PAPA FRANCISCO | Sin el Espíritu Santo la Iglesia no puede avanzar, la Iglesia no crece, la Iglesia no puede predicar, así lo señaló el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General. Celebrada en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco continuando con el ciclo de catequesis “El Espíritu y la Esposa”, en su reflexión nos habló respecto de “El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza», centró su meditación en el tema:» Encarnado por el Espíritu Santo de la Virgen María. Cómo concebir y dar a luz a Jesús»” (Lectura: Lc 1,30-31.34-35).
Al respecto decía, “con la catequesis de hoy entramos en la segunda fase de la historia de la salvación. Después de haber contemplado al Espíritu Santo en la obra de la Creación, lo contemplaremos durante algunas semanas en la obra de la Redención, es decir, de Jesucristo”.
Continuando, el Papa señaló, “el tema de hoy es el Espíritu Santo en la encarnación del Verbo. En el Evangelio de Lucas leemos: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» -o María- «el poder del Altísimo extenderá su sombra sobre ti» (1,35). El evangelista Mateo confirma este dato fundamental sobre María y el Espíritu Santo, diciendo que María «quedó encinta por obra del Espíritu Santo» (1,18).
La Iglesia recogió este hecho revelado y lo colocó muy pronto en el corazón de su Símbolo de Fe. En el Concilio Ecuménico de Constantinopla de 381 -el que definió la divinidad del Espíritu Santo- este artículo pasó a formar parte de la fórmula del «Credo», que se llama precisamente Credo Niceno-Constantinopolitano y es el que recitamos en cada Misa”.
El Santo Padre en otro párrafo agregó, “la Iglesia, contemplando la misteriosa santidad de la Virgen, imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, por medio de la Palabra fielmente recibida, se convierte también en madre, ya que por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a sus hijos, concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (nn.63,64). En la profecía de Isaías oímos: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (7,14); y el ángel dice a María: «Concebirás un hijo, lo darás a luz» (Lc 1,31). María primero concibió y luego dio a luz a Jesús: primero lo recibió en sí misma, en su corazón y en su carne, y luego lo dio a luz”.
Sobre esto último, profundizando continuó el Santo Padre, “así sucede también con la Iglesia: primero acoge la Palabra de Dios, la deja «hablar a su corazón» (cf. Os 2,16) y «llenar sus entrañas» (cf. Ez 3,3), según dos expresiones bíblicas, y luego la da a luz con su vida y su predicación. La segunda operación es estéril sin la primera”.
Completando, el Papa subrayó, “sin el Espíritu Santo la Iglesia no puede avanzar, la Iglesia no crece, la Iglesia no puede predicar. Lo que se dice de la Iglesia en general, se aplica también a nosotros, se aplica a cada bautizado”. Finalizando, decía, “(…) reemprendamos también nosotros, cada vez, nuestro camino con esta certeza consoladora en el corazón: «Nada hay imposible para Dios»”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Ciclo de catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios a Jesús, nuestra esperanza. Encarnado a través del Espíritu Santo por la Virgen María. Cómo concebir y dar a luz a Jesús
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la catequesis de hoy entramos en la segunda fase de la historia de la salvación. Después de haber contemplado al Espíritu Santo en la obra de la Creación, lo contemplaremos durante algunas semanas en la obra de la Redención, es decir, de Jesucristo. Pasemos, pues, al Nuevo Testamento y veamos al Espíritu Santo en el Nuevo Testamento.
El tema de hoy es el Espíritu Santo en la encarnación del Verbo. En el Evangelio de Lucas leemos: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» -o María- «el poder del Altísimo extenderá su sombra sobre ti» (1,35). El evangelista Mateo confirma este dato fundamental sobre María y el Espíritu Santo, diciendo que María «quedó encinta por obra del Espíritu Santo» (1,18).
La Iglesia recogió este hecho revelado y lo colocó muy pronto en el corazón de su Símbolo de Fe. En el Concilio Ecuménico de Constantinopla de 381 -el que definió la divinidad del Espíritu Santo- este artículo pasó a formar parte de la fórmula del «Credo», que se llama precisamente Credo Niceno-Constantinopolitano y es el que recitamos en cada Misa. En él se afirma que el Hijo de Dios «por el Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre».
Es, por tanto, un hecho ecuménico de fe, porque todos los cristianos profesan juntos ese mismo Símbolo de fe. La piedad católica, desde tiempos inmemoriales, ha tomado de él una de sus oraciones cotidianas, el Ángelus.
