PAPA FRANCISCO | Si un cristiano no tiene compasión, no sirve para nada, así lo señalaba el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del miércoles. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco tras su retorno a la ciudad del Vaticano, hizo un repaso de su 45° viaje Apostólico que lo llevó a Asia y Oceanía.
Esto nos decía, “hoy voy a hablarles del viaje apostólico que he realizado a Asia y Oceanía. Se llama viaje apostólico porque no es un viaje de turismo, es un viaje para llevar la Palabra del Señor, para dar a conocer al Señor, también para conocer las almas de los pueblos. Y esto es muy hermoso”.
Continuando señaló, “(…) cuatro países: Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur. Doy gracias al Señor, que me permitió hacer como Papa anciano lo que yo quería hacer como joven jesuita, ¡porque quería ir a misionar allí!
Una primera reflexión que surge naturalmente después de este viaje es que al pensar en la Iglesia somos todavía demasiado eurocéntricos, o, como se dice, «occidentales». Pero en realidad, la Iglesia es mucho más grande, mucho más grande que Roma y Europa, mucho más grande, y -permítanme decir- mucho más viva, en esos países”.
Avanzando, el Santo Padre agregó, “en Indonesia, los cristianos son alrededor del 10%, y los católicos el 3%, una minoría. Pero lo que encontré fue una Iglesia viva, dinámica, capaz de vivir y transmitir el Evangelio en un país que tiene una cultura muy noble, proclive a armonizar la diversidad, y que al mismo tiempo cuenta con la mayor presencia de musulmanes del mundo. Dios es cercano, Dios es misericordioso y Dios es compasivo. Si un cristiano no tiene compasión, no sirve para nada”.
Continuando, añadió, “la belleza de una Iglesia misionera y extrovertida la encontré en Papúa Nueva Guinea, un archipiélago que se extiende en la inmensidad del océano Pacífico. Allí, las diferentes etnias hablan más de ochocientas lenguas: un entorno ideal para el Espíritu Santo, que ama hacer resonar el mensaje de Amor en la sinfonía de las lenguas”.
En otro párrafo dijo, “y quiero mencionar también mi visita a Vanimo, donde los misioneros están entre la selva y el mar. Se adentran en la selva para buscar a las tribus más escondidas… Un hermoso recuerdo, éste. La fuerza de promoción humana y social del mensaje cristiano destaca de manera especial en la historia de Timor Oriental”.
Finalizando, el Papa afirmó, “la última etapa de este viaje fue Singapur. Un país muy diferente de los otros tres: una ciudad-estado, muy moderna, centro económico y financiero de Asia y más allá. Allí, los cristianos son minoría, pero siguen formando una Iglesia viva, comprometida en generar armonía y fraternidad entre las diferentes etnias, culturas y religiones. Incluso en la rica Singapur están los «pequeños», que siguen el Evangelio y se convierten en sal y luz, testigos de una esperanza mayor que la que pueden garantizar las ganancias económicas”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Catequesis. Viaje apostólico a Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy voy a hablarles del viaje apostólico que he realizado a Asia y Oceanía. Se llama viaje apostólico porque no es un viaje de turismo, es un viaje para llevar la Palabra del Señor, para dar a conocer al Señor, también para conocer las almas de los pueblos. Y esto es muy hermoso.
Fue Pablo VI, en 1970, el primer Papa que voló al encuentro del sol naciente, visitando largamente Filipinas y Australia, pero también haciendo escala en varios países asiáticos y en Samoa. Fue un viaje memorable. Porque el primero en salir del Vaticano fue san Juan XXIII, que fue en tren a Asís; después hizo lo mismo san Pablo VI: ¡un viaje memorable! También en esto intenté seguir su ejemplo, pero, con algunos años más que él, me limité a cuatro países: Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur. Doy gracias al Señor, que me permitió hacer como Papa anciano lo que yo quería hacer como joven jesuita, ¡porque quería ir a misionar allí!
Una primera reflexión que surge naturalmente después de este viaje es que al pensar en la Iglesia somos todavía demasiado eurocéntricos, o, como se dice, «occidentales». Pero en realidad, la Iglesia es mucho más grande, mucho más grande que Roma y Europa, mucho más grande, y -permítanme decir- mucho más viva, en esos países. Lo he experimentado de manera emocionante encontrándome con esas Comunidades, escuchando los testimonios de sacerdotes, monjas, laicos, especialmente catequistas -los catequistas son los que llevan a cabo la evangelización-. Iglesias que no hacen proselitismo, sino que crecen por «atracción», como dijo sabiamente Benedicto XVI.
