TIMOR ORIENTAL | Pidamos juntos, como Iglesia, como sociedad, saber reflejar en el mundo la luz fuerte, la luz tierna del Dios del amor, así lo pidió el Santo Padre Francisco al compartir la Homilía en la jornada del martes 10 de septiembre. Celebrada en la Explanada de Taci Tolu de la ciudad de Dili, Timor Oriental, el Papa dijo, “«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5). Estas son las palabras con las que el profeta Isaías se dirige, en la primera lectura, a los habitantes de Jerusalén, en un momento próspero para la ciudad, caracterizado, sin embargo, por desgracia, también por una gran decadencia moral”.
Continuando, el Pontífice señalaba, “hay mucha riqueza, pero la riqueza ciega a los poderosos, los engaña haciéndoles creer que son autosuficientes, que no necesitan al Señor, y su engreimiento los lleva a ser egoístas e injustos. Por eso, aunque haya tanta riqueza, los pobres están abandonados y pasan hambre, la infidelidad es rampante y la práctica religiosa se reduce cada vez más a la mera formalidad”.
En otro párrafo, el Papa agregó, “(…) el profeta anuncia a sus conciudadanos un horizonte nuevo, que Dios abrirá ante ellos: un futuro de esperanza, un futuro de alegría, donde la opresión y la guerra quedarán desterradas para siempre (cf. Is 9,1-4). Él suscitará para ellos una gran luz (cf. v. 1) que los librará de las tinieblas del pecado por las que están oprimidos, y lo hará no con el poder de ejércitos, armas o riquezas, sino mediante el don de un hijo (cf. vv. 5-6)”.
Siguiendo, Su Santidad nos dijo, además, “en todas partes, el nacimiento de un niño es un momento luminoso, de alegría y de fiesta, y a veces también suscita en nosotros buenos deseos, de renovarnos en la bondad, de volver a la pureza y a la sencillez. Ante un niño recién nacido, incluso el corazón más duro se calienta y se llena de ternura. La fragilidad de un niño lleva siempre un mensaje tan fuerte que conmueve incluso a las almas más endurecidas, trayendo consigo movimientos e intenciones de armonía y serenidad”.
Profundizando, compartió el Papa, “hoy veneramos a la Virgen como Reina, es decir, madre de un Rey, Jesús, que quiso nacer pequeño, hacerse hermano nuestro, pidiendo el «sí» de una joven humilde y frágil (cf. Lc 1, 38). María lo comprendió, hasta el punto de que optó por seguir siendo pequeña toda su vida, por hacerse cada vez más pequeña, sirviendo, rezando, desapareciendo para dejar espacio a Jesús, incluso cuando esto le costó mucho”.
Finalmente, añadió, “con la luz de la Palabra del Señor y el poder de su gracia, también nosotros podemos cooperar con nuestras elecciones y acciones en el gran plan de la redención. (…) pidamos juntos, en esta Eucaristía, cada uno de nosotros, como mujeres y como hombres, como Iglesia, como sociedad, saber reflejar en el mundo la luz fuerte, la luz tierna del Dios del amor (…)”.
A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Su Santidad Francisco:
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A INDONESIA, PAPÚA NUEVA GUINEA
TIMOR-LESTE, SINGAPUR
(2-13 de septiembre de 2024)
SANTIDAD
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Explanada de Taci Tolu (Dili, Timor Oriental)
Martes, 10 de septiembre de 2024
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).
Estas son las palabras con las que el profeta Isaías se dirige, en la primera lectura, a los habitantes de Jerusalén, en un momento próspero para la ciudad, caracterizado, sin embargo, por desgracia, también por una gran decadencia moral.
Hay mucha riqueza, pero la riqueza ciega a los poderosos, los engaña haciéndoles creer que son autosuficientes, que no necesitan al Señor, y su engreimiento los lleva a ser egoístas e injustos. Por eso, aunque haya tanta riqueza, los pobres están abandonados y pasan hambre, la infidelidad es rampante y la práctica religiosa se reduce cada vez más a la mera formalidad. La fachada engañosa de un mundo a primera vista perfecto oculta así una realidad mucho más oscura, mucho más dura y cruel, donde hay mucha necesidad de conversión, de misericordia y de curación.
Por eso, el profeta anuncia a sus conciudadanos un horizonte nuevo, que Dios abrirá ante ellos: un futuro de esperanza, un futuro de alegría, donde la opresión y la guerra quedarán desterradas para siempre (cf. Is 9,1-4). Él suscitará para ellos una gran luz (cf. v. 1) que los librará de las tinieblas del pecado por las que están oprimidos, y lo hará no con el poder de ejércitos, armas o riquezas, sino mediante el don de un hijo (cf. vv. 5-6).
Detengámonos a reflexionar sobre esta imagen: Dios hace brillar su luz salvadora mediante el don de un hijo.