Este artículo de fe es el fundamento que nos permite hablar de María como la Esposa por excelencia, que es figura de la Iglesia. En efecto, Jesús -escribe san León Magno-, así como nació de una madre virgen por obra del Espíritu Santo, así fecunda a la Iglesia, su Esposa inmaculada, con el soplo vital del mismo Espíritu» [1]. Este paralelismo se recoge en la Constitución dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano II, que dice: «Por su fe y obediencia, María dio a luz en la tierra al mismo Hijo de Dios, sin contacto con el hombre, pero bajo la sombra del Espíritu Santo. […] Ahora bien, la Iglesia, contemplando la misteriosa santidad de la Virgen, imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, por medio de la Palabra fielmente recibida, se convierte también en madre, ya que por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a sus hijos, concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (nn.63,64).
Concluimos con una reflexión práctica para nuestra vida, sugerida por la insistencia de la Escritura en los verbos «concebir» y «dar a luz». En la profecía de Isaías oímos: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (7,14); y el ángel dice a María: «Concebirás un hijo, lo darás a luz» (Lc 1,31). María primero concibió y luego dio a luz a Jesús: primero lo recibió en sí misma, en su corazón y en su carne, y luego lo dio a luz.
Así sucede también con la Iglesia: primero acoge la Palabra de Dios, la deja «hablar a su corazón» (cf. Os 2,16) y «llenar sus entrañas» (cf. Ez 3,3), según dos expresiones bíblicas, y luego la da a luz con su vida y su predicación. La segunda operación es estéril sin la primera.
A María, que preguntó: «¿Cómo sucederá esto, pues no conozco varón?», el ángel respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,34-35). También la Iglesia, ante tareas que superan sus fuerzas, se plantea espontáneamente la misma pregunta: «¿Cómo es posible?». ¿Cómo es posible anunciar a Jesucristo y su salvación a un mundo que parece buscar sólo el bienestar en este mundo? La respuesta es también la misma que entonces: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo […] y de mí seréis testigos» (Hch 1,8). Así dijo Jesús resucitado a los Apóstoles, casi con las mismas palabras dirigidas a María en la Anunciación. Sin el Espíritu Santo la Iglesia no puede avanzar, la Iglesia no crece, la Iglesia no puede predicar.
Lo que se dice de la Iglesia en general, se aplica también a nosotros, se aplica a cada bautizado. Cada uno de nosotros se encuentra a veces, en la vida, en situaciones que superan sus fuerzas y se pregunta: «¿Cómo puedo hacer frente a esta situación?». En estos casos, es útil acordarse de repetirse a sí mismo lo que el ángel dijo a la Virgen antes de despedirse de ella: «Nada hay imposible para Dios» (Lc 1, 37).
Hermanos y hermanas, reemprendamos también nosotros, cada vez, nuestro camino con esta certeza consoladora en el corazón: «Nada hay imposible para Dios». Y si creemos esto, obraremos milagros. Nada es imposible para Dios.
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[1] Discurso XII sobre la Pasión, 3, 6: PL 54, 356.
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SALUDOS
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Se ve que hay muchos hoy. Hay muchos de lengua española, y veo banderas de varios países. La semana próxima celebraremos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Pidámosle a nuestra Madre del cielo que interceda por nosotros para que acojamos las palabras de su Hijo, las encarnemos en nuestro obrar y vivamos siempre orientados hacia Él. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
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LLAMAMIENTO
Sigo con gran preocupación la situación en Oriente Medio y reitero mi llamamiento a todas las partes implicadas para que el conflicto no se extienda y se produzca un cese inmediato del fuego en todos los frentes, empezando por Gaza, donde la situación humanitaria es muy grave e insostenible. Rezo para que la búsqueda sincera de la paz extinga los enfrentamientos, para que el amor venza al odio y para que la venganza sea desarmada por el perdón.
Os pido que os unáis a mi oración también por la atormentada Ucrania, Myanmar, Sudán: que estos pueblos desgarrados por la guerra encuentren pronto la tan deseada paz.
Unamos nuestros esfuerzos y nuestras oraciones para que se elimine la discriminación étnica en las regiones de Pakistán y Afganistán, especialmente la discriminación contra las mujeres.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los fieles de las parroquias de Castelbaldo, Masi, Piacenza d’Adige y Locri, y deseo que la peregrinación a Roma fortalezca la fe de cada uno.
Mis pensamientos para los jóvenes, los enfermos, los ancianos y los recién casados se inspiran en la fiesta de la Transfiguración de Cristo que celebramos ayer, día en el que también conmemoramos la partida de mi venerado predecesor, san Pablo VI. Que el rostro resplandeciente del Señor sea para todos vosotros fuente de esperanza y de consuelo.
Y a todos vosotros mi bendición.
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