En Indonesia, los cristianos son alrededor del 10%, y los católicos el 3%, una minoría. Pero lo que encontré fue una Iglesia viva, dinámica, capaz de vivir y transmitir el Evangelio en un país que tiene una cultura muy noble, proclive a armonizar la diversidad, y que al mismo tiempo cuenta con la mayor presencia de musulmanes del mundo. En ese contexto, tuve la confirmación de cómo la compasión es el camino por el que los cristianos pueden y deben caminar para dar testimonio de Cristo Salvador y, al mismo tiempo, encontrarse con las grandes tradiciones religiosas y culturales. En cuanto a la compasión, no olvidemos las tres características del Señor: cercanía, misericordia y compasión. Dios es cercano, Dios es misericordioso y Dios es compasivo. Si un cristiano no tiene compasión, no sirve para nada. «Fe, fraternidad, compasión» fue el lema de la visita a Indonesia: con estas palabras el Evangelio entra cada día, concretamente, en la vida de ese pueblo, acogiéndolo y dándole la gracia de Jesús muerto y resucitado. Estas palabras son como un puente, como el metro que une la catedral de Yakarta con la mezquita más grande de Asia. Allí vi que la fraternidad es el futuro, es la respuesta a la anticivilidad, a las tramas diabólicas del odio y de la guerra, incluso del sectarismo. Hay fraternidad, fraternidad.
La belleza de una Iglesia misionera y extrovertida la encontré en Papúa Nueva Guinea, un archipiélago que se extiende en la inmensidad del océano Pacífico. Allí, las diferentes etnias hablan más de ochocientas lenguas: un entorno ideal para el Espíritu Santo, que ama hacer resonar el mensaje de Amor en la sinfonía de las lenguas. No es uniformidad lo que hace el Espíritu Santo, es sinfonía, es armonía, Él es el «patrón», Él es el líder de la armonía. Allí, de manera especial, los protagonistas fueron y siguen siendo los misioneros y los catequistas. Me alegró el corazón poder pasar algún tiempo con los misioneros y catequistas de hoy; y me emocionó escuchar las canciones y la música de los jóvenes: en ellos vi un futuro nuevo, sin violencia tribal, sin dependencias, sin colonialismo ideológico y económico; un futuro de fraternidad y de cuidado del maravilloso entorno natural. Papúa Nueva Guinea puede ser un «laboratorio» de este modelo de desarrollo integral, animado por la «levadura» del Evangelio. Porque no hay humanidad nueva sin hombres nuevos y mujeres nuevas, y éstos sólo los hace el Señor. Y quiero mencionar también mi visita a Vanimo, donde los misioneros están entre la selva y el mar. Se adentran en la selva para buscar a las tribus más escondidas… Un hermoso recuerdo, éste.
La fuerza de promoción humana y social del mensaje cristiano destaca de manera especial en la historia de Timor Oriental. Allí, la Iglesia ha compartido el proceso de independencia con todo el pueblo, orientándolo siempre hacia la paz y la reconciliación. No se trata de una ideologización de la fe, no, es la fe la que se hace cultura y al mismo tiempo la ilumina, purifica y eleva. Por eso relancé la fecunda relación entre fe y cultura, en la que ya se había centrado San Juan Pablo II en su visita. Hay que inculturar la fe y evangelizar las culturas. Fe y cultura. Pero, sobre todo, me impresionó la belleza de aquel pueblo: un pueblo probado pero alegre, un pueblo sabio en el sufrimiento. Un pueblo que no sólo genera tantos niños -¡había un mar de niños, tantos! -, sino que les enseña a sonreír. Nunca olvidaré la sonrisa de los niños de aquella patria, de aquella región. Siempre sonríen a los niños de allí, y son muchos. Les enseña a sonreír, ese pueblo, y eso es una garantía para el futuro. En resumen, en Timor Oriental vi la juventud de la Iglesia: familias, niños, jóvenes, muchos seminaristas y aspirantes a la vida consagrada. Me gustaría decir, sin exagerar, ¡que respiré «aire de primavera»!
