiente festivo con luces, adornos y música navideña. Recordemos, sin embargo, expresar sentimientos de alegría cada vez que nos encontremos con una madre que lleva a su hijo en brazos o en su regazo. Y cuando esto nos suceda, oremos en nuestro corazón y digamos también, como Isabel: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1, 42); cantemos como María: «Mi alma engrandece al Señor» (Lc 1, 46), para que toda maternidad sea bendecida, y en cada madre del mundo sea agradecido y exaltado el nombre de Dios, que confía a los hombres y a las mujeres el poder de dar vida a los hijos.
Pronto bendeciremos los «Bambinelli» -yo he traído el mío: éste me lo regaló el arzobispo de Santa Fe, lo hicieron los aborígenes ecuatorianos-, los Bambinelli que vosotros habéis traído. Podemos preguntarnos, entonces: ¿agradezco al Señor porque se hizo hombre como nosotros, para compartir todo, menos el pecado, nuestra existencia? ¿Alabo al Señor y le bendigo por cada niño que nace? Cuando me cruzo con una mujer embarazada, ¿soy amable? ¿Sostengo y defiendo el valor sagrado de la vida de los pequeños desde su concepción en el seno materno?
Que María, la Bendita de todas las mujeres, nos haga sentir admiración y gratitud ante el misterio de la vida que nace.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
Sigo siempre con atención y preocupación las noticias que llegan de Mozambique, y deseo renovar a ese amado pueblo mi mensaje de esperanza, paz y reconciliación. Rezo para que el diálogo y la búsqueda del bien común, sostenidos por la fe y la buena voluntad, prevalezcan sobre la desconfianza y la discordia.
La atormentada Ucrania sigue siendo golpeada por atentados en las ciudades, que a veces dañan escuelas, hospitales, iglesias. Que callen las armas y resuenen los villancicos. Recemos para que en Navidad cesen los disparos en todos los frentes de guerra, en Ucrania, en Tierra Santa, en todo Oriente Medio y en el mundo entero. Y con dolor pienso en Gaza, en tanta crueldad; en los niños ametrallados, en los bombardeos de escuelas y hospitales… ¡Tanta crueldad!
Os saludo a todos, romanos y peregrinos, con afecto. Saludo a la delegación de ciudadanos italianos que viven en territorios que esperan desde hace tiempo una recuperación para proteger su salud. Expreso mi cercanía a estas poblaciones, especialmente a las que han sufrido la reciente tragedia de Calenzano.
Esta mañana he tenido la alegría de estar con los niños, con sus madres, que frecuentan el Dispensario de Santa Marta, en el Vaticano, dirigido por las Hermanas Paúles. ¡Qué monjas tan buenas! Entre ellas hay una monja que es como la abuela de todos ellos, la buena Sor Antonietta, a la que recuerdan con mucho cariño. Y a mí estos niños, ¡eran tantos!, me llenaban el corazón de alegría. Repito: ‘Ningún niño es un error’.
Y ahora bendigo a los ‘Bambinelli’, he traído el mío. Las estatuillas del Niño Jesús que vosotros, queridos niños y jóvenes, habéis traído aquí y que pondréis en el pesebre de camino a casa. Os agradezco este gesto sencillo, pero importante. Os bendigo de corazón a todos, a vuestros padres, a vuestros abuelos, a vuestras familias. Y, por favor, ¡no olvidéis a vuestros abuelos! Que nadie esté solo estos días.
Y os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no olvidéis rezar por mí. Que el Señor os bendiga. Que tengáis un buen almuerzo y ¡adiós!
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