PAPÚA NUEVA GUINEA | Lo que determina nuestra felicidad: es el amor que ponemos en todo lo que hacemos, damos y recibimos, así lo dijo el Papa Francisco al compartir sus palabras en el Encuentro con los niños. El mismo se llevó adelante en la Escuela Secundaria Técnica Caritas en la ciudad de Puerto Moresby, Papúa Nueva Guinea.
Al responder algunas consultas formuladas por los niños, el Santo Padre compartía, “(…) cada uno de nosotros, en el mundo, tiene un papel y una misión que nadie más puede cumplir y que esto, aunque conlleve dificultades, al mismo tiempo da un mar de alegría, de manera diferente para cada persona. La paz y la alegría son para todos”.
Continuando, agregó, “es cierto que todos tenemos limitaciones, hay cosas que sabemos hacer mejor y otras que nos cuesta o nunca podremos hacer, pero no es eso lo que determina nuestra felicidad: más bien es el amor que ponemos en todo lo que hacemos, damos y recibimos”.
Seguidamente, el Papa preguntó, “«¿Cómo podemos hacer nuestro mundo más bello y feliz?» Ciertamente con la misma «receta»: ¡aprendiendo día a día a amar a Dios y a los demás con todo nuestro corazón!” Completando, dijo, “(…), ninguno de nosotros es «una carga» -como decías-: ¡todos somos hermosos regalos de Dios, un tesoro los unos para los otros!”
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A INDONESIA, PAPÚA NUEVA GUINEA
TIMOR-LESTE, SINGAPUR
(2-13 de septiembre de 2024)
VISITA A LOS NIÑOS DE «STREET MINISTRY» Y «CALLAN SERVICES
SALUDO DEL SANTO PADRE
«Caritas Technical Secondary School» (Port Moresby, Papúa Nueva Guinea)
Sábado, 7 de septiembre de 2024
Felicidades a los que han cantado y bailado: ¡lo hacen bien!
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas noches!
Saludo a Su Eminencia, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido, al Superior de la Comunidad, a la Matrona, a todos los presentes, laicos y religiosos, y especialmente a vosotros, niños, ¡que sois maravillosos!
Estoy muy contento de conocerlos y de compartir con ustedes este momento de celebración. También doy las gracias a sus compañeros, que me hicieron dos preguntas desafiantes.
Uno de ellos me preguntó: «¿Por qué no soy como los demás?». Realmente sólo tengo una respuesta a esta pregunta y es: «Porque ninguno de nosotros es como los demás: ¡porque todos somos únicos ante Dios!». Por tanto, no sólo confirmo que «hay esperanza para todos» -como se ha dicho-, sino que añado que cada uno de nosotros, en el mundo, tiene un papel y una misión que nadie más puede cumplir y que esto, aunque conlleve dificultades, al mismo tiempo da un mar de alegría, de manera diferente para cada persona. La paz y la alegría son para todos.
Es cierto que todos tenemos limitaciones, hay cosas que sabemos hacer mejor y otras que nos cuesta o nunca podremos hacer, pero no es eso lo que determina nuestra felicidad: más bien es el amor que ponemos en todo lo que hacemos, damos y recibimos. Dar amor, siempre, y acoger con los brazos abiertos el amor que recibimos de las personas que nos quieren: esto es lo más hermoso y lo más importante de nuestra vida, en cualquier condición y para cualquier persona… incluso para el Papa, ¿sabes? Nuestra alegría no depende de otra cosa: ¡nuestra alegría depende del amor!
Y esto nos lleva a la otra pregunta: «¿Cómo podemos hacer nuestro mundo más bello y feliz?» Ciertamente con la misma «receta»: ¡aprendiendo día a día a amar a Dios y a los demás con todo nuestro corazón! Y tratando de aprender -incluso en la escuela- todo lo que podamos, de hacerlo de la mejor manera posible, estudiando y esforzándonos al máximo en cada oportunidad que se nos brinda para crecer, mejorar y perfeccionar nuestros dones y habilidades.
¿Has visto alguna vez cómo se prepara un gato cuando tiene que dar un gran salto? Primero se concentra y dirige todas sus fuerzas y músculos en la dirección correcta. Quizá lo hace en un momento rápido, y ni siquiera nos damos cuenta, pero lo hace. Y lo mismo hacemos nosotros: concentrar todas nuestras fuerzas en la meta, que es el amor a Jesús y en Él a todos los hermanos y hermanas que encontramos en nuestro camino, y luego, con ímpetu, ¡llenar todo y a todos con nuestro afecto! En este sentido, ninguno de nosotros es «una carga» -como decías-: ¡todos somos hermosos regalos de Dios, un tesoro los unos para los otros!
Gracias, hijos, muchas gracias por este encuentro, y gracias a todos los que trabajan juntos, aquí, con amor. Mantengan siempre encendida esta luz, que es un signo de esperanza no sólo para vosotros, sino para todos aquellos con los que os encontráis, y también para nuestro mundo, a veces tan egoísta y preocupado por cosas que no importan. ¡Mantén encendida la luz del amor! Y, por favor, ¡reza también por mí!
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