La última etapa de este viaje fue Singapur. Un país muy diferente de los otros tres: una ciudad-estado, muy moderna, centro económico y financiero de Asia y más allá. Allí, los cristianos son minoría, pero siguen formando una Iglesia viva, comprometida en generar armonía y fraternidad entre las diferentes etnias, culturas y religiones. Incluso en la rica Singapur están los «pequeños», que siguen el Evangelio y se convierten en sal y luz, testigos de una esperanza mayor que la que pueden garantizar las ganancias económicas.
Quisiera dar las gracias a estos pueblos que me han acogido con tanto calor, con tanto amor. Quiero dar las gracias a sus Gobiernos, que tanto han ayudado a que esta visita pudiera realizarse de manera ordenada, sin problemas. Doy las gracias a todos los que han colaborado en ello. Doy gracias a Dios por el regalo de este viaje. Y renuevo mi gratitud a todos. ¡Que Dios bendiga a los pueblos que he conocido y los guíe por el camino de la paz y la fraternidad! ¡Saludos a todos!
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Agradezco al Señor por el don de la visita a Asia y Oceanía, así como a todas las personas que me han acompañado con sus oraciones. También renuevo mi gratitud a las autoridades y a las Iglesias locales que me han acogido con tanto entusiasmo. Que Jesús los bendiga, los guíe por caminos de paz y fraternidad, y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
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SOLICITUDES
En los últimos días, fuertes lluvias torrenciales han azotado Europa Central y Oriental, causando víctimas, desaparecidos y cuantiosos daños. Austria, Rumanía, la República Checa y Polonia, en particular, tienen que hacer frente a los trágicos trastornos causados por las inundaciones. Aseguro a todos mi cercanía, rezando especialmente por los que han perdido la vida y por sus familias. Agradezco y animo a las comunidades católicas locales y a las demás organizaciones de voluntariado por la ayuda y el socorro que están llevando.
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El próximo sábado, 21 de septiembre, es el Día Mundial del Alzheimer. Recemos para que la ciencia médica pueda ofrecer pronto perspectivas de curación de esta enfermedad, y para que se tomen cada vez más medidas adecuadas para apoyar a los enfermos y a sus familias.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular al Congreso de los abades de la Confederación benedictina y, al tiempo que deseo buen trabajo al nuevo abad presidente -es joven- elegido en estos días, animo a todos a comprometerse con celo caritativo y misionero para que el espíritu benedictino sea cada vez más actual en el mundo. Saludo luego a los Laicos Carmelitas y les exhorto a ser fermento del Evangelio, llegando especialmente a los más vulnerables para ser siempre signo de una Iglesia en salida.
Mi saludo cordial se dirige también a los participantes en el Congreso de la Sociedad europea de cirugía cráneo-maxilofacial; al grupo del Palio de San Michele, de Bastia Umbra; a los soldados de Marche, Trani y Roma-Cecchignola; a la parroquia del Santísimo Salvador de Cava de’ Tirreni, deseando que su estancia en la Ciudad eterna refuerce en cada uno el compromiso de solidaridad cristiana, en los diversos ambientes en los que trabajan.
Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. Al comienzo de un nuevo año escolar, os invito, queridos jóvenes, especialmente a los alumnos del Instituto Cristo Re (Cristo Rey) de Roma, a vivir el compromiso del estudio como una oportunidad para desarrollar los talentos que el Señor os ha confiado para el bien de todos. Que la Virgen de los Dolores, a la que recordamos hace unos días en la liturgia, os ayude, queridos enfermos y ancianos, a captar en el sufrimiento y en las dificultades la llamada a hacer de vuestra existencia una misión para la salvación de vuestros hermanos, y os sostenga, queridos recién casados -hoy sois tantos-, a aceptar el trabajo y las cruces cotidianas como oportunidades para crecer y purificar vuestro amor.
Y luego, queridos hermanos y hermanas, oremos por la paz: no olvidemos que la guerra es una derrota. No olvidemos Palestina, Israel, no olvidemos la atormentada Ucrania, Myanmar y tantos lugares donde hay guerras, feas guerras. Que el Señor dé a todos un corazón que busque la paz para derrotar a la guerra, que siempre es una derrota.
¡Mi bendición para todos!
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