En todas partes, el nacimiento de un niño es un momento luminoso, de alegría y de fiesta, y a veces también suscita en nosotros buenos deseos, de renovarnos en la bondad, de volver a la pureza y a la sencillez. Ante un niño recién nacido, incluso el corazón más duro se calienta y se llena de ternura. La fragilidad de un niño lleva siempre un mensaje tan fuerte que conmueve incluso a las almas más endurecidas, trayendo consigo movimientos e intenciones de armonía y serenidad. Es maravilloso, hermanos y hermanas, lo que sucede en el nacimiento de un niño.
La cercanía de Dios es a través de un niño. Dios se hace niño. Y no sólo para asombrarnos y conmovernos, sino también para abrirnos al amor del Padre y dejarnos modelar por él, para que cure nuestras heridas, recomponga nuestros desacuerdos, ponga orden de nuevo en nuestra existencia.
En Timor Oriental es hermoso, porque hay muchos niños: sois un país joven donde en cada rincón se siente la vida latir, estallar. Y esto es un regalo, un gran regalo: la presencia de tanta juventud y de tantos niños renueva constantemente nuestra energía y nuestra vida. Pero aún más, es un signo, porque hacer espacio a los niños, a los pequeños, acogerlos, cuidarlos y hacernos pequeños ante Dios y ante los demás, son precisamente las actitudes que nos abren a la acción del Señor. Haciéndonos niños, permitimos la acción de Dios en nosotros.
Hoy veneramos a la Virgen como Reina, es decir, madre de un Rey, Jesús, que quiso nacer pequeño, hacerse hermano nuestro, pidiendo el «sí» de una joven humilde y frágil (cf. Lc 1, 38).
María lo comprendió, hasta el punto de que optó por seguir siendo pequeña toda su vida, por hacerse cada vez más pequeña, sirviendo, rezando, desapareciendo para dejar espacio a Jesús, incluso cuando esto le costó mucho.
Por eso, queridos hermanos, queridas hermanas, no tengamos miedo de hacernos pequeños ante Dios y ante los demás, no tengamos miedo de perder la vida, de donar nuestro tiempo, de revisar nuestros planes y de reducir nuestros proyectos cuando sea necesario, no para disminuirlos, sino para hacerlos aún más bellos mediante el don de nosotros mismos y la aceptación de los demás.
Todo esto lo simbolizan muy bien dos hermosas joyas tradicionales de esta tierra: el Kaibauk y el Belak. Ambas están hechas de metal precioso. Eso significa que son importantes.
El primero simboliza los cuernos del búfalo y la luz del sol, y se coloca en lo alto, adornando la frente, así como en lo alto de las casas. Habla de fuerza, energía y calor, y puede representar el poder vivificador de Dios. Pero no sólo: colocado a la altura de la cabeza, de hecho, y en lo alto de las casas, nos recuerda que, con la luz de la Palabra del Señor y el poder de su gracia, también nosotros podemos cooperar con nuestras elecciones y acciones en el gran plan de la redención.
El segundo, el Belak, que se coloca sobre el pecho, es complementario del primero. Recuerda el suave resplandor de la luna, que refleja humildemente la luz del sol en la noche, envolviéndolo todo en una ligera fluorescencia. Habla de paz, de fertilidad, de dulzura, y simboliza la ternura de la madre, que con los delicados reflejos de su amor hace brillar lo que toca con la misma luz que recibe de Dios.
Kaibauk y Belak, fuerza y ternura de Padre y Madre: así manifiesta el Señor su realeza, hecha de caridad y misericordia.
Y así pidamos juntos, en esta Eucaristía, cada uno de nosotros, como mujeres y como hombres, como Iglesia, como sociedad, saber reflejar en el mundo la luz fuerte, la luz tierna del Dios del amor, de ese Dios que, como rezamos en el Salmo responsorial, «levanta del polvo al débil, del montón inmundo levanta al pobre, para hacerlo sentar entre los príncipes […]» (Sal 113, 7-8).
* * *
Queridos hermanos y hermanas,
he estado pensando mucho: ¿qué es lo mejor que tiene Timor? ¿La sandalia? ¿El melocotón? Eso no es lo mejor. Lo mejor es su gente. No puedo olvidar a la gente al lado de la carretera, con los niños. ¡Cuántos niños tienen! La gente, lo mejor que tiene es la sonrisa de sus hijos. Y un pueblo que enseña a los niños a sonreír es un pueblo que tiene futuro.
¡Pero tened cuidado! Porque me han dicho que en algunas playas vienen cocodrilos; los cocodrilos vienen nadando y tienen una mordedura más fuerte de lo que nosotros podemos mantener a raya. ¡Cuidado! Tened cuidado con esos cocodrilos que quieren cambiar vuestra cultura, que quieren cambiar vuestra historia. Permaneced fieles. Y no os acerquéis a esos cocodrilos porque muerden, y muerden fuerte.
Os deseo la paz. Os deseo muchos hijos: ¡que la sonrisa de este pueblo sean sus hijos! Cuidad de vuestros hijos; pero cuidad también de vuestros mayores, que son la memoria de esta tierra.
Gracias, muchas gracias por vuestra caridad, por vuestra fe. ¡Adelante con esperanza!
Y ahora pedimos al Señor que nos bendiga a todos, y luego cantaremos un himno a la Virgen María.
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