PAPA FRANCISCO | Una persona libre, un cristiano libre, es aquel que tiene el Espíritu del Señor, así lo señaló el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día miércoles. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco continuando con el nuevo ciclo de catequesis “El Espíritu y la Esposa”, ha centrado su reflexión sobre el tema «El viento sopla donde quiere. Donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad» (Lectura: Jn 3,6-8).
El Papa nos decía, “en la catequesis de hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre el nombre con el que se llama al Espíritu Santo en la Biblia. Lo primero que conocemos de una persona es el nombre. Por él lo llamamos, lo distinguimos y lo recordamos. La tercera persona de la Trinidad también tiene un nombre: se llama Espíritu Santo”.
Continuando, agregó, “pero «Espíritu» es la versión latinizada. El nombre del Espíritu, aquel por el que lo conocieron los primeros destinatarios de la revelación, por el que lo invocaron los profetas, los salmistas, María, Jesús y los Apóstoles, es Ruach, que significa soplo, viento, aliento. No es casualidad que en Pentecostés el Espíritu Santo descendiera sobre los Apóstoles acompañado del «estruendo de un viento impetuoso» (cf. Hch 2,2). Era como si el Espíritu Santo quisiera poner su firma a lo que estaba sucediendo.
En otro párrafo, nos preguntaba: ¿Qué nos dice, pues, su nombre Ruach sobre el Espíritu Santo? La imagen del viento sirve en primer lugar para expresar la fuerza del Espíritu Santo. «Espíritu y poder», o «poder del Espíritu» es una combinación recurrente a lo largo de la Biblia. Porque el viento es una fuerza arrolladora, una fuerza indomable, capaz incluso de mover océanos”.
Profundizando, Su Santidad Francisco señalaba, “el viento es lo único que no se puede encauzar, que no se puede «embotellar» o encajonar. Intentamos «embotellar» o encajonar el viento: no es posible, es libre. Intentar encerrar al Espíritu Santo en conceptos, definiciones, tesis o tratados, como a veces ha intentado hacer el racionalismo moderno, es perderlo, anularlo, reducirlo a un espíritu puramente humano, a un simple espíritu.
El Espíritu crea y anima instituciones, pero Él mismo no puede ser «institucionalizado», «cosificado». El viento sopla «donde quiere», así el Espíritu distribuye sus dones «como quiere» (1 Co 12,11). San Pablo hará de esto la ley fundamental de la acción cristiana: «Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Co 3,17), dice. Una persona libre, un cristiano libre, es aquel que tiene el Espíritu del Señor. Se trata de una libertad muy especial, muy distinta de la que se entiende comúnmente. No es libertad para hacer lo que uno quiere, sino libertad para hacer libremente lo que Dios quiere”.
Finalmente, el Papa preguntó: “¿de dónde sacamos esta libertad del Espíritu, tan contraria a la libertad del egoísmo? La respuesta está en las palabras que Jesús dirigió un día a sus oyentes: «Si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres» (Jn 8, 36)”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Ciclo de catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios a Jesús, nuestra esperanza. 2. «El viento sopla donde quiere». Donde está el Espíritu de Dios hay libertad
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre el nombre con el que se llama al Espíritu Santo en la Biblia.
Lo primero que conocemos de una persona es el nombre. Por él lo llamamos, lo distinguimos y lo recordamos. La tercera persona de la Trinidad también tiene un nombre: se llama Espíritu Santo. Pero «Espíritu» es la versión latinizada. El nombre del Espíritu, aquel por el que lo conocieron los primeros destinatarios de la revelación, por el que lo invocaron los profetas, los salmistas, María, Jesús y los Apóstoles, es Ruach, que significa soplo, viento, aliento.
En la Biblia, el nombre es tan importante que casi se identifica con la persona misma. Santificar el nombre de Dios es santificar y honrar a Dios mismo. Nunca es un apelativo meramente convencional: siempre dice algo sobre la persona, su origen, su misión. Lo mismo ocurre con el nombre Ruaj. Contiene la primera revelación fundamental sobre la persona y la función del Espíritu Santo.
Fue observando el viento y sus manifestaciones como los escritores bíblicos fueron conducidos por Dios a descubrir un «viento» de naturaleza diferente. No es casualidad que en Pentecostés el Espíritu Santo descendiera sobre los Apóstoles acompañado del «estruendo de un viento impetuoso» (cf. Hch 2,2). Era como si el Espíritu Santo quisiera poner su firma a lo que estaba sucediendo.
¿Qué nos dice, pues, su nombre Ruach sobre el Espíritu Santo? La imagen del viento sirve en primer lugar para expresar la fuerza del Espíritu Santo. «Espíritu y poder», o «poder del Espíritu» es una combinación recurrente a lo largo de la Biblia. Porque el viento es una fuerza arrolladora, una fuerza indomable, capaz incluso de mover océanos.
