PAPA FRANCISCO | Si permitimos que el amor gratuito de Dios llene y expanda nuestros corazones, entonces crecemos en libertad, así lo expresó el Santo Padre al compartir su mensaje antes de recitar la oración Mariana del Ángelus. Su Santidad Francisco nos decía, “el Evangelio de la liturgia de hoy (cf. Mc 3,20-35) nos cuenta que Jesús, tras iniciar su ministerio público, se encontró con una doble reacción: la de sus familiares, que estaban preocupados y temían que se hubiera vuelto un poco loco, y la de las autoridades religiosas, que lo acusaban de actuar movido por un espíritu maligno”.
Continuando, dijo, “Jesús fue libre frente a las riquezas: por eso dejó la seguridad de su pueblo, Nazaret, para abrazar una vida de pobreza e incertidumbre (cf. Mt 6,25-34), atendiendo gratuitamente a los enfermos y a cuantos acudían a él en busca de ayuda, sin pedir nunca nada a cambio (cf. Mt 10,8). Ésta es la gratuidad del ministerio de Jesús. Es también la gratuidad de todo ministerio”.
En otro párrafo, el Papa agregaba, “Jesús fue libre frente a la búsqueda de fama y aprobación, y por eso nunca renunció a decir la verdad, aun a costa de no ser comprendido (cf. Mc 3,21), de hacerse impopular, hasta el punto de morir en la cruz, sin dejarse intimidar, ni comprar, ni corromper por nada ni por nadie (cf. Mt 10,28). Jesús fue un hombre libre. Libre frente a las riquezas, libre frente al poder, libre frente a la búsqueda de la fama. Y esto también es importante para nosotros. Porque si nos dejamos condicionar por la búsqueda del placer, el poder, el dinero o la fama, nos convertimos en esclavos de estas cosas”.
Completando, el Pontífice señaló, “si, por el contrario, permitimos que el amor gratuito de Dios llene y expanda nuestros corazones, y si dejamos que se desborde espontáneamente devolviéndolo a los demás, con todo nuestro ser, sin miedo, cálculos ni condicionamientos, entonces crecemos en libertad, y esparcimos también su buena fragancia a nuestro alrededor.Entonces podemos preguntarnos: ¿soy una persona libre?”
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
El Evangelio de la liturgia de hoy (cf. Mc 3,20-35) nos cuenta que Jesús, tras iniciar su ministerio público, se encontró con una doble reacción: la de sus familiares, que estaban preocupados y temían que se hubiera vuelto un poco loco, y la de las autoridades religiosas, que lo acusaban de actuar movido por un espíritu maligno. En realidad, Jesús predicaba y curaba a los enfermos por obra del Espíritu Santo. Y fue precisamente el Espíritu el que le hizo divinamente libre, es decir, capaz de amar y servir sin medida ni condicionamientos. Jesús libre. Detengámonos un momento a contemplar esta libertad de Jesús.
Jesús fue libre frente a las riquezas: por eso dejó la seguridad de su pueblo, Nazaret, para abrazar una vida de pobreza e incertidumbre (cf. Mt 6,25-34), atendiendo gratuitamente a los enfermos y a cuantos acudían a él en busca de ayuda, sin pedir nunca nada a cambio (cf. Mt 10,8). Ésta es la gratuidad del ministerio de Jesús. Es también la gratuidad de todo ministerio.
Fue libre frente al poder: de hecho, aunque llamó a muchos a seguirle, nunca obligó a nadie a hacerlo, ni buscó nunca el apoyo de los poderosos, sino que se puso siempre del lado de los últimos, enseñando a sus discípulos a hacer lo mismo, como Él había hecho (cf. Lc 22, 25-27).
Por último, Jesús fue libre frente a la búsqueda de fama y aprobación, y por eso nunca renunció a decir la verdad, aun a costa de no ser comprendido (cf. Mc 3,21), de hacerse impopular, hasta el punto de morir en la cruz, sin dejarse intimidar, ni comprar, ni corromper por nada ni por nadie (cf. Mt 10,28).
Jesús fue un hombre libre. Libre frente a las riquezas, libre frente al poder, libre frente a la búsqueda de la fama. Y esto también es importante para nosotros. Porque si nos dejamos condicionar por la búsqueda del placer, el poder, el dinero o la fama, nos convertimos en esclavos de estas cosas. Si, por el contrario, permitimos que el amor gratuito de Dios llene y expanda nuestros corazones, y si dejamos que se desborde espontáneamente devolviéndolo a los demás, con todo nuestro ser, sin miedo, cálculos ni condicionamientos, entonces crecemos en libertad, y esparcimos también su buena fragancia a nuestro alrededor.
Entonces podemos preguntarnos: ¿soy una persona libre? ¿O me dejo aprisionar por los mitos del dinero, el poder y el éxito, sacrificando a éstos la serenidad y la paz de mí mismo y de los demás? ¿Difundo, en los ambientes en los que vivo y trabajo, aire fresco de libertad, de sinceridad, de espontaneidad?
Que la Virgen María nos ayude a vivir y amar como Jesús nos enseñó, en la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8,15.20-23).
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Después del Ángelus
Pasado mañana, en Jordania, tendrá lugar una conferencia internacional sobre la situación humanitaria en Gaza, convocada por el rey de Jordania, el presidente de Egipto y el secretario general de las Naciones Unidas. Les agradezco esta importante iniciativa y, al mismo tiempo, animo a la comunidad internacional a que actúe urgentemente, con todos los medios necesarios, para socorrer a la población de Gaza, exhausta a causa de la guerra. Las ayudas humanitarias han de poder llegar a quien las necesita, y nadie debe impedirlo.
Ayer se celebró el 10° aniversario de la Invocación por la paz en el Vaticano, en la que estuvieron presentes el presidente de Israel, el recordado Shimon Peres, y el de Palestina, Abu Mazen. Aquel encuentro testimonia que es posible darse la mano, y que para hacer la paz hace falta valentía, mucha más valentía que para hacer la guerra. Por tanto, animo las negociaciones en curso entre las partes, aunque no son fáciles, y deseo que las propuestas de paz, para el alto el fuego en todos los frentes y para la liberación de los rehenes, sean aceptadas inmediatamente, por el bien de los palestinos y de los israelíes.
Y no olvidemos al atormentado pueblo ucraniano, que cuanto más sufre, más anhela la paz. Saludo a este grupo ucraniano con las banderas que está allí. ¡Estamos con vosotros! Es un deseo, el de la paz; por eso, apoyo todos los esfuerzos que se realizan para que se pueda construir la paz cuanto antes, con la ayuda internacional. Y no nos olvidemos de Myanmar.
Los saludo a ustedes, romanos y peregrinos de muchos países, en especial a los docentes del instituto “San Juan Pablo II” de Kyiv (Ucrania), a quienes animo en su misión educativa en este tiempo tan difícil y doloroso. Saludo a los profesores y a los alumnos de la escuela diocesana “Cardenal Cisneros” de la diócesis de Sigüenza- Guadalajara, en España; así como a los fieles de Assemini (Cagliari), a los niños de la escuela “Giovanni Prati” de Padua y a los chicos de la parroquia de Sant’Ireneo deRoma.
Renuevo mi saludo a los cantores que han venido a Roma desde todas las partes del mundo para participar en el cuarto Encuentro Internacional de las Corales. Queridos, con su canto pueden siempre dar gloria a Dios y transmitir la alegría del Evangelio.
Les deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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