Una vez más, sin embargo, para descubrir el pleno significado de las realidades bíblicas, no hay que detenerse en el Antiguo Testamento, sino llegar a Jesús. Junto a la fuerza, Jesús destacará otra característica del viento, la de su libertad. A Nicodemo, que le visita por la noche, Jesús le dice solemnemente: «El viento sopla donde quiere, y oís su voz, pero no sabéis de dónde viene ni a dónde va: así es todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn 3,8).
El viento es lo único que no se puede encauzar, que no se puede «embotellar» o encajonar. Intentamos «embotellar» o encajonar el viento: no es posible, es libre. Intentar encerrar al Espíritu Santo en conceptos, definiciones, tesis o tratados, como a veces ha intentado hacer el racionalismo moderno, es perderlo, anularlo, reducirlo a un espíritu puramente humano, a un simple espíritu. Pero una tentación semejante existe también en el campo eclesiástico, y es la de querer encerrar al Espíritu Santo en cánones, instituciones, definiciones. El Espíritu crea y anima instituciones, pero Él mismo no puede ser «institucionalizado», «cosificado». El viento sopla «donde quiere», así el Espíritu distribuye sus dones «como quiere» (1 Co 12,11).
San Pablo hará de esto la ley fundamental de la acción cristiana: «Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Co 3,17), dice. Una persona libre, un cristiano libre, es aquel que tiene el Espíritu del Señor. Se trata de una libertad muy especial, muy distinta de la que se entiende comúnmente. No es libertad para hacer lo que uno quiere, sino libertad para hacer libremente lo que Dios quiere. No libertad para hacer el bien o el mal, sino libertad para hacer el bien y hacerlo libremente, es decir, por atracción, no por compulsión. En otras palabras, libertad de hijos, no de esclavos.
San Pablo es muy consciente del abuso o malentendido que se puede hacer de esta libertad; a los gálatas les escribe: «Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad. Pero que esta libertad no se convierta en un pretexto para la carne, sino que os sirváis por amor los unos a los otros» (Ga 5,13). Es una libertad que se expresa en lo que parece su contrario, se expresa en el servicio, y en el servicio está la verdadera libertad.
Sabemos bien cuándo esta libertad se convierte en un «pretexto para la carne». Pablo hace una lista siempre pertinente: «Fornicación, inmundicia, desenfreno, idolatría, hechicerías, enemistades, discordias, celos, disensiones, divisiones, facciones, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes» (Ga 5,19-21). Pero también lo es la libertad que permite a los ricos explotar a los pobres, es una libertad fea, la que permite a los fuertes explotar a los débiles, y a todos explotar impunemente el entorno. Y ésta es una libertad fea, no es la libertad del Espíritu.
Hermanos y hermanas, ¿de dónde sacamos esta libertad del Espíritu, tan contraria a la libertad del egoísmo? La respuesta está en las palabras que Jesús dirigió un día a sus oyentes: «Si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres» (Jn 8, 36). La libertad que Jesús nos da. Pedimos a Jesús que nos haga, por medio de su Espíritu Santo, hombres y mujeres verdaderamente libres. Libres para servir, en el amor y la alegría. Gracias.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En este mes dedicado al Corazón de Jesús, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a vivir con la libertad de los hijos de Dios, amando y sirviendo con alegría y sencillez de corazón. Que el Señor los bendiga y la Virgen los proteja. Muchas gracias.
LLAMAMIENTO
Estamos atravesando este mes dedicado al Sagrado Corazón. El 27 de diciembre del año pasado se cumplieron 350 años de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. Aquella ocasión marcó el inicio de un período de celebraciones que concluirá el 27 de junio del próximo año. Por eso, me complace preparar un documento que recoge las preciosas reflexiones de textos magisteriales anteriores y una larga historia que se remonta a las Sagradas Escrituras, para volver a proponer hoy, a toda la Iglesia, este culto cargado de belleza espiritual. Creo que nos hará mucho bien meditar sobre diversos aspectos del amor del Señor que pueden iluminar el camino de la renovación eclesial; pero también que dicen algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón. Os pido que me acompañéis en la oración, durante este tiempo de preparación, con la intención de hacer público este documento el próximo mes de septiembre.
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Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los jóvenes del Seminario regional de Apulia y les animo a responder con alegría y generosidad a la llamada del Señor.
Saludo también a los fieles de Montepulone, Andria y Altamura, a la Asociación «Donatori nati» de Nápoles, a la Asociación «Liberi e forti» de Sezze, a los soldados de la Academia de Módena y a la Banda «Cinti» de Scheggia y Pascelupo.
Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y la memoria del Corazón Inmaculado de María, que la Iglesia se dispone a celebrar en los próximos días, nos recuerdan la necesidad de corresponder al amor redentor de Cristo y nos invitan a encomendarnos con confianza a la intercesión de la Madre del Señor.
Pidamos al Señor, por intercesión de su Madre, la paz. Paz en la atormentada Ucrania, paz en Palestina, en Israel, paz en Myanmar. Pidamos al Señor que nos regale la paz y que el mundo no sufra tanto por las guerras. Que el Señor nos bendiga a todos. Amén.
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